Diccionario cinematográfico (84)

Katie y Hubbell: Tal como éramos… voy a contarte una historia. ¿Sabes que los polos opuestos se atraen? Eso les ocurrió a Katie y Hubbell. Ella era morena, siempre se sentía al margen, siempre luchando por causas perdidas, en la universidad era del partido comunista, luchaba por la situación de los españoles republicanos, por la paz en el mundo, por que no hubiera una Segunda Guerra Mundial… Katie era judía, no era muy rica y tenía un montón de empleos… Ahhh, quería ser escritora. En la universidad siempre entre protestas, mítines, periódicos, frecuentaba mucho a un joven espigado con gafas que se llamaba Frankie. Siempre andaban juntos. 

Hubbell era el niño bonito. El de la sonrisa indestructible. El que en la vida se lo habían dado todo hecho. El más popular. El mejor deportista. El más rubio y el más guapo. El triunfador. Por el que suspiraban las nenas… Ahhh, quería ser escritor. 

Katie y Hubbell desde la Universidad se atraían y admiraban. Él veía a la chica impulsiva y seria. Siempre luchadora. Sin miedo ni pelos en la lengua. Pasional. Siempre encantada de cambiar el mundo. Ella veía en él, no sólo la faceta de príncipe azul con sonrisa encantadora. Veía dentro, más dentro, y admiraba su talento para la escritura. Algo para lo que ella no tenía tiempo. 

Y entre bailes de fin de carrera, zapatos abrochados con cariño, sueños que todavía no están rotos… Katie y Hubbell se van conociendo poco a poco. 

Y acaba la Universidad. 

Ya estamos en la Segunda Guerra Mundial. Y la vida no es fácil. Y ella sigue batallando. Y él lleva puesto el uniforme. Katie se lo encuentra en un café, de uniforme, borracho como una cuba, y con los ojos cerrados. Ella se acerca y le retira el flequillo de la cara. Los opuestos se atraen. Y ella que no debería creer en príncipes azules, sabe que le quiere. Y él que sabe que las niñas subversivas no le van porque quiere andar tranquilo –ya sabe que el mundo es complicado y que de poco sirve alzar la voz, está desencantado antes de tiempo, o quizá, dios mío, es demasiado realista– se siente atraído, como siempre, por la impulsiva Katie que anda sin miedo y siempre con motivos por los que luchar. Con ella la sonrisa sigue a salvo. 

Siempre chocan y discuten. Pero al final ambos vuelven. Porque son polos opuestos pero se atraen, sin remedio alguno. Ya se lo dice ella por teléfono, llorando a moco tendido, le necesita a su lado, porque fíjate que tontería, la chica tan luchadora y segura de sí misma y sus ideas, sólo tiene un mejor amigo. Y ese mejor amigo es él. Y no puede faltar. 

Y ambos deciden caminar juntos. Los polos opuestos se atraen y lo intentan. Y la niña subversiva se va a Los Ángeles, a la ciudad del dólar, a vivir con el hombre que ama. A asistir a fiestas, a jugar al tenis, a reuniones sociales, a intentar no sentirse fuera, a encajar en el mundo del Hubbell que ama. Y el niño bonito y bien no se queda con la chica popular de la Universidad, la que diría sí, no le daría problemas y le amaría sobre todas las cosas, juntos en un mundo que ambos entienden y en el que intentan sobrevivir, sin perder la sonrisa, pero sin intentar un cambio, porque ya no lo esperan. El niño bonito se queda con la chica impopular y que nunca calla y que siempre le llena la cabeza de discursos. La chica que se cabrea y se calma. La chica que cree en su talento innato y que se toma esta etapa como un simple salto a París, donde se convertirá en gran escritor e intelectual. ¿Acaso él quiere esto? 

La chica que le dará una hija. Hubbell, ahora, siempre toca con cariño el estómago de Katie. 

En la ciudad del dólar llega la caza de brujas. Ella no puede estarse quieta porque sabe cómo es. No puede languidecer sin luchar ante algo injusto. Forma parte del comité de la primera enmienda. Quiere protestar, gritar, luchar por los derechos, por sus derechos. No estarse quieta. No pertenece a ese sitio de palmeras y sol que nunca se esconde. Ella habla que te habla porque cree en la libertad de expresión. Cree en la lucha. Lo tiene claro sobre todo cuando un día, embarazada y conduciendo su gran coche, ve a una joven universitaria que como ella en el pasado trata de cambiar el mundo, y pocos la hacen caso, y Katie quiere volver a ser lo que era. 

Y, él Hubbell, quiere trabajar. Le gusta ser guionista. Le gusta su trabajo. Los entresijos de las películas. Las reuniones. Le importa su gente, la gente, las personas. Y no le gusta lo que está pasando. Algunos de sus amigos sufren. En este mundo de chivatos y brujas, todos sus sueños están ardiendo. Y él intuye en qué quedará todo. Entiende a su compañera pero cree que la lucha no merece la pena. Y la acompaña a Washintong, en su lucha por los diez, y Hubbell, el niño bien de sonrisa perenne pierde los estribos cuando oye a un fanático que quiere abalanzarse sobre Katie y la llama zorra comunista. 

Hubbell y Katie son polos opuestos. Y discuten. Porque él le dice que nunca habrá libertad de expresión. Y que para que sirve la cárcel y el despido que van a sufrir amigos cuando dentro de unos años se verá como si un productor fascista necesita a un escritor rojo para salvar una película, sin ninguna duda le contratará y quedarán sus mujeres. Y se reunirán. ¿Y para qué habrá servido tanta lucha y sufrimiento? Pero Katie no comprende. Siempre hay que luchar, por principios. 

Y no, no, no rompen porque Hubbell se haya ido una noche con la niña bien con la quizá, si Katie no hubiera pasado por ahí, habría terminado unido por los siglos de los siglos. No, no, no rompen por ello. Katie deja vía libre porque sabe que ella no está donde debe estar, donde ella se siente completa, siempre luchando y guerreando, porque no quiere dejar de luchar por lo que cree, aunque siempre pierda. Y Hubbell la quiere y admira, y sólo ella conoce lo que hay detrás de la sonrisa, pero él no quiere ser un escritor intelectual que se mete entre páginas de una novela en París. No quiere ser el príncipe que ella pretende que sea. Él ve la vida con un realismo que no le deja espacio para la batalla y confrontación continúa. Él quiere apasionarse con su trabajo y que cuando le dejen un hueco, pueda sonreír. 

Katie le dice; quiero, quiero que nos queramos. Y lo desean con todas sus fuerzas pero no pueden. Ella sabe que la compañera subversiva debe retirarse para que él se realice en lo que realmente quiere y sueña. Él sabe que debe salir de escena para que su compañera siga gritando a gusto, y se sienta libre, y no aprisionada que es lo que la espera si siguen juntos. Los chivatos y las brujas ayudan a la separación. El clima de miedo en el país también. Hubbell le dice a Katie que a aquel compañero enclenque de gafas, Frankie, le ha podido el miedo y la ha denunciado. Y ella ve como se convierte en una amenaza para la carrera del ser que ama. De mutuo acuerdo se separan…, hasta que nazca el bebé. 

Pasan los años. 

Katie y Hubbell se encuentran de nuevo. Cada uno con la vida que quieren. Cada uno con sus heridas. Pero que coño, se miran, y joder cómo se quieren. Pero cada uno sigue su camino. 

Tal como éramos. Te he contado la historia completa, sin cortes ni tijeras.

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