Umberto Domenico Ferrari trata de pedir limosna

“El neorrealismo no puede partir de contenidos preestablecidos, sino de una actitud moral: el conocimiento de su tiempo con los medios específicos del cine”.  (cita en Textos y manifiestos del cine de Joaquim Romaguera i Ramio y Homero Alsina Thevenet. Cátedra. Signo e Imagen. Madrid, 1993 –Tesis sobre el neorrealismo de Cesare Zavattini–)

El guionista Cesare Zavattini fue uno de los teóricos del neorrealismo en Italia. Un movimiento cinematográfico que dio al séptimo arte grandes obras de arte y una visión de hombres y mujeres que sobreviven en un mundo donde existe la injusticia. Un cine que no se evade del entorno real y de los acontecimientos contemporáneos.

El movimiento surgió en 1945 en un país devastado por la II Guerra Mundial donde había caído el fascismo y corrían nuevos tiempos de liberación. Los directores, que contaban con pocos presupuestos y pocos espacios donde rodar, descubrieron las calles como escenarios naturales. Su acercamiento a la realidad hizo que algunos confiaran las interpretaciones a actores no profesionales. Era un cine que captaba lo que ocurría alrededor: hambre, paro, vivienda, infancias robadas, prostitución, mercado negro… y que, también, evocaba como Italia había sido un pueblo que había resistido frente al fascismo.Alguno de los directores que dieron plena vida a este movimiento fueron Roberto Rosellini, Luchino Visconti, Vittorio de Sica o Federico Fellini.El guionista Zavattini se unió artísticamente con Vittorio de Sica y crearon historias impresionantes por su realismo –y también por sus dosis de poesía y milagro sobre todo según iba pasando el tiempo–. Sus películas son una radiografía sociológica de la Italia de posguerra. El limpiabotas (1946), Ladrón de bicicletas (1948), Milagro en Milán (1950) y la película de la que voy a hablar, Umberto D (1951).

Umberto D es la historia sencilla pero dura e impresionante de un jubilado que con su pensión no llega a final de mes. Un anciano que pide ayuda a base de silencios y al que la sociedad no escucha o no quiere escucharlo. Umberto sólo tiene la compañía de un perrillo llamado Flike y de una joven sirvienta –de la pensión de dónde quieren echarle- que carga sobre sus hombros muchísimos problemas y una triste ignorancia. Umberto es la soledad y la desesperación. Sólo exige un final digno…

La secuencia: el anciano está  desesperado. Sus antiguos compañeros de trabajo no se dan cuenta, no quieren o no pueden ayudarle. El anciano ve a un hombre ejerciendo la mendicidad en una iglesia y cómo los ciudadanos le dan limosna.

Umberto se aleja de la iglesia y en la calle se para. Con sudores y avergonzado ensaya a estirar la mano para pedir limosna. Siente mucha vergüenza. Cuando se decide, un hombre va a darle dinero, pero Umberto hace como que está comprobando si va a llover o no. Sufre pidiendo limosna. No puede.El anciano decide emplear a su fiel compañero Flike. Le da su sombrero y el perrillo inconsciente lo coge con su boca y se pone en pie sobre dos patas. Flike hace estupendamente su labor. Umberto se esconde tras una columna, Flike se queda quieto con el sombrero del anciano. A la gente le llama la atención ver a un perro solo pidiendo con un sombrero. El anciano ve que se acerca un conocido y va corriendo al encuentro de Flike y le regaña como si hubiera hecho alguna travesura. El anciano no se atreve a pedir ayuda al conocido. 

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