Ararat (Ararat, 2002) de Atom Egoyan

Genocidio: Exterminio o eliminación sistemática de un grupo social por motivo de raza, de etnia, de religión, de política o de nacionalidad.

Diccionario de la Real Academia Española

 

Ararat es una interesante obra cinematográfica donde el director armenio-canadiense Atom Egoyan aborda de una manera intelectual (casi un ensayo) el genocidio armenio por los turcos a principios del siglo xx.  Así llama la atención cómo cuenta esta historia y la estructura que propone Egoyan en la película. Ararat no pretende emocionar (o por lo menos a mí me dejó cierto aire de frialdad y distanciamiento) sino exponer algunos planteamientos y reflexiones del director-creador a través de una película de ficción. Y por eso puede chocar o parecer que no es absolutamente redonda, lo que sí plantea es una propuesta para ser desmenuzada y analizada en profundidad.

El primer valor de Ararat es que sea una película que trata de acercarse a un hecho histórico apenas tratado en el cine (me viene a la cabeza una película que no he visto de los hermanos Taviani, El destino de Nunik) y todavía desconocido (además de polémico pues todavía no es reconocido, sobre todo por el propio Gobierno turco pero también por otros países, si realmente se produjo en el año 1915 un genocidio… y éste es un punto desconcertante y dramático porque relega a todo un pueblo al olvido y a obviar su sufrimiento) desde una perspectiva original: ante la condenación al olvido, ante la negación de la memoria, ante la negación de una realidad cruel, ante la impotencia de unos supervivientes que tratan de enteder su historia y otros que se lo niegan… la posibilidad del arte de transmitir una verdad a través de distintos lenguajes expresivos, de atrapar el sufrimiento e impotencia de un pueblo, el evitar el olvido de los que perecieron… Pero no sólo es ésta la única manera de acercarse a ese intento de recuperación de la verdad y la memoria lo que plantea Ararat sino que hay otros caminos que de alguna manera marcan en el presente a cada uno de los personajes.

Atom Egoyan en su estructura introduce varios personajes clave que afrontan de distinta manera ese ‘olvido impuesto’ y convierten Ararat en una denuncia inteligente. Hay una presencia en toda la película que de alguna manera une a todos los personajes y es una figura histórica, un superviviente del genocidio armenio, que pudo llegar a EEUU. Esta figura histórica es un artista, un pintor, que vivió en su piel el genocidio. Arshile Gorky, un pintor de vida atormentada, que arrastró su pasado (y diferentes etapas de asumir ese pasado que él mismo quiso olvidar)… Ararat nos lleva a su estudio y a la creación de un cuadro a través de una fotografía. La única fotografía que posee Gorky junto a su madre poco antes del exterminio. La fotografía que documenta su pasado, la fotografía que recuerda que tuvo una madre que murió en la deportación… La fotografía que muestra una infancia arrebatada, que se convierte en tormento porque le conecta con un pasado que no le dejan que aflore.

Esta figura histórica es un personaje de una película que está realizando un renombrado director armenio (Charles Aznavour) que quiere plasmar el genocidio de su pueblo y dejarlo reflejado en una película que trata de recoger su visión como superviviente (quiere extraer la esencia de ese genocidio según su punto de vista y se tomará ‘licencias poéticas’ para poder llegar más al espectador lo que quiere contar… como que el monte Ararat —un símbolo— se vea desde un balcón desde el que es imposible su visión. Pero es una verdad que sale de su interior y ‘recrea’ esa verdad que sale de las entrañas) y reconstruir sus recuerdos (y todo lo que le contaron). El director explica que lo que más le duele es no entender todavía cómo fueron tan odiados y como ahora que no les dejan recordar, siguen siéndolo. Qué fue lo que motivó ese exterminio… cuando eran también ciudadanos turcos…

Arshile Gorka también es el personaje central del nuevo libro de una historiadora armenia (Arsinée Khanjian) que se acerca a la verdad a través de una exhaustiva documentación. Que trata de entender con testimonios y acercamiento a la historia con rigurosidad qué pasó y cómo esto sigue marcando a su pueblo (su primer marido murió cuando intentaba asesinar a un diplomático turco y es señalado en EEUU como terrorista). Ella es contratada como asesora histórica en dicha película y trata de entender esas ‘licencias poéticas’ que el director pone en imágenes para acercar su verdad.

En dicha película trabaja también como conductor el hijo de la asesora, un joven (David Alpay) que trata de entender al padre ausente y al que le remueve algo en su interior el rodaje (y también las difíciles relaciones entre su madre y su novia) y trata de encontrar la verdad (el origen) del genocidio viajando a Turquía y filmando aquellos sitios que pueblan los recuerdos de los supervivientes. Encontrar la verdad desde la emoción, desde el viaje y el descubrimiento. Captar la tierra del olvido, las huellas del genocidio…

Ahí también se encuentra un actor de origen turco (Elias Koteas) pero nacido en EEUU que se mete en la piel de Jevdet Bay, gobernador de Van (una de las regiones más castigadas y donde el pueblo armenio trató de resistir ante el asedio turco), y uno de los perpretadores del genocidio. Él hace otra interpretación de la historia, cree que hubo un enfrentamiento armado entre armenios y turcos durante la Primera Guerra Mundial y que eso es muy distinto a un genocidio. Apuesta por vivir el presente y seguir en el olvido.

Uno de los actores principales es un norteamericano que se mete en la piel de otro personaje histórico, Clarence Ussher, un doctor norteamericano que trabajaba para la Cruz Roja y fue testigo presencial de la masacre de Van. Después trató de testimoniar lo que vio en un libro e instaba a los armenios que lograban salir del país que contaran su verdad, que avisasen sobre la masacre, que informaran… El actor se empapa del genocidio armenio a través de las memorias del doctor norteamericano y cree totalmente en lo que cuenta. Se identifica con él.

Así llegamos al policía de la aduana (Christopher Plummer), que está a punto de jubilarse, y entrevista al joven armenio que ha viajado hasta Turquía y trae unas ‘misteriosas’ bobinas de películas de 35 mm. Entrevista que articula parte de la película. Plummer estará unido al joven por una serie de casualidades y escucha toda la historia del genocidio armenio a través del relato del joven. Y conecta con la tragedia y con el joven a través del sentimiento y de las complejas relaciones paterno-filiales. Siente esa búsqueda de respuestas que vive el joven, ese querer comprender al padre ausente…

Atom Egoyan presenta las imágenes del genocidio no como un flash back a un pasado real sino mostrando una película dentro de una película. Lo que vemos es el horror según lo reconstruye el director armenio Edward Saroyan (que encarna el cantante de origen armenio Charles Aznavour) que quiere expresar su dolor y negarse al olvido. Que quiere mostrar lo que ocurrió desde su particular mirada. Así en su manera de mostrar la tesis de su ensayo, Egoyan me recuerda a la técnica que empleó Harold Pinter para adaptar la novela de Fowles a la pantalla, La mujer del teniente francés, película que dirigió Karel Reisz.

Así Egoyan construye un peculiar ensayo (y muy complejo porque permite múltiples miradas) sobre las ‘formas’ de recuperar la memoria y lograr contar la verdad de un acontecimiento que se quiere relegar al olvido y las consecuencias dolorosas que esto genera en las distintas generaciones.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons 

7 comentarios en “Ararat (Ararat, 2002) de Atom Egoyan

  1. Ay, Atom Egoyan, frío. Uff. Y más en esta película. Lo que debe haber sido muy complicado para él es no cargar aún más las tintas en una película tan emocionante para su biografía como debe ser Ararat (algo parecido debió pasarle a Wajda en «Katyn»). Fíjate que incluso se reserva un papel, el director de cine intepretado por Aznavour (¿Saroyan o Egoyan?), otro armenio de origen. Así que en mi opinión, la cualidad máxima de «Ararat» es lo sutil que es su discurso: la imposibilidad de pintar unas manos, las manos de una madre, el recuerdo más doloroso e insoportable: la pérdida irreparable. Pero sin lágrima fácil.
    Saludos.

  2. Creo, en efecto, que es fría, y que al pretender contarnos una historia global más allá de la emotividad personal, paradójicamente el impacto, siendo enorme, pierde fuelle. Los saltos temporales, la abundancia de personajes y perspectivas, ofrece una visión «documental», como bien dices, pero falta de emoción. O sea, que uno la ve como quien ve un reportaje, pero sin empatizar, sin identificarse. Y por ahí creo que vienen las carencias. Por otro lado, es sinceramente brutal.
    Besos

  3. Precisamente creo que por lo que le ‘tocaba’ se acercó fríamente porque nos cuenta algo brutal desde la cabeza (desde la reflexión). Y aunque los personajes sobre todo algunos sean emocionales los muestra con distanciamiento, un distanciamiento que a mí me llega como espectadora. Me gusta mucho, Licantropunk, cuando señalas lo sutil de su discurso y la imposibilidad de pintar unas manos… Me interesa muchísimo cómo nos cuenta y estructura Egoyan esta historia.

    Besos
    Hildy

  4. Mi querido Alfredo, sí, ese distanciamiento hizo que Ararat no me llegara plenamente. Pero sin embargo la construcción de la narración cinematográfica y las reflexiones que realiza me engancharon totalmente. Y tienes razón «es sinceramente brutal». Quizá lo que hace es muy complejo porque te ‘llega’ a través de un discurso intelectual muy bien elaborado, y deja aparte el corazón (y esto no quiere decir que sus personajes no ‘sientan’ o sean emocionales…, sí todo es algo extraño y difícil de explicar).

    Besos
    Hildy

  5. Excelente texto Hildy. Aunque hace tiempo que la ví, recuerdo el impacto a muchas bandas. Esa idea de no comprender lasrazones de que fuesen tan odiados, me la has refrescado.
    Una reflexión general al hilo delos comentarios, muy interesantes. Me dio por pensar como en ocasiones tendemos a criticar, en general, a las películas que abordan estos temas aplicando cierto ternurismo o sentimentalismo, como si fuese un debe.
    Y sin embargo, si se hace una reflexión más neutra nos parece fría la película. Me quedo pensando sobre ello. Sobretodo debido a que es imposible que estas historias que refleja Egoyan dejen indiferente.Un abrazo.

  6. … Buena reflexión. Yo sí que pienso que hay películas que se hacen más con la cabeza que con el corazón. Creo que Egoyam no te deja en absoluto indiferente, es más te hace reflexionar y acercarte a la historia desde rincones insospechados (y curiosamente emocionantes… como la creación artística)pero creo que es un material que le duele tanto que se distancia de él y prefiere diseccionarlo de otra manera. Pero creo que el horror de lo que cuenta me ha llegado igual pero sin empatizar hasta la médula con los personajes.

    Lo difícil creo yo es el equilibrio entre corazón y cerebro…

    Ararat es cerebro. Las nieves del Kilimanjaro de Robert Guediguian es corazón. Y ambas dos me han hecho pensar muchísimo.

    Ja, ja, ja… luego están las películas con almíbar (¿puedes creerte que también soy capaz de disfrutarlas?) tipo EL DIARIO DE NOA para moquear toda una tarde sin más… La verdad es que alivian bastante.

    Besos
    Hildy

  7. Pues claro que me lo creo. Es que un chuletón de buey no es incompatible con una mousse de limón o una tarta de frambuesa.
    O traducido a la bebida, hay momentos para un buen whisky…Y otros en los que lo que apetece simplemente es un refresco. Un abrazo.

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