Crítica La ciencia del sueño

Un, dos, tres, cuatro… suficiente para sumergirte desde los títulos de crédito en los sueños de Michel Gondry. El director no necesita crear junto a Charlie Kaufman (Olvídate de mí). Él sólo se vale. Su imaginación, ya destacada en sus spots publicitarios o vídeos musicales, le sale a borbotones. 

Gael García Bernal encandila con su personaje Stephane e invita a un mundo interior que ya no abandonas hasta que termina la historia. Un, dos, tres, cuatro… buena música, objetos maravillosos, efectos especiales de los de toda la vida –a lo George Meliés–, personajes entrañables y una historia de amor imposible, ¿o sí? 

Manos gigantes, papel celofán, un bosque dentro de un barco, nubes de algodón, una rudimentaria máquina del tiempo, un coche de cartón, un estudio de sueños, una manta mágica en movimiento, unos compañeros de trabajo surrealistas, Desastrología –un calendario creativo y especial–, un caballo de peluche que recobra la vida… ¿alguien da más? 

Y, por si fuera poco, un tímido personaje que ama a su vecina, a la de la puerta de al lado, Stephanie. Sus inseguridades, miedos, sentimientos, sufrimientos, su timidez e inocencia, el refugio de sus sueños hilan una historia que crece en cada fotograma. Charlotte Gainsbourg, Alain Chabat y Miou Miou completan una historia llena de sensibilidad e imaginación. Mención especial a un Gael García Bernal que se transforma en Stephane…, a pesar de su compleja personalidad, lo quieres escuchar al otro lado de la línea telefónica, contándote dormido como vuela en sueños.

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