Encubridora (1952)/La gardenia azul (1953) de Fritz Lang

Fritz Lang es uno de los creadores que me hace amar una y otra vez el cine. Desde sus películas mudas como esa leyenda con la muerte de protagonista que es Las tres luces, hasta ese mundo futurista que representa Metrópololis hasta sus primeros sonoros, como la fascinante M. Cuando Lang huye como tantos otros realizadores el terror nazi, recae en EEUU y empieza una filmografía llena de poesía, venganza, cine negro, muerte, ensoñación y sobre todo amores desgarrados. Y, entonces, deleita con joyas que te hacen llorar una y otra vez como Sólo se vive una vez y deseas la salvación de un Henry Fonda al que le persigue la mala suerte y una Silvya Sidney que lleva las consecuencias de amar hasta el otro lado de la vida. Porque Lang es el cineasta del desencanto y de los héroes y heroínas abandonadas a su suerte en un mundo falso que no les concede ni un respiro. 

Lang es el rey de la tristeza y del romanticismo que se rompe a pedazos con retazos de realidad. Los seres humanos son malos o buenos, se equivocan o no y sus destinos son sobrios sin posibilidad de alcanzar, jamás, la felicidad. Lang conoce bien las miserias y bondades de la humanidad y su legado deja un mundo triste pero un cine maravilloso. 

Él ha dejado joyas como La mujer del cuadro, Perversidad, Los sobornados, Deseos humanos…, pero hasta en sus películas más desconocidas deja una huella y una inquietud imposible de describir. Y aquí se inscriben ese western con aires de leyenda que se llama Encubridora o ese retrato triste y represor de la sociedad americana en los años cincuenta con la melodía triste de un Nat King Cole en ciernes que con voz dulce canta Gardenia azul. 

Corren los años cincuenta en América y la venganza flota en el aire. América y la caza de brujas. Era de odios, apariencias y tristes vidas que tienen su reflejo en múltiples películas. Fritz Lang no es ajeno a ese aire turbio y su cine sigue con el halo del cine negro o el western legendario con la venganza y el amor como protagonistas. El pesimismo funciona en esa década y, por eso, Lang no tiene dificultades en dejar su huella. 

Un bandolero elegante, tierno y triste, por enamorado y por ser leal a su código de honor trasnochado. Siempre ha amado de manera tierna a una mujer fuerte que se deshace en la duda y en las ganas de llevar la vida feliz de una señora amada. Mel Ferrer y Marlene Dietrich o lo que es lo mismo Frenchy y Altar Keane. Un granjero o vaquero que busca venganza y lo hará a cualquier precio, un Arthur Kennedy oscuro que intenta ser encantador pero no engaña al espectador. Su personaje, Vern, no pierde nunca de vista su objetivo. Y, en el fondo, aunque nos duela todos lo entendemos. Todos hemos visto a su futura mujer muerta y su mano crispada intentando defenderse ante el asesino vil. 

Encubridora es un western de espacios cerrados y sentimiento en una olla exprés. A punto de estallar. La mujer madura que siente que podría volver a los dieciséis pero ya es demasiado tarde –Marlene Dietrich como siempre con esos pantalones bien puestos, un maquillaje que la hace especial y ese pelo que no despeina ni con un disparo o montando a galope en un caballo salvaje–. El pistolero romántico que ama sobre todas las cosas a la misma mujer, elegante, sobrio y bello (¿alguna vez habíamos visto a Mel Ferrer tan metido y tan hermoso en su papel), al que se le entristece la mirada porque ve que la mujer amada mira a otro con posibilidades de alcanzar una vida feliz fuera de su regazo. O el granjero –que por mucho que se repita a lo largo del metraje que es joven y bello, perdóname Kennedy pero no me lo creo, no retiraría nunca la mirada de Mel– que sólo vive para la venganza pero se asusta al sentirse fascinado por una mujer con pantalón de hombre y de vida apasionante, algo que él nunca hubiera soñado tener a su alcance. Ya nos avisa una y otra vez la triste canción que narra la leyenda. No es una historia de final feliz. 

O esa pobre telefonista rubia, asustada, con cara de Anne Baxter que con el corazón roto acude a una cita con un playboy en el local La Gardenia azul. ¿Quién sino un maestro como Lang hubiera narrado en unas pocas secuencias la historia de una ruptura? ¿Quién no entiende a una rubia de corazón solitario que se dispone a celebrar su cumpleaños bella y sola, con una cena romántica, al lado de una fotografía, del amado que lucha en Corea?¿Quién no entiende a alguien que quiere emborracharse y olvidar cuando recibe una carta que la dice que el amado ama a otra y que en pocos días va a casarse?Lang, el rey de las pesadillas, logra engatusarnos con la historia de una rubia, la Gardenia azul, la asesina con amnesia que no recuerda haber matado a un hombre que la emborracha en una noche de lluvia, quizá para besarla, para desnudarla, indefensa, y tener una cita más que olvidar. 

Una Baxter, obsesiva, perdida y asustada, que vive con otras dos rubias encantadoras, dos amigas de verdad, tres mujeres que tratan de sobrevivir el día a día de las vidas grises. ¿Cómo saber si puede confiar en el periodista guaperas que sigue la exclusiva que le dará más prestigio del que tiene?Los hombres no salen muy bien parados. Pero ahí están. Y, estas rubias tienen que lidiar con lo que tienen. Esta vez, no sé si por cuestiones de guión o estudio, la historia sale bien. Y, la pobre telefonista, quizá, tenga un final feliz. Quizá salga de esa pesadilla que la depara su vida y destino. 

Fritz Lang, maestro del desencanto, nunca suele defraudar al espectador que busca ávido historias bien contadas…, aunque las pesadillas terminen mal o aunque todo sea sólo un mal sueño.

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