El rey pescador (1991) de Terry Gilliam

El norteamericano Terry Gilliam, ex miembro del mítico grupo de humor británico Los Monty Python, cuenta con una filmografía extraña. Es capaz de lo peor y lo mejor. Lo que nadie puede negarle es su capacidad para crear mundos fantásticos. Su parte buena me cautivó totalmente a principios de los noventa con El rey pescador. Una historia sobre el dolor y la culpa. Una historia sobre la amistad. Una historia de amor. Una historia sobre el cuarto mundo, sobre los sin hogar y sus razones. Una historia de esperanza, Santo Grial y el caballero rojo que simboliza todos nuestros miedos. Una historia sobre la locura y la soledad. Una historia sobre cómo un acontecimiento trágico e irracional (el salvaje tiroteo de un tipo solitario –¿por qué lo hizo?– a un bar de moda) cambia radicalmente la vida a víctimas y supervivientes. 

El otro día volví a verla en dvd en televisión. Es una película que me gusta, me atrapa y suelo ver cada x tiempo. Los cuatro actores principales realizan una composición de sus personajes que traspasa la pantalla y llega muy hondo. No te importa ser testigo del día a día de las personas de carne y hueso que encarnan Jeff Bridges (cómo me gusta), Robin Williams (en uno de sus papeles estrella), Mercedes Ruehl (qué bien te cae, cómo deseas que sea feliz) y la torpe y romántica Amanda Plummer. 

El rey pescador funciona porque es una fábula, un cuento medieval del siglo XX, un Nueva York diferente, una historia de búsqueda y cambio, un cuento sobre la vida… Sus protagonistas son Parry, un sin hogar con problemas de salud mental y Jack, un showman de la radio, egocéntrico, que carga con la culpa y el fracaso. Jack es el rey herido y Parry el bufón ingenuo con un punto de locura. Y ambos encuentran el Santo Grial. Algo parecido a dar un sentido a sus vidas. 

La película está llena de diálogos y escenas geniales. Hay una en concreto que siempre me hace reflexionar. La protagoniza el cantante y actor Tom Waits en una escena que transcurre en Grand Central Station. Tom Waits es un sin hogar en silla de ruedas que en un momento dado explica a Jack su función en la sociedad. Y te deja en el sitio.  -Si paga, no tiene que mirar. Un tipo trabaja ocho horas al día, siete días por semana. Si le hinchan las pelota, empieza a dudar de la naturaleza de su existencia. Un día a punto de salir, su jefe le llama y le dice: “Bob, ven aquí y lámeme el culo”. Y él dice: “Al carajo. Me da igual lo que pase. Quiero ver la cara que pone cuando le clave las tijeras en el brazo”. Entonces piensa en mí. Dice: “Un momento. Tengo dos piernas y dos brazos. Y al menos no pido limosna”. Seguro que Bob deja las tijeras y saca la lengua. Yo soy una especie de semáforo moral. Es como si dijera: Luz roja, no sigas. 

La historia del rey pescador es también una historia sobre el amor. Las damas de los dos caballeros andantes y perdidos cumplen su función de amor idílico y apasionado. Son dos mujeres que transforman, dos mujeres que esperan el amor y lo encuentran. Dos mujeres fuertes –cada una a su manera– que son más realistas que sus caballeros andantes. Luchan por ellos. Y los aman con sus defectos y virtudes. Aman a los seres humanos que representan. Anne y Lydia nunca abandonan. 

Por último, destacar una canción que surge en numerosos momentos de la película. En momentos oscuros y desesperados pero que Parry convierte en mágicos y vivos. El personaje de Robin Williams tiene la cualidad de sacar de la miseria, la belleza…la magia. Se aferra a la vida y a lo bello. Siempre hace entonar a todos los olvidados un clásico del cine musical que entonaban los niños prodigio Judy Garland y Mickey Rooney… I like New York in june, how about you? 

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