Noche en la ciudad (Night and the city, 1950) de Jules Dassin

¡Bendito sea el cine que cada día te puede deparar una sorpresa! Descubrimientos continuos. Me estoy encontrando con la filmografía de Jules Dassin (recientemente desaparecido) y el encuentro está siendo emocionante.

Cine bofetada, cine brutal pero puro cine. Imágenes poderosas e historias que te atan. Dassin domina el lenguaje cinematográfico y regala joyas como esta obra que realizó ya fuera de EEUU. Su primera película en el exilio. Rueda en Londres y nos deja los bajos fondos.

Jules Dassin fue de esos realizadores que dejaron su tierra por aparecer en listas negras de la Caza de Brujas. Siguió su carrera en Europa, se casó con la actriz griega Melina Mercouri y siguió imaginando cine. Gran Bretaña, Francia, Canadá, Italia, Grecia… acompañaban el ojo cinematográfico de un Dassin que no dejó su pasión.

Noche en la ciudad es una huida continua. La huida angustiosa de Harry Fabian (oh, Richard Widmark, el actor que crea personajes que pueden ser odiados y amados a la vez). Un hombre perdedor por naturaleza que por un instante cree alcanzar la cima de poder, influencia y dinero y al momento siguiente cae en picado sin posibilidad de regreso.

Dassin recrea de manera impactante la soledad, el cansancio, la fragilidad, la angustia y el terror de un hombre acorralado al que ni siquiera le permiten realizar el único acto honesto de su vida. Demasiado tarde.

Harry Fabian rodeado de lo más excluido de Londres, sobrevive con ansias de poder, ansias que le ciegan. Él está seguro de alcanzar la gloria, de poderle dar lo mejor a la amada Mary (Gene Tierney, siempre hermosa), de dárselo a costa de traicionarla una y otra vez.

Fabian que miente, que corre, que vuelve a mentir, que roba, que traiciona…, porque los demás también le traicionan. Fabian que encuentra de golpe el negocio de su vida a través de un luchador especializado en lucha greco-romana con su joven pupilo. El luchador anciano que ama su profesión y desaprueba las luchas-espectáculo que organiza su hijo Kristo (inquietante Herbert Lom), el matón de Londres —el que domina el mundo de las luchas y las apuestas— pero que no obstante ama y respeta al padre.

Fabian de los bajos fondos al que no dejan que se salga con la suya, que pone la zancadilla y se la ponen a él mil veces. Bares nocturnos, calles oscuras, rostros anónimos, gentes de bajos fondos, carteristas, sin hogar, matones de poca monta, mujeres sin escrúpulos… todos con motivos para traicionar, amar, irse, regresar, vengarse… Gente sin caretas.

Pero Fabian se hunde, se hunde y corre. Y está cansado y se da cuenta de que muchos, incluso su amada Mary (que nunca abandona), le habían avisado de que era hombre muerto porque él no piensa, actúa. Él es hombre de impulsos. Nunca piensa en las consecuencias. Él es de los supervivientes del momento presente. Fabian está solo, desesperado descubre que nadie le va a tender una mano, sólo una anciana sin hogar que le deja tomar un respiro y un cigarrro. Sólo Mary que también cansada se acerca al hombre asustado y le da cariño. Y le dice que siempre se ha esforzado y le acaricia con ternura y le mira y le dice con pena que qué lástima que su esfuerzo siempre haya sido en cosas malas. Y él sonríe y quiere hacer algo bueno…, pero es un fracasado y tiene que seguir corriendo, huyendo… hasta que alguien le pare.

Y al final Fabian no es solamente un traidor y un mentiroso sino un pobre hombre al que se le come la ciudad y la noche…

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