Crítica La vida en rosa

No, no se arrepiente de nada. No se arrepiente de una vida intensa llena de acontecimientos trágicos. La niña gorrión, la niña de la calle y la miseria siempre tuvo algo claro: el amor y los escenarios eran las dos cosas que la mantenían con vida. 

El director Oliver Dahan nos sumerge de lleno en los recuerdos, sentimientos e imágenes inconexas sin orden cronológico de la gran Edith Piaf. Nos regala una radiografía interior de una artista, de una mujer fuerte con el cuerpo débil. Nos ofrece los recuerdos de su infancia, adolescencia y madurez. Los momentos trascendentes, mágicos y trágicos que tiene su biografía. La vida en rosa es un espectáculo maravilloso que te transporta al alma de Piaf con imágenes de gran fuerza y con la caracterización prodigiosa de Marion Cotillard. En la vida de la gran diva de la canción francesa todo era exceso: su amor, su pasión por la vida, su entrega al hombre que más significó en su vida –el boxeador Marcel–, sus enfermedades, sus dependencias, sus alegrías, sus tristezas, sus explosiones de alegría, sus enfados, sus relaciones, los accidentes de tráfico… 

Tras sus canciones, grandes actuaciones y momentos en los que cayó gravemente enferma, vamos recorriendo los momentos trascendentales de su vida. La niña que vivía en la calle primero con su madre cantante y alcohólica, después con su padre contorsionista y alcohólico…, su vida en un burdel con el amor maternal que le ofrece la bella prostituta Titine (Emmanuelle Seigner), su ceguera, la devoción a Santa Teresita del Niño Jesús, la primera vez que canta ante un público callejero La Marsellesa; su relación con Louis Leplée, su descubridor (un precioso papel de Gérad Depardieu); su dura relación con el maestro Raymond Asso; su amistad fraternal con otra niña de la calle, Momone; sus éxitos, sus conciertos, sus frustraciones, sus errores, sus amistades…, de sus amantes, maridos y relaciones con los hombres se dan trazos y la relación que más se desarrolla es la que vivió con el amor de su vida, el boxeador Marcel Cerdan. La escena en la que se narra el amor truncado por la tragedia es absolutamente envolvente. 

La vida en rosa brilla por las interpretaciones de los actores, por los trazos impresionistas, por la fotografía del japonés Tetsuo Nagata… y por las bellas canciones de la artista gorrión. De la diva vestida de negro con cuerpo pequeño y manos habladoras. 

 

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