Norma Desmond baja las escaleras

Y Billy Wilder que está en los cielos y nos dejó su legado en tierra, nos llevó al crepúsculo de los dioses del celuloide en una de sus películas más ácidas y tremendas sobre el séptimo arte. Ahí está presente el bueno de Buster Keaton (que casualidades de la vida hablé de él en el post anterior y es que una cosa lleva a la otra…, hasta el infinito)  para recordarnos que el pasado existe.

Wilder rescata también del cine mudo a un glamurosa Gloria Swanson y a un misterioso Erich von Stroheim (y es que el austriaco domina el cine silente…, ¿quién no recuerda la unión de estos dos rostros en los años 20 en ese ejercicio inacabado pero insinuado que fue La reina Kelly? Wilder lo sabe y proyecta…).

El crepúsculo de los dioses (1950) es una historia de decadencias. Una vieja diva anclada en el tiempo que no quiere ver su derrota; un joven y atlético guionista (William Holden) que empieza a sentir que su vida es un continuo tobogán que lo lleva a lo más hondo…, y una enorme mansión que se cae a pedazos de pasado.

El crepúsculo es una de las historias más tristes entre una diva ajada y un gigoló venido a menos. Triste, triste, triste…, como diría la gran Martha de Albee. Ella fue una gloria grande que no quiere olvido, él un joven que ve que se hace mayor y sin sus sueños cumplidos.

Hay momentos de gran belleza. Porque la gran diva, cuando logra alejar la locura, logra momentos de seducción sublime. ¿No es absolutamente encantadora cuando imita, ¡y cómo lo imita!, al gran Charlot?

La secuencia: es una película llena de secuencias y escenas inolvidables…, pero atrapa con fuerza el final de la gran Norma Desmond. No quiero descifrar nada de la historia por si hubiera algún lector que todavía no hubiera visto esta joya cinematográfica. Pero puedo describir la fuerza de una mujer ya totalmente atrapada por el pasado, una mujer que ya no distingue entre la realidad y la ficción…, una mujer que siempre se siente estrella ante cualquier tipo de cámara o foco…, Norma Desmond camina hacia su destrucción pero sin perder ni un ápice de su carácter de diva. Arreglada, ataviada, maquillada, como una gran estrella del cine mudo, baja unas escaleras, lenta y solemnemente dando una patada a una realidad que la destruye…, y hundiéndose para siempre en el dulce celuloide y gloria del pasado.

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