La doncella (Ah-ga-ssi, 2016) de Park Chan-wook

La doncella

Si se observa el hermoso cartel de La doncella, del director coreano Park Chan-wook, ya aporta claves de lo que vamos a ver en pantalla. Un cuento sensual y sexual con toques de crueldad pero con trazos delicados, de aire victoriano, con gotas góticas y con brotes de belleza como las ramas de un cerezo en flor con una mujer bella colgada… Y es que todo eso y más puede encontrarse en una película que no solo seduce con la historia que cuenta, sino que es imposible no enamorarse de cómo está contada.

Y ya su título es revelador. Si en inglés (The handmaiden) no deja duda de que la doncella del título se refiere a la sirvienta de una delicada joven encerrada en una mansión que esconde secretos, su título en castellano sirve para las dos protagonistas: doncella es Sooke, que entra a trabajar al servicio de la joven millonaria, Hideko. Y Hideko también es doncella…, delicada y virginal. Y alrededor de las dos gira una historia de amor, pasión, sexualidad y venganza (uno de los temas estrella de Park Chan-wook).

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Carol (Carol, 2015) de Todd Haynes

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En Carol, una mano sobre un hombro encierra una historia que va a ser desvelada. La película de Todd Haynes es un relato cinematográfico que encierra un círculo perfecto. Nada sobra, nada falta. El director ha construido una trilogía del melodrama moderno, donde dos de sus películas muestran los años 50 en EEUU y su representación en la pantalla de cine y una serie de televisión que hace hincapié en un tipo de películas del Hollywood clásico que se denominaban women films (y cuyo género estrella era el melodrama). A Carol le anteceden Lejos del cielo y la serie de televisión Mildred Pierce. Si en Lejos del cielo elaboraba una nueva lectura de Solo el cielo lo sabe además de homenajear la representación de la vida de los 50 del realizador de melodramas Douglas Sirk; en la serie Mildred Pierce se adentraba en los años de la Depresión (pero se inspiraba en su representación fílmica en un fotógrafo que empezó a brillar en los años 50 y que su huella puede perseguirse también en Carol, Saul Leiter) para presentar un remake (y, otra vez, una nueva lectura) de una popular woman film, Alma en suplicio de Michael Curtiz (y ambas adaptaban con su mirada diferente la novela de James M. Cain). Y en Carol elabora su propio melodrama, arrancando de un material literario, donde busca la aproximación necesaria y personal de unos años 50 (y con distintos referentes) que le permiten contar un encuentro entre dos mujeres.

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Philomena (Philomena, 2013) de Stephen Frears

philomena

Lo que consigue crear Stephen Frears (y el impulsor del proyecto tanto en producción como en guion y también como coprotagonista, Steve Coogan) con Philomena es una buena película de interés humano. Así se crea una película que mezcla la investigación periodística de un caso concreto y complejo, el viaje de dos personajes antagónicos y el sentido del humor para tocar, con sensibilidad, el tema de los niños robados. Y parte precisamente de un material concreto: el de un periodista británico, Martin Sixsmith, que contó en un libro la historia de una mujer, Philomena Lee. Una enfermera irlandesa, humilde y de barrio obrero que pasados cincuenta años confesó a su hija que con catorce años se quedó embarazada y su familia avergonzada la internó en un convento donde la hicieron trabajar duro para purgar sus pecados… y allí, sin su consentimiento, dieron en adopción a su hijo (lo vendieron, para más inri, a una familia estadounidense)…

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Amor al cine. Lejos del cielo (Far from heaven, 2002) de Todd Haynes / Yo, él y Raquel (Me & Earl & the dying girl, 2015) de Alfonso Gómez-Rejón

A qué me refiero con amor al cine. Hay obras cinematográficas que cuentan historias pero a la vez son un homenaje explícito a las películas, una canción de amor al cine. A continuación en esta sesión doble (con propina-sorpresa) se proponen tres maneras de amar distintas pero que emocionan.

Para explicarme mejor, algunos ejemplos. En Voces distantes o El largo día acaba de Terence Davies vemos cómo el director recrea y ficciona sus recuerdos infantiles a través del cine. Así en ambas películas son de suma importancia la sala, como vía de escape; las bandas sonoras que también forman parte de la memoria sentimental o aquellos documentos sonoros de diálogos de películas que podían marcan para siempre o aquellos carteles en las marquesinas que ya contaban una historia… Woody Allen es otro director que refleja varias veces su amor al cine. Siempre en sus películas hay una proyección, una sala de cine, una cola delante de un cine, una emisión de una película clásica en televisión…, e incluso a veces los personajes cinematográficos cobran vida y salen de sus pantallas… Así el cine en Allen impide suicidios, da sentido a la vida y se convierte en refugio… Son distintas maneras de hacer una película, contar una historia y además realizar también una declaración de amor al cine.

La propina-sorpresa viene de la mano de Stanley Donen y su Movie, movie (1978) que canta su amor a aquellas sesiones dobles de los años treinta que hacían más fácil la Depresión en EEUU.

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Cinefilia. Mi familia italiana (Latin Lover, 2015) de Cristina Comencini / Lío en Broadway (She’s Funny that Way, 2014) de Peter Bogdanovich

Cinefilia, pasión por el cine… Cristina Comencini, hija de Luigi, lleva el cine italiano en sus venas y Peter Bogdanovich ama y siente el cine en cada uno de sus latidos. Los dos acaban de estrenar películas de la temática cine dentro del cine. Cada una con un estilo diferente. La primera homenajea al cine italiano y al cine en sí y el segundo hace una película llena de referencias cinéfilas, de citas cinematográficas y de amor a raudales a la comedia clásica americana. Y ¿son Mi familia italiana y Lío en Broadway dos buenas películas? No son brillantes ni redondas (además están pasando con más pena que gloria…) pero tienen un toque mágico: se nota que sus creadores aman el cine y que los implicados en ellas (los actores) están disfrutando una barbaridad. Y el espectador durante una hora y media, si quiere y puede, logra olvidar los problemas, el mal rollo y sumergirse en historias ligeras, alegres y elegantes con lluvia de estrellas y burbujas de champán.

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El amor es extraño (Love is strange, 2014) de Ira Sachs

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A veces basta una mirada, un gesto o simplemente una manera de contestarse, de comportarse para intuir la complicidad construida entre dos personas. Así ocurre con Ben y George (John Lithgow y Alfred Molina), basta con contemplar la primera escena de El amor es extraño para construir sus casi cuarenta años de relación. Y esa mañana que se despiertan juntos…, es la mañana en que, después de la nueva ley que entró en vigor en 2011, formalizan su matrimonio delante de los seres queridos (familiares y amigos). Ben y George, que se han amado y se aman porque han sabido construirse un mundo de complicidad e intimidad, dan un paso que supone, para su sorpresa, un seísmo inesperado… que trastoca todo su universo cómplice.

Ira Sachs (primera película que contemplo de este realizador) construye un relato cinematográfico luminoso y doloroso, tierno y muy hermoso que narra la historia de un seísmo inesperado con un empleo elegante de la elipsis y el fuera de campo. Tan importante es lo que se muestra como lo que se intuye, lo que no se mira…

Y es que la emoción contenida, las palabras no dichas, los sentimientos no derramados pero sí intuidos, envuelven una película, de personalidad propia, pero empapada de unos ecos que construyen la historia personal de Ben y George. Así nos encontramos frente a frente con el espíritu y la fuerza de todo un clásico de Leo McCarey que contaba con una delicadeza extrema y dolorosa la separación a la que se veía abocada un anciano matrimonio por las circunstancias económicas. Aquella película, Dejad paso al mañana, se convertía en una de las más emocionantes despedidas. Así Ira Sachs toma el espíritu de aquel clásico, y como el personaje de Ben (que es pintor), con un fino pincel va realizando un lienzo para entender esa situación (de por si universal y sin que le afecte el tiempo) en unas circunstancias contemporáneas.

Pero también se oye otro eco que describe ese magnífico reflejo de la complicidad y la intimidad valiosa que dan los años de convivencia. Y es esa película todavía oculta y agazapada de Stanley Donen donde otra pareja de homosexuales ya en el ocaso de sus vidas se enfrentaban a dificultades para el futuro. En La escalera se construía ese universo íntimo de Charlie y Harry (Rex Harrison y Richard Burton)… pero la mirada de Donen era importante pues era pionera en presentar una relación homosexual cotidiana, cercana. Años después Ben y George dan un paso más pues lo interesante no es que sean homosexuales (algo que sí ocurría en La escalera) sino lo que les sucede, su drama, independientemente de si son dos hombres o no.

Y gran parte de la batuta, credibilidad y sentimientos que despierta esta pequeña y hermosa película es contar con dos rostros, John Lithgow y Alfred Molina, que se entregan en cuerpo y alma a sus personajes dejando también una emocionante despedida en forma de sincera declaración de amor…, cotidiana, íntima, cercana, una declaración sincera, posible después de casi cuarenta años de convivencia.

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Cóctel variado y veraniego de películas

Barbacoa de amigos (Barbecue, 2014) de Eric Lavaine

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En un periodo corto en el tiempo he visto tres películas del actor francés Lambert Wilson que me han gustado mucho. Una me parece una gran obra cinematográfica, De dioses y hombres. Y las otras dos, comedias muy interesantes. La primera la comenté hace muy poco, Moliérè en bicicleta y la segunda acabo de verla, Barbacoa de amigos. Una película que sin inventar nada nuevo (no se sale de la fórmula de este tipo de películas), funciona: reunión de amigos y en consecuencia diversiones, confesiones, alegrías, tristezas, tensiones, discusiones… y vuelta a afianzar vínculos. El punto de partida es el del protagonista (la película está contada desde su punto de vista), precisamente Lambert Wilson, que cuenta como a punto de cumplir los 50 años un acontecimiento da un giro a su vida: un infarto. Desde ese contacto con la muerte, después de años y años en los que se ha cuidado, decide hacer lo que le da la real gana así como no callarse… Nos va presentando a su grupo de amigos, desde la Universidad, y sus muchas vicisitudes. Reuniones, vacaciones, conversaciones, hermosa casa rural y buenas comidas. Un buen grupo de actores con mucha química entre ellos. Y una mezcla entre la comedia (decantándose más por esta vía) y la tragedia que siempre funciona. Una sensación de la vida fluye y continúa… Barbacoa de amigos nos recuerda que la vida está poblada de momentos que merecen la pena… aunque haya otros que nos hagan olvidarlo.

Corazón de León (Corazón de León, 2013) de Marcos Carnevale

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La idea de partida es buena. Tiene momentos que funcionan, divertidos. Pero la propuesta podría haber sido mucho más arriesgada y alocada. Más realista. Empieza en forma de comedia, continua como un melodrama y termina como una comedia romántica. Parece que de vez en cuando a Carnevale se le escape el tono. La premisa es: una mujer con su vida emocional y laboral patas arriba (separada de su marido, trabaja en un bufete de abogados con él y además no pasan el mejor momento laboral), ‘pierde’ su móvil. Un desconocido lo rescata y la llama para que lo recupere. La conversación con el tipo le gusta, lo pasa bien y decide quedar con él. León es un hombre divertido, atractivo, rico…, buen profesional, es arquitecto, separado y con un hijo universitario encantador. Es el hombre perfecto, el hombre que en ese momento la protagonista necesita. Sólo hay un pequeño inconveniente (según los ojos con los que se mire el asunto): mide 1,35 centímetros. Funciona la química entre Guillermo Francella y Julieta Díaz, lo que no funciona tanto es el efecto especial para que Francella tenga la estatura adecuada a su papel. A veces él parece realmente enano pero Juelieta excesivamente gigante… Y el efecto es extraño. Cuando hablaba al principio de llevar a cabo esta apuesta arriesgada (pues plantea temas muy interesantes y habla sobre prejuicios muy arraigados), me refería precisamente a que hubiese sido mucho más creíble con actores como Peter Dinklage o Emilio Gavira, con una estatura real de 1,35 o 1,40 metros.

The east (The east, 2013) de Zal Batmanglij

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Otra película de premisa muy interesante pero desarrollo fallido. No obstante cuenta con momentos que preludian cómo podía haber sido una propuesta a tener en cuenta y un reparto del que se podría haber sacado mayor provecho. The east cuenta la historia de una empleada de una multinacional de seguridad que tiene que infiltrarse en un grupo de ecologistas radicales, que atacan a las grandes empresas empleando sus métodos contaminantes. Lo que cuenta y el empleo de las claves del thriller para conseguir tensión y suspense podrían haber constituido una buena obra cinematográfica. Pero el mayor fallo es precisamente la presentación y evolución de los ecologistas radicales y las relaciones entre ellos y de ellos con la infiltrada… no se presenta de manera atractiva o interesante, de forma que nos importe lo que hacen, que nos creamos la transformación de la infiltrada y que entendamos su historia con el líder del grupo. Tampoco el director se muestra muy versado en las claves del thriller para crear la tensión suficiente, el ritmo adecuado y el suspense en cada uno de los ‘atentados’ del grupo…

A la caza (Cruising, 1980) de William Friedkin

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… Hace poco dije lo que me sorprendió este director con su última película en el año 2011, Killer Joe. A la caza no la había visto y aunque no es película redonda (como tampoco lo es Killer Joe), sí tiene sin embargo ciertas cualidades que hacen que su visionado merezca la pena. William Friedkin muestra su valía para crear ambientes paranoicos, angustiosos, siniestros, de moralidad oscura, con aires de pesadilla. Al final no importa tanto la trama de suspense, que se queda en el aire, como las relaciones entre los personajes y la ambigüedad de alguno de ellos. En su momento la película fue un escándalo porque varios colectivos gays pusieron el grito en el cielo por la imagen de la homosexualidad que se daba en el film, que se centraba en un asesino de homosexuales que frecuentaba locales donde se practicaba además el sadomasoquismo… Para investigar el caso, ahí está un policía con el físico de Al Pacino (y comportándose como todo un actor del método) que se infiltra en el ‘ambiente’ y termina bastante tocado… La ambigüedad pulula por todo el film hasta su final… Y ahí están aparte de Al Pacino, un siempre eficiente Paul Sorvino y una olvidada Karen Allen (que vivió su momento de gloria en los 80).

Gritos y susurros (Viskningar och rop, 1972) de Ingmar Bergman

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Dentro de la amplia filmografía de Bergman hay varios títulos que ‘dibujan’ su carrera como director. Uno de ellos es Gritos y susurros. Una película que presenta muchas de las claves de Bergman. La influencia del teatro de Strindberg, la continuación del camino abierto y experimental de Persona, las complejas relaciones familiares, el predominio de las mujeres, la presencia de la muerte, del sentimiento de culpa… En una casa familiar, asistimos a las últimas horas de una mujer acompañada por sus dos hermanas y la asistenta que la cuidado durante años. El cuarteto de mujeres (que desnudan su alma y sus rostros) deja su huella y cada una tiene su momento sobrecogedor. De nuevo Bergman demuestra su manera especial de reflejar el rostro de una mujer. Ahí están Harriet Andersson, Kari Sylwan, Ingrid Thulin y Liv Ullmann. Llama la atención el predominio del rojo en la escenografía, siempre elegante, y el sonido del reloj. También como en muchas películas de Bergman utiliza para su banda sonora música clásica, esta vez Bach y Chopin. La presencia de los hombres es secundaria, y en su ausencia precisamente, marcan totalmente la vida de las hermanas.

Dos cabalgan juntos (Two Rode Together, 1961) de John Ford

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Primera vez que trabajaba James Stewart con Ford e inicio de una ‘buena’ colaboración. No fue una película muy apreciada por el propio Ford pero como siempre cuenta con matices, interpretaciones y miradas muy interesantes y complejas. Quizá su poco aprecio va unido a varios asuntos, además de ser una película de encargo, justamente durante su rodaje fallece uno de los miembros de la troupe de Ford, Ward Bond, y esto desestabiliza emocionalmente al director. Es otro de los western de Ford donde se siente que ronda el desencanto. Sin embargo confieso que disfruté de lo lindo de su visionado y me entusiasmó el cuarteto protagonista, sus personalidades y relaciones (James Stewart, Richard Widmark, Shirley Jones, Linda Cristal). No es una película ni ligera ni tan fácil o sencilla como parece a primera vista. En un momento predomina el tono de comedia, tiene un buen ritmo… pero llega la bofetada final. La historia es la de un sheriff (bastante cínico y algo corrupto pero con encanto… un James Stewart explotando la vena de los personajes en los western de Mann) que es requerido por el ejército federal, pues este es presionado por varios familiares, para que se inmiscuya en tierras comanches (sin romper el pacto de paz) para negociar la devolución de prisioneros blancos secuestrados durante años. El ejército quiere aprovechar que el sheriff se ha relacionado ya con los indios en varios negocios y los conoce. Se lo pide su amigo, un comandante idealista y luchador. La complicidad entre ambos enriquece muchos momentos de la película (así como las historias con sus amadas…). Como en cualquier película de Ford nada es blanco o negro, están los matices. Ni unos son los malos malísimos, ni los otros los buenos buenísimos. Y el racismo brutal, la intransigencia absoluta, el radicalismo en las creencias y la incomprensión ofrece una de las escenas más crueles y terribles de toda la película… y es protagonizada por ‘las familias’ que clamaban por la vuelta de los suyos…

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Alrededor de la muerte. El funeral (The funeral, 1996) de Abel Ferrara / El tiempo que queda (Le temps qui reste, 2005) de François Ozon

Muchas son las películas que tocan el tema de la muerte. Cómo enfrentarse a ella o cómo representarla. En la sesión doble que propongo hoy, la muerte se toca de diferente manera. En una se envuelve en todo un ritual, un doble ritual. El de la religión católica. Velatorio y luto. Doliente. Y el ritual por el que funciona la mafia italoamericana. El ritual de la violencia en cadena. En la otra el espectador se convierte en testigo de la intimidad de un personaje que decide enfrentarse a la muerte desde la soledad más absoluta. Al final ese recorrido duro será un canto a ese tiempo que queda lleno de momentos sencillos poblados de recuerdos, sentimientos y belleza.

El funeral (The funeral, 1996) de Abel Ferrara

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… Abel Ferrara nos hunde en un relato cinematográfico oscuro, de luto, y de las partes más ocultas e instintivas del ser humano. Un relato cinematográfico contundente, seco. Ni siquiera nos aporta la información suficiente pero nos hundimos en una historia de muerte, venganza y empapado del ritual de la religión católica alrededor de la muerte. El mundo de los hermanos Tempio, un clan mafioso, parece que está impregnado del Dios cruel del Antiguo Testamento. Así solo hay sitio para una historia dolorosa, compleja y con el sentimiento de culpa siempre presente. Solo hay sitio para la tragedia.

La historia comienza con la entrada de un ataúd en el hogar del hermano mayor de los Tempio, Ray (Christopher Walken). El ataúd porta el cadáver del más pequeño de los hermanos, Johnny (Vincent Gallo). A la casa también acude el hermano mediano, Chez (Chris Penn). Todo está preparado para el velatorio. Al día siguiente será el entierro. Mujeres que lloran, mujeres de negro. Y los dos hermanos vivos que asumen de distinta manera la muerte a tiros del pequeño. Recuerdos del pasado. Recuerdos más recientes. El mayor, frío y calculador, solo piensa en la venganza. Y nada va a pararle. Quiere que la venganza tenga lugar esa misma noche. El mediano se hunde en un sentimiento de culpa, obsesiones, recuerdos y locura… Johnny era mafioso como ellos pero más joven y con un halo especial. El joven Johnny además de cinéfilo, no apostaba por el capitalismo salvaje. Él recoge la ideología del comunismo…, él entiende que para llegar a cierta ‘justicia social’ hace falta su ‘trabajo sucio’.

Entre rezos, lloros y comidas… en ese momento de espera donde el cadáver recibe visitas y lágrimas, transcurre la película. Ahí están también las mujeres de negro, las esposas de Ray y Chez (Annabella Sciorra e Isabella Rossellini), ambas conscientes de lo que puede suponer la muerte de Johnny. Una ya agotada de esa vida de venganzas y violencias, la otra intentando contener en cada momento la tortura interior y la locura del esposo.

Y de fondo la historia de tres hermanos unidos por la sangre. Esa unión es en la única que creen y la única que en el fondo les permite un cierto equilibrio. Cuando esa unión quiebra, el caos llega a sus vidas. Al final de la noche, explotará la tragedia por el camino más inesperado… La muerte siempre presente. Después del caos, la calma. Doliente.

El tiempo que queda (Le temps qui reste, 2005) de François Ozon

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Romain es un joven fotógrafo con éxito. Éxito en su trabajo. Éxito en su vida sentimental. Y querido por su familia. Una noticia trastoca todo su mundo. Romain no es perfecto. Le conocemos demasiado seguro de sí mismo pero bastante egoísta, narcisista y muy arrogante. Esa noticia es que le han detectado un tumor maligno muy extendido por todo su cuerpo y con muy pocas probabilidades de ser curado. El mundo de Romain se derrumba. Decide además no someterse al agresivo tratamiento. ¿Cómo enfrentarse a la muerte? Romain se enfrenta a todo y a todos y rompe de manera radical y de malos modos con todo lo que le rodea.

Después de la furia, viene la calma. La aceptación del tiempo que queda. El joven fotógrafo decide no decírselo a nadie de su círculo más cercano…, tan sólo a su abuela (Jeanne Moureau). A ella porque se parece a él. A ella porque está como él cerca de la muerte. Y a su manera, se va despidiendo de los seres queridos. También conoce a otros nuevos, a una joven pareja que le permite una especie de continuidad para cuando desaparezca… Que le permite no desaparecer del todo. Su cuerpo se va deteriorando con la enfermedad, y él, en silencio, y con una pequeña cámara va ‘rescatando’ momentos, personas y objetos que le importan. Vuelve a su cabeza, de manera recurrente, el niño que fue. Recupera una cierta belleza e inocencia, y eso le hace sonreír pero también llorar por el poco tiempo que queda. Recupera fotografías e imágenes del pasado. François Ozon emplea una emoción contenida para contar cada momento o conversación, cada gesto o mirada: con su joven amante, con su abuela, con su padre, con su hermana, con el doctor, con la joven pareja… Romain tiene el rostro de Melvil Poupaud que transmite mucho en cada fotograma (maravilloso también en Laurence Anyways de Xavier Dolan). Su deterioro físico es lento, en calma, casi imperceptible pero evidente… en un movimiento, en un gesto, en un cuerpo que se va quedando sin fuerza, cada vez más delgado.

Y al final, sin nada. Solo con su cámara, va hasta el mar. Solo queda el mar… y el sonido de las olas.

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El detective (The detective, 1968) de Gordon Douglas

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… Arthur Penn y Bonnie y Clyde un año antes dan el pistoletazo de salida al Nuevo cine americano, a un cambio generacional en el mundo del cine y a un nuevo ámbito donde el sistema de estudios ya ha caído en desuso. Pero también al reflejo de una época llena de desencanto de una sociedad cada vez menos inocente y más harta de la situación política y social. El sueño americano se esfumaba y salía la cara oscura. Un periodo de cambio y transformación… donde el cine acaba con las viejas apariencias. El viejo Hollywood también se ve influenciado por este periodo donde la caída del Código Hays da rienda suelta a temas que siempre habían estado reprimidos, el mundo de la sugerencia se deja de lado… y se desata una ola de violencia y sexualidad. Temas que siempre habían estado latentes y que ahora surgen en una completa libertad (lo políticamente correcto desaparece…) provocando momentos de catarsis emocional en el espectador.

El cine negro a pesar de llenarse de colores donde el rojo es la estrella… sigue reflejando ese mundo ambigüo, desencantado, desesperamente trágico y de un romanticismo exacerbado. Si hace poco hablamos de A quemarropa de John Boorman (que además experimenta con la maneras de contar), ahora le toca el turno a El detective de Gordon Douglas (que sigue una narrativa cinematográfica clásica pero eficaz). Cineasta de amplia y versátil filmografía que llevaba trabajando desde los años cuarenta y sin embargo un gran desconocido para Hildy Johnson. Era un director que se iba adaptando a las modas y los cambios de Hollywood que tocó prácticamente todos los géneros. Durante los años 1967 y 1968 realizó una trilogía de cine negro con detective de origen literario con rostro de Frank Sinatra. En dos de ellas encarnaba al detective Tony Rome (Hampa dorada, La mujer de cemento), inspirado en el personaje de ficción creado por Marvin H. Albert. Y en la tercera (de la que nos ocuparemos en los siguientes párrafos) se convertía en el detective de la policía que había creado el novelista Roderick Thorp.

Independientemente de tratar de manera explícita (pero que siempre habían estado presentes en distintas películas del género) temas hasta ahora tabúes en el cine negro como la ninfomanía y la homosexualidad, El detective logra a todo color un ambiente desolador y desencantado donde se mueve el protagonista. Un ambiente donde prima la violencia, la corrupción (en todos los estamentos incluso en la comisaria donde trabaja el detective desencantado), la lucha despiadada de poderes, la ambición, la sumisión forzada, la muerte, las diferencias sociales, los sentimientos de culpa… Un ambiente que mira con sus ojos azules y tristes Frank Sinatra, que trata de mantener su integridad (aunque hay momentos que roza la línea oscura) y que arrastra un romanticismo trágico y extremo…

Porque ver El detective, es también ver una batalla de ojos azules. De miradas azules de significado muy diferente. Así hay cruce de ojos claros entre Frank Sinatra y un policía violento con los ojos azules de Robert Duvall. O entre los de Sinatra y su exesposa Lee Remick. O los de este con una joven y misteriosa Jacqueline Bisset.

El detective está estructurada en dos partes muy claras que tienen que ver con la investigación del protagonista de dos casos distintos pero que estarán trágicamente unidos y que deparará consecuencias aciagas para el personaje de Frank Sinatra. Entre ambas partes pasa un tiempo considerable…, que hace hincapié en que algo podrido envuelve la ciudad. Sinatra recorre sus calles en coche patrulla y cada vez muestra más su desilusión y desencanto. El detective se enfrentará a los grandes poderes y a las fuerzas ocultas y corruptas aunque sabe que la batalla está perdida pero por lo menos puede retirarse de escena con la cabeza bien alta, sin haberse vendido a ningún bando…

El primer caso es el asesinato violento de un joven homosexual, hijo de un hombre influyente, que termina con la detención y condena a muerte de su pareja en ese momento (un joven con trastornos mentales) y con el ascenso de cargo para el protagonista. Tiempo después ocurre el suicidio de un famoso empresario pero su joven esposa quiere que se investiguen más las causas de su muerte, el detective asume el caso… y esto le llevará a un camino sin retorno. Entre medias de ambas investigaciones en dos flash back se cuenta con trágico romanticismo la historia del detective con la mujer que ama (Lee Remick)…, una historia abocada al fracaso por la ninfomanía de ella.

Al final el detective con sus ojos azules y tristes (en solitario y sin apenas apoyos) patrulla por última vez la ciudad pero esta vez esboza una sonrisa…, sabe que ha perdido la partida pero se ha mostrado íntegro y además ha logrado destapar la suciedad del ambiente… aunque todo siga igual.

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