Diccionario cinematográfico (119)

Screwball comedy: género maravilloso de comedia clásica que reinó en el periodo de la Depresión. Sus momentos de gloria transcurrieron durante los años 30 y parte de los 40. Ingredientes: humor inteligente, absurdo, surrealista, crítico, incisivo, social…, intérpretes maravillosos, directores geniales. Personajes excéntricos hasta la locura más absurda.

Ellos eran graciosos, ellas eran graciosas, los personajes secundarios eran divertidísimos, las situaciones cómicas abundan…, era cine para aguantar la Depresión pero también con análisis críticos de la sociedad donde sus personajes pasan mil y una visicitudes. Siempre había un choque de personalidades, un choque de situaciones, un choque de clases, un choque de género y el clímax llegaba con la escena más absurda.

Historias increíblemente escritas, bien dirigidas y con interpretaciones que hacen historia. Con unos diálogos dinámicos, veloces y llenos de ingenio.

Son películas amadas y personajes inolvidables que provocan la risa, no mejor dicho, la carcajada. Sólo basta mencionar algunos momentos.

Directores que fueron estrellas del screwball comedy: Leo McCarey, Howard Hawks, Frank Capra, Gregory La Cava, Mitchell Leisen, George Cukor, Ernt Lubitsch, Preston Sturges, Garson Kanin, Billy Wilder…

Intérpretes inolvidables: Katherine Hepburn, Rosalind Russell, Carole Lombard, Claudette Colbert, Irene Dunne, Jean Arthur, Maureen Sullavan, Myrna Loy, Barbara Stanwyck, Ginger Rogers…

Gary Grant, James Stewart, Henry Fonda, Clark Gable, Fred MacMurray, Joel McCrea, Melvyn Douglas, William Powell, Ray Milland…

La lista de actores secundarios geniales es inabarcable: Edward Arnold,  Felix Bressart, Charles Coburn, Mary Nash, Mischa Auer, Donald Meek, Lionel Barrymore, Edward Everett Horton, Ralph Bellamy, Gail Patrick, Eugene Pallette…

Los hermanos Mark y sus secundarios sobrepasan los límites del Screwball comedy en cuanto lo absurdo y lo estrambótico…, excepto las escenas en ese segundo periodo en la Metro donde se vieron obligados a introducir a una pareja de jóvenes enamorados y cursilones y sus interludios musicales al piano o al arpa que parten el ritmo de las películas.

Sólo se puede entender, quizá, con un texto delirio-absurdo.

Uno de los más famosos es el decálogo de un Preston Sturges:

“Una chica bonita es mejor que una fea.

Una pierna, mejor que un brazo.

Un dormitorio, menor que una sala de estar.

Una llegada, mejor que una partida.

Un nacimiento, mejor que una muerte.

Una persecución, mejor que una charla.

Un perro, mejor que un paisaje.

Un gatito, mejor que un gatito.

Un beso, mejor que un bebé.

Y una buena caída, mejor que ninguna otra cosa”.

Mi delirio y recuerdo va a continuación:

Mientras canto a un leopardo que todo te lo puedo dar menos el amor baby, un millonario excéntrico y solitario no deja de darse tropezones y golpazos tal vez por la pericia de una Eva que le quiere atrapar a toda costa. Hoy quedo a cenar con tres familias que me entusiasman: los Sycamore que gracias a todos viven como quieren, los Ball que vieron cómo su vida cambiaba cuando un abrigo de visón cayó por su terraza y como no la aristocrática y excéntrica familia de Tracy Lord. Los que no pueden venir, y es una pena porque lloro de la risa, son los Bullock que están en una de esas gymkhanas para millonarios donde Irene, la más loca entre todas las locas, vive feliz con su Godfrey.

Y ahora de un salto me encuentro haciendo autostop y me encuentro a los más variopintos personajes que hacen mi viaje una delicia. Me subo a un autobús y me encuento en compañía de la millonaria Ellie Andrews y el periodista Peter Warne que me hablan del arte de mover el dedo o la pierna para que alguien te pare en la carretera y de sus problemas con el muro de Jericó. Cuando me bajo una caravana que va a velocidad inaudita me recoge. Ahí me encuentro con el famoso director de películas cómicas John L. Sullivan que me dice que quiere saber lo que es la vida real para hacer otro tipo de género y me presenta a una starlett que le mira con enormes ojos y con muchas ganas de pasar aventuras con un Sullivan despistado. Después me dejan en la estación donde me subo a un tren que es una locura, hay un grupo de jubilados cazadores que convierten el vagón en peligroso coto de caza, ahí me encuentro a Gerry Jeffers decidida a encontrar un millonario que arregle su pobre matrimonio con el hombre que ama. Yo la verdad no la entiendo nada de nada. Al final acabo en una pequeña localidad donde me encuentro con un histérico Mortimer que me cuenta el horrible descubrimiento que acaba de hacer sobre sus adorables y ancianas tías…

Tengo serias dudas de con quien pasaría el resto de mi vida. Si con un playboy que conoce los secretos de París, si con un tímido millonario que ama a las serpientes, si con ese científico despistado que trata de construir un dinosaurio o con ese dependiente encantador que le encanta escribir largas cartas. No sé, me rompo la cabeza porque también me apetece ese minero burdo y grosero pero lleno de iniciativa y creatividad, o ese actor que interpreta Ser o no Ser como nadie al que le pueden los celos —y con razón—, ese ex marido que me vuelve loca bien como millonario cínico con litros de alcohol pero que ve algo más que una mujer-estatua…, conoce a la mujer de carne y hueso o también ese otro ex que es director de periódico sin escrúpulos pero tremendamente divertido.

Le pregunto a mi amigo y le pasa lo mismo con ellas. Se vuelve loco por esa mujer-estatua que se vuelve de carne y hueso cuando cae hipnotizada por una copa de champán. O no puede ni con su alma cuando le acosa esa millonaria excéntrica que le hace que todo le salga mal pero a la vez se divierte tanto. O esa otra chica rica que está loca de remate y no hace más que gritar su nombre o fingir desvanecimientos para que la haga caso. Después, también suspira por la timadora profesional con encanto o esa cabaretera que conoce como nadie el lenguaje de la calle, el argot. Suspira por esa actriz que en los escenarios y detrás de bambalinas vuelve loco a los hombres. O esa chica en paro a quien le cae encima de la cabeza un abrigo de visón y lo que más desea es tener dos grandes y extraños perros…

Y todo es una locura porque al final tras la crítica de que mal está el mundo está el aviso de vivir para gozar mientras se pueda. Vivir como se quiere para no perder un atisbo de libertad. Y sobre todo descubrir que la risa es un tesoro y una medicina eficaz contra los reveses que da la vida. Con sentido del humor es más fácil avanzar…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

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