Hotel del Norte (Hotel du Nord, 1938) de Marcel Carné

A veces hay películas con fuertes dosis de poesía. Carné, no obstante, siempre se le menciona al lado de las palabras realismo poético. Y ¿qué se puede entender por este concepto? Lo que siento y veo al digerir las imágenes que expulsa una película sencilla y hermosa como Hotel del Norte.

Hay a amantes que sólo les quedará París, y a otros, tan sólo la habitación 16 del modesto hotel du Nord. Una habitación que habitan una noche una pareja de jóvenes enamorados con poca suerte y estrella que creen que encontrarán libertad, menos responsabilidades y ataduras y quizá buena estrella fuera de este mundo. Y prometen matarse. Para yacer siempre juntos. Pero la realidad les trastoca los planes…El pequeño Hotel du Nord tiene unos dueños encantadores, buena gente, que han adoptado a un niño huerfano que ha vivido los horrores de la Guerra Civil en Barcelona y unos clientes fijos y otros que van y vienen que llenan de vida, anecdotas y demás las instalaciones del inmueble. En el hotel se cruza la puta de toda la vida (impagable y maravillosa Arletty) con su chulo —de personalidad arrolladora que se irá descubriendo en cada fotograma— que se transformará y se quitará máscaras escena tras escena a punto de volver a creer que tiene otra oportunidad en la vida para ser el que fue (con el rostro atrayente y misterioso de Louis Jouvet). La joven suicida que recupera las ganas de felicidad junto a su joven amor desencantado (Annabella y Jean Pierre-Aumont, jóvenes y delicados), ambos decidirán seguir adelante, pero quizá intentándolo en este mundo. El buen hombre y vecino, obsesionado con sus continuas donaciones de sangre y con el amor de su esposa pizpireta —que de vez en cuando se pega un garbeo con el más gamberro y mejor amigo de su marido—, el confitero homosexual que no se oculta, la asistenta para todo desgarbada que va y viene de habitación en habitación haciendo lo que puede…

Hotel del Norte está plagada de escenas y diálogos para no olvidar. El cariño del chulo por la joven suicida, la habitación 16, el baile del 14 de julio lleno de momentos felices y de la caída definitiva de otros, las apariciones de esa puta de oro con cara de Arletty, la comida entre los dueños del hotel y sus clientes para celebrar una comunión al principio de la película, el restaurante del hotel lleno de vida…

Y este ambiente sencillo y popular, esta historia de amor loco, de lágrimas y alguna sonrisa destila poesía en cada secuencia.

Me quedo, y no me pregunten por qué, con el rostro desencantado de un chulo que decide no seguir siempre huyendo o cambiando de identidad…

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