Meryl Streep

Linda vive los estragos de Vietnam…, pierde para siempre a Nick. Ya nada será igual. El rostro de Meryl Streep empieza a surgir con más fuerza en las grandes pantallas cinematográficas de finales de los años setenta. En El cazador se empieza a tener en cuenta a una mujer de rostro frágil y picassiano. En aquellos momentos, vive su despedida con un ya enfermo John Cazale, con el que vive una intensa historia de amor. A Cazale le dio tiempo a mostrarse como gran actor…, nadie olvida su intervención en esta película ni al Fredo de El Padrino. Streep estuvo ahí hasta el final. 

No sólo trabaja con los grandes como Fred Zinneman (Julia), Michael Cimino o Woody Allen (Manhattan) sino que ninguna película norteamericana de prestigio de los ochenta prescinde de su rostro. El éxito internacional la atrapa en lacrimógeno drama de divorcio Kramer contra Kramer pero su estrellato inminente y su prestigiosa carrera en el mundo de los oscar se consolidan con una maravillosa adaptación de la novela de William Styron, La decisión de Sophie (Alan J. Pakula) donde el rostro de Streep sufre el horror del Holocausto. Sophie es una joven polaca con un pasado que pesa demasiado y que se aferra a una relación dura y hermosa con Nathan (sublime Kevin Kline) que trata de huir de la locura.  No hay salida. La actriz se alza por segunda vez con una estatuilla. 

Para grandes y atormentadas mujeres, la cara de Streep… La mujer del teniente francés, Silkwood, Plenty o un lejano remake de la pequeña obra maestra de David Lean, Breve encuentro: Enamorarse. El breve encuentro es en el metro, a principios de los años ochenta, entre Meryl y Robert de Niro. 

En 1985 se transforma en Karen Blixen en Memorias de África. Y todo el mundo recuerda cómo vive una trágica historia de amor con un cazador libre. Quién olvida a Karen contando historias, luchando por sus tierras y su gente, volando en avioneta con su amante, bailando a Mozart con gramófono de fondo…  

Streep puede con todo: drama, comedia alocada, misterio…, no se le resiste papel alguno. Salta de se acabó el pastel, a la depresión de los años 30 en Tallo de hierro, grita en la oscuridad y sufre la vida y amores de una diablesa, recibe postales desde el filo y se encuentra divertida en La muerte os sienta tan bien. Ahora, sí, se pierde absolutamente, con cara de susto o poseída en La casa de los espíritus y nos hace creer que está hecha para el cine de acción en Río Salvaje. 

En 1995, Clint Eastwood la regala otro papel inolvidable. Este director y actor recrea una historia de amor, de las de siempre, y nos hace temblar de emoción tras la sala oscura. Los puentes de Madison nos devuelve a una Meryl Streep poderosa transformada en Francesca, una ama de casa, a la que bastan cuatro días para vivir la historia más intensa de su vida junto a un fotógrafo maduro con cara de Eastwood. 

Y sigue como reina del melodrama, como una Bette Davis o una Joan Crawford del cine dorado, de madre sufridora en Antes y después salta a la habitación de Marvin y se implica en las melodías de unos muchachos sin rumbo en Música de corazón. 

De nuevo es rescatada para un papel maravilloso en Las horas de Stephen Daldry. Su personaje de Clarissa nos enfrenta de nuevo a todo tipo de emociones. Una editora en Nueva York, enamorada de su amigo Richard –enfermo de sida– y que descubre cómo se le han escapado los momentos de felicidad absoluta por no ser consciente de ellos…, esperando otra cosa. Esperando otro futuro que no llega. 

Y su carrera en el siglo XXI sigue viento en popa como musa en El ladrón de orquídeas, en lo único que merece la pena de la comedia El diablo se viste de Prada, en la despedida de un cineasta como Altman en El último show. Y con un montón de trabajos por estrenar. La esperamos en una película de Robert Redford sobre la guerra de Afganistan. ¿Nos seguirá sorprendiendo su rostro en la oscuridad?… 

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