La casa de bambú (House of Bamboo, 1955) de Samuel Fuller

¿Qué elementos hacen especial La casa de bambú?

Película de Samuel Fuller con su dosis de violencia, personaje malvado inolvidable…e historia de amor con mucha miga. La casa de bambú es un policiaco con dosis de cine negro pero a todo color en un lugar lejano, Japón. Son muchos los elementos que hacen de esta película, que en un principio puede parecer de entretenimiento, una experiencia interesante.

Fue rodada integramente en Tokio y era la primera vez que después de la II Guerra Mundial un equipo de filmación norteamericano del lejano Hollywood se acercaba a Japón. Como estrella principal femenina la actriz Shirley Yamaguchi (uno de sus muchos nombres artísticos), actriz y cantante nipona, y con una vida intensa que Ian Buruma relató en un libro, La amante china.

¿De dónde viene sus dosis de cine negro? Pues que se trata de un remake de una película de dicho género de 1948, La calle sin nombre (el guionista en ambas películas es el mismo Harry Kleiner, en la de Fuller, él, el director, se encarga de los diálogos).

La mezcla entre lo exótico, la dureza de los personajes que delinquen, el amor interracial y los escenarios elegidos convierten La casa de bambú en un visionado inolvidable. ¡¡¡Y además me confirma algo que no sabía, Fuller también puede ser sensible… y filmar romanticismo a raudales!!!

La historia empieza cuando la policía japonesa y el ejército norteamericano está en jaque ante dos asesinatos realizados con un mismo revólver (un militar norteamericano y un miembro de la banda que ha delinquido, también americano). Todo apunta a una banda de criminales capitaneados por Sandy, un sanguinario ex militar norteamericano que realiza sus fechorías con su banda de secuaces en Tokio.

Hasta ahí llega un ex recluso llamado Eddie Spanier, que iba a realizar negocios con uno de los asesinados, Webber (el miembro de la banda). Un tipo duro que sólo tiene como contacto el nombre de la viuda secreta de Webber, Mariko, una mujer aterrorizada y que nada sabe de los ‘negocios y asuntos’ de su marido con el que llevaba casada dos meses. Sin embargo, Spanier hace todo lo posible por ponerse en contacto con la banda de Sandy y lo consigue convirtiéndose además pronto en el favorito del líder. Poco a poco iremos descubriendo que Spanier no es la persona que creemos…

Nuestro Sandy es un elegante sanguinario con dosis de locura con el rostro de Robert Ryan que lo borda. Y Eddie es un correcto y contenidísimo Robert Stack. Así Fuller nos regala tres momentos claves que protagonizan ambos —pero donde Ryan se lleva el pastel—. Sorprendente la primera aparición de Sandy y su banda cuando menos lo esperamos…, tras la ruptura de una mampara japonesa con el cuerpo de un abofeteado Eddie, allí sentados, tranquilos y elegantes están Sandy y su pandilla. El primer atraco en el que participa Eddie: en la banda tienen una norma si alguno de ellos cae herido, otro se encargará de rematarlo para que no puedan confesar nada a la policía. Eddie cae herido. Y Sandy, sorprendiéndose él mismo, impide su muerte. Y, por último, la persecución final en un espectacular sitio de recreo japonés con distintas atracciones. Sandy se refugia en una especie de rueda gigante que gira lentamente y desde ahí manda sus disparos a diestro y siniestro.

Pero antes Sandy nos ha dejado varias escenas para el recuerdo como ésa en la irrumpe en una habitación donde un compañero al que cree culpable se está bañando en un tina y sin dejarle reaccionar dispara repetidamente. Luego, habla con él, cuando ya es un cadáver, dulcemente.

Otra sorpresa es la delicadeza y el desarrollo de la historia de amor interracial entre Mariko y Eddie con escenas sorprendentes como el primer desayuno juntos, el masaje de Mariko a un Eddie convaleciente donde él la interroga sobre qué le gusta a una mujer japonesa de un hombre…, y el costumbrismo reflejado, claro está desde la mirada de Samuel Fuller, de la cultura y las gentes de Tokio en los cincuenta.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

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