Gloria (Gloria, 2013) de Sebastián Lelio

Gloria

… Y entonces Rodolfo lee a Gloria un poema: “Me gustaría ser un nido si fueras un pájaro / me gustaría ser una bufanda si fueras un cuello y tuvieras frío / si fueras música yo sería un oído / si fueras agua yo sería un vaso / si fueras luz yo sería un ojo / si fueras pie yo sería un calcetín / si fueras el mar yo sería una playa / y si fueras todavía el mar yo sería un pez / y nadaría por ti / y si fueras el mar yo sería sal / y si yo fuera sal / tú serías una lechuga / una palta o al menos un huevo frito / y si tú fueras un huevo frito / yo sería un pedazo de pan / y si yo fuera un pedazo de pan / tú serías mantequilla o mermelada / y si tú fueras mermelada / yo sería el durazno de la mermelada / y si yo fuera un durazno / tú serías un árbol / y si tú fueras un árbol / yo sería tu savia y correría / por los brazos como sangre / y si yo fuera sangre / viviría en tu corazón”. Y estos versos son de Claudio Bertoni, un artista chileno. Todos los versos forman “Poema para una joven amiga que intentó quitarse la vida”. Pero no hay poema más vital que este. Rodolfo tiene 65 años y ganas de huir de su rutina familiar en la que se siente encerrado pero también acomodado y dependiente. De pronto ve una posibilidad de huida o escape con Gloria. Ella tiene 58 años y pocas ganas de rendirse. Gloria no quiere bajar el telón. Digamos que le pasa lo mismo que a otro personaje de ficción, Evelyn, que tan bien se expresa en Tomates verdes fritos: “Soy demasiado joven para ser vieja y demasiado vieja para ser joven”.

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Comedia con fantasmas de Marcos Ordóñez (Libros del Asteroide, 2015)

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Un viaje a través de la memoria de Pepín Mendieta, el rey de la comedia. Comedia con fantasmas es una novela que rescata el espíritu de los escenarios de teatro españoles en un largo periodo histórico: de 1925 a 1987. Pero también está bien presente el mundo del cine. Cine y teatro de la mano para unas páginas apasionantes pobladas de recuerdos y fantasmas. Pues eso es rememorar, mirar una vieja fotografía o una película lejana… traer a la vida aquellos fantasmas que formaron parte de nuestra existencia y nos hicieron tal y como somos. Marcos Odóñez te sumerge en un mundo de fantasmas que cobran vida… y, como lector, no quisieras que bajase nunca el telón.

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DocumentaMadrid 15 (primera parte, sección oficial largometrajes). Chante ton bac d’abord (Chante ton bac d’abord, 2014) de David André/La once (La once, 2014) de Maite Alberdi

Chante ton bac d’abord (Chante ton bac d’abord, 2014) de David André

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La realidad se pone a cantar. Si ya dentro de la ficción se habían dado pasos para llevar la clave de sol a espacios inauditos en el género musical, quedaba que la pura realidad se pasara al musical, y así lo ha hecho el documentalista David André.

Así como en la ficción, George Abbott junto a Stanley Donen llevaron el musical a una fábrica de pijamas donde se preparaba una huelga entre los trabajadores para exigir una subida salarial (The pajama games, 1957) o la rivalidad entre bandas juveniles neoyorquinas hacía que sus protagonistas bailaran en un garaje o en un callejón mientras transcurría un argumento universal con unos nuevos Romeo y Julieta en West side Story (1961) o volando hacia Francia Jacques Demy creaba un melodrama donde sus jóvenes protagonistas en sus vidas cotidianas, con conflictos sociales y bélicos, cantaban sin parar en Los paraguas de Cherburgo (1964) o aterrizando en Gran Bretaña Alan Parker reflejaba la vida dura en un barrio proletario con notas musicales en The Commitments (1991). En el cine documental, se han reflejado momentos de realidad que tenían que ver con la música: unos jóvenes de un instituto en una zona deprimida participaban en la elaboración de una gran coreografía con la música de La consagración de la primavera de Strawinsky en ¡Esto es ritmo! (2004) o unos abuelos formaban un coro donde cantaban rock and roll y se rebelaban contra la enfermedad y la muerte en Corazones rebeldes (2007).

Pero lo que hace David André en Chante ton bac d’abord es contar la historia de un grupo de adolescentes en una localidad deprimida por la crisis económica y que estos expresen sus sentimientos y su manera de sentirse cantando en los sitios más cotidianos, haciendo realidad ese argumento que esgrimen aquellos que no soportan el cine musical: “Nadie está de pronto en la calle y se pone a cantar y la música empieza a sonar a su alrededor”. Y el contraste es interesante porque acorta distancias entre los jóvenes y los espectadores y da más energía y fuerza a lo que quiere contar. Una realidad dramática que reflejaría Ken Loach en uno de sus dramas sociales o que los hermanos Dardenne diseccionarían con su cámara distante, David André da un toque de magia mostrando que los jóvenes protagonistas pueden soñar y alcanzar sus sueños en la realidad gris que les rodea y en un acto de locura y rebeldía cantar sus aspiraciones…, saltarse las reglas de la realidad.

Chante ton bac d’abord recorre un año crucial en la vida de seis amigos adolescentes que viven en Boulogne-Sur-Me. Y es crucial porque es el año en que van a examinarse de selectividad y van a decidir cuál es su futuro profesional. Aun azotados por la crisis económica, y muchos de ellos conviviendo cada día con el drama y los miedos de sus padres, ellos apuestan por soñar y luchar por alcanzar lo que realmente quieren. A base de canciones Gaëlle, Alex, Rachel, Nicolas, Caroline y Alice nos cuentan no solo como son sino cómo se sienten así como describen sus miedos y sus sueños. Mientras ellos cantan, sus padres son reales como la vida misma y les ponen espejos en los que mirarse: unos se rebelan contra esos espejos aunque se preocupan y adoran a sus padres y otros reciben siempre un empujón en el vuelo, incluso uno de los padres pone siempre música en su vida, canta sin parar.

Uno de los grandes aciertos de este documental no es solo que la realidad se ponga a cantar sino el contraste y la química que se establece entre los adolescentes protagonistas y sus padres logrando momentos de emoción. Así el rostro desencantado del padre de Gaëlle contrasta con la energía y ganas de soñar de su hija. Y la fuerza del padre de Alex arrasa cada vez que asoma su rostro en la pantalla y nos traspasa con esa complicidad sincera que establece con su hijo. O nos hace reír el pragmatismo de la madre de Nicolas que piensa que su hijo lee demasiado y eso no lleva a ninguna parte, un genio tiene que comer.

Chante ton bac d’abord experimenta con la realidad y la refleja con corcheas y semicorcheas.

La once (La once, 2014) de Maite Alberdi

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Lo más cercano y cotidiano puede captarse con delicadeza y crear un espacio único repleto de historias. Así Maite Alberdi decide explorar un universo muy cercano y concreto: la hora del té de su abuela María Teresa con sus amigas. Una vez al mes se reúnen alrededor de una mesa y es un ritual sagrado, íntimo, así ha sido durante sesenta años. Pero el tiempo pasa, las ausencias van siendo evidentes y, sin embargo, no reniegan de ese espacio, que es suyo, en el cuál toman té, pastas, bocadillos, deliciosas tartas y se ríen, se pelean, cantan canciones, se cuela algún recuerdo y otro se escapa pero hablan y hablan de lo divino y de lo humano, de los hombres, del sexo, de su educación, de la muerte, de la religión… Todo está perfectamente preparado y organizado y ellas están impecables frente a sus amigas, bien peinadas, bien vestidas y maquilladas. Nada puede faltar en el ritual. Y Maite Alberdi lo capta minuciosamente, con detalle, dejando una mirada cercana y entrañable con unas gotas de humor de estas mujeres que pertenecen a una clase alta chilena.

Las reuniones de las amigas siguen un patrón mes a mes, año a año, un ritual que convierte cada hora del té en un momento mágico donde el tiempo no pasa. Maite Alberdi las capta durante cinco años y en un inteligente montaje (eran horas y horas de material filmado) logra acercarnos ese universo ajeno. Las transiciones ocupadas por fotografías en un álbum y por la preparación minuciosa de la mesa de té: la infusión y los deliciosos postres. Cada año empieza, como cada reunión, con una oración donde se dan gracias por seguir reunidas y juntas. Y después Maite se centra en los rostros de su abuela y sus amigas tanto en las que hablan como en las reacciones de las que escuchan (y condensa todas las reuniones de té del año como si fuera una única cita). Y ahí nos encontramos con otro documental subterráneo… lo que nos dicen y expresan esos rostros que no hablan, que miran. Así nos causa incredulidad y una risa nerviosa cuando vemos los rostros y las reacciones de estas señoras ante una nueva melodía en la flauta de Francisca, una de las hijas de María Teresa. Cuando esto ocurre por primera vez, vemos solo sus rostros en silencio, incómodos, y escuchamos las notas discordantes de la flauta… hasta que la cámara nos sitúa un primer plano de la protagonista, Francisca tiene síndrome de down. O esa otra historia que nos cuentan las breves apariciones de las chicas de servicio que ayudan a preparar la hora del té y sirven la mesa cada vez, en cada encuentro. O también dice mucho cómo apenas salen sus discusiones políticas porque como explicó la directora en una intervención tras la proyección, su extremismo político hacia la derecha y las acaloradas discusiones con su abuela (única de las presentes con una ideología más a la izquierda) iba a alejar al público de esas mujeres y no iba a realizar ese acercamiento para entenderlas en su propio universo, además de perderse todo espectador que no fuera chileno por no conocer la realidad política del país.

Finalmente aunque se suceden las risas y los guiños tiernos, queda en realidad un retrato melancólico de estas mujeres a las que ya les queda poco tiempo de reunión y risas… y que aprovechan su hora del té al máximo. Todo queda como si fuera un álbum de fotografías amarillas, vivir a través de los recuerdos, conocer lo que era un ritual que se está extinguiendo por la ausencia… Así Maite Alberdi atrapa a las protagonistas de esas fotos amarillas y las da vida y voz.

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10 razones para amar Candilejas (Limelight, 1952) de Charles Chaplin

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Razón número 1: la historia de una bailarina y un payaso

… porque Charles Chaplin siempre explicaba desde el principio, sin máscaras, cómo iban a ser sus películas. Aquí con un rótulo nos decía, entre otras cosas, que nos iba contar la historia de una bailarina y un payaso en Londres antes de la Primera Guerra Mundial. Y eso es lo que ofrece Candilejas.

Razón número 2: la herencia de Charlot

… a pesar de la ausencia de Charlot, su espíritu recorre toda la película. Y es que Calvero es un Charlot que reflexiona, que vuelve a sus orígenes, a sus raíces… Calvero explica y completa a Charlot. Calvero es un “comediante vagabundo” (tramp comedian). Son indivisibles e inseparables. En Calvero se encuentra todo Charlot. La risa y la melancolía. La joven dama en apuros. La miseria. La pantomima. La historia de amor imposible. Su relación con los objetos cotidianos… Lo que ofrece un anciano Calvero es la amargura y el desencanto, frente a un Charlot que daba su patadita y seguía adelante. Con Calvero baja el telón…, termina el espectáculo.

Razón número 3: la herencia de Charles Chaplin

Porque el director y artista se desnuda en Candilejas y vuelve a los recuerdos de su infancia y a su preparación en los escenarios de varietés antes de la pantalla de cine. Porque bebe de su memoria y ‘dibuja’ y se ‘inspira’ y de alguna manera el espíritu y forma de vida de sus padres se encuentran presentes.

Porque cuenta su relación con los escenarios y reflexiona sobre el público, sobre la actuación, sobre el miedo al fracaso, a la sala vacía, a ya no hacer reír, a la dignidad del artista, al trabajo bien hecho, al espectáculo debe continuar…

Porque demuestra que tras el cómico, hay un hombre complejo, un artista desencantado…

Porque presiente momentos difíciles. Sus últimos años, prácticamente retirado, y viviendo un exilio de su país de acogida con profundas dosis de amargura.

Razón número 4: la pantomima

Porque Calvero es el rey de la pantomima y lo eleva a arte. Desde su primera aparición, alcoholizado, es un espectáculo de pantomima sin palabras. Sea en sueños, sea en el escenario, sus elaboraciones cuidadas, su lenguaje del cuerpo y del rostro relucen… Porque Charles Chaplin era un maestro cuidadoso y sus números eran trabajo de años y años. Su domador de pulgas es una composición de un espectáculo del pasado, en los escenarios, que también trabajó posteriormente para llevar a la pantalla en uno de sus cortos… hasta convertirse en el espectáculo estrella de Calvero.

Porque su personaje Calvero habla tanto por la boca como con el cuerpo. Así es capaz de transformarse delante de la bailarina en flor, roca o pensamiento.

Razón número 5: la melodía

Chaplin se preocupaba por cada detalle de sus películas. Y la melancolía y el desencanto es quizá su rasgo más llamativo. Y estos sentimientos son acentuados por otro de los aspectos que adoraba cuidar Chaplin de sus películas: la banda sonora y su composición. Así crea la banda sonora, la música de fondo, de Candilejas. Esa melodía emocionante que acompaña a la bailarina que danza. Y esa melodía cuenta una historia de amor imposible.

En la película la melodía es compuesta por el joven compositor Neville (que tiene el rostro del hijo de Charles Chaplin, Sydney Chaplin) para que la baile Thereza (Claire Bloom), la joven desvalida que renace con la danza. Y este personaje, el compositor, es una premonición de Calvero. Porque el viejo payaso consciente de la imposibilidad de su historia de amor, imagina para su Thereza, mirando por la ventana, una historia de amor con un joven y atractivo compositor. Él se inspira en una anécdota que le cuenta la bailarina sobre un joven al que le vendía papel para componer música… y con el cual no cruzó palabra alguna… Calvero imagina y su historia se convierte en realidad… ante la imposibilidad de la propia…

Thereza, la bailarina, es una mezcla de rostros y personajes: se cruza la madre de Charles Chaplin, con el personaje de dama desvalida que tantas veces personificó Edna Purviance, y con el ideal femenino del creador que desemboca finalmente en el rostro de su última esposa, Oona O’Neill.

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Razón número 6: Charles Chaplin y Buster Keaton

Candilejas huele a despedida obligada de una forma de arte, de un pasado. De una forma de hacer reír. De unos artistas que conquistaron escenarios y después se convirtieron en reyes del cine silente. Candilejas regala un número especial entre dos grandes. Regala un momento mágico donde Charles Chaplin y Buster Keaton muestran su relación con los cuerpos y los objetos. Y a la vez que nos hacen reír, nos envuelven en una atmósfera de algo que desaparece. Mientras los dos se preparan frente al espejo para el espectáculo, y todos les dicen que vuelven los viejos tiempos, ellos se rebelan con tristeza porque por su arte el tiempo no pasa… Y hacen esta afirmación evidente. Sin embargo, ambos embadurnan sus tristes rostros.

Razón número 7: interiores y entre bambalinas

En Candilejas vivimos en el interior de la habitación alquilada de Calvero. Una habitación que encierra recuerdos, tristezas, esperanzas y sueños… y en esa habitación se instala una joven bailarina herida sin ganas de vivir. Ahí se gesta su universo especial. El universo de la bailarina y el payaso.

Pero también nos empapamos entre bambalinas. Conocemos los entresijos del escenario. Los camerinos, los cambios de escenografía, los nervios del estreno, los ensayos, las pruebas, los miedos y las pequeñas miserias, los desencantos, los éxitos, el compañerismo, las extrañas familias…

Vemos cómo la línea de lo que se cuenta en los escenarios y lo que ocurre en la vida, a veces, es muy fina. Así Thereza representa con su danza la muerte de Colombina y la desesperación de Pierrot y los payasos… para después resucitar. En la vida ocurre lo mismo pero al contrario, el payaso fallece, en silencio y entre bambalinas, frente a una Colombina a la que ha transmitido ganas por continuar… y de esta manera sobrevivirá Calvero.

Razón número 8: la tristeza del cómico

Todos los cómicos de Candilejas encierran tristeza… empezando por el personaje de Calvero. Así se habla de la paradoja de la dificultad de la risa y cómo el que hace reír no tiene por qué ser feliz. Y cómo el cómico sufre también el miedo al fracaso y el miedo a que ya nadie ría sus gracias.

Su compañero, con rostro de Buster Keaton, transmite esa tristeza. Los músicos callejeros encierran tristeza. La dueña de la pensión donde habitan los personajes esconde tristeza y vida dura…

Las propias recreaciones cómicas de Calvero en los escenarios tienen un poso de tristeza y parten de situaciones trágicas.

Y si repasamos la historia de Buster Keaton o Charles Chaplin… no encontramos tanta comedia en sus vidas.

Razón número 9: Alcohol

Calvero y su alcoholismo es una manera de acercamiento a la figura paterna. El padre de Charles Chaplin era alcohólico y murió muy joven de cirrosis. Calvero reflexiona sobre por qué bebe y por qué está metido en un círculo vicioso. De nuevo vincula su alcoholismo al miedo al fracaso, a la sala vacía, a no ser gracioso, a no funcionar en el escenario… Con Candilejas, Chaplin trata de entender la vida de sus padres, es un acercamiento desde el respeto y la dignidad.

Razón número 10: la vida, el deseo, los sueños

Y es que Candilejas es un canto a la vida… a través de una historia fúnebre. Con un suicidio fallido de una joven bailarina y un payaso herido con corazón débil en tiempos de preguerra… Candilejas habla de aferrarse a la vida porque sí. A través de la imaginación y el deseo, para vivir momentos felices, para crear… Y como siempre pasó con Charlot, Calvero sueña y de paso nos hace soñar también a nosotros.

Candilejas solo es la historia de una bailarina y un payaso en Londres, a principios del siglo XX…, antes de la Gran Guerra.

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El amor es extraño (Love is strange, 2014) de Ira Sachs

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A veces basta una mirada, un gesto o simplemente una manera de contestarse, de comportarse para intuir la complicidad construida entre dos personas. Así ocurre con Ben y George (John Lithgow y Alfred Molina), basta con contemplar la primera escena de El amor es extraño para construir sus casi cuarenta años de relación. Y esa mañana que se despiertan juntos…, es la mañana en que, después de la nueva ley que entró en vigor en 2011, formalizan su matrimonio delante de los seres queridos (familiares y amigos). Ben y George, que se han amado y se aman porque han sabido construirse un mundo de complicidad e intimidad, dan un paso que supone, para su sorpresa, un seísmo inesperado… que trastoca todo su universo cómplice.

Ira Sachs (primera película que contemplo de este realizador) construye un relato cinematográfico luminoso y doloroso, tierno y muy hermoso que narra la historia de un seísmo inesperado con un empleo elegante de la elipsis y el fuera de campo. Tan importante es lo que se muestra como lo que se intuye, lo que no se mira…

Y es que la emoción contenida, las palabras no dichas, los sentimientos no derramados pero sí intuidos, envuelven una película, de personalidad propia, pero empapada de unos ecos que construyen la historia personal de Ben y George. Así nos encontramos frente a frente con el espíritu y la fuerza de todo un clásico de Leo McCarey que contaba con una delicadeza extrema y dolorosa la separación a la que se veía abocada un anciano matrimonio por las circunstancias económicas. Aquella película, Dejad paso al mañana, se convertía en una de las más emocionantes despedidas. Así Ira Sachs toma el espíritu de aquel clásico, y como el personaje de Ben (que es pintor), con un fino pincel va realizando un lienzo para entender esa situación (de por si universal y sin que le afecte el tiempo) en unas circunstancias contemporáneas.

Pero también se oye otro eco que describe ese magnífico reflejo de la complicidad y la intimidad valiosa que dan los años de convivencia. Y es esa película todavía oculta y agazapada de Stanley Donen donde otra pareja de homosexuales ya en el ocaso de sus vidas se enfrentaban a dificultades para el futuro. En La escalera se construía ese universo íntimo de Charlie y Harry (Rex Harrison y Richard Burton)… pero la mirada de Donen era importante pues era pionera en presentar una relación homosexual cotidiana, cercana. Años después Ben y George dan un paso más pues lo interesante no es que sean homosexuales (algo que sí ocurría en La escalera) sino lo que les sucede, su drama, independientemente de si son dos hombres o no.

Y gran parte de la batuta, credibilidad y sentimientos que despierta esta pequeña y hermosa película es contar con dos rostros, John Lithgow y Alfred Molina, que se entregan en cuerpo y alma a sus personajes dejando también una emocionante despedida en forma de sincera declaración de amor…, cotidiana, íntima, cercana, una declaración sincera, posible después de casi cuarenta años de convivencia.

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Vida y muerte del coronel Blimp (The Life and Death of Colonel Blimp, 1943) de Michael Powell, Emeric Pressburger

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No había tenido oportunidad de ver Vida y muerte del coronel Blimp hasta ahora… y de nuevo Michael Powell y Emeric Pressburger me han deslumbrado. Me quito el sombrero apasionadamente. Lo que podía haber sido una película más de propaganda bélica británica (está rodada cuando aún estaba en marcha la II Guerra Mundial y no se sabía bien cuál podría ser el resultado final), se convierte en una gran obra cinematográfica donde estos dos autores crean su universo particular y su manera especial y original para contar historias. Con un uso elegante del color (como seguirían demostrando en Narciso negro y Las zapatillas rojas) y un empleo del lenguaje cinematográfico para detenerse en cada momento, logran una película emocionante por muchos motivos… Durante su visionado, he disfrutado cada fotograma, cada momento.

Y lo que quieren decir y lo que cuentan no es fácil (de hecho siempre se suele señalar en distintas fuentes consultadas que fue una película que disgustó bastante a Winston Churchill), con un humanismo similar al que se desprende en La gran ilusión de Jean Renoir (estrenada en el 1937)… Vida y muerte del coronel Blimp va más allá y expone un tema complejo y controvertido: el enemigo a batir no son los alemanes, es el Nazismo. Y en esos momentos que están viviendo, no vale la caballerosidad, ni el honor, ni el valor, ni el respeto al prójimo… No se puede perder en el campo de batalla. Y para frenar a ese enemigo que arrasa sin piedad alguna…, la manera de enfrentarse a él tiene que ser distinto, radical. Así como la manera de gestionar la paz (otro tema siempre difícil y complejo). Y esto no es fácil digerirlo. Además como otras películas del momento, reflejan la importancia de la defensa civil (no olvidemos La señora Miniver que se rodó un año antes). No eran temas fáciles en esos momentos, ni ahora.

El protagonista de la película es un anciano coronel, el coronel Blimp, que recuerda su vida. Desde su intervención en la guerra de los boers, hasta la Primera Guerra Mundial y ahora en plena Segunda Guerra Mundial. Y en esa vida hay dos personas que le acompañan a lo largo del tiempo: su amigo alemán, también militar, Theo Kretschmar-Schuldorf  y el amor de su vida (la manera de plantear esta historia es sorprendente y original). Porque Vida y muerte del coronel Blimp es también una historia de amor, amistad y del paso del tiempo…

Lo maravilloso de Michael Powell y Emeric Pressburger en esta película emocionante es que cuenta la historia de un hombre a través de continuas elipsis. Es tan interesante lo que ven nuestros ojos, como lo ausente —lo que no vemos— pero que sin embargo sabemos que ha ocurrido… Después de una introducción que nos permite saber que la película transcurre durante la Segunda Guerra Mundial, que la contienda continúa, y que nos presenta al coronel; asistimos a un largo flash back y el regreso al pasado sucede de una manera sencilla y a la vez prodigiosa. Al coronel le conocemos en unos baños de un club militar, cae al agua con un joven durante una pelea y se hunden en una piscina y de pronto solo vemos la imagen del agua y la cámara que recorre la piscina que es rectangular. De pronto surge la cabeza de un joven que sale… y es el coronel Blimp muy joven…

Además del siempre llamativo uso del color, destaca el empleo que realizan de los espacios (así como el cuidado de cada uno de los espacios elegidos) y sobre todo la posición de la cámara en algunas de las escenas. Así se convierte en un espectáculo visual el restaurante con orquesta donde se reúnen por primera vez Edith Hunter (el amor de su vida) y el coronel Blimp. O el gimnasio donde tiene lugar el duelo entre Blimp y Theo. Así como la casa británica del coronel, una herencia de su tía, donde siempre regresa (y que será testigo del paso del tiempo).

Un ejemplo del uso genial y continuo que hacen estos creadores de la elipsis para narrar cinematográficamente, lo encontramos en el momento del duelo. Solo nos dejan ver los preparativos del enfrentamiento, después la cámara sale del recinto y penetra en una ventana desde la que se ve el edificio desde el exterior. Ahí está Edith con un amigo del coronel, mirando inquietos y hablando sobre qué será lo que pasará en el interior. De pronto, ven cómo sale una ambulancia del edificio. Y no sabemos nada de lo que ha ocurrido hasta que en el siguiente momento vemos a Edith en el hospital.

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Y ¿cómo es el planteamiento de la historia de amor? En el hospital se produce un triángulo entre Edith, Blimp y Theo. Al final Theo se compromete con Edith ante la alegría de Blimp, que de pronto en un instante se da cuenta de que en realidad está enamoradísimo, ella es su mujer ideal. Su vida girará en la búsqueda de ese amor perdido. Así durante la Primera Guerra Mundial, verá en un convento a una enfermera de la Cruz Roja semidormida, que ni repara en su presencia, que le llama poderosamente la atención: es igual que Edith. En otra elipsis genial, descubrimos que no solo vuelve a encontrarse (porque la busca) con esa enfermera sino que además se convierte en su esposa (y ambos protagonizan una declaración de amor de esas que me gusta coleccionar). Y cuando ya es un anciano coronel viudo, encuentra a una joven chófer entre setecientos candidatos, que se hace llamar Johnny, y ambos tienen una relación de camadería y respeto. La chófer es exactamente igual que Edith y su esposa. Tanto Edith, como la enfermera de la Cruz Roja como la chófer tienen el rostro de Deborah Kerr (cuando todavía no ha volado a Hollywood).

La película está llena de momentos mágicos. Me vienen dos a la cabeza. El momento en que termina la Primera Guerra Mundial que pilla al coronel Blimp en un atardecer en coche junto a un fiel amigo y sirviente… Ambos están hablando entre bombardeos y disparos del inminente final de la contienda a una hora establecida. De pronto el silencio. La guerra ha terminado. Y los dos hombres se quedan contemplando el paisaje sin decir palabra…O casi al final de la película, en un momento crucial, el coronel Blimp mira una hoja que se desliza en el agua y esboza una sonrisa llena de significado.

Vida y muerte del coronel Blimp cuenta también la historia de una amistad, llena de momentos íntimos. Con sus encuentros y desencuentros, con la ausencia, con el paso del tiempo, con los consuelos y las confesiones. Con los lazos cada vez más fuertes… Los dos amigos fueron muy bien interpretados por Roger Livesey y el carismático Anton Walbrook. Los dos actores actuarían en otras películas de estos creadores.

Así el visionado de Vida y muerte del coronel Blimp se convierte en una experiencia visual que merece la pena repetirse y compartirse…

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Nebraska (Nebraska, 2013) de Alexander Payne

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Hacia tiempo que no tenía tantas ganas de llorar en una sala de cine. La persona que estaba a mi lado me dijo: ¿Estás llorando? Y yo le contesté que sí, llorando y riendo. Eso es lo que me pasó mientras miraba en una enorme pantalla blanca… una larga e interminable carretera en blanco y negro. Toda la película a punto hasta que las lágrimas cayeron. Sin remedio. Pero no eran lágrimas de tristeza, ni melodramáticas, ni de drama… eran de pura emoción contenida… por toda la historia que había vivido a través de los fotogramas.

Y es que tenía que ser en blanco y negro para reflejar esa vida en tonos grises de una familia de Montana. Para viajar por paisajes desolados por la crisis, por ciudades que se derrumban, por tabernas, karaokes, pequeñas empresas, granjas, hogares, tiendas, viejos despachos de periódicos locales… que se van deteriorando. Para reflejar unos rostros de supervivientes, con huellas, con arrugas o sin ellas.

Pero la película no va de perdedores sino de personas que se niegan a perder. De un padre y un hijo que emprenden un viaje de unos cuantos kilómetros. Una road movie… Una historia sencilla, muy sencilla. De un padre que quiere ir a recoger una cantidad de dinero que en una carta dice que le corresponde. Y de un hijo que alimenta la fantasía de un padre que va perdiendo la cabeza y la vida… Sabe que es un timo… pero se lanza a la carretera con un padre que siente de pronto, después de años, una especie de emoción, ganas de moverse, de seguir vivo aunque su mente le traicione. Tiene un objetivo y su desorientación continua encuentra un motivo que perseguir… Cobrar ese dinero.

El hijo le pregunta desde el principio que para qué quiere ese dinero y sólo consigue sacarle al padre que quiere una nueva camioneta y un compresor de pintura (porque el suyo lo prestó a un amigo hace años y todavía no se lo ha devuelto). Pero luego, casi al final, habrá una confesión… llana y simple. Humana. Que te parte el corazón en dos.

De Montana a Nebraska pasando por la localidad donde su padre tiene las raíces…, los recuerdos. Un pasado que se diluye, que se deteriora, como la casa vacía de su infancia. Entre buena gente y otros que siempre fueron mezquinos, padre e hijo van tras un botín imposible. Y en algunos puntos del camino se unen viejos vecinos, desagradables amigos,  algunos familiares con ganas de rascar viejas heridas, una antigua novia… También están presentes, a ratos, la esposa cascarrabias y el hermano desencantado. Pero a su manera los cuatro, cuando les vemos juntos en un coche (protagonizando una de las escenas más divertidas), sabemos que se quieren a pesar de los dolores, los sufrimientos y las frustraciones.

El padre y el hijo tienen el rostro de Bruce Dern y Will Forte y es una de las parejas más emotivas que últimamente han pisado la pantalla… Pero sin rastro de almíbar y sí con mucha humanidad. Con silencios y pocas palabras, las justas. Con miradas.

En Nebraska vemos nacer a un personaje de una manera maravillosa. El padre, Woody, un hombre enorme y muy anciano con la mente casi perdida… Lo primero que sabemos es que es una carga para su esposa, un agobio para el hermano mayor… y que su hijo pequeño trata de comprenderle… aunque nunca hayan hablado mucho. Parece que no les ha hecho muy felices sobre todo por sus problemas con el alcohol… pero a través del viaje conocemos, construimos, con las palabras de otros, y con los recuerdos sesgados de Woody, y con la mirada comprensiva e incondicional del hijo y con el cariño escondido de su esposa y su otro hijo… el retrato de un buen hombre. Y nos vamos sorprendiendo ante el descubrimiento como lo hace el hijo, que ya lo intuía.

Y ha sido maravilloso volver a reencontrarse con ese hombre enorme que es Bruce Dern, un hombre que se niega a perder, un hombre que no pierde su dignidad… aunque esta hace lo posible por huir. Un hombre que vemos grande, que fue fuerte, de pocas palabras… y que encontró en el alcohol una manera de alejar sus malos recuerdos de guerra, la monotonía de un paisaje en blanco y negro, de una vida con muchas puertas cerradas, que intentó ser buen padre, buen amigo, buen novio, buen esposo…

Mi primer recuerdo de Dern fue interpretando a otro hombre tremendamente fuerte en Danzad, danzad malditos. Ahí era un hombre joven enorme que trataba de ganar desesperadamente junto a su esposa embarazada una maratón inhumana de baile. Un hombre que no separaba ante nada con tal de ser un superviviente. Y fue una película que me marcó y en parte por su personaje.

Ahora veo que sigue siendo inmenso… y que me arrastra, con sencillez, a que llore en silencio.

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Le Week-End (Le Week-End, 2013) de Roger Michell

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Un momento musical encierra toda la ‘poética’ de Le Week-End: dos hombres y una mujer mayores emulan el baile en el bar de Banda aparte (1964) de Jean-Luc Godard. Un momento lúdico que encierra toda una tragicomedia.

Hemos asistido a un fin de semana en París de un matrimonio británico (de Birmingham para más señas) que llevan treinta años casados… y rememoran su luna de miel. Ésa puede ser una primera lectura (el momento lúdico)… pero con lo que no contamos es con todo el bagaje sentimental que arrastran y la fragilidad (vulnerabilidad) en la que se encuentran en el momento en que deciden emprender el viaje (la tragicomedia). Se encuentran al borde del abismo. Así el espectador danza entre la sonrisa, la amargura y el desencanto de una pareja que lleva años juntos… que son capaces de amarse en un momento y odiarse al siguiente. De ser tiernos en un segundo o convertirse en seres fríos al instante. En consolarse y mirar lo bueno del otro o lanzarse cuchillos. En sostenerse juntos o dañarse con furia…

Así en un París deslumbrante Nick y Meg (emocionantes Jim Broadbent y Lindsay Duncan) arrastran sus inseguridades, amarguras, frustraciones y desengaños… pero también sus sueños, sus desvelos, su amor, sus pasiones, sus recuerdos… Y lo agitan todo mucho y como una botella de champán que se descorcha, sale la espuma, se derrama… y se sinceran. Las cartas sobre la mesa. Y hay amargura pero también ponen muchos recuerdos y sentimientos en la balanza y dan con la medida precisa. Un fin de semana que les sirve para caer al abismo, para creer que todo se ha derrumbado, que aquellos jóvenes rebeldes de los 70 (que querían cambiar el mundo) son ahora dos personas mayores inseguras, temerosas e insatisfechas… y para darse cuenta de que cuando parece que todo está perdido, quizá se pueda empezar de cero…

Y el que derrama la espuma del todo es un amigo de la universidad de Nick (¡bendito Jeff Goldblum) que les invita a una cena parisina… donde se abre la caja de Pandora.

Le Week-End es una película que exuda amargura e ironía y provoca la sonrisa pero también el desencanto. Rodada con una mirada elegante y con clase (como dice en un momento el personaje de Nick a Meg… que es una mujer con clase) somos testigos de la intimidad de un matrimonio. En un fin de semana se condensa toda una vida, tragedia y comedia. Merece la pena escuchar a Nick y a Meg. Así de nuevo el dúo profesional de Roger Michell con el guionista Hanif Kureishi vuelven a sorprender con una historia bien contada, con instantes para recordar (antes ya habían trabajado en dos largometrajes: The mother y Venus —con el recientemente desaparecido Peter O’Toole—) y con otra mirada sobre la vejez.

Escuchemos la ‘banda sonora’ de fondo (Un Claro de luna con canción de Bob Dylan…), tomemos champán en un balcón junto a la torre Effiel o fumemos un porro en compañía de un adolescente tan solitario como nosotros, demos un discurso en un mesa sobre el miedo que tenemos a lo que nos queda de vida y bailemos en un bar… cuando todo esté perdido ¿o quizá no?…

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Un largo viaje a través de la pantalla y una propuesta cinéfila

A veces entrando y saliendo de la sala de cine puedes realizar un largo viaje. Ahora mismo con tres estrenos puedes irte a Las Vegas, conocer un Tokio muy especial o darte una vuelta por Gaza. Y dejo también una propuesta cinéfila que tiene que ver con un concepto determinado y varias películas que giran alrededor de él con un espacio para el coloquio…

Plan en Las Vegas de Jon Turteltaub

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Un viaje con viejos amigos, sin pretensiones. Sabemos desde el principio qué va a pasar. No hay sorpresa alguna. Sólo hay sitio para unas risas y disfrutar de un reparto de actores con largas trayectorias a sus espaldas. Así de sencillo. Película para pasar el rato. Mi sonrisa como espectadora se mantuvo en estado perenne. Y sobre todo me llevé tremenda alegría de reencontrarme con un Kevin Kline muy pero que muy divertido. ¿La historia? Un grupo de cuatro amigos desde la más tierna infancia (qué lindo prólogo) que vuelven a reunirse de nuevo cuando ya son unos respetables señores mayores con achaques con motivo de la boda de uno de ellos con una jovencita. Punto de encuentro: Las Vegas. Aventuras, encuentros, desencuentros, viejas cuentas pendientes, amistad eterna, amor… y mucha fiesta. Michael Douglas, Robert de Niro, Morgan Freeman y Kevin Kline son los amigos eternos, diferentes y complementarios. La nota femenina, una atractiva y madura Mary Steenburgen a la que también es un placer encontrársela en pantalla.

Una familia de Tokio de Yôji Yamada

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En los créditos finales el director japonés dedica Una familia de Tokio a Yasujiro Ozu. Y es evidente. Porque Una familia de Tokio es un remake con pequeñas variaciones argumentales de Cuentos de Tokio de Ozu. Entre otras cosas ese matrimonio anciano que visita a sus hijos a Tokio en la actualidad se encuentra con una situación similar a la que vivieron sus antecedentes poco después de la Segunda Guerra Mundial. Una familia de Tokio es una película sensible que sin duda disfrutará bastante más el espectador que no conozca la obra cinematográfica de Ozu. Porque Yamada, claro está, no es Ozu y Una familia de Tokio es un buen homenaje, sensible, pero no es Cuentos de Tokio. Una vez que se asume esta cuestión, entonces sólo quizás, el espectador puede emocionarse… sobre todo, como le ocurrió a servidora, con precisamente el único personaje que no salía en Cuentos de Tokio… ese joven hijo rebelde y la relación que tiene con sus ancianos padres. Una de las escenas más bellas y logradas es esa última noche de la madre con su hijo…

Un cerdo en Gaza

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Un cerdo en Gaza es una fábula de humor entre costumbrista y absurdo que refleja de manera original (que hace pensar) el conflicto palestino-israelí. El protagonista es un pescador humilde de Gaza, Jafaar (un maravilloso Sasson Gabain del cual ya disfruté en La banda nos visita), que sólo puede pescar en un trocito de mar hasta arriba de basura y donde el milagro es encontrar un pez… pero un día le pasa algo inesperado: su red pesca un cerdo vietnamita. ¿Qué hacer con ese animal impuro? ¿Cómo aprovecharlo dada su penosa situación económica? El escritor y fotógrafo francés Sylvain Estibal debuta en el cine con esta comedia especial donde para ‘encontrar’ la solución al conflicto y al acercamiento entre palestinos e israelíes acude al humor y finalmente a la fantasía (como única salida posible). Un cerdo en Gaza tiene momentos realmente divertidos y tiernos pero a la vez termina dando una visión dura y pesimista de la situación donde la única salida es volar con la imaginación…

 Ciclo Fracturas en La Casa Encendida

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… Una propuesta cinematográfica especial, donde algo tengo que ver, que comienza mañana, lunes, a las 19.00 horas en La Casa Encendida… Fracturar es romper o quebrantar con violencia algo. Vivimos en un momento de fractura. Las quiebras pueden ser históricas, culturales, sociales, económicas, políticas, religiosas, emocionales, físicas… Si analizamos la fractura en el cine, vemos que entran en juego diversos temas de actualidad que dejan en evidencia una crisis no solo económica, sino de muchas otras áreas. Pero en esa zona oscura surgen posibilidades e iniciativas de crear un mundo mejor. La palabra Fractura deja paso a muchas reflexiones porque también la mirada puede ser fracturada o en la manera de contar cinematográficamente puede surgir la ruptura violenta… Los lunes y miércoles de la primera quincena de diciembre tendrá lugar este ciclo donde se proyectarán cinco películas que reflejan cinco fracturas y dejan muchas claves y lecturas diferentes para debatir…

Con pinchar aquí, veréis la programación y los coloquios donde varios ponentes de distintas disciplinas (críticos de cine, pedagogos, psicólogos, profesores o miembros de movimientos sociales) compartirán su ‘mirada’ con los espectadores.

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