Pandora y el holandés errante (Pandora and the Flying Dutchman, 1950) de Albert Lewin

Érase una vez una mujer y un hombre que aparecieron muertos, flotando en el mar, atrapados en las redes de unos pescadores de la costa española. Estos pescadores los llevan hasta la orilla, hasta la localidad de Esperanza (dícese Tossa de Mar que nunca pensó que iba a recibir mayor reclamo turístico que esta producción cinematográfica con una estrella del calibre de Ava Gadner que disfrutó la vida y la noche española, que entró en el juego de flirtear con el torero Mario Cabré —pero él no se enteró de que sólo era un juego y se lo tomó algo más enserio— y que vivió uno de sus momentos tormentosos con Frank Sinatra que enterado en Hollywood de las correrías de su amada no dudó en hacerle una visita-tormenta). Allí recibe la noticia de su muerte un estudioso de culturas antiguas que se relacionó con ambos cadáveres en vida…, y él se convierte en el narrador de una historia de amor más allá de la muerte, de la vida, del realismo y surrealismo…

Ellos, los amantes muertos, son parece ser: Pandora, una cantante venida a menos norteamericana que está en esos momentos viviendo en Esperanza junto a otro grupo de extranjeros. Viven la belle epoque a la española… corre el año 1930, periodo de entreguerras y todavía lejana la guerra civil, queda tan sólo un año para la proclamación de la Segunda República Española. Pandora va de fiesta en fiesta mostrando su hastío y su incapacidad de amar, es una mujer fatal sin quererlo, sólo busca el hombre al que pueda amar locamente, amor fou. Mientras va dejando en el camino un reguero de hombres con corazones rotos capaces de matarse por lograr una mirada de la diosa del amor…, de una Pandora con su caja abierta que rompe en pedazos a toreros, pilotos de carreras, intelectuales… Y él es un holandes que ha arribado la costa en su barco solitario. Sólo le sabemos exquisito, educado, elegante y… atormentado.

Porque Pandora y el holandés errante es un producto extraño pero rico en muchísimos aspectos, no sólo extracinematográficos, sino la propia obra en sí, interesante y misteriosa, película demasiado exquisita incluso en el momento del estreno y hoy pulula casi en el universo de película de culto. Pandora fue obra de un hombre con una carrera cinematográfica enterrada y desconocida, Albert Lewin, que desde luego a pesar de ejercer como ejecutivo de la Metro, su cine estuvo muy alejado de circuitos comerciales. Sus películas se pueden considerar ejercicios intelectuales y cultos donde Lewin vomitaba sus conocimientos y reflexiones. Sus obras mejor distribuidas y por tanto más conocidas son El retrato de Dorian Gray y Pandora y el holandés errante.

Pandora tiene múltiples referencias a la cultura griega, a los dioses, centrándose en Pandora, primera mujer-eva creada por orden de Zeus, la de la caja de los horrores y la une con una leyenda del siglo xvii como la del holandés errante, ese hombre condenado, como Sísifo, al castigo divino de la eternidad a bordo de un barco fantasma. Pandora también tiene aire de leyenda antigua, de cuento romántico, de historia novelada sobre amor fou con ingredientes surrealistas, Pandora es una historia mediterránea con una España de fondo con sus noches de tablao flamenco, de voces desgarradas, de gitanas agoreras que leen destinos tristes, de toreros bravos, machos ibéricos al margen de la ley y bravos muy bravos, de fiestas a la orilla del mar, con músicos de un jazz que llega… Y de toda esta mezcla nace un melodrama romántico que pivota (y es su logro) entre el amor más extremo y las pasiones desatadas, el ambiente más camp sin llegar a rozar, siempre al extremo, el ridículo desaforado.

Así todo está envuelto en una especie de ambiente onírico y extraño, lejano, con una rica fotografía y unas imágenes fuertes, de colores contrastados, y noches de luna llena, donde subyace la belleza de una Ava Gadner hermosa que cimentaba así su leyenda de mujer deseada pero nunca alcanzada (de una belleza clásica comparada a una hermosa escultura o pintura estática) que disfruta de la vida al máximo y arrastra el fatalismo, y un James Mason como hombre atormentado y romántico que busca un amor verdadero, una mujer capaz de morir por amor para acabar con su viaje interminable y alcanzar la paz y la muerte.

Además el propio rodaje de la película es ya leyenda donde un Mario Cabré con inglés macarrónico (que por qué no aporta cierto realismo no así sus pocas dotes para la interpretación) se convirtió en anfitrión de la estrella. Así Lewin pudo rodar una corrida de toros que gozaba de la admiración de una Ava Gadner que siempre gustó de noches flamencas y tardes de toros. Llama la atención esta exaltación del mundo taurino y todos los tópicos que los rodean en un sitio donde ahora es actualidad su lucha antitaurina —pero que es una lucha ya lejana—. Y Lewin junto a Jack Cardiff logran secuencias de inusitada belleza surrealista sobre todo esa fiesta playera donde los invitados se mezclan en la arena junto a figuras antiguas de un pasado clásico, donde los músicos tocan sus instrumentos tumbados en la arena o donde una chica exaltada de amor termina haciendo el pino.

Así Pandora y el holandés errante contiene una belleza extraña de un amor fou donde una bella Ava Gadner desnuda y envuelta en una vela surge del mar para servir de rendición a un holandés triste…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.