Elegy

Me gusta el mundo visual y de imágenes que ofrece siempre Isabel Coixet en cada una de sus películas. Me gustan sus historias extremadamente románticas. Y, Elegy, personalmente, no me ha decepcionado en absoluto. 

Isabel Coixet consigue que en ciertas escenas me emocione. Lo de Coixet es extraño. Es cierto que a veces sus guiones son demasiado etéreos y poco realistas…, pero me llegan. Que sus imágenes, a veces, son imagen sobre imagen y sólo imagen, pero me llega. Sus personajes, también entre irreales y etéreos, pero me llegan… 

Así que no puedo convertirme en detractora de su obra porque de alguna manera, y no sé explicar por qué exactamente, el cine de la Coixet me llega y conecta conmigo. Luego, la veo en sus apariciones públicas, en sus entrevistas u otros menesteres y no puedo creer que sea la misma persona que me emociona a través de la imagen. Isabel Coixet se convierte en alguien dual. Y no es que me parezca negativo pero me extraña. ¿La Coixet pública, una especie de showman extraño, es la misma que me conmueve en pantalla? Sí. Sólo hubo una aparición suya que me dejó intuir su amor al cine. Que me acercó más a ella. Y fue durante su programa en Carta Blanca de La 2. 

En Elegy la Coixet se introduce a su manera en el mundo literario de Philip Roth. Y que quede claro que es a su manera. Así construye una, para mí, preciosa historia de amor…, que me llega. No he leído El animal moribundo pero no creo que se acerque a la sensibilidad de la Coixet, sin embargo, ella lo lleva a su terreno. Algunos achacan, que claro, que como era una película de encargo, y el guión no era de Isabel, que esta película no es de las suyas. Pues yo pienso que es película Coixet 100 por 100 para amarla u odiarla. Elegy es para seguir amándola, su cine, sólo su cine. 

Quizá, no sólo sea gracias a su peculiar mirada y cuidado visual. Esas escenas en la playa, las escenas románticas (más que erótico festivas o sexuales), la recreación en los rostros, en una lágrima, en una sonrisa, la soledad de los personajes en las calles llenas de gente, unas manos tocando un piano, esa música siempre cuidadosamente elegida…, sino a la interpretación de cuatro actores que se sumergen en el universo de la directora y logran emocionar en cada transformación o en cada anécdota. 

Dennis Hopper, el amigo poeta vital que se va apagando sin darse cuenta y va dejando besos, besos que muestran lo que le gusta amar y reír bajo su cinismo siempre aparente. Patricia Clarkson, la amante madura y sexy, que es consciente de que su libertad no le ha dado la felicidad absoluta, y que siente cómo envejece y quizá, puede, que termine en soledad. Benditas sus lágrimas. O un Ben Kingsley grande, ese profesor universitario inmaduro, siempre, que se aleja del compromiso o de lo que pueda ser una atadura, que disfruta de la belleza y del sexo, pero que no se ata ni quiere amar a nadie pero, de pronto, indefenso se siente solo y viejo…, y con ganas de amar y ser amado aunque le cueste reconocerlo. Y, por último, otra de las sorpresas, una Penélope Cruz que juega con las lágrimas y la mirada, con un rostro limpio y bello, que hace de joven alumna cubana que trata de despertar al viejo profesor con algo llamado amor. Que quita la careta del cínico, duro y libre señor. 

Quizá también me llame la atención esa reflexión velada de temas de esta creadora como es el paso del tiempo, el dolor, la belleza, la vejez, el miedo, la soledad, la enfermedad y el amor, siempre, el amor. 

No sé explicar muy bien por qué pero el cine de Isabel Coixet…, me llega. 

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