Escritores de cine. Relaciones de amor y odio entre doce autores y el celuloide de José María Aresté

De pronto surgen libros con ideas muy interesantes. Y uno de ellos es éste que tengo ahora entre mis manos. Las tormentosas y a la vez maravillosas relaciones entre escritores y el séptimo arte. 

José María Aresté se centra en doce autores. Y, además, con un punto en común muy claro. Que los doce tienen o tuvieron algún tipo de relación directa con los estudios cinematográficos, con Hollywood. Su relación de amor-odio enriquece este estudio que además proporciona no sólo ganas de ver buenas películas sino de iniciar lecturas de libros maravillosos. Dos en uno. 

Los protagonistas son Paul Auster, Ray Bradbury, James M. Cain, Truman Capote, Michael Crichton, William Faulkner, Francis Scott Fitzgerald, Graham Greene, Enrique Jardiel Poncela, David Mamet, Arthur Miller y John Steinbeck. José María Aresté narra de manera completa, sencilla y amena las trayectorias literarias y cinematográficas de estos autores y deja un ensayo que da ganas de más. Te despierta el ansia de mucho más. Las relaciones de la literatura y el cine son largas e interminables…, y adentrarse en ese mundo es un regalo que no hay que perderse. 

Gracias a las reflexiones de José María Aresté, me he puesto a recordar cómo entré en contacto con los escritores de los que habla. 

Paul Auster, un escritor que me encanta, lo descubrí antes en sus relaciones con el cine que como escritor. Me dejé atrapar por las imágenes de Smoke y Lulu on the Bridge. Después, me enganché a su literatura con El mundo de las ilusiones y la misteriosa vida de ese actor cómico de cine mudo perdido, Hector Mann. Todavía sigo descubriendo una y otra novela. 

Mis relaciones con Ray Bradbury y Michael Crichton son mínimas. Nunca los he leído –aunque siempre hay tiempo–. Respecto a Bradbury, no es la película que más me gusta de François Truffaut pero me llamó mucho la atención –primero lo que leí sobre ella y después su visionado en dvd– Fahrenheit 451. La historia de ese bombero que se dedica a quemar libros prohibidos pero que se va transformando al conocer a una rebelde y se va empapando del amor hacia los libros. Luego, Aresté me ha descubierto que seguía en contacto con él con el Moby Dick de John Huston o con Rey de reyes de Nicholas Ray.De Crichton tengo que decir que me puede esa cosa tan fea que es el prejuicio. No me atrae en absoluto. No he leído ninguna de sus novelas ni me he dejado llevar por parques jurásicos, congos, comas, esferas, twister, acosos…, siempre tendré tiempo de dejar a un lado estúpidos prejuicios y descubrir tanto su literatura como su trabajo en el cine como guionista, director y productor. 

El cine negro y James M. Cain llamó a mi puerta con la versión de Jessica Lange y Jack Nicholson de El cartero siempre llama dos veces. He de decir que tampoco lo he leído pero su trabajo me fascina como guionista en Perdición de Billy Wilder. Es una película que nunca me decepciona y siempre queda en mi memoria el personaje magistral y ambiguo de Barbara Stanwyck. Me encanta como Fred MacMurray –con un personaje gris y normal– y Edward G. Robinson –con ese personaje que trata de poner orden en el rompecabezas a través de su profesionalidad– son simples marionetas para una historia de perdición. A partir, de la escena de Barbara bajando por las escaleras y mostrando su pulsera en el tobillo…, me encanta esta prenda.Hace poco también tuve oportunidad de dejarme enredar por una historia de pasiones y asesinatos, con unas protagonistas de lujo: una madre y su hija díscola en Mildred Pierce (Alma en suplicio) de Michael Curtiz. Esta película fue una adaptación más de una de sus novelas. Queda en mi cabeza la fuerza de Joan Crawford y la maldad disfrazada de inocencia en Ann Blyth. 

Con Truman Capote, el idilio viene de lejos. Leí antes que nada, por aquellas lecturas universitarias, A sangre fría, que me impactó como la película de Richard Brooks. Pero ya era una admiradora de la película Desayuno con diamantes que habré visto tropecientas mil veces. Cuando me compré la novela de Desayuno en Tiffany por anagrama, me encantó. Esta novela corta la releo una y otra vez. Me fascina el personaje de Holly. Y aunque película y novela son distintas, disfruto con ambas. Me llama la atención leer que uno de sus primeros trabajos en el cine como coguionista fue trasladar a la gran pantalla una historia de Cesare Zavattini. El intento de llevar al neorrealismo a Hollywood con Estación Termini (cómo habría cambiado la historia de esta película si la protagonista hubiera sido otra y no Jennifer Jones). La personalidad de Capote llama la atención por distinta. Me río de su papel extravagante y fuera de lugar en Un cadáver a los postres, me enfado con la mediocre Capote –que hizo ganar un oscar a Philip Seymour Hoffman– y me dejo atrapar por sus relatos breves. 

 

A William Faulkner, le temo. Varias veces he intentado acercarme a su obra y me ha costado. Le he leído poco. De nuevo es el cine el que me une a su trabajo. Como coguionista se ve su firma en las dos películas que cimentaron la leyenda de Lauren Bacall y Humprey Bogart: las inolvidables Tener y no tener y El sueño eterno. También, recuerdo lo que disfruto con los grandes melodramas de los años 50 que se sirvieron de sus argumentos. Me refiero a Ángeles sin brillo de Douglas Sirk o a El largo y cálido verano de Martin Ritt con un Paul Newman siempre bello. 

Por el dandy Scott Fitzgerald siento debilidad y por su historia de amor y sufrimiento junto a Zelda. Su novela de El gran Gatsby es de las pocas que he leído más de dos veces. La versión que se filmó con Mia Farrow y Robert Redford la recuerdo con cariño. Y me dejo atrapar de nuevo por el mundo del melodrama poblado de grandes estrellas en las adaptaciones de La última vez que vi París o Suave es la noche. 

El británico Graham Greene se merece un altar particular por su guión de El tercer hombre. Una adaptación perfecta de su propia novela donde conocemos la ambigüedad de Harry Lime (un Orson Welles brillante) –esto sí que es ambigüedad y no lo que presencié el otro día con El buen alemán–. El escritor creó historias donde reflejaba las contradicciones del ser humano como nadie.A Greene se le ha revisitado últimamente con dos muy buenas películas de Neil Jordan y Phillip Noyce, El fin del romance y El americano impasible. 

José María Aresté recuerda con Enrique Jardiel Poncela una historia fascinante –pero poco estudiada o mejor dicho transmitida– sobre aquellos escritores, de la otra generación del 27, que volaron a Hollywood en la época de transición del cine mudo al hablado para escribir los guiones de las versiones españolas que se realizaban de las películas americanas. Este dramaturgo divertido además muestra como también hubo escritores dorados en España que podían crear las mejores screwball comedies. 

De David Mamet persigo nerviosa e interesada su idilio con la pantalla. Y ahí se termina mi relación con él, no he leído nada. Sí he admirado su trabajo en el cine. Recuerdo que cuando se estrenó fue una de las películas que más KO me dejó al salir del cine. Estuve días y días pensando y dejándome llevar por las imágenes de Vania en la calle 42. 

El idilio con Arthur Miller empezó cuando yo era muy adolescente y me encantaba pillar todas las obras de teatro que tenía a mano. Mi madre conservaba una colección de libros muy pequeños que eran obras de teatro de los grandes. Ahí descubrí La muerte de un viajante y Todos eran mis hijos. Además, ya me interesaba por las historias y biografías de los actores y directores y me encantó descubrir que este señor había sido uno de los grandes amores de Marilyn Monroe. Después, todo han sido descubrimientos. Las adaptaciones de sus obras al cine y ese guión melancólico e incomprendido que nos regaló para una película cisne, Vidas rebeldes. 

Y termino mi recorrido nostálgico con John Steinbeck. Del que he leído tres de sus novelas que me fascinan. Creo que vino antes James Dean y al Este del Edén. Esa película me impresionó en mi adolescencia y no paré hasta conseguir la novela que me la trague de un plumazo. Me encantó el universo atormentado de Steinbeck. Después, vino la búsqueda de otra de sus obras que disfruté mucho y que siguió abriendo mi fascinación por los años 30, Las uvas de la ira. La película de John Ford atrapa su espíritu. Y, por último, probablemente mi favorita, De ratones y hombres. Me entusiasmó la adaptación cinematográfica de Gary Sinise y hasta que no conseguí la novela, no paré. No me decepcionó, me adentró más en el universo de los dos perdedores, Lennie y George.

(Escritores de cine. Relaciones de amor y odio entre doce autores y el celuloide de José María Aresté, Espasa Calpe, Madrid, 2006) 

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