Diccionario cinematográfico (45)

Erotismo (1º parte): despidamos el año de forma picante. Nos iremos al cine clásico (a la década de los treinta) y las ciento una y mil posibilidades de erotismo insinuado…, bastante más conseguido que el explícito uso de la sexualidad. El erotismo consigue que la mente del hombre y la mujer imagine y sueñe, se eleve. Vamos, que la cabeza nos funcione un poco más. El secreto de plasmar el deseo sexual pertenecía a los clásicos. Casi al inicio del sonoro, cinco heroínas con sus galanes respectivos fueron las reinas del erotismo –bueno, hubo muchas y muchos más, esto sólo es un ejemplo de posibilidades–. 

Y empieza la fiesta de erotismo cinematográfico: Joan Crawford, toda ella lujuria y deseo, que vence al puritanismo, en Lluvia (1932) de Lewis Milestone. ¿Imaginan la lluvia incesante en una selva, una mujer seductora, hermosa y pecadora haciendo que caiga a sus pies a un puritano y radical pastor? Marlene Dietrich da la llave de su apartamento a un joven legionario Gary Cooper. Y el deseo llena la estancia. Nunca una aparición de una dama había causado tanto desvarío. La Dietrich baila y canta en un cafetucho marroquí, toda hermosa, vestida de frac y con sombrero de copa. Seduce por igual a hombres y mujeres en Marruecos (1930) Josef von Sternberg. 

La gran Bette Davis recibe castigo por ser seductora y erótica en un triste relato sobre la decadencia en Cautivo del deseo (1934) de John Cromwell. Su camarera Mildred obsesiona a un estudiante con cara de Leslie Howard. Y, nos vamos a una gran venus rubia, que elevó las salas a un erotismo de altas temperaturas. La malograda Jean Harlow que nos regaló sus juegos seductores en varias producciones. La rescatamos en Mares de china (1935) de Tay Garnett junto a otro rey de la sensualidad masculina, Clark Gable. Como ven el mar, tierras lejanas, el hombre de mar y la mujer de mundo son los reyes del erotismo. No olvidemos que esta pareja erótica ya había subido temperaturas en la primera versión de Mogambo que en 1932 rodó Victor Fleming con el nombre de Red Dust. 

No podíamos dejar esta flamante lista del erotismo clásico sin la gran Greta Garbo que ya en el cine mudo mostraba sus armas para seducir a los hombres. Podemos recogerla en el sonoro en Mata Hari (1931) de Robert Fitzmauricie o en alguna de las escenas de La Reina Cristina de Suecia (1933) de Robert Mamoulian. Como espia sensual o como reina ambigua, da igual, la Garbo da rienda suelta a una sensualidad que se escapaba de cada uno de sus poros y movimientos. Ellos son Ramón Novarro y John Gilbert, reyes de lo erótico en el cine mudo, junto a su compañero Rodolfo Valentino. ¿Y qué me dicen de ellos? ¿Alguien ha olvidado al periodista más sensual de los treinta con cara de Clark Gable, que se mostraba sin camiseta de tirantes, en la maravillosa Sucedió una noche (1934) de Frank Capra? Alguien olvida su erotismo a flor de piel seduciendo a la millonaria Claudette Colbert. 

¿Y el primer Cary Grant? Recordemos que le llevó a la fama de la mano, todo un mito sexual, la gran Mae West. El pícaro y sensual Grant joven luego se transformó en el elegante Grant del futuro. Pero, recuérdenlo en La venus rubia (1932), No soy un ángel (1933) o La gran aventura de Silvia (1935).  Tampoco se queda atrás el joven Gary Cooper, que hizo suspirar, por su belleza, su sonrisa erótica y canallesca. Ahhh, luego sería el prototipo del honesto e incorruptible héroe americano –que confesémoslo, no lo hacia nada mal–, pero damas y caballeros, sus principios marcaban otros rumbos. No le olvidemos en Marruecos (1930), en la primera versión de Adiós a las armas (1932) o en Una mujer para dos (1933). También, se podía suspirar allá en los treinta por el intrépido Errol Flynn, el juguetón de sonrisa impertinente y cuerpo atlético que hacía suspirar si alguna vez caíamos en sus brazos en Capitán Blood (1935), Robin de los Bosques, 1938 o La vida privada de Elizabeth y Essex (1939).

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