Humphrey Bogart

El de hoy es un rostro en la oscuridad muy especial. Toda una leyenda. Empezó paso a paso y hasta los 37 años no consiguió papel de importancia y hasta los 42 no alcanzó el estatus de estrella, después su carrera sería brillante. Bogart es el rey del desencanto. Quizá su rostro peculiar al igual que su voz… contribuyó a construir su imagen.

Quizá su paso por el cine negro, cine de luces y sombras, su actitud entre dura y romántica en sus películas más famosas… Sus interpretaciones maestras en alguno de los roles que le tocaron en suerte… El protagonizar infinitos momentos inolvidables.

Siempre nos quedará Bogart.

En sus primeros papeles se encontraba en el bando del mal. Era el malo por excelencia, un malo que se fue humanizando hasta convertirse en Rick. El Rick de Casablanca, el hombre desencantado, duro… pero enamorado de Ilsa.

Pero no adelantemos acontecimientos.

De sus primeras películas hablaré de Llamada a un asesino (1934) donde ya se intuye a un Bogart en el lado oscuro como un caradura mafioso pero con mucho encanto para las mujeres que caen en sus brazos. Capaces, ellas, si es necesario, de quitarle de en medio. Dos años más tarde, ya llamará la atención en El bosque petrificado donde personifica al gánster con problemas de salud mental y asesino despiadado… pero atrapado en un perdido bar de carretera. Ahí trabajaría con Bette Davis con la coincidiría varias veces durante los años treinta.

Tres papeles de gánster al otro lado de la ley, como antagonista de otros personajes, donde Bogart empezaba a cimentar una leyenda. Era el malo por antonomasia. Y está presente en tres de mis películas favoritas de gánster de este periodo: Calle sin salida (1937), al año siguiente Ángeles con caras sucias y en 1939 la maravillosa Los violentos años 20.

Durante estos años también estaría presente en la peculiar e irregular Siempre Eva sobre Hollywood y el cine donde Bogart construye personaje que nos sonará en el futuro: productor desencantado, que le da al alcohol, tipo duro pero a la vez desarmado una y otra vez por la mujer que ama. O junto a Bette Davis haría de macho ibérico en el magnífico melodrama Amarga victoria.

Por fin, llegan los cuarenta, donde Bogart construye definitivamente su personalidad y donde representará los personajes con los que siempre se le identificará por los siglos de los siglos en la sagrada sala oscura del cine.

Primero, detective duro en El halcón maltés y su unión a otro genio, John Huston. Sam Spade enamorado de la mujer fatal pero con el cinismo y el desencanto suficiente como para no dejarse arrastrar. Después ese gánster cansado de huir, con ganas de descansar, de dejar su vida delictiva, al que una vez más le rompen el corazón y va en busca de El último refugio, una joya. Y por último, el mito, en película por la que nadie apostaba, casi de serie B con rodaje de tormento…, él es Rick, el dueño del bar más famoso de Casablanca (1942). El bar donde se reúnen tanto los perseguidos por los nazis que tratan de alcanzar los EEUU como los asesinos, la resistencia, los usureros, los ladrones e incluso algún que otro policía corrupto. Él es Rick, desencantado de la vida más hombre enamorado. Y de todos los bares del mundo, la que le rompió el corazón tiene que elegir precisamente ese para regresar. Y encima con su marido, todo un héroe de la resistencia. ¿Quién da más?

Dos años más tarde, sigue la leyenda, inmerso en el cine más negro. Como investigador o detective, encuentra a su réplica femenina y al amor de su vida: una jovencísima Lauren Bacall. Ambos pareja mítica en Tener y no tener (1944). Si puedes silba. Y ambos fueron química pura. Y repitieron con mayor o menor fortuna en El sueño eterno, La senda tenebrosa y Cayo Largo. Fueron los mejores entre luces y sombras. De desencanto, en desencanto.

En 1948, de nuevo Huston, le regala un papel de oro en el que Bogart está brillante. Me refiero a peliculón, impresionante, El tesoro de Sierra Madre. Y un Bogart transformado por la avaricia. Cuenta la dura y triste aventura de tres buscadores de oro… que lo encuentran.

Nicholas Ray sabe mirar el interior amargo del héroe cinematográfico que representa Bogart y lo convierte en abogado que trata de defender a un joven condenado a muerte (Llamad a cualquier puerta) o es el triste guionista alcohólico, solitario, que odia la humanidad porque le ha hecho daño, agresivo pues es la careta para esconder su fragilidad… en la maravillosa En un lugar solitario donde narra la historia del fracaso de un amor. Triste amor con una Gloria Grahame portentosa. Ambos a un nivel casi insuperable.

En 1951 nos regala otra interpretación memorable en película de Huston. Bogart se transforma en borrachín aventurero que enamora a una solterona encantadora con rostro de Hepburn y ambos nos hacen disfrutar lo imposible en la entretenida y divertida La reina de África. Su historia de amor llena de momentos inolvidables.

Intenta la comedia donde no se siente cómodo pero deja para el recuerdo esa pequeña joya de Wilder, Sabrina, donde la otra Hepburn, Audrey, encuentra el encanto de un frío hombre de negocios con cara de Bogart. Y trata de ser pícaro en No somos ángeles.

Sin embargo, llega otra película amarga de Hollywood y ahí está Bogart para narrarnos el triste destino de Maria Vargas. Él es el director y cineasta, desencantado pero siempre tierno con su protagonista, que nos cuenta una historia para llorar con una Condesa descalza.

Regresará a sus tiempos primitivos, donde era hombre malvado, el más temido, en la interesante e inquietante Horas desesperadas (1955) y ya enfermo nos regalará a un reportero desencantado en el mundo de luces y sombras (no podía ser de otra manera) del boxeo en Más dura será la caída (1956). Su última interpretación.

Bogart, le veo siempre, con esa sonrisa cínica y desencantada, y esa mirada profunda de hombre enamorado… con litros de alcohol y un cenicero lleno de cigarrillos.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

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