Adiós al director de la infancia, Robert Mulligan

Tuvo un talento especial para presentar la infancia y la adolescencia así como la pérdida de la inocencia. Mulligan siempre cuidó al niño que llevaba dentro. Quizá simplemente era un nostálgico. Sus niños son niños. Sus adolescentes, adolescentes. Y eso no es fácil.

Mulligan se fue. Pero Atticus Finch y sus dos hijos siempre estarán ahí. Quizá es un director demasiado marcado por el triunfo de su segunda película, una delicia, Matar a un ruiseñor (1962) que fue una perfecta adaptación de la novela de Harpe Lee. Difícil olvidar el mundo infantil y su reflejo, desde los créditos hasta las últimas escenas. Una obra inolvidable, inmortal.

Mulligan fue uno de esos directores que empezaron en los sesenta y que antes se curtieron en la televisión. Su debut fue en una correcta comedia con Rock Hudson y Gina Lollobrigida, Cuando llegue septiembre (1961) donde los dos protagonistas son más vitales, divertidos y adolescentes que la pandilla de jóvenes a los que se enfrentan (capitaneados por una Sandra Dee, aburrida diosa de la virtud en la ficción y, sin embargo, protagonista de una triste vida nada que ver con sus papeles).

Robert protagonizó una carrera como director irregular pero con buenas obras cinematográficas. Ninguna ha obtenido la popularidad de Matar a un ruiseñor y tampoco en su distribución o pases televisivos. Su obra permanece un poco fuera de circulación. Ahora, puede ser un buen momento para redescubrir a Mulligan.

Su otro éxito memorable fue con una película sobre la nostalgia, la adolescencia, la pérdida de la inocencia y el primer amor: la melancólica Verano del 42 (1971) donde un adolescente se enamora perdidamente de una joven viuda. Una historia nostálgica y una buena banda sonora le llevaron de nuevo a la cumbre.

Sin embargo antes había realizado algunas obras a tener en cuenta (que yo todavía no he podido ver): sus dos películas con Natalie Wood, sobre todo la primera, Amores con un extraño (1963) junto a Steve Mcqueen o La rebelde (1965) o un western distinto (de nuevo volvía a trabajar con Peck) e interesante, La noche de los gigantes (1969). Al año siguiente de Verano del 42, se decantó por una extraña y terrorífica película El otro con dos niños gemelos muy diferentes.

Su última película fue otro canto a la infancia y a la adolescencia y el paso brusco a la madurez en otra nostálgica, bella y tranquila película, Un verano en Louisiana (1991).

Mulligan se ha ido. Como siempre, nos queda su cine. Su infancia, su nostalgia…, y una oportunidad de conocer su obra. No sólo dio vida al bueno de Atticus (y milgracias por ello). Otros personajes esperan que les conozcamos también.  Y eso siempre es una suerte.

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