Quo Vadis (Quo Vadis, 1951) de Mervyn LeRoy

En los años 50 las grandes productoras estaban listas para crear grandes superproducciones brillantes que compitieran con la televisión. Películas grandiosas que hicieran al público abandonar la sala de televisión en blanco y negro y acercarse a una sala para disfrutar una historia larga a todo color.

Los años 50 también fueron años de guerra fría, de EEUU como poderosa potencia defendiéndose de las ‘malas influencias’ y defendiendo ‘una moral determinada’, y el cine era un instrumento transmisor de ese modo de vida americana y las epopeyas servían muy bien. Y sobre todo Hollywood seguía siendo una maquinaria perfecta que producía productos acabados con estrellas brillantes.

No es de extrañar que la MGM hubiera comprado los derechos de la novela histórica de Henryk Sienkiewicz, un autor polaco que alcanzó la cima de su popularidad con Quo Vadis a finales del siglo XIX, a finales de los años 30. Era una novela con cientos de elementos interesantes que transcurría en un periodo determinado del Imperio Romano y que además contaba la persecución y las dificultades de los seguidores de una religión todavía considerada una pequeña secta (el cristianismo). Esa persecución es llevada a cabo por el emperador romano Nerón que oprime de modo irracional todo lo que está bajo su mandato.

Este cine, epopeya, contaba con expertos. Si nos remontamos al cine mudo y nos vamos a Italia, ellos crearon grandes superproducciones con el Imperio Romano de fondo tales como una primera versión de Quo Vadis (1912), Cabiria (1914) o Los últimos días de Pompeya (1913). Si pisamos el cine silente estadounidense, las epopeyas históricas corren a cargo de un investigador del lenguaje cinematográfico D.W. Griffith y su Intolerancia (1916). Pero el rey de reyes de este tipo de producciones que además siempre presumía que en La Biblia se podían encontrar historias de violencia, sexo, traición y muerte y además hacer que el público acudiera en masa al cine fue Cecil B DeMille que ya desde el cine mudo ofreció espectáculos bíblicos y romanos (primeras versiones silentes de Los diez mandamientos y El Rey de reyes o las ya sonoras y populares El signo de la cruz, Cleopatra —ambas con Claudette Colbert de mujer sensual y fatal— o la popularísima Sansón y Dalila con sus escenarios de cartón piedra). Después vendrían los grandes tiempos no sólo con Quo Vadis sino con producciones como Ben Hur, Los diez mandamientos o el renacimiento del peplum. A partir de los 60 este tipo de producciones quedan desfasadas, son nuevos tiempos y nuevo cine, no hay sitio para el Imperio Romano, para cristianos como víctimas y para transmitir ciertos ‘valores’ y cierta ‘moral’. Son otros tiempos. Sin embargo, en pleno siglo XXI surge con fuerza de nuevo este tipo de historias no hay más que recordar Gladiator, 300 o Ágora…, sin embargo, alejadas y nada que ver con la perfección de los productos de los años 50 (excepto, quizá, Gladiator que supo muy bien beber de otras fuentes y sobre todo supo construir personajes y una historia donde sustentarlos).

Curiosamente Quo Vadis, que es recordemos puro espectáculo, pero espectáculo bien hecho y construido, sigue en la memoria de los cinéfilos (o por lo menos, vale concreto más, en mi memoria), no por los personajes cristianos y sus vicisitudes como víctimas; no por esa historia de amor entre Marco Vinicio, el guerrero romano, con el rostro de Robert Taylor, y la inocente, pura, cristiana y esclava-rehén Ligia (la siempre maravillosa Deborah Kerr) sino por los magníficos personajes romanos, los antagonistas. Mis reverencias hacia un Nerón egocéntrico, loco e irracional (Peter Ustinov) y por un irónico y cínico personaje que representa la intelectualidad desencantada y acomodada de la cultura clásica, Petronio, consejero de Nerón que trata de suavizar sus locuras con ingenio e inteligencia (con rostro de Leo Genn).

Como decía el perro viejo y muy conservador DeMille la historia antigüa permitían hablar y mostrar muchos temas peliagudos sin toparse con la censura. Había que mostrar el pecado para comprender la filosofía cristiana y el comportamiento de sus gentes. Así que en estas películas estaba asegurada la violencia, la lujuria, el sexo, la venganza, las matanzas, el poder corrupto…, para poder enfrentarlo al talante luchador, pacífico, comprensivo, humilde, inocente de los cristianos. Y Quo Vadis no es una excepción, Mervyn LeRoy —artesano de los buenos capaz de hacer un buen melodrama romántico, un buen musical o una película inolvidable de gánsters— creó espectáculo en una película donde no falta de nada: amor, catástrofe como el incendio de Roma, violencia (sobre todo en los distintos métodos para eliminar a los cristianos), sexo, amor, lujuria, guerra…

Pero sobre todo estas películas perduran por la recreación de personajes inolvidables. Imposible olvidar a un Nerón demente que toca la lira y canta espantosamente a la vez que da unos discursos que ponen los pelos de punta o a un Petronio inteligente en el uso de su lenguaje que al final decide dejar el mundo con elegancia y con una carta de venganza, deja el mundo de manera irónica y cínica pero como hombre enamorado. Imposible olvidar a una Popea con cara y actitudes de mujer fatal que se pasea por la corte con dos leopardos e intriga perversidades. Quién no se enternece ante esa historia entre intelectual romano y desencantado con joven esclava enamorada y sensual. Y, que quieren que les diga, de los personajes cristianos no me quedo ni con Ligia (pero dejando claro que la Kerr es difícil que haga una mala interpretación, aquí brilla como siempre), ni con sus padres adoptivos, ni con Pedro ni con Pablo…, me quedo con ese hombre gigantesco y de fuerza brutal que pase lo que pase protege sin descanso a Ligia.

Quo Vadis no decepciona. También tiene su carrera de cuádrigas y un espeluznante circo romano donde los leones están muy hambrientos. Escenas grandiosas de masas enfervorecidas. Ofrece el amor entre un romano que no entiende de religiones ni de dios único ni de Cristos pero se enamora pérdidamente de la más cristiana entre las cristianas pero que se muere de deseo de estar junto a un romano totalmente alejado de su religión… pero ¿quién se resiste a esas piernas bien torneadas y a lo bien que le sienta la vestimenta romana?

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

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