Jesús parte de una historia real, el caso Zamudio, que conmocionó a la opinión pública chilena. El 2 de marzo de 2012 cuatro jóvenes atacaron, golpearon y torturaron a Daniel Zamudio, un joven homosexual, en el Parque San Borja en Santiago de Chile y le abandonaron en estado de coma. Pero como últimamente pasa con la cinematografía que viene de Chile, su director y guionista Fernando Guzzoni ofrece una mirada, un punto de vista, que incomoda, que hace reflexionar y que es muy compleja. Lo que une a toda una generación de cineastas chilenos muy distintos en sus trayectorias es atreverse con miradas y puntos de vista que inquietan, remueven y golpean. Miradas que ofrecen otras perspectivas de la realidad. Y Fernando Guzzoni tiene esa mirada. Ya golpeó en su primer largometraje, Carne de perro, donde se metía en el mundo interior de un extorturador con ataques de ansiedad. Y ahora en Jesús su cámara se pone en el lado más incómodo y vomita una realidad más difícil de “leer”, comprender e interpretar.
Jesús tiene dos partes muy definidas, y Fernando Guzzoni cuenta también su historia formalmente de dos maneras, con unas decisiones a la hora de filmar que enriquecen y llenan la película de significados: la cámara primero no se separa del día a día de Jesús (Nicolás Durán), un adolescente, que vive con su padre, Héctor (Alejandor Goic, que fue también el protagonista de Carne de perro). Y una segunda parte donde la cámara no solo acoge a Héctor sino que va ganando terreno, pero además va abandonando poco a poco a un Jesús conmocionado, regado por la culpa y el remordimiento, hasta llegar a un sublime fuera de campo.
Jesús atrapa desde la secuencia de créditos donde ya pone su cámara al lado del joven protagonista y obliga al espectador a mirarlo. Y el largometraje de Fernando Guzzoni empieza como un documental que radiografía a una determinada adolescencia chilena contemporánea. Y empieza por la superficie mientras poco a poco va excavando por las sombras de una juventud que vive el presente, pero con una total inconsciencia sin reflexión alguna sobre la realidad que les rodea, sin expectativa alguna de futuro. Y por supuesto sin ninguna lectura del pasado. Así disfrazan el concepto de carpe diem y viven el precepto sin asideros y sin herramientas para enfrentarse a la vida, sin cuestionamientos morales, sin deberes, con una apatía absoluta, sin conciencia de lucha… y su identidad se sustenta también en una estructura familiar débil, casi ausente, de incomunicación absoluta, y en una sociedad a la deriva.
A Jesús le conocemos como un adolescente que disfruta su tiempo de ocio formando parte de una banda de K-Pop, un estilo de danza y música de Corea, pero después la cámara nos va mostrando su día a día: vive prácticamente solo con un padre que aparece día sí, día no, con el cuál apenas se comunica. El progenitor cuando está presente echa broncas, pero vuelve a ausentarse. El joven pasa la mayor parte del tiempo con sus amigos con los cuáles, además de bailar, también bebe, se droga, practica sexo esporádico (indistintamente con chicas y chicos)… Sus intereses van de tener el mejor móvil a cuidarse y mantener una estética determinada. Jesús no da ninguna importancia a sus estudios, accede a todo tipo de vídeos en Internet, algunos de contenido muy violento (sin ningún tipo de análisis ni crítica, tan solo para pasar el tiempo)… hasta que en una noche de juerga, un acontecimiento brutal provoca un vuelco total en la vida de Jesús.
Y entonces se hace presente la figura del padre ausente, Héctor. Así como también la cámara muestra a un Jesús que en estado de shock va tomando conciencia del mundo sin salida donde se encuentra sumergido. Y el camino elegido no es fácil. Mientras la figura de Jesús se va diluyendo en la culpa, el remordimiento y la conciencia del horror, mientras este además pide a gritos silenciosos una mano, un asidero para continuar el camino…, se propone un complejo acercamiento, única salida posible, al padre. Y es un doloroso acercamiento porque Guzzoni muestra amor e impotencia hacia una relación que se sustenta en la incomunicación. Jesús abandona las riendas, y las toma un Héctor demasiado tarde para construir y restablecer nada, que toma la única salida posible… pero incapaz de recuperar o comunicarse con su hijo a través de la palabra. Todo se les escapa, todo se les ha ido totalmente de las manos. Entonces Guzzoni se decanta por un fuera de campo desgarrador. Y el mazazo es brutal y la mirada que ofrece Fernando es demoledora y llena de preguntas, análisis y cuestionamientos.
En el centro de la película está el rostro bello de Jesús, un adolescente que marca su cuerpo con varios tatuajes. Dos ellos son enfocados muchas veces por esa cámara que absorbe. A un lado de su cuello tiene una clave de sol, y en el otro la clave de fa. Así Jesús forma parte de una sinfonía desafinada, una melodía rota que le conduce a un abismo. Fernando Guzzoni presenta una película compleja y con un análisis incómodo pero que está ahí. Pone de frente una realidad con notas desafinadas…
Nota: Jesús de Fernando Guzzoni ha formado parte de la Sección Oficial del Festival Internacional de Cine de San Sebastián 2016.
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.
Totalmente desconocida para mí, pero buenas cosas vienen de Chile últimamente, sí.
Besos
Sí, tengo muchas, muchas ganas también de ver Neruda de Larraín.
Y de Guzzoni tanto Carne de perro como Jesús cuentan con esa mirada que plantea otras preguntas sobre la realidad. Jesús es una película dura, pero esa mirada la hace especial.
Beso
Hildy
De este cine chileno «de denuncia» (se podría decir así, ¿no?, aunque no me gusta nada poner etiquetas, pero, en fin, todo sea por centrar el asunto) vi recientemente la curiosa «El club» de Pablo Larraín (de ese director tengo hace tiempo apuntada una que se titulaba «Tony Manero», a ver cuándo cae). Así que, como bien afirmas, parece que el cine chileno que nos llega o que traspasa las fronteras intenta inquietar, remover y golpear. ¿Para cuándo una comedia chilena, eh?
Saludos.
Mi querido Licantropunk, buen cine chileno, sí, que remueve e inquieta. Larraín me gusta mucho. He visto No y El Club. También ando detrás de Tony Manero y me muero por ver Neruda.
Me hizo sonreír, pero con melancolía, Gloria, de Sebastian Lelio. Pero, es cierto, no conozco, no he visto o no ha llegado hasta aquí una comedia chilena, de reír y reír.
Beso
Hildy