El mapa de los sonidos de Tokio

Nota importante o spoiler: Si aún no has visto la película y lo deseas no leas este texto. Desvelo partes importantes de la trama.

Ya lo he dicho en alguna que otra ocasión, siento debilidad por la manera de contar en lenguaje cinematográfico y las tramas que desarrolla Isabel Coixet. Conecto con su universo y su vena irremediablemente romántica. Reconozco que desde La vida secreta de las palabras no he sentido la misma emoción intensa pero sigo con fidelidad sus producciones y siempre hay momentos que me sobrecogen o me envuelven. A la directora le gusta su profesión y le gusta recrear imágenes hermosas, y para mí lo consigue.

Como siempre logra su firma personal en varios elementos, y El mapa de los sonidos de Tokio no es una excepción, buena fotografía,escenografías insólitas, si en La vida secreta de las palabras era una plataforma petrolífera, aquí rueda partes importantes de la historia en un hotel cuyas habitaciones son temáticas y la elegida por los protagonistas es un vagón de tren o también es importante el lugar de trabajo-tapadera de la asesina a sueldo, el mercado de pescado de Tokio. Por supuesto, también vierte en la historia su personal gusto musical y ofrece banda sonora de fondo de calidad. Otro aspecto significativo es mostrar historia de amor en personajes solitarios…, tremendamente romántica. A la directora se le nota no sólo su reverencial amor al cine sino también a la literatura. Esta vez se empapa de referentes cinematográficos y literarios nipones. Por otra parte, y como siempre, su cuidada selección de actores principales esta vez apuesta por Rinko Kikuchi (a la que recordareis en Babel en su papel de adolescente rebelde y sordomuda) y Sergi López, actor de filmografía interesante (y que emocionó a Isabel Coixet, y a mí también, en tierna película Una relación privada).

En El mapa de los sonidos de Tokio, Coixet nos narra un cuento de amor. Sí, un cuento literario y poético a ritmo lento. Un cuento sencillo, sin grandes complicaciones, ni sorpresas. Un cuento descriptivo. Se la nota su pasión por Tokio y nos la muestra. Con imágenes bellas e interpretaciones intensas nos va involucrando en la historia de una joven misteriosa de pelo largo negro y con flequillo llamada Ryu que trabaja, solitaria, en el mercado de pescado. El narrador de esta historia —tan sólo de una parte— es un anciano ingeniero de sonidos que es como un creador onmisciente que no sabemos cómo consigue todos los sonidos de esta historia de amor. El ingeniero de sonido siente una fascinación de hombre enamorado hacia una Ryu que permite su compañía.

Sólo los espectadores tenemos la visión completa de este mapa de sonidos. Y sólo nosotros entendemos toda la historia. Más que David, ese español que lleva tres años en una ciudad que le fascina y que se enamora de una joven que le hace feliz y, sin embargo, ella se quita la vida dejándole sin brújula en una ciudad que no es la suya. Más que el ingeniero de sonido. Más que la desgraciada Ryu. Más que ese padre, hombre de negocios, destrozado por el suicidio de su hija y que busca culpable cercano o que ese secretario de confianza secretamente enamorado de la suicida y que no duda en la venganza.

Y el cuento no puede ser más sencillo y a la vez más esperado —es decir, sabemos, aunque os he avisado por si acaso que no leáis por si os sorprende, desde la aparición de Ryu cuál va a ser su trágico final—. La redención, por amor, de una asesina a sueldo, enamorada e ilusionada de su siguiente víctima, David, que con el corazón roto la guía por los recovecos del sexo por el sexo, del sexo como consuelo y compañía, del sexo como posibilidad de no volverse loco o cometer locuras. Y ella, como joven adolescente, cae absolutamente enamorada de su David que le enseña hasta la sensualidad en los vinos que catan. Y él, la considera sólo como medicina de su soledad y pena por el amor perdido. Aunque ya le reconoce, hacia el final, cuando es tarde, que si la hubiera conocido en otras circunstancias todo hubiera sido distinto, porque realmente a él le gusta Ryu. Ríe con ella, ella con él y disfrutan del sexo. Aunque no se conocen. Aunque nunca se conocen realmente. Sólo quedará en el corazón de David ese vagón ficticio donde hacían el amor.

Y David, el hombre salvado, nunca sabrá que se le salvó de la locura y muerte segura una asesina a sueldo. Ni tampoco el ingeniero de sonido comprenderá la parte misteriosa de su amiga ni su amor roto. Y ese padre o ese amante escondido no comprenderán que le pasó a Ryu para incumplir la parte de un contrato. Ni tampoco serán conscientes —como aclara el compañero de trabajo de la tienda de vinos de David, un joven japonés sabio— del egoísmo de una niña rica con incapacidad absoluta para ser feliz o poder amar a alguien que tan sólo deja corazones rotos a su muerte…

Ya ven sólo es un cuento.

Y es evidente que les puede gustar o no. Coixet lo cuenta a su manera.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons. 

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