Historia del soldado de Ramuz y Stravinsky

Y en este puente he vuelto a tener una relación mágica con Stravinsky. Esta vez en el mundo del teatro (ya saben que Hildy también lo ama con locura). He tenido el gran privilegio de poder acudir a la última representación de Historia del soldado en esa pequeña sala mágica y con amor extremo al arte teatral que se llama Guindalera (recuerden en la calle Martinez Izquierdo, 20 en Madrid).

¡Y cómo lo he disfrutado! He podido olvidar agobios y otros pensamientos y he logrado meterme totalmente en esa breve pero profunda historia. Teatro con música de Stravinsky en directo (tal y como se pensó en un lejano 1918 pasado por un elegante toque de siglo xxi). Como nos tiene acostumbrados su director Juan Pastor realiza una adaptación exquisita con un grupo de actores y unos músicos de quitarse el sombrero.

Y sigo descubriendo a un Stravinsky innovador y moderno en pieza complicada pero hermosa y totalmente adecuada para lo que veía en escena con la absoluta complicidad entre los músicos y la historia que se narraba. Piano, violín, clarinete e instrumentos de percusión crean un ambiente donde no existen ni el tiempo ni las fronteras…, sólo fantasia, imaginación y mucha magia.

Y la historia nos la transmite un narrador que hace partícipe al público del espectáculo que está viendo y donde él también se implica con los protagonistas. Y nos va ofreciendo las claves. Un soldado humilde que regresa a casa, quince días de permiso, y se encuentra con el diablo, que engañado le quita la vida que le pertenece y su tiempo. Le quita el protagonismo de su vida. Hay dos elementos clave: un libro y un violín. En el escenario sólo necesitamos, aparte de los músicos y un atrezzo maravilloso, a un soldado,  una princesa bailarina, un narrador que parece salido de un cabaré y un diablo mago. Una historia hermosa sin final feliz o mejor dicho con final ambiguo…

La representación me ha encantado no sólo me ha recordado, por muchos motivos, al mundo del cabaré, al vaudeville o a los títeres sino que me ha transportado al cine mudo primitivo, a los tiempos de Méliès, cuando el cine era una puerta a la imaginación, a los trucos, a lo inesperado, al arte de la pantomima… sobre todo el rostro del diablo y su caracterización así como su forma de actuar (genial) me hacía pensar en una sala de cine mudo con música de acompañamiento. Y un público deslumbrado…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

                                                                                                                                                 

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