Diccionario cinematográfico (220). Homenaje a París

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Homenaje a París: Siempre nos quedará París… y recordé cuando vi a un grupo de personas que salían del estadio cantando La Marsellesa después del horror, la de veces que el himno francés ha emocionado en pantalla de cine… Así recuerdo ese campo de prisioneros en La Gran Ilusión de Renoir. Durante un espectáculo que han organizado los presos, les avisan de que un pueblo francés ha sido liberado… todos empiezan a entonar La Marsellesa. Y es un momento para no olvidar, para verlo una y otra vez.

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Irrational man (Irrational man, 2015) de Woody Allen

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Irrational man de Woody Allen sigue dentro de su trayectoria cinematográfica la senda de Delitos y faltas, Misterioso asesinato en Manhattan, Match Point, El sueño de Casandra, Conocerás al hombre de tus sueños… con la silueta de Alfred Hitchcock planeando sobre ella y el reciclaje de las obsesiones del director: las dificultades en las relaciones personales, el enamoramiento y desenamoramiento, la fuerza del sino o el destino, el vacío creativo…, así como la importancia de las decisiones y la capacidad de los hombres para protagonizar el acto más moral o el más inmoral y también la importancia de la suerte o la capacidad del hombre para ilusionarse… Todo mezclado con el papel de la filosofía y la literatura en la vida cotidiana (tema apasionante en la filmografía de Allen).

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Magia a la luz de la luna (Magic in the moonlight) de Woody Allen

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Sophie (Emma Stone) percibe “impresiones mentales” que le hacen adivinar los secretos ocultos del alma de toda persona que se relaciona con ella. En ella, en esa joven, está el misterio, lo inexplicable de la vida, y lo demuestra en sus sesiones de espiritismo en las que logra conectarse con el más allá. Así Woody Allen vuelca también sus “impresiones mentales” en su última película Magia a la luz de la luna y bajo una aparente y sencilla comedia de amor, emulando a las screwball comedies y la guerra de sexos, filosofa sobre los grandes temas que le han preocupado siempre a lo largo de su filmografía.

Así Woody Allen vuelve a hacer un viaje al pasado, a los locos años 20, a Europa (ya lo hizo hace relativamente poco en Midnight in Paris) y nos presenta a un mago racional y pesimista, ególatra y narcisista (elegante Colin Firth)… que trata de desenmascarar a una joven médium y a su madre que están, en teoría, engañando y desplumando a una millonaria familia. El encargo viene de otro mago, mejor y único amigo del protagonista y amigo a su vez de la supuesta familia estafada. Así que Stanley, que así se llama nuestro escéptico mago, se ve enredado en la mirada y la sonrisa de Sophie. De pronto, ella con su misterio y como portadora de lo inexplicable da un sentido a la vida, una explicación posible a la nada, una esperanza… Y el escéptico se siente vencido y arrebatado. De pronto descubre que quizá no todo es tan lógico y a la vez tan sin sentido, y que tal vez haya más magia de la que imagina.

La presencia de la magia o del espiritismo no es nuevo en la filmografía de Woody Allen. Es como si el director tratara de que sus personajes lograran una cierta tranquilidad en su relación con lo inexplicable, alimentando esperanzas. Como si lo racional y lo lógico no hiciera feliz a sus personajes y sí dejarse llevar por lo misterioso, por lo que el ser humano no puede explicar pero siente que está ahí, por esas “impresiones mentales” que emanan por el aire. Así Allen se ha dejado llevar por la magia y el espiritismo o incluso por los viajes en el tiempo en La maldición del escorpión de sangre, Scoop o Conocerás al hombre de tus sueños… Personajes que encuentran un motivo para vivir e ilusionarse.

Así Allen crea un inteligente debate sobre la razón y lo espiritual bajo una aparente sencillez (y parece que este debate está últimamente en varias películas en cartelera pero en forma de ciencia ficción). Y esa sencillez hace que nos metamos de lleno, tanto en la descripción de los personajes como en los acontecimientos que transcurren, en una elegante screwball comedy con guerra de sexos de fondo. En Sophie y Stanley hay ecos de grandes comedias clásicas dirigidas y escritas por Preston Sturges o dirigidas por Mitchell Leisen o Howard Hawks. Sophie es el elemento discordante, que viene de otro lugar y de otra clase social, a poner patas arriba el mundo de unos excéntricos millonarios. Y sobre todo a desmoronar la ordenada y construida vida de Stanley, mago de éxito (pero como una profesión cualquiera que tiene su fruto por el arduo trabajo) y a punto de casarse con la mujer más perfecta y racional que existe. Sophie siembra un delicioso caos, como buena heroína de un screwball. No puede faltar la alegría chispeante de una canción de Cole Porter ni el disparate siempre presente en este tipo de comedias con personajes tan especiales como un joven millonario que canta fatal con un ukelele a su amada, y nunca se agota, o su madre que es feliz al poder hablar desde el más allá con su señor marido y preguntarle si alguna vez le fue infiel… O una tía encantadora, excéntrica y solitaria que conoce como nadie a su en el fondo triste sobrino…

Todo regado con un romanticismo elegante donde no falta la tormenta que obliga a Stanley y a Sophie a ocultarse en un observatorio. En un momento dado, pueden ver el cielo estrellado. Stanley le ha explicado a Sophie que esta visión le parecía amenazadora cuando era un niño. Como si el Universo le aplastara y fuera evidente su insignificancia y lo incomprensible del mundo. Sophie mira ese cielo y le pregunta que si realmente le parece amenazador, que si no lo ve simplemente romántico… ¿Hay forma más sencilla e inteligente de reflejar la magia a la luz de la luna? ¿Hay forma más sencilla e inteligente de mostrar la convivencia entre lo racional y lo espiritual?

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Sobre la ilusión cinematográfica…

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Un relato me sirve para empezar a dar rienda suelta a mi reflexión. En La vieja del cinema de Vicente Blasco Ibáñez se cuenta la historia de una anciana pobre que vende verduras por las calles parisinas y es alcohólica. Son los últimos días de la Primera Guerra Mundial y una de sus penas es la pérdida de su nieto Alberto “un obrero aficionado a los libros” en el frente. Un día entra en un cinema atraída por el cartel de una película… una alsaciana perseguida por un malvado alemán. Allí empieza a ver la película y escucha a un ‘espectador entendido” que algunas escenas de la película son imágenes de archivo, recortes y demás. De pronto la anciana pierde la cabeza porque al mirar una de las escenas de la película, esta transcurre en una trinchera donde hay un montón de soldados descansando, “uno ellos escribía una carta sobre sus rodillas puesto de espaldas al público. Poco a poco volvió la cabeza y sonrió a las gentes, yo dudé, creyendo que veía mal. Luego debí gritar. ¡Era mi nieto!”. A partir de ese momento la anciana empieza a ir todos los días al cinema y les dice a todos sus conocidos que se va allí porque su nieto trabaja todas las noches… Hasta que pasados los siete días (el día justamente que se anuncia la paz)… hay un cambio de cartelera. Y para esa abuela “me lo han matado por segunda vez”… ¿Es una ilusión, es una imagen de archivo que atrapa a su nieto con vida, es un extra parecido a su nieto…?

Y es que esta mujer, esa abuela, en una sala de cine… ante la ilusión de una imagen ha logrado resucitar a su nieto… Ese es el poder que a veces ejerce en el espectador el cine (o una fotografía, o una serie de televisión, o una novela). Un poder que es difícil de explicar y que crea situaciones reales y extrañas, muy extrañas, aunque parezcan empapadas de cotidianidad. En eso reside parte de la fascinación y la necesidad del cine.

No hace mucho escribía sobre Persiguiendo a Betty de Neil LaBute. Ahí la protagonista lograba huir de lo gris de su vida siguiendo un culebrón televisivo. Su protagonista, un cirujano, era un motivo para seguir adelante. Hasta tal punto que al vivir un hecho traumático y quedarse en estado de shock…, crea una realidad paralela en la que da vida real a los personajes del culebrón y decide irse a por el cirujano, porque en realidad es un amor de su adolescencia. Después de dejarle, todo empezó a torcerse en su vida… Al escribir sobre la película de Neil LaBute, recordaba también a la protagonista de La Rosa Púrpura del Cairo de Woody Allen que también trataba de superar su situación de mujer maltratada en plena Depresión norteamericana en la sala de cine. En una película de aventuras, se enamora de un personaje, un explorador. Y de pronto esa ilusión, esa imagen, cobra vida y también se enamora locamente de la espectadora que busca consuelo…

También Woody nos regala una maravillosa escena de ilusión cinematográfica en Hannah y sus hermanas, su personaje está buscando un sentido a la vida, en su desesperación intenta suicidarse pero falla y sale a la calle desesperado: “Me metí en un cine. No sabía que estaban poniendo. Solo necesitaba unos instantes para poner orden en mis pensamientos y volver a ver el mundo desde una perspectiva racional. Subí al primer piso y me senté (En esos instantes, en la pantalla de cine se ven imágenes de una película de los hermanos Marx, uno de sus momentos musicales). Ponían una película que había visto varias veces desde que era niño y siempre me encantaba. Me puse a mirar la pantalla y la película me enganchó. Empecé a pensar: ¿cómo puedes pensar siquiera en suicidarte? Mira a toda esa gente de la pantalla. Es divertidísima. Y ¿qué mas da si lo peor es cierto, si Dios no existe y solo pasas por la vida una vez?¿No quieres vivir esa experiencia? No todo es una pesadez. Pensé: Debería dejar de amargarme la vida buscando respuestas que nunca tendré, y disfrutar de ella mientras dure. Y después, ¿quién sabe? Quizá haya algo. Nadie lo sabe. Sé que ‘quizá’ es algo muy frágil a lo que aferrarse, pero es lo que hay. Empecé a relajarme a pasármelo bien”.

O tampoco puedo olvidarme de Los viajes de Sullivan (1941) de Preston Sturges, su protagonista –un director de cine de comedias que harto de este tipo de películas decide que tiene que rodar películas reales y que para eso tiene que vivir en el mundo real, empaparse de realidad… y decide aventurarse fuera de la burbuja que vive en Hollywood– termina en una cárcel dura. Uno de los días llevan a los presos, atados, a una iglesia humilde, muy humilde, donde tanto el cura como todos los feligreses son negros (que también se encuentran al margen, como los presos) para la proyección de una película. Empieza la proyección y se produce un momento mágico. Es un corto Disney y su protagonista es Pluto. De pronto, el protagonista ve cómo todo el mundo empieza a reír a carcajadas. Un montón de hombres y mujeres con circunstancias muy duras en sus vidas… ríen sin parar, lloran de la risa… y de pronto él se ve arrastrado por esas risas. Y descubre de pronto, de golpe, el valor de sus comedias cinematográficas…

Recuerdo que una de las cosas que más me llamó la atención de un libro del profesor José María Caparrós Lera (100 películas sobre Historia contemporánea) fue cuando ilustra con películas la etapa de la Depresión americana y en un momento dado se refiere a una tesis doctoral sobre el mundo rural de otro profesor, Andreu Mayayo, que tiene una parte que habla sobre Las uvas de la ira de John Ford y ahí escribe: “El cine durante el New Deal se convirtió en un espectáculo de masas, desde 1927 con la banda sonora incorporada. Los norteamericanos, en plena depresión económica, reivindicaron la entrada gratis para el cine, ya que lo consideraban una necesidad básica como el pan y el vestido. Había hambre de cine…”.

Tampoco olvido mencionar (hace poco escribí sobre él) la vida de François Truffaut, director que siempre reconoció que el cine fue el que le salvó de una vida errática. Así fue, para él el cine fue una tabla de salvación continua. Su vida era el cine, y el cine le hizo vivir… Y sus películas le sobrevivieron…

Lo que trato de reflexionar finalmente es por qué el cine crea adicción o engancha tan poderosamente (y como hablo del cine, hablo de fotografías, series de televisión, novelas…) y cómo a veces no tiene que ver la vía racional y sí, la emocional, la de los sentidos. Trato de desenredar el misterio del cine u otras artes creativas. Y su poder sobre el ser humano. Yo también he vivido situaciones en que la sala de cine ha sido mi salvación (o simplemente el poder ver en el salón de casa una película) o me ha ayudado a superar situaciones que me parecían imposible de encajar. Y otras personas me han contado situaciones similares. Recuerdo un gran amigo mío, que estaba muy enfermo, y siempre me decía que la sala de cine para él era un sitio que le traía una tranquilidad que no conseguía en otros sitios. He vivido algunas situaciones en la sala de cine, dignas de contar, como la proyección de Million Dollar Baby… y en un momento desgarrador, una señora gritar a pleno pulmón (refiriéndose a uno de los personajes) e impotente: “Pero, cómo puedes ser tan hija de puta”. O en otra de Eastwood, como El gran Torino, un señor en su butaca comentando con su amigo cada salida del personaje protagonista como si fuera un colega de toda la vida. O como en un cinefórum de El Odio, una chica salió disparada terminada la proyección porque me comentó que había sufrido tanto y estaba tan tocada por cada uno de los personajes protagonistas que no podía quedarse a reflexionar absolutamente nada. ¿Por qué enganchan y seducen ciertas series interminables de televisión y a veces de calidad ínfima –los famosos culebrones– (aquí no olvido uno de los mejores personajes de Caro Diario, el intelectual enganchado a la televisión y la propia película de Moretti que no sería posible sin el cine y su influencia sobre el ser humano) o de calidad magnífica? ¿Por qué te aferras a ciertos personajes cinematográficos y no los olvidas? ¿Por qué ciertas películas, que sabemos a ciencia cierta que no son obras de arte, permanecen en nuestra memoria o de algún modo nos marcaron? ¿Por qué el visionado de ciertas películas –verdaderas obras maestras– pero vistas sin la conciencia de que lo sean, te remueven hasta tal punto que algo cambia en tu interior? ¿Por qué no dejamos de ver cine…?

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Blue Jasmine (Blue Jasmine, 2013) de Woody Allen

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Jasmine, el rostro enajenado de una mujer que ha llegado al límite y que ha chocado con la más cruel y dura realidad, con sus propios actos, es una de las imágenes más desoladoras que nos ha dejado la filmografía de Woody Allen. Nunca dejó a una heroína tan en la estacada como Jasmine… pero no encuentra otra salida para ella y quizá sea la única posible. No hay redención. Blue Jasmine es la película sobre la crisis de Woody Allen.

Y se centra en los especuladores y sus familias… en esos maridos que les salió el dinero por las orejas (y arrasaban con todo y se saltaban todos los resquicios legales) y en esas mujeres que decían que todo lo firmaban pero que desconocían los tejemanejes de sus esposos. Y esos hijos universitarios con todo un futuro especulador por delante que presumían de papá porque realmente les parecía un héroe. Esos matrimonios que vivían en burbujas elitistas con sonrisas perennes y que arrastraron a todos, a los que peor les iba (para arrebatarles cualquier oportunidad de prosperar sin ninguna mala conciencia…), a una crisis que todavía se arrastra. Jasmine es una de esas esposas a las que les estalla la burbuja en la cara (algunos matrimonios de este tipo continuan existiendo e incluso les va cada vez mejor). Cuando su marido es detenido, todo su mundo se derrumba… y Jasmine la única forma que tiene de aferrarse al presente desconocido, sin dinero y sin futuro, es flotar en un pasado idealizado y seguir viviendo ‘en primera clase’. Un pasado idealizado donde es una mujer enamorada que tiene como banda sonora de su vida, Blue moon… que suena sin parar.

Y lo que hace Allen para contarnos esta historia es convertir el argumento de Un tranvía llamado deseo en universal y servirse de él (para hacerlo suyo) para contarnos el destino de otra Blanche Dubois que no encuentra ni la amabilidad de los desconocidos. Aquí su hermana (las dos son adoptadas), una mujer de la clase trabajadora, le tiende una mano (Jasmine siempre ha sido la hermana rica, la triunfadora, que ahora pasa por un bache) pero pronto se remarca también su drama, ella forma parte de esa clase trabajadora que ha sido arrastrada a la crisis por gente sin escrúpulos como su hermana y su exmarido. También se realiza una lectura amarga: en el fondo ansiaba el modo de vida de su hermana (o ansía, como está haciendo Jasmine en esos momentos, soñar)… pero tras la caída, y con un Stanley Kowalski llorón a su lado, acaba aceptando su realidad. Están condenados a permanecer donde están (tampoco es muy esperanzador) y a ser supervivientes. Eso sí en su mundo, una vez aceptado, no habrá sitio para Jasmine…

Y para su Blue Jasmine cuenta con una superlativa Cate Blanchett (amamos y odiamos su personaje por igual… y finalmente sentimos una compasión inmensa por ella —quizá ése es el único regalo que la deja el director—) y una Sally Hawkins con una sensibilidad que remueve.

Blue Jasmine también arranca las risas en el patio de butacas pero son risas hacia las situaciones que vive una mujer desesperada que se aferra a sus fantasías y que sabe que se está aferrando a ellas. Arranca risas desde su propio patetismo. Jasmine es reina en una tragicomedia. Su comunicación imposible con el entorno de su hermana y sus fracasos continuos por volver a ser una primera dama ilusionada. Risas tristes, tristes risas. No hay redención pero quizá una vez que ha chocado con la realidad y la soledad más absoluta… Jasmine pueda reconstruirse y caminar… Quizá ya no suene más la melodía de Blue moon.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.