Estación Termini (Indiscretion of an american wife, 1952) de Vittorio de Sica

“Espera. Sé que empezarán pronto. Las imaginaciones. Toda mi… vida me preguntaré dónde está él. ¿Dónde está? En un momento, ahora mismo, ¿qué está mirando?, ¿qué piensa?, ¿se encuentra bien?,¿estaba enamorado?, ¿es bonito? 

Él estaba enamorado y ella es bonita. Te amo.” 

Desde el cine clásico ya se buscaban nuevos retos para contar historias empleando la fuerza del lenguaje cinematográfico que, ahora, a veces cuando se utilizan se denominan como originales. Uno de ellos es contar una historia en tiempo real. Estación Termini es un pequeño ejemplo de este asunto. 

Fue la entrada de Vittorio de Sica al cine norteamericano y para muchos su abandono definitivo de la corriente neorrealista. Estación Termini es una historia mínima y pequeña…, transcurre en la estación Termini de Roma y toda la película es la narración de una despedida. Todos sabemos que en unos sesenta minutos un tren se pondrá en marcha… 

Para mí es de esas películas con encanto. Con algo de poesía. Esa poesía que se encuentra en las estaciones de trenes, en los vagones, en las despedidas, en las cafeterías que van cerrando, en las salas de espera… 

De una estación de tren, De Sica se centra en la historia de una pareja, en su despedida. Y es una historia curiosa porque el realizador mezcla momentos y rostros del más puro neorrealismo italiano con una melodramática historia a la americana con los rostros de Jennifer Jones y Montgomery Clift. 

Y es una historia de los años cincuenta, de una infidelidad, de la renuncia del amor para continuar una vida convencional pero que a ella la tira más (el amor a la hija, el cariño al marido), quizá, porque no soportaría una vida de remordimiento y culpa. Y, su amante italiano aunque no la entiende termina amándola y la deja marchar, no se perdonaría su infelicidad. También renuncia. 

Un guión varias veces retocado cuenta con la mano neorrealista de Cesari Zavattini y con la intervención en los diálogos de un sensible Truman Capote. No olvidemos que la intrusión del productor sería inmensa –¿sería esta la idea que tenían Zavattini y De Sica?, la respuesta segura es, no–: el todo poderoso David O’Selznick apostó por la entrada a Hollywood del director neorrealista entusiasmado por sus películas…, pero a su manera. Claro está que una de sus exigencias sería la presencia de su esposa y musa Jennifer Jones. Que o milagro, aquí me gusta, porque representa a la mujer americana casada de los años cincuenta a la perfección. 

Montgomery Clift muestra su rostro más bello y una interpretación sensible de hombre que se le escapa una historia de las manos, seguro de felicidad futura, que no entiende el abandono. Y se muestra tan indefenso, confundido, y cabreado, que de pronto, pega una bofetada a la mujer que ama. Y eso choca, desentona. Me gustaría pensar que nunca lo hubiera hecho…, creo que este acto violento e injusto, le hace recapacitar. No es ésa la despedida que quiere. Y entiende su historia imposible y que tiene que dejarla marchar. Tiene que borrar ese tortazo. Ésa no es la despedida para la mujer a la que ama. 

Los dos amantes, en todo momento, viven rodeados de la culpa de un amor condenado. Y en esa despedida, lo sufren. Viven varios momentos que les confirman que la sociedad condenaría su amor, y finalmente no se enfrentan a ella. Sepultan su amor. La culpa puede más.  

La despedida es sinónimo de infelicidad. Ambos lo saben y sufren. En el fondo, el espectador sabe que no ha sido la decisión adecuada… los amantes no se han rebelado. No han podido. Los obstáculos han podido más que un futuro diferente… 

Como anécdota contar que el joven sobrino de la protagonista cuenta con el rostro de Richard Beymer que alcanzaría un lugar en la historia del cine por ser el Tony del musical West Side Story. Y, también, para muchos es una variación americana de la película británica Breve encuentro de David Lean, una pequeña joya del cine romántico.

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