La prostituta en un cuento de hadas conquistó a muchos espectadores en Pretty Woman (1990). Todavía queda en el recuerdo, y en sus múltiples reposiciones en televisión, la historia de esa prostituta escultural que vive un romance con un ejecutivo guaperas con el rostro de Richard Gere. Julia Roberts con su enorme sonrisa y sus largas piernas se convirtió en la reina de la comedia romántica y de los dramas de mujeres (sí, sí, han leído bien, si estudiamos el cine norteamericano actual todavía se sigue haciendo una serie de películas dirigidas a un público femenino como en otras décadas protagonizaban este tipo de historias: Bette Davis, Joan Crawford, Debora Kerr –la diferencia es que algunas de esas películas eran realmente buenas…, ahora son repeticiones de fórmula carentes de imaginación que se sustentan por estrellas con carisma…, a veces, hay excepciones–) al final del siglo pasado (¡¡¡cómo suena esto!!!).
Ya había llamado la atención con su papel de joven diabética en Magnolias de acero (1989) y como miembro de un grupo de estudiantes que tratan de traspasar y analizar la muerte en Línea mortal (1990).
De la noche a la mañana se convirtió en una reina de la pantalla. Y fue desaprovechada en varias películas (algunas de factura correcta pero nada más) que aprovecharon el tirón del rostro de moda. El reclamo era tan sólo su rostro. Así se convirtió, como las antiguas divas de la pantalla, en dama de las lágrimas y del amor.
Fue una mujer maltratada (Durmiendo con su enemigo), una heroína que se enamora de un chico con una enfermedad terminal (Elegir un amor), una intrépida y joven periodista (Me gustan los líos), una estudiante de derecho que se mete en complicaciones (El informe pelícano), una campanilla fallida (Hook), una mujer que descubre que su marido le es infiel (Algo de qué hablar)…
De pronto, aquella joven de sonrisa enorme quería papeles más serios en producciones serias. Pero no funcionó. Michael Collins y Mary Reilly pasaron como un suspiro por las pantallas en el año 1996. La comedia romántica vino de nuevo a rescatarla. Primero en un pequeño papel en un musical de Woody Allen (Todos dicen I love you) y, de nuevo, conquistó al público en La boda de mi mejor amigo. Pero ya no en un papel de joven inocente (aquí este rol lo bordó Cameron Díaz) sino como una mujer hecha y derecha que trata de impedir la boda de un antiguo amor porque quiere regresar de nuevo al pasado…, y que la ame. Menos mal que está por ahí Rupert Everett para que se dé cuenta de que no está sola.
Julia Roberts vuelve a su trono con fuerza a finales de los noventa. Y en 1998 y 1999 enlaza un taquillazo con otro además de conseguir un preciado Oscar.
Primero, se convierte en una mega estrella que vive una tierna historia de amor con un librero londinense con el encanto de Hugh Grant (Notting Hill). Después, hace llorar a todo aquél que se acercó a Quédate a mi lado, un dramón sobre esposa que se siente morir y quiere dejar a sus hijos y a su marido en manos de la joven amante. En el 1999 dio la campanada con un personaje femenino lleno de personalidad y fuerza, Erin Brockovich, con una historia basada en hechos reales (que ya se sabe se puede caer en una película del montón, de esas que sirven para echar una buena siesta, o en una película bien hecha y bien contada como el caso que nos ocupa). Terminó el año intentado dar la misma campanada que logró en 1990 junto a Richard Gere con Novia a la fuga. Ya no fue lo mismo.
Ahora, sus apariciones cada vez son más espaciadas –ejerce de madre–. Aparece en pequeños papeles en películas de sus amigos más allegados (las películas de Ocean’s o en Confesiones de una mente peligrosa de George Clooney). De vez en cuando, sigue interviniendo en taquillazos seguros como La sonrisa de Mona Lisa o se pierde en películas que nadie entiende (The Mexican). Sorprendió a todos en el papel de fotógrafa en Closer sobre las relaciones de pareja y las infidelidades. Ahora, de vez en cuando, ofrece su voz para películas de animación (Antbully, bienvenido al hormiguero o La telaraña de Carlota). Esperamos con ansía su reaparición en el cine como mujer madura en un papel que afiance de nuevo su carrera como actriz.