En la soledad de la sala oscura.
La pantalla blanca empieza a vomitar imágenes.
La espectadora engulle.
Y nunca se cansa.
De pronto, realiza un viaje a lo más hondo de los sentimientos.
El exterior no importa.
La espectadora vive en otro tiempo y espacio.
Vive mil y una vidas.
No se cansa.
Nunca se cansa.
Porque el cine es vida.
Vida, una y otra vez.