El rostro de Keanu Reeves

Algunos piensan que es el segundo cara de palo –el primero recordad que era un genio, Buster Keaton– que ha dado el mundo del cine. Dicen que Keanu Reeves tiene un rostro inexpresivo. Pero cosas de la vida, a mí su rostro me susurra mucho. Ideal para personajes atormentados y ambiguos.

Keanu tiene un hueco en mi particular Olimpo de rostros de los noventa (adelanto que estará  brevemente formado por seis actores y por seis actrices que trabajan muchas veces en Hollywood. Ya vendrán, también, los rostros de los actores y actrices que pueblan las cinematografías de otros continentes).

Los cinéfilos empezaron a tenerle en cuenta como profesor de música, ingenuo e inocente, al que finalmente le toca mucho las narices el vizconde de Valmont y le reta a duelo en la maravillosa Las amistades peligrosas de Stephen Frears a finales de la década de los ochenta. Pero mi mente y corazón dijeron que merecía la pena seguir la carrera de este chico de ojos rasgados, sonrisa misteriosa y pelo negro cuando protagonizó la fantástica Mi idaho privado (1991) junto al desaparecido River Phoenix. Campanadas a medianoche, Shakespeare, drama y tragedia con una capa de modernidad. Reeves era perfecto como un niño rico que juega a ser rebelde y chapero que se hace amigo de los marginales de la ciudad pero que decide en un momento, con una frialdad que duele, despojarse de todo su pasado rebelde y recuperar sus privilegios de niño rico. El niño rico destroza pasivamente a todo el que pasa por su lado. Que se lo pregunten al tierno y homosexual, al frágil y narcoléptico Mike (River Phoenix).

Keau Reeves sabe –como muchos de los compañeros de su generación– que debe oscilar para ir cimentando su carrera como actor entre producciones pequeñas e independientes y grandes superproducciones comerciales que le hagan vivir bien. Así que se embarca en una interesante y original historia de surferos, que tienen una filosofía de vida muy particular, en Le llaman Bodhi (1991) y sufre lo suyo en ese gran monumento de cine gótico o tal vez barroco, Drácula de Bram Stoker (1992).

Después nos deja un secundario malvado y atormentado con barba de unos cuantos días en la peculiar visión de Branagh sobre la obra shakesperiana Mucho ruido y pocas nueces (1993). Reeves da una campanada a todas las taquillas en su papel de héroe de acción y rey de la velocidad en Speed: Máxima potencia (1994) junto a Sandra Bullock. El autobús es el tercer protagonista. Sigue en sus papeles comerciales unos menos fallidos que otros, da un paseo por las nubes con Aitana Sánchez Gijón y se quedan bastante solos y pacta con el diablo junto a una aterrorizada Charlize Theron.

De nuevo le llega un papel de oro en una película de ciencia ficción. Todos queremos volar por las paredes y esquivar las balas como Neo, Trinity y Morfeo. Reeves se transforma en héroe-mesias futurista. Con enormes gafas de sol y gabardina y pantalones negros se convierte en un icono del siglo XXI. Matrix (1999) le convierte en mito. Y seguimos, a veces hechos un lío no vamos a mentir, a Neo por Matrix en dos películas más (en 2003).

Ahora Keau Reeves sigue paseando su rostro por películas de terror (Premonición), de mucho amor (Noviembre dulce y La casa del lago) o se cuela en grandes comedias como personaje secundario (Cuando menos te lo esperas). El rostro misterioso de este moreno de ojos rasgados funciona en la ciencia ficción (Scanner Darkly, Constantine) o en el cine independiente (Thumbsucker)…, pero necesita volver de nuevo con fuerza en otro taquillazo que nos haga recordar su rostro…, para que nos siga susurrando como nadie cosas al oído.

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