Tallo de hierro (1987) de Hector Babenco

Héctor Babenco es un director de imágenes inolvidables e impactantes. Si ves una película de Babenco siempre te queda en la retina una escena. Aunque no vuelvas a verla en años. Y eso es mucho. 

En los años ochenta, Pixote le dio la fama, un drama sobre la violencia, como círculo vicioso, que sufren los niños de la calle en Brasil (un niño pobre de la calle, Fernando Ramos da Silva fue el protagonista…, este niño, actor reconocido por una película, murió trágicamente a los 19 años de ocho disparos de la policía). El beso de la mujer araña le proporcionó prestigio internacional. Una historia intensa donde nadie olvida esa celda donde convivían dos presos muy diferentes (los rostros eran de dos actores sublimes en esos personales, William Hurt y el desaparecido Raul Julia): un homosexual –narrador de historias– y un preso político –torturado una y otra vez–. Por ahí estaba la mujer soñada, Sonia Braga. Después, vinieron Tallo de hierro, que ahora nos ocupa; Jugando en los campos del señor (quien olvida una Katy Bates enloquecida o Tom Berenger, hermoso y obsesivo), una triste fábula sobre la capacidad del ser humano para destruir y arrasar a otros (los indios niaurna) así como cargarse rincones del planeta tierra o la para mí impresionante Carandirú donde el director con la nueva cantera de actores brasileños muestra la masacre en la cárcel brasileña…, antes nos cuenta un montón de historias de los prisioneros que se desnudan el alma frente a un doctor que ha sido contratado para que controle el SIDA en la prisión y tome las medidas sanitarias necesarias –si le dejan y puede–. 

Héctor Babenco (nacido en Argentina pero nacionalizado brasileño) muestra un duro retrato de la depresión de los años 30 en Tallo de Hierro (una adaptación de la novela de William Kennedy). Se centra en los olvidados, en los que quedaron fuera, en los excluidos, los sin hogar. Seguimos a Jack Nicholson como Francis, un hombre atormentado por un accidente que tuvo con su hijo recién nacido, que eligió la calle y el alcohol para intentar que el dolor huyera… abandonó al resto de su familia (su mujer y dos hijos) y una brillante carrera como jugador de béisbol. Deambula por las calles, perseguido por el pasado, por otros muertos, por otros acontecimientos, sin perdonarse nunca. La historia de un hombre protector que falla frente al ser humano más frágil, su pequeño. 

Acompañamos hacia su fin a una mujer que se rompe en cada instante, la dulce Helen, una mujer desencantada que ama la música y sigue y cuida a Francis –ambos dos se acompañan y se quieren–. Con el hígado destrozado, y como una niña inocente que surge de la mugre se refugia en un sitio caliente para morir, en soledad. Sin molestar a nadie. Meryl Streep ofrece las escenas más melancólicas, bellas, y difíciles de digerir por su dureza. Su retrato de una mujer sin hogar es perfecto en todos sus matices. Helen es el gran personaje de esta historia.  

Lloramos por la triste historia de Rudy (con  rostro del cantante de la voz rasgada y bella, Tom Waits), un joven, también, inocente, cansado de ser vagabundo pero que no encuentra salida. Rudy no puede salir porque además está aquejado de problemas de salud mental. Y contra él irán los incomprensibles golpes y toda la violencia de los hombres que quieren terminar con la exclusión a través de la violencia. Porque se creen superiores dentro de su mediocridad. Ni el fuerte y poderoso Francis puede salvarle. Menos mal que lo último que pudo ver Rudy, sonriendo, fue la vía láctea, tarareando una hermosa canción. 

Tallo de hierro es de esas películas que en cada escena te haces más pequeño porque el corazón se te va rompiendo y cayendo en pedazos ante la tristeza de las imágenes.  

Francis trata de recuperar su pasado real en un momento de la película y regresa a la casa familiar en unas escenas emotivas. Se presenta después de dos décadas con un pavo…, y a partir de allí un montón de sentimientos se disparan de los hijos y de su esposa (con el rostro de una cansada Carroll Baker). Tallo de hierro contiene bellas imágenes para unos personajes que deambulan excluidos del mundo y con pocas posibilidades de incorporarse. A veces, se vislumbra una puerta. 

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