Burt Lancaster

Es difícil hablar de Burt Lancaster. Para mí, según van pasando los años y según voy accediendo a más interpretaciones o conociendo más de su biografía, se va convirtiendo en un actor con mayúsculas y en una personalidad arrebatadora.  

Lancaster fue un absoluto autodidacta en la interpretación pero se enamoró de su profesión y de película en película se convirtió en grande. Aunque ya desde que empezó exhibía las cualidades que le hicieron grande: personajes de carácter y camaleónicos, su arrebatadora sonrisa, el atractivo físico, un rostro con muchas historias, su expresión corporal, su dinamismo y fuerza… 

También, el hombre, no el actor, contribuyó a su leyenda –y a mi reivindicación–. Extremadamente independiente, nunca quiso convertirse en muñeco de las productoras y luchó por construirse la carrera cinematográfica deseada. Desde finales de los años cuarenta se arriesgó con la producción y fue el artífice de que jóvenes directores empezaran sus carreras. En esos años, los finales de los cuarenta, él apostó junto a más compañeros por un cine independiente y un cine que tratara temas relevantes y progresistas (lo que le causó no pocos problemas en una época que azotaba fuerte la caza de brujas). Un ejemplo de producción fue la película Marty, todo un ejemplo de cine realista norteamericano. Él quería buenos papeles y fue a por ellos. Su carrera es camaleónica…, tocó todo tipo de géneros: cine negro, cine bélico, westerns, dramas históricos, cine de aventuras, cine social… 

Lo reconozco, cada vez, Lancaster me enamora más y aunque llevamos catorce años sin él, sus películas lo retienen vivo y vital. Su primera aparición ya hizo historia: Forajidos (1946). El actor es un boxeador fracasado que cae poco a poco y que su vida es más destrozada si es posible por su amor hacia una femme fatale con los rasgos de Ava. Después de buen cine negro aparece en otros trabajos que explotan su faceta oscura como Voces de muerte (1948) donde nos encontramos con una  Barbara Stanwyck indefensa y aterrorizada. 

De pronto su carrera da un giro a principios de los cincuenta y se convierte en el aventurero acróbata más simpático, guapo, divertido y amable de Hollywood. Toda la vitalidad de Lancaster luce en dos entretenidas películas –que son mucho más que entretenidas pero si me pongo a explicar no acabo este perfil–: El halcón y la flecha y El temible burlón. En estas películas aprovecha su preparación física juvenil, Lancaster había trabajado en el circo. 

Y también en esta década comienza a realizar personajes dramáticos que van dejando huella. Además, encuentra también un filón de personajes interesantes en el mundo west. El cine bélico le da papel de militar de alto rango que se enamora de mujer casada y viven tórrido romance con escena en la playa con visos de censura… él, duro, dulce y hermoso, un cóctel explosivo en De aquí a la eternidad. 

Se junta con uno de los grandes Gary Cooper y una jovencísima Sara Montiel en una entretenida cinta del oeste, Veracruz, y con el mismo director Aldrich, se transforma en un indio en Apache y deja un cinta que sigue la estela de algunos western que empiezan a dar otra visión de la historia de los indios y los colonos. 

En 1955 es atrapado por el espíritu del dramaturgo Tennesse Williams y está arrollador como camionero buenazo y locuelo que logra seducir a una viuda destrozada y amargada con rostro de Anna Magnani. La rosa tatuada es una extraña película entre dramática y bufonesca que se deja ver con placer por la interpretación de estos dos grandes… y por sus rarezas, como producción cinematográfica, que la hacen hermosa. Un año después vuelve otra vez al mundo del circo en la entretenida Trapecio, Lancaster protagoniza una historia de amor a tres bandas con Tony Curtis y Gina Lollobrigida. 

El año 1957 le traen dos maravillosos papeles: en una película de corte realista que presenta un Broadway oscuro, donde Lancaster se transforma en un corrupto e influyente periodista y un joven representante que lucha por sobrevivir con las mismas armas con cara de Tony Curtis, Chantaje en Broadway. El otro papel sería en Duelo de Titanes, otra buena versión del duelo OK Corral. 

Para el año siguiente nos depara el papel de un galán alcohólico y autodestructivo que vive en un peculiar hotel donde todos los inquilinos esconden y guardan sus penas y secretos. Una película donde Deborah Kerr, Rita Hayworth y David Niven y otros ilustres secundarios acompañan muy bien al actor en esta triste historia coral de soledades, Mesas separadas. 

Los sesenta llegan muy fuertes. Grandes papeles, el oscar, su colaboración con el director John Frankenheimer y su intervención en prestigiosa y maravillosa película europea-italiana. 

Primero protagoniza un extraño western junto a John Huston con una Audrey Hepburn distinta. Una historia de hermanos, celos, violencia, racismo, pasiones desatadas, mestizaje… y con imágenes dignas de recordar: como una delicada anciana tocando el piano en plena naturaleza o las vacas pastando en el techo de la  peculiar casa de los protagonistas. Se trata de Los que no perdonan. 

Y ese mismo año, en 1960, está impresionante como falso predicador, un hombre pícaro y pecador…, un buscavidas en la increíble por original, fuerte y extraña El fuego y la palabra. Un triste retrato de una América profunda que se deja llevar por predicadores de toda índole que se aprovechan de la ignorancia y del arrepentimiento de almas perdidas. Burt Lancaster ganó oscar. 

Al año siguiente conoce al director John Frakenheimer que le dirige en Los jóvenes salvajes –no la he visto– y empieza una colaboración profesional que genera películas tan interesantes como: El hombre de Alcatraz (1962), uno de los papeles más recordados de Lancaster como un hombre preso que se rehabilita a través del estudio de los pájaros en prisión. Una impresionante película bélica, El tren (1964), sobre los esfuerzos de un grupo de hombres para salvar las obras de arte que van en un tren durante la II Guerra Mundial, con un Lancaster que se sale. Y otras dos películas de las que tengo referencias pero no he podido ver: Siete días de mayo y Los temerarios del aire. 

Su reputación como actor de prestigio sigue creciendo con papeles tan impresionantes como el que realiza en Vencedores y vencidos, como un científico que ha colaborado con el régimen nazi y es uno de los acusados en el juicio de Nuremberg. Lancaster ofrece un personaje lleno de contradicciones y matices. En 1963 actúa en una grandiosa película italiana con Luchino Visconti, El gatopardo. Burt Lancaster, el muchacho de la calle, el actor autodidacta, el aventurero acróbata, el duro del western, el pícaro vital… sorprende a todos, y muy bien, como todo un aristócrata, Don Fabrizio, príncipe de Salina. Lancaster está perfecto. En esta década sigue además trabajando con directores que son promesa como el independiente John Cassavettes (Ángeles sin paraíso) o Sydney Pollack y continúa con el género del Oeste, protagonizando una divertida película y extraña mezcla de temáticas, en La batalla de las colinas del Whisky.  Termina la década con una original película, El nadador, una adaptación de un cuento de John Cheever, donde un atlético y maduro Lancaster va descendiendo al más absoluto desencanto en un viaje de piscina en piscina. 

En las próximas décadas Lancaster sigue de trabajador infatigable aunque va espaciando cada vez más sus apariciones cinematográficas. En los años setenta sigue trabajando fuerte en películas del Oeste y se estrena en el género de moda: el de las catástrofes (Aeropuerto y El puente Cassandra). Vuelve a trabajar con Visconti (Confidencias), también aparece como secundario en una de las grandes obras de Bertolucci (Novecento) y Louis Malle le deja un papel inolvidable en 1980 como jugador anciano que se enamora de su joven vecina en la triste y nostálgica, Atlantic City. 

En los ochenta ya aparece menos pero nos deja una divertida película junto a Kirk Douglas en Otra ciudad, otra ley en 1986. La recuerdo en su estreno –no he vuelto ha verla– pero me dejó el ver a dos grandes abuelos que mostraban cómo seguían siendo los más duros, divertidos y dinámicos. Como muestran que en el pasado los gangsters tenían más clase (por lo menos los del cine) que los delincuentes con los que se encuentran en los ochenta. Su última interpretación fue en el edulcorado éxito del actor de moda, Kevin Costner, Campo de sueños. 

¿Cómo no tener a Burt Lancaster en un puesto elevadísimo del Olimpo de los actores, de los amantes de la sala oscura? Cada vez que le veo, empieza a cortárseme la respiración y si ya sonríe…

2 comentarios en “Burt Lancaster

  1. Maravilloso viaje el que nos has regalado en brazos de uno de los más grandes del cine. Su filmografia es impresionante como destacas, y su inteligencia en la selección a lo largo de toda su carrera prueba de ello. Capaz de gesticular como nadie o de la máxima contención, de un vulgar burlón al más exquisito aristócrata. Tu crónica transita por la devoción y la admiración, y para los que amamos el cine y a este enorme actor, es emocionante leerte. Un abrazo y gracias por tu crónica.

  2. Querido Altaica, que bueno leerte de nuevo. Y qué bonito comentario. Mil gracias… Y es cierto la filmografía de Burt Lancaster es impresionante, y fue efectivamente, como bien dices, muy inteligente en su selección de proyectos cinematográficos. Yo no me canso de ver sus películas y de descubrirle una y otra vez.

    Beso
    Hildy

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