No soy ningún ángel (I’m no angel, 1933) de Wesley Ruggles

¿Quién de las nuevas generaciones recuerda a Mae West? En su época tanto en las tablas de teatro como en sus papeles cinematográficos fue todo un fenómeno. Cuentan que con sus éxitos iba salvando a la Universal de la crisis económica. Siempre tuvo problemas con la censura, incluso llegó a ir a la cárcel por uno de sus espectáculos en los escenarios. Sin embargo, antes de que se estableciera definitivamente el código de censura (aproximadamente en 1934) pudo dejar sus obras cinematográficas (en ésta película del viejo baúl es ella también autora de los diálogos).

La West era todo un personaje fuera y dentro de la pantalla. Y la formula de su éxito era hablar del sexo sin dobles morales, directamente, se reía a carcajadas de los hombres. Era la reina del doble sentido. Ella era especial. Sus frases son memorables. La West se alejaba de todos los prototipos existentes: no era bella, iba toda ella barroca, con kilos de maquillaje, tenía más que curvas… cuerpo amplio, rubia de platino exagerado, y llegó a la pantalla en la cuarentena…, cuando cantaba, andaba, o hablaba con sus muchos amantes en pantalla parecía que tenía un orgasmo continúo. Era digámoslo la reencarnación de la mujer vulgar pero tremendamente sexual. Y su personaje funcionó entre hombres y mujeres que llenaban las salas para ver sus aventuras sexuales. Su exageración era llevada también a su vida real.

La West era consciente de su poder y sus productos eran controlados por ella. Incluso elegía a los actores que la acompañaran en sus devaneos en pantalla. Ya se sabe que uno de los actores que eligió para que estuviera a su lado fue un joven y guapísimo Cary Grant que se iba abriendo camino en el cine. Por supuesto, en No soy ningún ángel, él es el hombre que la atrapa.Cuando se estableció y triunfó definitivamente el código de censura pueden suponer como esta bomba sexual cayó en el olvido. La West no era moral. Sus diálogos tampoco. Sus historias tampoco… ¿el castigo? El olvido y una complicada distribución de sus películas.

De No soy ningún ángel como de otras películas hay que escuchar las letras de sus canciones y fijarse en lo que cuenta. Mae era desenfadada, sus historias también. Siempre era una mujer de mundo entre mil hombres. Y nunca, nunca, nunca salía mal parada. Después, de la censura esto sería otro cantar, la menor infidelidad era castigada, las mujeres fatales era raro que tuvieran finales felices. Pero la Mae, sí. Era libertina y nunca se arrepentía además se quedaba con el chico que la amara. En No soy ningún ángel se convierte en Tira, una estrella del mundo del circo, una domadora de leones…y de todo tipo de hombres que pierden la cabeza por ella. No tiene desperdicio ningún detalle de la película. Ella siempre viaja con las fotos de sus distintos amantes y las coloca al lado de figurillas de animales…los animales con quien les compara. La domadora se comporta como si fuera una diva y es lo pasa divinamente metiéndose con los hombres y de sus dotes de seducción con sus criadas negras que se parten de risa con sus señora. Tira es transparente por vulgar, no tiene doble cara. Y eso les enloquece. Es bomba sexual y no lo oculta. Sabe manejar a la jauría de hombres que la seduce cada día. Genial la escena del juicio en que ella se convierte en la interrogadora de los testigos y donde se mete en el bolsillo al juez, al jurado masculino y por supuesto al demandado, su amor, el bello Cary Grant.

La Mae lleva trajes imposibles pero ella se ve tan divina y bella que esta sensación traspasa la pantalla y todos los espectadores la vemos como la bomba sexual que muestra ser. Cuando habla por teléfono, cuando susurra, cuando anda con un bamboleo de caderas continuo, cuando se parte de risa y dice con voz grave y con altos grados de sensualidad: “cuando soy buena, soy buena; cuando soy mala, soy mucho mejor”… no se pierdan su sonrisa irónica. Ni sus malos modales, son parte del encanto de su personaje.

No soy ningún ángel no es tanto una buena película como un documento de cómo podría haber sido un cine sin excesivas censuras. Lo pícaro y lo barroco lo convierten en una obra interesante. La personalidad de la West, trasciende. Un cine en que hubiera entrado de todo el buen arte o personajes excesivos como la Mae que tenía fans por doquier. A malos tiempos, buena cara… la West subió el mundo del cabaré a las pantallas cinematográficas.

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