Bésame, tonto (Kiss me, stupid, 1964) de Billy Wilder

Seguimos con las películas impopulares del bueno de Wilder. Esta vez la crítica le vapuleó con una de sus comedias, Bésame, tonto. Fue considerada como obscena y de mal gusto. En España, la censura cortó una de las escenas en las que era más que evidente la infidelidad de la amada esposa del protagonista. 

Corren los años sesenta y Wilder se adelanta, en una ácida comedia, a la revolución que está a punto de eclosionar y cambiar mentalidades. Cuestiona temas fundamentales que pronto se verán en el cine sin tantos problemas. La doble moral, la institución del matrimonio, las relaciones sexuales, la prostitución…, y también es un sentido homenaje hacia un tipo de música que ya iba desapareciendo para dar paso a otros estilos musicales, a otra generación de cantantes. 

Como siempre Wilder no era políticamente correcto y dejaba otra galería de personajes inolvidables y sentidamente humanos. La prostituta Polly, La Bomba (explosiva Kim Novak), la amada esposa o “costillita” (bella y sensual Felicia Farr), el marido patológicamente celoso (uno de los grandes secundarios de los 50 y 60, Ray Walston, que sustituyo de manera brillante al inicialmente protagonista Peter Sellers que por sus problemas de salud no pudo actuar), el amigo gasolinero con ansia de fama (Cliff Osmond), el cantante, juerguista y ya decadente y pasado de moda, Dino (en una autoparodia de sí mismo, Dean Martin)… son los protagonistas de otra ingeniosa comedia de la vida del genio cínico. 

Y, sí, volviéndola a ver, afirmo que Bésame, tonto es una buena comedia, llena de momentos brillantes. La obscenidad y mal gusto que se vio en el momento está totalmente superado de tal modo que hoy la película resulta tierna. Otro de los motivos de su fracaso puede ser que en el reparto no había ni una cara de los actores de comedia con los que solía trabajar el maestro (Lemmon, Matthau, McLaine, la Monroe…). 

El enredo planteado es absolutamente genial. Orville, el marido celoso y fracasado maestro de piano, y su amigo, que trabaja en la gasolinera de la localidad, idean un plan para retener a un cantante de fama que pasa por casualidad por su retirado pueblo porque creen que pueden venderle una de sus canciones –la verdadera pasión de ambos– y que les lleve a la fama. El cantante famoso es un mujeriego y juerguista, un hombre egocéntrico y egoísta que entrará inconscientemente en el juego que planean los dos amigos con tal de acostarse con la sensual esposa de Orville, a la que intuye todo un monumento. Orville, sin embargo, es un celoso patológico que siempre imagina infidelidades imaginarias con cada uno de los hombres con los que se relaciona su mujercita (su alumno de 14 años, el dentista de su esposa, el lechero…) y por nada del mundo quiere que Dino, el cantante, conozca y seduzca a su mujer. Por eso, su amigo sugiere que se enfade con su esposa por una noche para que ésta se vaya del hogar y por una noche sea sustituida por la prostituta más popular de la localidad, Polly. Orville acepta el plan. La comedia y las risas están servidas. 

El intercambio de papeles es uno de los mejores gags y el que sustenta todo el significado de la película. La encantadora Polly, con ansias de ser mujer respetada y querida con esposo fiel, y “costillita”, la esposa modelo que por una noche se salta las normas de matrimonio fiel, que se convierte en Polly sin comerlo ni beberlo para un Dino que no se entera de nada y esto sin dejar de amar ni un solo momento a su celoso esposo. Una canita al aire, vamos. 

Como toda comedia de Wilder (guionista también junto al segundo colaborador de su carrera L.A. Diamond) contiene momentos inolvidables y divertidos: el único camarero que no ríe ante las gracias de Dino, los jerseys del profesor de música con las caras de todos los grandes compositores de la historia, la cena surrealista entre Orville, Dino y Polly; las agresiones irracionales del marido celoso a todos los imaginarios pretendientes de su casta esposa, las otras prostitutas del local donde trabaja Polly, el loro de la prostituta que se entretiene frente al televisor, los intentos de Orville por enfadarse con su esposa –genial el intento del pomelo emulando una de las escenas más famosas de Enemigo público–, los guiños a la música de Dino, Sinatra, Streisand, Crosby y los grandes compositores como Cole Porte y compañía que ilustran una etapa de la canción americana que ya en aquellos momentos iba a ser sustituida por otras músicas y ritmos… 

Bésame, tonto permanece oculta ante tanta comedia brillante de Wilder. Merece ser revisitada y descubrir todos sus encantos, cinismos, picardías y destapar la caja de risas con mucho sentido.

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