Noodles besa a Deborah

Hoy viajamos hasta el año 1984, año de estreno de una de las películas más bellas de esa década –y que logra un puesto importante entre las maravillas cinematográficas de la historia del séptimo arte. Sí, me voy a poner en plan exagerada porque la cinta lo merece–: Érase una vez en América de Sergio Leone. 

Una película que narra los recuerdos de un hombre complejo, Noodles, desde su adolescencia en los años de la prohibición del alcohol en Nueva York hasta su presente. Un recorrido nostálgico a través de una banda de gángsteres. Niños y adolescentes que empiezan a trabajar para la mafia para después convertirse ellos mismos en mafiosos en un mundo de violencia y corrupción donde se mueven como pez en el agua. Porque todos son supervivientes. Érase una vez en América representa los años 20, 30 y 60 donde el paso del tiempo es evidente en los protagonistas y en los ambientes. 

La película está narrada a través de flash back y las transiciones entre presente y pasado son un alarde del director romano –rey del spaghetti-western– que dejó una excelente obra póstuma. Ayuda un excelente casting de actores, la sobrecogedora música de Ennio Morricone, la fotografía de Tonino Delli Colli  y el guión perfecto de más de seis guionistas incluido Sergio Leone. 

Érase una vez en América es un canto y un homenaje al cine americano de gángsteres, al paso del tiempo, a la nostalgia, a la amistad, a la ambición, al culto al poder, a la traición, a los amores imposibles…  

La secuencia: me quedaría con muchísimas secuencias de esta película pero sobre todo con todas las escenas que narran la adolescencia e infancia de los protagonistas. Si tengo que elegir una me traslado a esos años 20 cuando un Noodles, adolescente, besa al amor de su vida, Deborah (primer papel cinematográfico de Jennifer Connelly). 

Noodles ama a la hermana de su amigo Moe. Cuando tiene oportunidad se esconde en el retrete del bar familiar de Moe y Deborah y observa como la niña baila al son de un viejo disco donde suena Amapola. Ella se sabe observada. Coquetea, baila y se desnuda porque se sabe deseada. 

Entonces ocurre el momento mágico. Ella le reclama, le llama, Noodles acude y se sienta a su lado. En la soledad de la sala, ella le hace una hermosa y particular lectura del Cantar de los Cantares. Deborah le habla de su ambición, ser artista, y que lo que quiere es un hombre triunfador. Le mira y le da la clave –con malicia y ternura– para alcanzarla. Finalmente, los dos niños se besan. El momento mágico lo rompe, el amigo, Max. Silba a Noodles, tienen que repartirse el dinero de un trabajo. Y ahí reside el error del protagonista, elige acudir tras el silbido de Max. Deborah sabe que aunque Noodles podría ser el hombre de su vida, no va a ser aquél que la siga en sus sueños y ambiciones.  

 

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