Jean Renoir en tres películas

Nana (1926)

Al director francés le pudo y le cambió la vida ver la obra de Erich von Stroheim. Esposas frívolas o Avaricia siempre fueron cine a tener en cuenta por el realizador.

Ese loco amor, esos personajes despiadados, la crueldad del alma humana, la decadencia de las clases aristocráticas, el cambio de siglo-el cambio de mentalidad…, así que Renoir ni corto ni perezoso tomó una obra de Zola, Nana, sobre la subida y caída de una prostituta parisina, cortesana, por decirlo más finamente, y la llevó a pantalla.

Realizó una producción mastodóntica e incluso, con dolor, vendió cuadros de su famoso padre Auguste Renoir para poder llevarla a cabo. La cortesana Nana destroza vidas y humilla aristócratas. No triunfa en los escenarios, nadie la cree como personaje honesto, y ella harta se retira del escenario para actuar en la vida y ser la mejor puta de París, cruel con los hombres que sin duda la convertirían sin pestañear en víctima. Para despreciar ya está ella.

Nana tiene el rostro de la pareja del director, ex modelo de su padre, la actriz Catherine Hessling, que subiendo unas escaleras para volar sobre el escenario como ángel tentador ya muestra su carnalidad y deseo, instrumentos con los que domina a sus timoratos amantes capaces de arruinar sus vidas con tal de contar con su favor y amor. Ojos claros, pelo sugerente, formas contundentes y su carácter de mujer nunca dominada son las armas de Nana para batalla sin freno, y también sin amor, pero sí de ascenso.

Un ascenso que deviene en caída y enfermedad. Y, finalmente, en soledad, cuando todos sus protectores van cayendo uno a uno como enamorados sin la entrega de la amada, quizá, una carcajada… pero al final ni ella misma puede con ese mundo de apariencias y muerte…, y cae. Y todos los que la atendían por ser la mejor cortesana, la influyente entre nobleza, la dejan ahí en el lecho. Ya no interesa.

La gran ilusión (1937)

El director francés no sólo dirige, como actor, a su adorado Stroheim (que no le dio precisamente un rodaje fácil) sino que crea una hermosa e interesante historia sobre los hombres y la inutilidad de la guerra. Ya es cineasta grande. Sobre los hombres y las fronteras que creamos. Sobre los hombres y las fronteras no sólo de tierras y pertenencias sino también de mentalidades y clases sociales.

Y crea una parábola hermosa de un grupo de hombres en la Primera Guerra Mundial. Unos presos, otros guardianes. Unos franceses, otros alemanes, los de más allá ingleses y por ahí rusos. Unos banqueros judíos, otros maestros intelectuales, otros hombres sencillos de acción, otros actores, el de más allá aristócrata…

Y habla de siempre soñar con la libertad. Con la ilusión del regreso al país de origen. Por eso los protagonistas tratan una y otra vez de huír, por conservar la libertad. Por eso se vuelven camaradas unos y otros. En la guerra los alemenes y franceses son enemigos…, tan sólo por una guerra eterna, pero en el fondo se encuentran y ven similitudes los unos con los otros. Las mismas nostalgias, penas y alegrías. El mismo hambre. El mismos hastío de guerra. Comparten recuerdos del pasado, gente del pueblo o aristócratas en París.

En la gran ilusión, un periodo termina. Un geranio pierde su flor. Y dos hombres tratan de pasar fronteras. Corren y corren para alcanzar una meta. Y les gustaría que la guerra terminara. Uno de ellos, preso francés, se ha enamorado de un mujer alemana que ha perdido a esposo y hermanos en la guerra. Pero ella que estaba tan sola se siente tan feliz al volver a escuchar pasos de hombre en su hogar… Quizá si la contienda termina, él regrese a por ella.

Stroheim es impresionante como militar alemán aristócrata que se va rompiendo a pedazos por las heridas de guerra y que de aviador intrépido pasa a guardián de fortaleza. Militar alemán que otorga camaradería al enemigo, sobre todo al aristócrata francés. Se entienden y los dos son conscientes que es el final de sus privilegios de clase. Y el francés lo entiende perfectamente, que son un anacronismo, y el alemán siente nostalgia y miedo.

Y Jean Gabin, me quito el sombrero. Actor de rostro curtido e interesante. Oficial llano, sencillo, hombre de acción que no soporta la soledad, honesto y buen compañero, no muy culto pero tampoco le importa. Amante de la libertad y camarada alcanza la libertad junto al compañero judío. Ambos se entienden y cuentan con la complicidad del aristócrata que no duda en sacrificarse para que ellos alcancen la meta.

El sureño (1945)

En la gran depresión, los más afectados fueron familias y familias de granjeros que se quedaron sin tierras ni trabajo que hacer. Y emigraban en busca de trabajo, en busca de tierra prometida que les diera de comer.

John Ford contó su historia adaptando de manera magnífica Las uvas de la ira. Es el viaje a los cielos y al infierno de los Joad. Una familia que ante la miseria y la dureza del viaje se va descomponiendo por la muerte o por la marcha. Pero siempre Ma Joad deja claro que cada uno de ellos tienen una dignidad que nadie destroza y que sea juntos o por separado seguirán luchando. Y Renoir en una de sus obras norteamericanas crea una poética película sobre una familia que trata de arar su propia tierra enfrentándose cada día a las calamidades del tiempo, a las enfermedades, a la mala alimentación, a la pobreza, a la poca solidaridad del vecino —cuando hay poco y la vida es dura, es muy difícil arrimar un hombro o compartir, ya tiene bastante uno con lo que tiene como para tender otra mano a alguien que está igual o peor—…, todo parecen sombras pero no es así.

Porque en cada estacion vienen las transformaciones y el vecino poco solidario puede darse cuenta de que no tiene sentido esa actitud. Y el río se lleva la cosecha pero el fuego del hogar funciona y la familia está dispuesta a seguir. Y el niño enferma por la mala alimentación pero saben que la solución está en que tome leche y verdura. Pues a conseguir la vaca y a arar un pequeño huerto. Y a acicalar la casa. Y a trabajar duro. Nadie les aplasta.

Y Jean Renoir con realismo y belleza retrata la vida de una familia sureña de la depresión que trata de arar su propia tierra. Y se pelean, y se juntan, y enferman, y se ríen, y se aman, y se casan o también se emborrachan, y tienen miedo o se crecen cada día. Como esa abuela gruñona, fuerte de carácter y dura, pero tras la que se esconde ternura y una fortaleza que no puede derribar ninguna desgracia de las que siempre les acecha.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

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