El norteamericano Terry Gilliam, ex miembro del mítico grupo de humor británico Los Monty Python, cuenta con una filmografía extraña. Es capaz de lo peor y lo mejor. Lo que nadie puede negarle es su capacidad para crear mundos fantásticos. Su parte buena me cautivó totalmente a principios de los noventa con El rey pescador. Una historia sobre el dolor y la culpa. Una historia sobre la amistad. Una historia de amor. Una historia sobre el cuarto mundo, sobre los sin hogar y sus razones. Una historia de esperanza, Santo Grial y el caballero rojo que simboliza todos nuestros miedos. Una historia sobre la locura y la soledad. Una historia sobre cómo un acontecimiento trágico e irracional (el salvaje tiroteo de un tipo solitario –¿por qué lo hizo?– a un bar de moda) cambia radicalmente la vida a víctimas y supervivientes.
El otro día volví a verla en dvd en televisión. Es una película que me gusta, me atrapa y suelo ver cada x tiempo. Los cuatro actores principales realizan una composición de sus personajes que traspasa la pantalla y llega muy hondo. No te importa ser testigo del día a día de las personas de carne y hueso que encarnan Jeff Bridges (cómo me gusta), Robin Williams (en uno de sus papeles estrella), Mercedes Ruehl (qué bien te cae, cómo deseas que sea feliz) y la torpe y romántica Amanda Plummer.
El rey pescador funciona porque es una fábula, un cuento medieval del siglo XX, un Nueva York diferente, una historia de búsqueda y cambio, un cuento sobre la vida… Sus protagonistas son Parry, un sin hogar con problemas de salud mental y Jack, un showman de la radio, egocéntrico, que carga con la culpa y el fracaso. Jack es el rey herido y Parry el bufón ingenuo con un punto de locura. Y ambos encuentran el Santo Grial. Algo parecido a dar un sentido a sus vidas.
La película está llena de diálogos y escenas geniales. Hay una en concreto que siempre me hace reflexionar. La protagoniza el cantante y actor Tom Waits en una escena que transcurre en Grand Central Station. Tom Waits es un sin hogar en silla de ruedas que en un momento dado explica a Jack su función en la sociedad. Y te deja en el sitio. -Si paga, no tiene que mirar. Un tipo trabaja ocho horas al día, siete días por semana. Si le hinchan las pelota, empieza a dudar de la naturaleza de su existencia. Un día a punto de salir, su jefe le llama y le dice: “Bob, ven aquí y lámeme el culo”. Y él dice: “Al carajo. Me da igual lo que pase. Quiero ver la cara que pone cuando le clave las tijeras en el brazo”. Entonces piensa en mí. Dice: “Un momento. Tengo dos piernas y dos brazos. Y al menos no pido limosna”. Seguro que Bob deja las tijeras y saca la lengua. Yo soy una especie de semáforo moral. Es como si dijera: Luz roja, no sigas.
La historia del rey pescador es también una historia sobre el amor. Las damas de los dos caballeros andantes y perdidos cumplen su función de amor idílico y apasionado. Son dos mujeres que transforman, dos mujeres que esperan el amor y lo encuentran. Dos mujeres fuertes –cada una a su manera– que son más realistas que sus caballeros andantes. Luchan por ellos. Y los aman con sus defectos y virtudes. Aman a los seres humanos que representan. Anne y Lydia nunca abandonan.
Por último, destacar una canción que surge en numerosos momentos de la película. En momentos oscuros y desesperados pero que Parry convierte en mágicos y vivos. El personaje de Robin Williams tiene la cualidad de sacar de la miseria, la belleza…la magia. Se aferra a la vida y a lo bello. Siempre hace entonar a todos los olvidados un clásico del cine musical que entonaban los niños prodigio Judy Garland y Mickey Rooney… I like New York in june, how about you?