Inolvidable Kate

Hoy hace cien años que nació Katharine Hepburn. Inolvidable Kate. Lleva cuatro años ausente de este mundo y se la echa de menos. No me preocupa demasiado porque se encuentra en alguna parte con otros compañeros de profesión, con sus pantalones y su pelo pelirrojo en un precioso moño, representando personajes para la eternidad. 

Aquí en la tierra nos quedan sus películas. Así que no la olvidamos. La Hepburn posee una filmografía intensa e interesante. Llena de buenos personajes y argumentos inolvidables.  

Katharine todavía genera noticias. Recientemente la editorial especializada en libros de cine T&B ha publicado el libro de William J. Mann: Kate. El lado oscuro de Katharine Hepburn. El autor indaga en el interior de la actriz y analiza su personalidad desde un nuevo prisma. En unas quinientas páginas repasa la vida de una actriz mítica. Tras el mito, descubre a la mujer y a aquellos que formaron parte de su vida. 

Pero hoy quiero centrarme en sus personajes. En la obra que dejó en tierra. Las historias que Kate nos ha regalado para pasar nuestras noches y días. Al borde de la risa o la lágrima. Su filmografía es extensa. Sólo señalaré aquellos personajes que de algún modo permanecen en mi memoria. 

En los años treinta y cuarenta para mí la joven dama que era Kate me traslada a la risa. A la comedia alocada. Mujeres independientes, con un marcado carácter, pasionales y encantadas de la vida, vitales y con un amor libre hacia sus hombres. ¿Cómo olvidar a Sylvia? Una joven que por circunstancias de la vida se disfraza de hombre pero no puede ocultar su amor. Un amor equivocado. La gran aventura de Sylvia (1936) es una extraña película que oscila entre el humor y el drama. No se define. Pero ahí muestra su encanto. Además de confirmar que una de las grandes parejas cinematográficas de Kate, fue un joven comediante, Cary Grant. 

Antes la Hepburn ya había demostrado que su futuro estaba en la rebeldía, la independencia y la vitalidad con su encarnación de Jo en Cuatro hermanitas (1933). También, muestra otra de las características que la haría famosa, personajes orgullosos y con la arrogancia como coraza pero que siempre esconden vulnerabilidad y unos enormes deseos de amar y ser amada. En una elegante comedia de Gregory La Cava, Damas del teatro (1937) nos encontramos a una joven actriz de una familia con un alto nivel económico con mucho orgullo y ambición pero que esconde vulnerabilidad y corazón. Y este tipo de dama fuerte, funcionaba. Kate fue la reina de este tipo de retrato femenino. 

Katharina encandila a todos en la alta comedia. La alocada Susan Vance que nos hace llorar de la risa calmando con una ridícula canción a una fiera y robando el corazón de un apocado científico anonadado por una mujer llena de locura, ingenio, vitalidad y diversión. Una joya de la carcajada, La fiera de mi niña (1938). Por supuesto junto a Cary Grant.O una Linda, pobre niña rica que se enamora del novio de su hermana y que de nuevo con su vitalidad y encanto atrapa en sus redes al juerguista y vital Cary Grant. Son el uno para el otro en Vivir para gozar (1938). 

Después llega uno de sus grandes personajes –a mí me encanta–, Tracy Samantha Lord, la dama de alta sociedad que va a casarse por segunda vez con un hombre que sabemos a primera vista que no la va a hacer feliz, insulso, soso, ambicioso y preocupado por alcanzar posición y prestigio –la verdad es que mucho más desagradable que mi Ralph Bellamy–. Pero Kate actúa inteligentemente. Se deja llevar por el corazón y recupera inconscientemente a su ex, de nuevo Cary Grant –recordad que yo también le elegí a él, ¡¡¡tenemos buen gusto!!!–. Tracy Samantha Lord que se defiende de su vulnerabilidad comportándose como una diosa distante…, pero ella quieren que la amen como una mujer de carne y hueso. Lo que la cuesta es sentirse un ser imperfecto. Ella se da cuenta de que merece la pena ser de carne y hueso cuando se emborracha y divierte con un encantador periodista (James Stewart) que descubre a la mujer y no a la diosa. 

Después conoce a su otra pareja cinematográfica: Spencer Tracy –que en la vida real se convierte en su compañero, amigo, amante…, ahora el nuevo libro de Mann especula con la posibilidad de que fuera más una relación de camaradería y que este actor de carácter ocultara su homosexualidad ¿?–. Con Spencer protagoniza nueve películas pero yo me quedó con tres: La mujer del año (1942), La costilla de Adán (1949) y su última interpretación juntos: Adivina quién viene esta noche (1967). Ambos envejecieron en la pantalla y en su última película –por la muerte de Tracy– se nota una química y un cariño que traspasa la pantalla. 

En La mujer del año y La costilla de Adán reflejan como nadie la batalla de sexos. Las dos películas muestran unas relaciones cómplices de dos seres humanos que se adoran pero que son muy diferentes, diferencia de género evidente, pero en ambas triunfa la independencia de ambos y el amor que se profesan. Son películas donde muestran escenas cotidianas y donde refleja el mundo de una pareja con sus defectos y virtudes. Una delicia. 

A partir de los cincuenta y sesenta, Katharina Hepburn se convierte en una actriz dramática. Y deja constancia en unos papeles que la dan el prestigio de una actriz de talento (no olvidemos su amor acérrimo por la interpretación teatral y su lucha por ser reconocida como dama del teatro). 

Al principio de los cincuenta nos deja el retrato de dos solteronas encantadoras que en la madurez de su vida descubren un amor intenso. Y disfrutan siendo amadas. Dos retratos llenos de sensibilidad y ternura que muestran que nunca es tarde para enamorarse. Me refiero a La reina de África (1951) y Locuras de verano (1955). 

El prestigio dramático lo alcanza con tres personajes femeninos de tres buenas adaptaciones cinematográficas de obras de teatro de calidad. Kate se mete en el universo de Tenesse Williams, Eugene O´Neill y James Goldmand. Sus interpretaciones la convierten en la gran dama de la pantalla. Deja constancia de su arte en De repente el último verano (1959), Larga jornada hacia la noche (1962) y El león de invierno (1968). 

En los años ochenta, ¿quién no recuerda a Kate como una abuela impetuosa y bella con sus pantalones y su pelo recogido mirando con infinita ternura al hombre con el que ha estado toda la vida? Es por lo que merece la pena el melodrama En el estanque dorado (1981), las escenas de Katharina Hepburn enamorada hasta la médula de una Henry Fonda también anciano.  

Katharina Hepburn, que quizá nos estará viendo, que tenía fama de mujer difícil y con mucho carácter, dejó que los espectadores nos enamorásemos de sus personajes. De su figura esbelta y cara angulosa. De su forma de ser distante pero a la vez vulnerable. De su mirada de gata. De su independencia de dama. Hepburn cumple un siglo pero las pantallas la conservan para siempre. Sus historias sobreviven al tiempo. Va por ti, Kate. 

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