La isla interior de Dunia Ayaso y Félix Sabroso

“Vengo de una familia en la que cada miembro dañaba a los demás. Luego, arrepentido, se dañaba a sí mismo” (Carlos Fuentes).

Martín, Gracia y Coral. Tres hermanos.

Madre y Padre.

Padre está enfermo. Lleva años, aislado y dependiente con destellos de realidad. Le diagnosticaron esquizofrenia.

Madre cuida y controla. Inflexible. Ahí encuentra fuerza. Mueve como a las piezas del parchís a un marido y a tres hijos que tratan de romper los hilos invisibles.

Porque dañan.

Porque no pueden alejar los miedos.

Porque el pasado pesa.Porque la herencia genética pesa.

Todos guardan secretos. Todos saben lo que es tabú. Todos saben lo que duele. Todos se miran, se quieren…, pero no pueden franquear la barrera.

Todos habitan en una isla interior. No hay puentes ni barca con remos.

Quieren ayudarse pero el dolor y el miedo lo impide. Y así se van rompiendo día a día  en pequeños pedazos.

Son frágiles.

Muy frágiles.

Y conmueven.

Martín es todo ternura. Y es tal el dolor que le causa no poder tenerlo todo bajo control. Es tal el dolor que le causa no poder estallar… Es un hombre tímido, apocado, ordenado, que se refugia en la literatura y en los sueños. La salida está en París, en la historia de un hombre asfixiado que lucha por salir, en la invención de un sueño donde huye con una alumna que él ruega le tienda una mano.

Gracia es la soledad. Es la única que huye a Madrid y trata de tomar las riendas de su vida. Vive con el miedo de la enfermedad que ha heredado. Y en las crisis, se quiebra. Trata de llevar una vida normal y no puede. Su isla interior la encierra. Ella es la actriz de una serie del montón, Veterinarios, y pronto su vida de ficción ocupa su vida real. Es momento de crisis. Lucha por distinguir, por comunicarse en un mundo real, por no caer, por aferrarse a lo que más quiere…, pero son puertas cerradas.

Coral, la niña-mujer fuerte que sólo clama que la quieran con normalidad. La niña que clama en silencio que la quieran. Que busca afecto pero no sabe cómo encontrarlo. Que se rompe por dentro y siente que el dolor la destruye, que lucha porque ama pero su rebeldía y culpa la atan a un pasado callado y doloroso que la destroza. La niña-mujer que escupe y grita, que sueña que la ama un hombre casado también frágil y por eso cruel.

Y el padre dentro de su isla interior. Atrapado y consciente, en ráfagas de lucidez, del dolor que provoca, trata a su manera de acabar con el daño infligido.

Madre, que trata de tener todo bajo control, es la ilusión que ella misma se crea, sabe que no es así. Y a veces grita con desgarro.

Son muchas las escenas que desgarran. Pero hay una que destroza. En esa isla, real, en una playa. Dos hermanos se encuentran. Martín y Coral. Y Martín se derrumba y llora y habla de su miedo de perder el control. El miedo a la locura. Y Coral le exige que no llore, le duele ese derrumbe, y le explica que medio mundo trata de no perder el control, como él, y el otro medio ya lo ha perdido.

No falta tragicomedia. Porque así es la vida.

No falta una fotografía pausada, de colores que calman, un tempo tranquilo, imágenes que desgarran por la soledad y la exclusión que representan, como un cuadro de Hopper.

No faltan unos actores que interiorizan sus personajes y los hacen creíbles y humanos. Que desgarran con sus miedos y dolores. Grandes por sus matices nos conmueven los rostros de Celso Bugallo (Padre), Geraldine Chaplin (Madre), Alberto San Juan (Martín), Cristina Marcos (Gracia) y Coral (Candela Peña).

No falta una dirección cuidada en cada una de las secuencias, una sensibilidad en el detalle y un cariño patente hacia la plasmación de la historia por parte de Dunia Ayaso y Félix Sabroso.

Y ahora, por favor, cierra las cortinas.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

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