Manos peligrosas (Pickup on South Street, 1953) de Samuel Fuller

Manos peligrosas hay que situarla en su contexto histórico y social. Corrían años virulentos en Norteamérica no sólo por la caza de brujas (en todos los estamentos laborales, incluido el cine, que les venía muy bien a los instigadores de la guerra fría por la gran publicidad que se producía alrededor del mundo del espectáculo) sino también por los años más marcados de la Guerra Fría. Se vivía una histeria colectiva. Los rojos eran muy malos, muy malos y había que luchar contra ellos y había que ser muy americano y muy patriótico que nada tenía que ver con tener simpatías con rusos, KGB y otros individuos con ideología comunista. 

Hollywood produjo una serie de películas claramente anticomunistas más panfletos ideológicos que buen cine pero, a veces, se escapaban productos inteligentes que eran más bien ambiguos. Y, ahí tenemos a Samuel Fuller, que compañeros le describen como apolítico o más bien anarquista, ni buenos ni malos, todos por el mismo rasero, y se saca de la manga cine negro de los bajos fondos del bueno con Manos peligrosas. 

Los rojos son personajes desaprensivos, bien parecidos a hombres de negocios sin escrúpulos con tipo despiadado e incluso un poco parecido a un asesino con trastornos mentales…, pero la magia surge cuando tampoco son muy simpáticos y éticos los de la policía y el FBI. O cuando los tres protagonistas surgen del submundo: una chica de vida fácil, una anciana sin hogar y un carterista chulesco de los de toda la vida que se mueven más por sus pasiones y una especie de camaradería y solidaridad común que por un sentimiento de patriotismo o de lucha contra el comunismo. A veces, sobre todo las chicas, se dejan llevar por la histeria colectiva, sin más profundidades. Entonces, la ideología queda a un lado bastante superficial, una especie de macguffin, y surge una película llena de violencia y sensualidad. Una película de luces y sombras, con mucho calor y sudor y ambientes opresivos. Sin salida.

 

El trío protagonista se lleva la película de calle: un magnífico Richard Widmark en uno de sus papeles ambiguos que le permite poner ese gesto característico de hijo de su madre pero que a la vez con los suyos le sale algo parecido a un corazón. Una Jean Peters, como chica de la calle, vividora y con sensualidad en cada poro de su piel, que tan pronto se enamora de comunista desaprensivo (¡¡¡pero por Dios sin saber que lo es!!!) como se echa en los brazos de todo un chulo, el carterista, que tampoco le dará una vida fácil pero no se complicará la vida con temas ideológicos. Y, por último, el personaje, esa anciana sin hogar (oh, esos secundarios tipo Thelma Ritter) que vende corbatas por todas partes y que a la vez es confidente de la policía por su conocimiento del submundo. Ella lo hace para sobrevivir, como dice no hace daño a nadie, sólo quita un poco de tiempo de investigación a la policía, y además ahorra para poder pagarse su entierro y su lápida y no acabar en la fosa común. 

Manos peligrosas posee la violencia de las películas de Fuller, una sensualidad poco usual en aquellos años y se convierte en cine negro de escenas inolvidables (si no la habéis visto no sigáis leyendo… aunque es de esas películas que se disfrutan por la forma en que están contadas aunque te sepas la trama). La secuencia del principio, el robo de Richard Widmark al bolso de Jean Peters en un metro atestado de gente. Poderosa, la escena de la película, la muerte a manos del desaprensivo comunista de una cansada anciana, Thelma Ritter. La paliza que recibe Jean Peters a manos del mismo personaje por no querer decirle donde vive el ratero. Las escenas eróticas y violentas entre la Peters y Widmark… ¿Y dirán ustedes pero que pintan los comunistas y la policía y el FBI? Ahhh, amigos míos, ese macguffin genial, la chica lleva en la cartera robada un microfilm con información importante tanto para los comunistas como para el gobierno. Ella era como una especie de correo (pero, de nuevo, Dios, sin que ella supiera exactamente que tipo de trabajo estaba realizando). Widmark lo tiene claro, él quiere el máximo provecho de su robo, si los comunistas le dan dinero, pues dinero. Si el FBI le ofrece algo a cambio dinero o libertad, pues también. Lo único que le puede para inclinar la balanza hacia unos, los “supuestamente buenos de la película” es la muerte de su compañera Moe, la sin hogar, y la paliza que propinan a su futuro amor, Jean Peters.

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