Al Pacino

Bobby se pincha en Needle Park. Él es un yonki de rostro tierno. Al Pacino se transforma en joven de barrio que las pasa putas, enamorado de Helen. Pero cuando escasea la heroína, todo da igual. Incluso el amor. Y si hay que traicionar, se traiciona. Todo por una dosis. Bobby lo sabe y lucha por cambiar de rumbo pero no puede. Por eso, sonríe, por eso, olvida (Pánico en Needle Park, 1971, Jerry Schatzberg). 

Al Pacino es Michael Corleone, el joven idealista que quiere alejarse lo más posible de su familia de mafiosos pero un hecho inesperado hace que se transforme por venganza en un implacable Padrino. Corleone es un personaje shakesperiano, trágico. Capaz de todo por amor y por odio. Ama a su familia con tal intensidad que la destroza. Michael Corleone se va quedando solo en un mundo de poder, odios, guerras y traiciones. A sus personas queridas se las lleva la muerte o se les va el amor. Pierde a su padre, pierde a Sonny y Fredo, sus hermanos, pierde a su primera esposa y también a la eterna novia y segunda mujer Kate, pierde a sus hijos… Su sueño, su vida, se transforma en lo que nunca quiso ser. Y, eso hace tremendamente triste a Michael Corleone (Trilogía El padrino, 1972, 1974,1990). 

Lionel te parte  el corazón en cada escena. Un tipo encantador, vital y joven con muy mala estrella se encuentra con otro sin hogar, un cascarrabias, Max. Ambos se complementan y quieren. Lionel con cara de Al Pacino es inocente y tierno. Sueña con ver a su hijo pequeño y darle su regalo. Sueña con ser un tipo feliz y con trabajo…, pero a Lionel le pueden los golpes de la vida y la locura. Menos mal, que ahora, tiene a Max (El espantapájaros, 1973, Jerry Schatzberg)  

Un ladrón homosexual, un abogado que lucha por la justicia, un dramaturgo que se levanta una y otra vez para rehacer su vida…, son personajes que nos va regalando Al Pacino. Deja su propia huella y marca en cada metro de celuloide (Tarde de perros, 1975, Sydney Lumet. Justicia para todos, 1979, Norman Jewison. Autor, Autor, 1982, Arthur Hiller). 

Y, llega el precio del poder y Al Pacino es un Tony Montana cubano con aires chulescos y violentos que quiere ser un asesino con clase y que una rubia cocainómana como Michelle Pfeiffer se enamore de él. Quiere crear un imperio del crimen y lo consigue aunque llegue a extremos de locura y paranoias. Este Montana no hace que echemos de menos al gran Paul Muni, el cara cortada de los años 30. Más gangster. Más elegante. Son distintos pero con las mismas obsesiones. Por ahí anda la hermana que lleva a ambos al desastre… porque la quieren demasiado. Todo es extremo en el Montana de Pacino. Tony Montana pierde al mejor amigo por lo que cree traición…, él no entiende a los que ama (El precio del poder, 1983, Brian de Palma). 

El actor se pegó un batacazo con Revolución, desapareció del mapa hasta que volvió a conquistar la oscuridad a golpe de melodía y seducción o transformándose en viñeta a lo malvado en Dick Tracy…, pero yo volví a enamorarme cuando me enterneció como Johnny, ese cocinero sencillo y vital que hace que una Frankie triste de la vida recupere un poco de esperanza. De pronto, sin embargo, se convierte en el empresario más agresivo y trepa que David Mamet pueda escribir en Glengarry Ross. 

Y llegó la hora del Oscar en una película que bordó aunque de corte absolutamente clásico y además remake. Es el ciego suicida que guía a un jovenzuelo, que le enseña a valorar la vida y que ésta está (valga la redundancia) llena de sensaciones, sabores, aventuras, olores, sensualidad… (Esencia de mujer, 1992, Martin Brest). 

Pero donde Al Pacino sube a los altares cinéfilos y se queda grabado a fuego lento en mi corazón es con su rostro y estética hortera años setenta como Carlito Brigante, el asesino que quiere llevar una vida normal, que quiere ser legal, que quiere vivir una tranquila historia de amor…, pero el entorno y el barrio le puede y no le deja. Carlito Brigante me emociona en cada escena: cuando habla con los suyos, cuando rompe una puerta para reunirse con la amada, cuando tiene que volver a matar, desesperado; cuando descubre traiciones, cuando sueña, cuando ve que no tiene posibilidades de huir…, Carlito Brigante que estás en los cielos o en la tierra, yo apuesto por tu rescate una y otra vez, en la oscuridad de la sala (Atrapado por su pasado, 1993, Brian de Palma). 

Siguen los mil rostros memorables como el policía justo que persigue al ladrón toda una vida en Heat. Mucho se habló de su enfrentamiento en pantalla con Robert de Niro. Los dos iconos de los años 70 juntos por primera vez en los 90 (aunque rodaron la mayoría de las escenas separados como en el Padrino II. Sólo una les enfrentó en pantalla). Profesionales ambos dieron su particular lección de interpretación. Después, Al Pacino vomita a todos su amor por Shakespeare, su obsesión teatral, y da su particular visión como actor y director de Ricardo III. Los ojos se vuelven a llenar de tristeza y angustia ante su patético y a la vez tierno (siempre tierno) gangster cansado y con ganas de retirarse en Donnie Brasco. Su última escena, de antología (aunque suene a tópico). Después de tanta tristeza, Al Pacino decide pasar el rato y se convierte en un encantador malvado que asusta a una joven pareja que pacta con el diablo. Vuelve a un drama con prestigio en el momento pero un poco rollo, una crítica a las tabacaleras, un dilema, vamos. Le recupero, a mi querido Pacino, en Insomnio, que me vuelve a hacer llorar como policía cansado muy cansado de ir tras los que cometen locuras. Con ganas de parar, y como siempre no le dejan. 

Me quito el sombrero ante los angustiosas horas de un relaciones públicas en su declive profesional. La doble moral. El doble juego, lo distinto que es lo que digo a lo que hago, el juego de la supervivencia, el perdedor…, todo en el rostro único de Al Pacino. No logra irse de un mundo vil aunque Kim Basinger le tiende una mano y le da posibilidad de soñar que es posible huir, volver a los buenos tiempos. Aunque sea un espejismo. Ya se nota en el rostro de Kim (Relaciones confidenciales, 2003, Daniel Algrant). 

Al Pacino sigue trabajando para atraparlo una y otra vez en la oscuridad de la sala.

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