Unas cuantas declaraciones de amor

Hildy está en uno de esos días melancólicos. De pronto, me he puesto a pensar en algunas declaraciones de amor en el cine. Ya escribí el otro día en la definición cinematográfica de Oeste, una de las declaraciones de amor que me parecen más hermosas de la película Johnny Guitar (1954) del gran Nicholas Ray.  Poco a poco han ido apareciendo otras.

Si sigo con un maestro como Ray, profundamente romántico, rescato su primera película, Los amantes de la noche (1949). La historia de amor loco y trágico de dos jóvenes sin estrella en la vida. Al final, un joven muchacho, enamorado, sin suerte y fuera de la ley… sin tiempo para subirse al tren de la vida, escribe una simple carta a la chica de sus sueños, una joven que espera un niño, a la que quiere poder dar la mano en un paseo o ir con ella al cine en la gran ciudad. Quiere ser una pareja normal. Y no le dejan. El destino no lo abandona. En una escena, Ray nos deja al borde del abismo de la emoción mientras escuchamos el contenido de una simple carta de un joven casi adolescente con muchas ganas de vivir, amar y hacer bien las cosas. 

“Hola mi niña. Te echaré de menos pero tiene que ser así. Mandaré a buscaros cuando pueda. No importa el tiempo que haga falta. Tengo que ver a ese niño. Tiene suerte. Te tendrá a ti… para seguir en el buen camino. Te quiero. Bowie”. 

De pronto me asalta una de las declaraciones de amor que más me han impactado y que siempre que puedo escucho una y otra vez. Son Robin y Marian. Ya maduros casi ancianos. La imposibilidad del amor pleno… porque el tiempo pasa y deja secuelas, hace que Marian tome una decisión drástica. Y trata de explicárselo a un Robin asustado con una hermosa declaración de amor. Robin y Marian (1976) de Richard Lester nos deja las palabras de una hermosa Audrey Hepburn. 

“Te amo, te amo más que a todo, más que a los niños, más que a los campos que planté con mis manos, más que a la plegaria de la mañana, más que a la paz, más que nuestros alimentos. Te amo más que al amor, o que a la alegría, o a la vida entera. Te amo más que a Dios”. 

Me lanzo ahora a una película más contemporánea sobre el poder de narrar historias. Sobre la importancia de aquellos que se dedican a generar ilusión y fantasía a todos los que le rodean. Y, nunca, en los grandes cuentos falta el amor. Tim Burton, otro romántico empedernido, nos regala frases de ésas que nos gustaría que alguien nos susurrase al oído y una historia de amor en Big Fish (2003).  “Dicen que cuando conoces al amor de tu vida, el tiempo se para, y es verdad. Lo que no te dicen es que cuando vuelve a ponerse en marcha, se mueve muy de prisa para recuperar lo perdido”. 

“No me conoces, pero me llamo Edward Bloom y estoy enamorado de ti. He pasado los últimos tres años trabajando para averiguar quién eres. Me han disparado y acuchillado y aplastado en unas cuantas ocasiones. Me he roto las costillas dos veces. Pero todo ha valido la pena ahora que te tengo aquí delante y por fin puedo hablar contigo. Porque estoy destinado a casarme contigo. Lo supe desde el primer momento cuando te vi en el circo, y ahora estoy más seguro que nunca”. 

Ahora, viajo rumbo a Argentina. Y escucho a Ricardo Darín, digo a Rafael, en El hijo de la novia (2000). Y, cómo bajo la lluvia, delante de la pantalla de un telefonillo, trata de decirla a Naty, que la quiere. Desesperado. Encantador. Sin rendirse porque quiere que ella escuche lo que no ha sido nunca capaz de expresar.  “Bueno, quédate, qué carajo me importa. Escúchame, por favor, Nati. Escúchame. Necesito que me escuches. Bueno… Hice todo mal, todo mal. Nunca te escuché, nunca te di bola en todo lo que me dijiste. Pero… parece que lo vi, el problema, y dicen que… que si lo ves, eso es parte de la solución. La cagada es que no te dicen qué parte es. ¿El cincuenta por ciento, el dos por ciento? No, no sé. Pero… yo creo que me hizo bien la terapia… la intensiva, digo. Eh… qué más… ¡Ah, sí! Que… bueno, no es verdad que no quiero tener más problemas, lo que yo no quiero son los problemas con las cuentas, los proveedores, todo eso. Pero… quiero los tuyos, quiero los de Vicki, los de mis viejos, te lo juro. Son mi familia, yo los… los quiero ayudar, ¿me entendés? Eh… ¡Ah! Y que… mirá, yo quiero… vivir toda una vida con vos, llena de problemas. Los tuyos y los míos, porque… porque esos son problemas, esos son. Y el que no tiene… esos problemas… bueno, ése es el problema más grande que puede tener. Y… que aunque no sea, no sé, Bill Gates, Einstein o el… el Dick Watson, yo quiero vivir toda mi vida con vos, este… llena de problemas, y te voy a cuidar, te voy a… te voy a cuidar, por más problemas que tengas. ¡Que tenga! ¡Que tengamos! ¡Que tengamos! Y… No sé qué más decirte… eh… Decime algo vos, por favor… No contesta”. 

 Al final yo misma hago un homenaje (entre el diálogo de la película y la obra de teatro) de una de las declaraciones de amor más hermosas pero también más duras. De cómo a veces las parejas aunque se quieran, terminan haciéndose daño… hasta destruirse. Yo siempre he sido una admiradora de ¿Quién teme a Virginia Woolf? del dramaturgo Edward Albee. La historia de Martha y George es un testimonio triste, triste, triste… de los recovecos del amor. ¡¡¡Pero qué inmensa está Martha cuando se quita la máscara de matrona chabacana, cuando por un instante deja de jugar…!!!  “En toda mi vida, sólo un hombre me ha hecho feliz. ¿Lo sabías?¡Uno! Me refiero a George, por supuesto. George, mi marido. George, que anda por ahí, en la oscuridad… George, que es bueno conmigo, y a quien trato a patadas; que me comprende y a quien rechazo; que sabe hacerme reír pero me contengo; que me abraza, por la noche, para darme calor, y a quien muerdo hasta hacerle sangrar; el que siempre aprende nuestros juegos tan deprisa como yo cambio las reglas; George que quiere hacerme feliz, y yo no quiero ser feliz; y también sí, quiero ser feliz. Pobre George, pobre Martha, triste, triste, triste.A quién no perdonaré haber echado el ancla; que después de verme dijera: sí; aquí me quedo; que ha hecho el odioso, lacerante, insultante error de amarme y ha de ser castigado por eso. Pobre George, pobre Martha, triste, triste, triste.Que soporta, por insoportable que parezca; que es tierno, que es cruel; que comprende, por incomprensible que parezca…. Pobre George, pobre Martha, triste, triste, triste.Un día de éstos…una noche, una noche tonta, empapada de alcohol… me pasaré de la raya… y acabaré por descalabrarlo… o lo echaré para siempre… y eso es lo que me merezco”. 

Bueno, espero que os haya hecho recordar alguna declaración de amor de cine. (No olvidéis que también son bellas aquellas que nos aguardan a lo largo de la vida. Mientras dure). 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.