Crítica La fuente de la vida

La trayectoria de Darren Aronofsky en el mundo del cine ha sido distinta y extraña  (en 1998 se empezó a hablar de su obra con su debut en Pi y dos años más tarde dirigió Réquiem por un sueño, una historia de drogodependencias y adicciones), su tercera película La fuente de la vida ha dividido a crítica y público. Desde mi modesta opinión, me parece una bella e interesante película. Y voy a tratar de explicar el porqué. 

Nadie se tira de los cabellos cuando lee pasajes de la mitología griega, maya, inca, historias o leyendas de distintas partes del mundo o tampoco nos rasgamos las vestiduras con la lectura de las narraciones fantásticas del antiguo testamento. Disfrutamos con la lectura de los poemas épicos e imaginativos que nos ha regalado la literatura. En cuestiones de mitos o leyendas, no nos extrañamos de los elementos fantásticos, de la imaginación, de las acciones imposibles, de los momentos sobrenaturales…,¿y por qué la cosa cambia cuando se traslada a una película? 

Darren Aronofsky cuenta su mito particular, su leyenda, su cuento fantástico…, se alimenta de un montón de fuentes, leyendas, mitos y relatos sobre la búsqueda de la vida eterna y realiza su reinterpretación. Por eso, ofrece La fuente de la vida que no es más que un poema épico-romántico-mitológico en imágenes que hace volar al espectador. Por eso mismo, o te enganchas desde el principio a una historia de amor y muerte…, o te pierdes en unas imágenes incomprensibles. 

Yo decidí volar. Y me enganché irremediablemente a una historia sobre amor y muerte. Darren Aronofsky narra la historia con una estructura peculiar que deja al espectador las puertas abiertas a la interpretación. Yo me cree mi fuente de la vida y la disfruté al máximo. 

Me dejé llevar por Tommy (atentos todos a Hugh Jackman…, en esta película refleja su rostro el amor, el miedo a la muerte, la desesperación y la tristeza…, ofrece una interpretación intensa) que trata por todo los medios de encontrar una cura para el cáncer que está consumiendo a su mujer, Izzy. Ella es Rachel Weisz (especialista en recrear a mujeres míticas e ideales, a mujeres que cuando desaparecen dejan huella, no olvidemos su recreación ideal de Tessa en El jardinero fiel) que pronto descubre que no tiene miedo a la muerte y sólo quiere apurar al máximo el estar al lado del hombre que ama. Las escenas entre ambos son hermosísimas. Mirando bajo un paisaje nevado a una estrella que está muriendo, amándose en una bañera, Izzy contándole leyendas en una especie de museo, en la cama del hospital…, son de un romanticismo extremo que sus dos intérpretes nos hacen creer. Izzy está escribiendo una novela medieval inspirada en relatos mayas. Le dice a su amor que no ha podido escribir el último capítulo. Le regala una pluma y tinta para que lo acabe. Se lo suplica. Y Tommy, cuando puede, va leyendo la historia de su amada…, la búsqueda del árbol de la vida en un lejano siglo XVI. En una España irreal y oscura, de leyenda, una España dominada por el inquisidor, donde una reina pide al conquistador, al héroe Tomás, que vaya a la Nueva España y encuentre al árbol de la vida. Que saque del horror al país y que a su regreso, ella será Eva. Tommy trata desesperadamente de buscar un final. Su mujer le ha ido dando pistas durante la enfermedad y él va tratando de comprender cuál es el final adecuado. En otro espacio, en otro mundo. Busca esa estrella muribunda que crea vida. Ya le contó su Izzy una hermosa leyenda en que la muerte es creación. La muerte puede ser continuación de vida. Tommy lucha contra la ausencia de su esposa, Tommy se da cuenta que quizá más que pasar horas y horas tratando de encontrar la solución al tumor de su mujer, quizá hubiera sido mejor asumir la muerte y disfrutar más tiempo junto a su amada, quizá Tommy debe enterrar ese miedo atroz a la muerte y asumir que existe y que luchar contra ella no tiene sentido. La muerte es algo que no se puede desprender del ser humano. Quizá la muerte signifique vida. Quizá la muerte permita en otro espacio o dimensión estar junto a Izzy. 

Ya os digo. No es una película fácil. El espectador tiene que estar dispuesto a volar o soñar con el planteamiento y la historia que ilustra Aronofsky. Pero y si vuelas…, merece la pena. Vuelas por las estrellas, vuelas en busca de ese anillo perdido al que tratas de buscar un significado, vuelas por la luces medievales, vuelas por la selva, vuelas a otra dimensión que no conoces…, vuelas a una bella historia de amor y muerte junto a un desesperado Tommy y a una tranquila y valiente Izzy. 

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