Promesas del Este

Londres, oscuro y cruel, lleno de historias que se esconden. De niñas que llegan del Este que esperan promesas y se encuentran un infierno. No se las oye. Mafia rusa. Hombre con cara de abuelo afable, que sólo con una mirada y una patada, aterra. Sus palabras golpean. Su dulzura produce miedo. La violencia tras unos ojos azules, de venerable anciano.

Hijo que espera ser amado y admirado por padre, siempre fracasado, sicótico, a través, del alcohol expresa su complicada personalidad. Llena de sentimientos agazapados, de lenguajes ocultos… A pesar de todo el padre sigue protegiendo al hijo. 

El chofer, de cuerpo tatuado, gafas oscuras, gabardina, sonrisa ambigua, mirada serena… bello. Demasiado bello. Dando paso tras paso. Sabe manejar al hijo e intenta abrirse camino con el padre. Como dice él sólo es un conductor. Pero actúa, sutilmente. Habla de indiferencia. Cuenta que a los quince años murió en vida y le mueve la indiferencia. Sus tatuajes cuentan una historia. Le graban unas estrellas en el pecho. Algo dulce surge tras la dureza. ¿Quién es el hombre tatuado? 

Comadrona, que vive momento crítico, acaba de perder un hijo. Vive en el hogar de la madre esperando una vida mejor, está sola, se fue su hijo, se fue el padre… En su intervención a una niña de catorce años, logra salvar al bebé… y se da cuenta de que sigue con la maternidad despierta. Coge un diario de la adolescente. Y desata la trama. 

Tatiana, niña de catorce años, que deja un diario. Que nos cuenta sus sueños y el horror que encuentra. Que habla de la tierra rusa, donde de todos modos vivían ya enterrados, sin horizonte. Su voz en off descubre esa otra historia de sueños rotos.  Se encuentran chofer y comadrona. Algo se remueve. Un ligero roce de manos. Unas miradas. Un viaje en coche. Algún que otro encuentro…, como dice el padre mafioso un pequeño asunto puede desbaratar todo un mundo.

Las escenas de violencia…, desde el principio, queda claro el tono. Una barbería, un anciano  que ordena y atraviesa con sus palabras, un joven nervioso y un cliente confiado. Una cuchilla de afeitar. Más tarde, Nikolai, el chofer de la historia y mucho más, muestra sus tatuajes en una sauna. Dos hombres vestidos entran y empieza una lucha bestial. Nikolai, cuerpo perfecto, desnudo, despliega toda su brutalidad. Como siempre David Cronenberg analiza la violencia y se mete hasta el fondo de las entrañas de hombre.  Inmensos los tres protagonistas masculinos: Vincent Cassel (ese hijo bestia que quiere demostrar que es fuerte y macho y ocultar que esconde a una persona asustada y confundido ante unos sentimientos que jamás reconocería), Armin Mueller-Stahl (tan increíble como en La caja de música) y, una mención especial para Viggo Mortensen…, tiene momentos memorables como Nikolai –el hombre que está con el príncipe de la mafia para llegar al rey– Frialdad, indiferencia y en el fondo de la mirada, algo de humanidad. Como le dice a una joven prostituta, ¿me oyes?, aguanta un poco viva, aguanta, hazme caso. Brutal y tierno. Ambiguo.

Un pero…, tras la escena de la sauna, David Cronenberg (que consigue recrear puro cine negro, thriller con gotas de cine de mafia y padrinos) y su guionista Steve Knight precipitan el final. Y nos quedamos con la sensación de algo inmenso y poderoso que se desinfla en el último momento. Excepto esa escena de un Viggo, ¿quizá rey?, sentado en la mesa de un restaurante ruso.

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