Jack Nicholson

Un rostro joven y poderoso ya hacía sus pinitos de galán del terror en las producciones de Roger Corman en los años sesenta (La tienda de los horrores, El cuervo, El terror, La matanza del día de San Valentín…). Jack Nicholson ya se comía la pantalla a través de mirada profunda y sonrisa pícara. 

Ya en 1969 se metió en una película de culto con uno de los papeles más atractivos. Se trata de Easy Rider o un canto a la libertad. Jack tiene cara de abogado sabio y borrachín con final trágico. Nicholson dice a la juventud de aquellos años que los seres humanos tienen miedo a la libertad y por eso no soportan a la gente que vive libre, sin ataduras y miedos. Por eso, la persiguen y tratan de apalearla. Jack Nicholson entra a formar parte de los dioses de la sala oscura por mérito propio. 

Poquito a poco sigue ascendiendo y rodando con grandes directores de la época, emergentes, o con los ya clásicos. Son los años del nuevo cine americano, los años 70. Curiosamente, sus obras más recordadas son con directores de países europeos. Así rueda junto a un joven e inquieto Roman Polanski puro cine negro, Chinatown o el detective de la nariz rota, enamorado de una rubia que guarda más de un secreto. O se transforma en un gran Randle McMurphy que lucha en un psiquiátrico contra la autoridad por la autoridad. Un hombre con ideas propias que trata de devolver humanidad a sus compañeros. La pérdida de salud mental no quiere decir la pérdida de tomar decisiones, de disfrutar de la vida… Milos Forman le regala un papel de oro que Nicholson borda, Alguien voló sobre el nido del cuco. Impresionante canto a la libertad individual. Corre el año 1975 y Nicholson es uno de los reyes de la sala oscura. No hay producción de prestigio que no cuente con su presencia. 

También, actúa en obras de directores clásicos como Elia Kazan (El último magnate) o Vicente Minelli (Vuelve a mi lado) o directores míticos de los setenta como Hal Ashby (El último deber) o el director promesa Mike Nichols (Conocimiento carnal, Dos pillos y una herencia y años más tarde, en los ochenta, Se acabó el pastel). Y en esta década aún le queda tiempo para dirigir su primera película, Camino del sur, una del oeste. Años después rodaría en los noventa, The Two Jakes, una recuperación se su personaje en Chinatown, el detective Jake Gittes. 

Los ochenta llegan con fuerza. Jack empieza la década con tres películas que hacen historia. El terror psicológico llega a cumbres altas en El resplandor de Stanley Kubrick. Quién no recuerda el rostro patético de un Nicholson al borde de la locura rompiendo una puerta con un hacha y asomando su horrible cara para pánico de Shelley Duvall. Nadie olvida el erotismo de un Nicholson salvaje y Jessica Lange hermosa en la mesa de una cocina de los años treinta en El cartero siempre llama dos veces. Y por supuesto su contenida y cínica interpretación de Eugene O’Neill en Rojos de Warren Beatty.  

Su prestigio continúa elevándose, da igual verle en un melodrama tipo La fuerza del cariño o recuperando las películas de gangster con el gran John Huston (El honor de los Prizzi). Las brujas de Eastwick no sólo le permite trabajar con las actrices más prestigiosas y de moda del momento (Michelle Pfeiffer, Susan Sarandon y Cher) sino que le hace tener éxito en un género que le convertirá en rey en el siglo XXI, la comedia. Y, ese mismo año, 1987, nos hace llorar o emocionarnos con su personaje de un sin hogar en los años de la depresión, Tallo de hierro de Hector Babenco. Dos años después, el histrionismo, que a veces sus detractores le echan en cara, llega hasta el lado extremo con un Tim Burton que juega a los comics en su peculiar visión de Batman. Nicholson es el malvado Joker.  

En los noventa, Jack ya es un clásico de rostro reconocido que se permite un paseo por superproducciones, películas independientes, algún proyecto fallido o como actor fetiche de actores que se ponen ante la cámara. Así le vemos en producciones como Ella nunca se niega, Algunos hombres buenos, Lobo o de nuevo con Tim Burton en un papel secundario en la alocada Mars Attacks. O como actor fetiche de un Sean Penn tras la cámara en Cruzando la oscuridad y más tarde en El juramento.  Sin embargo, le faltaba un papel que le devolviera el trono en pantalla. Y lo consigue con una comedia de finales de los noventa. Jack Nicholson se transforma en Melvin, un escritor maniático y solitario, al borde del trastorno, que ve como su ordenada vida salta por los aires ante un vecino homosexual y una camarera de la que de forma extraña, se enamora. Un Nicholson entre insoportable y tierno (difícil combinación) se convierte en grande en Mejor…imposible. 

Y, en el siglo XXI, se vuelve impagable. Su rostro triste se apodera de una película sencilla y maravillosa, A propósito de Schmidt, un retrato sobre la soledad de un jubilado. Un relato tierno, amargo con unas dosis de humor. Alexander Payne sale a la palestra cinematográfica de la mano de Nicholson que, como casi siempre, borda su papel. En la sala oscura, Jack es ya un viejo amigo que ahora nos hace reír. Y consigue junto a Diane Keaton el triunfo en una comedia romántica en la que lloras de la risa. Los dos protagonistas, actores ya muy maduros, y su historia de amor llenó las salas de carcajadas. Cuando menos te lo esperas de Nancy Meyers se convirtió en un fenómeno. Los dos maduros actores pegan una patada a insulsas historias de jóvenes enamoradizos, sin gracia alguna, y nos regalan escenas de lo más divertido y romántico. Y en el 2006 se deja llevar de la mano de Martin Scorsese en un papel de duro, de los que ya sabemos que da el pego, en Infiltrados es el malvado. Ya sabemos que en esos papeles, Jack, también sabe lo que hace.El viejo amigo no abandona la sala oscura y sabemos que muy pronto ahí lo tendremos para hacernos pasar miedo, reír o llorar…, no abandona. 

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