Serpentina de películas españolas: Perfectos desconocidos, El autor, Handia, Verónica, Contratiempo, Sicarius

Perfectos desconocidos (2017) de Alex de la Iglesia

Perfectos desconocidos

La película menos Alex de la Iglesia sin ida de olla final ni estallido de violencia. De la Iglesia realiza un formal y contenido remake de una película italiana de 2016, Perfetti sconosciuti, donde el director tira más que su vecino a la comedia que a la tragicomedia. Perfectos desconocidos es más una película de actores que de puesta en escena o lenguaje cinematográfico innovador. Un espacio cerrado, una determinada franja horaria, un fenómeno de la naturaleza: un eclipse, un giro final que tiene que ver con el tiempo, un grupo de amigos… y sus móviles. Llama la atención que el director bilbaino haya logrado éxito comercial con su película menos personal, aunque sí es entretenida y con un buen reparto. Un grupo de amigos dejan al descubierto secretos íntimos y de paso se reflexiona sobre cómo ha cambiado la vida y la manera de relacionarnos por los teléfonos móviles. No deja de ser curioso que la pareja de anfitriones, los actores Belén Rueda y Eduard Fernández, fuera también la elegida por Inés París para protagonizar La noche que mi madre mató a mi padre (2016), otra comedia, de tintes negros, en escenario único con cena incluida. Ambos actores tienen química y funcionan. Pero entre los siete amigos destaca por su sentido del humor y los matices que logra plasmar en su personaje, Ernesto Alterio. Aunque Juana Acosta, Dafne Fernández, Pepón Nieto y Eduardo Noriega tienen su momento estelar.

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Ciclo de cine y debate Todas las caras del perdón

Hace mucho que te quiero

Todas las caras del perdón

Como todos los años en La Casa Encendida durante el mes de julio, Hildy Johnson anda metida en un ciclo de cine temático. Este año toca el tema del perdón. Y es que no es una palabra fácil y a la vez es tremendamente cinematográfica: ¿en cuántas películas hay una secuencia sobre el perdón? Tanto el perdón como el acto de perdonar tienen muchas connotaciones (psicológicas, políticas, ideológicas o religiosas) y pueden mirarse desde muchos prismas diferentes. Este martes se enciende la luz del proyector para empezar a contar historias de perdón. Nos esperan siete tardes de cine y tertulia…

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María (y los demás) (María (y los demás), 2016) de Nely Reguera

María (y los demás)

Reunión familiar. Soledad en compañía

Una nueva generación de directoras de cine españolas está ofreciendo una mirada especial. Y normalmente sus protagonistas son mujeres entre los 20 y más de 30, de una clase media alta. Películas cotidianas, íntimas, de miradas y actos, con corrientes subterráneas, generacionales. Ahí está Mar Coll con Tres días con la familia o Queremos lo mejor para ella. También Laia Alabart, Alba Cros, Laura Rius y Marta Verheyen con Las amigas de Ágata. Por otra parte Elena Trapé que estrena Las distancias, después de su ópera prima, Blog. O una de las protagonistas de Las amigas de Ágata, Elena Martín que pronto tendrá en cartelera Júlia ist. Si bien como espectadora, las que he podido ver me han parecido propuestas cinematográficas interesantes, con la protagonista que he conectado más o que, quizá, he comprendido hasta el último momento ha sido María, de la ópera prima de Nely Reguera, María (y los demás).

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Dos clásicos ocultos. Cuando el viento silba (Whistle down the wind, 1961) de Bryan Forbes / El misterio de Fiske Manor (Ladies in Retirement, 1941) de Charles Vidor

Cuando el viento silba (Whistle down the wind, 1961) de Bryan Forbes

Cuando el viento silba

La niña y su fantasía: un Jesucristo herido y cansado vive en su granero

Un hombre con un saco… y tres niños siguiéndolo por la campiña inglesa. El hombre se dirige a un río y tira el saco. Entonces los niños van a escondidas, pero raudos, hacia la bolsa y la cogen del agua: hay tres gatitos. Los rescatan, de nuevo. Los tres niños han emprendido una aventura infantil en un nuevo día. En un largo y tranquilo camino conocemos su entorno, se nos dan datos de su vida y educación. Son tres hermanos, dos niñas y un niño, viven en una granja en plena campiña, un poco retirados de una pequeña localidad de Lancashire. Los muchachos están influidos por su educación cristiana; cuando pasan por la localidad, hay un grupo del Ejército de Salvación dando un sermón (pero veremos también la presencia de la religión en la escuela o en su propio hogar, donde guardan una postal de Jesucristo rodeado de niños). El niño, el pequeño, trata de que una mujer del Ejército de Salvación se quede con el gatito que lleva y esta le dice que Jesús lo cuidará. El final de su aventura es llegar de nuevo a la granja donde viven su padre, un granjero trabajador; un jornalero a su servicio (el hombre del saco) y una tía cascarrabias; y esconder de nuevo a los gatitos en el granero familiar. Así el espectador va adquiriendo información cómo que los tres niños son huérfanos de madre. Entonces, el pequeño se preocupa por quién cuidará de los pequeños gatos, y recuerda que la señora del Ejército de Salvación le ha dicho que se encargará de ellos Jesús. La hermana mayor (Hayley Mills), casi adolescente, dice que tendrán que ser ellos mismos pues Jesucristo ha muerto. Sus hermanos la miran escandalizados y ella se arrepiente de su vehemencia en las palabras… Así debutó Bryan Forbes con un magnífico prólogo para su primera película como director (ya había sido actor y guionista), Cuando el viento silba. En ese prólogo no solo sitúa la historia, sino que ya crea un ambiente. Y coloca al espectador ante la mirada y el universo infantil.

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Dos estrenos y un clásico. Los Hollar (The Hollars, 2016) de John Krasinski / Rara (Rara, 2016) de Pepa San Martín / El secreto de Santa Victoria (The Secret of Santa Vittoria, 1969) de Stanley Kramer

Los Hollar (The Hollars, 2016) de John Krasinski

Los Hollar

Las películas-medicina sientan bien después de su visionado y su efecto perdura en el tiempo según la intensidad de los efectos secundarios. Los Hollar es una de ellas. De pronto, una tarde entras a la sala de cine sin esperar nada, y sales con una sonrisa que no esperabas. John Krasinski, como director, actor y también productor, disecciona a una familia, los Hollar, en un bache existencial donde parece que todo se quiebra, se diluye y se desploma, donde parece que no hay salida posible o solución. Por una parte la crisis económica que hunde a pequeños empresarios que se han pasado la vida trabajando como mulos; por otro la enfermedad que rompe dolorosamente y por sorpresa al pilar fuerte de la familia; y, por último, las crisis existenciales de un treintañero y un cuarentón (uno se asusta ante las responsabilidades y el futuro profesional, y otro trata de levantarse después de haber fracasado en varios terrenos…).

Dos claves para disfrutar de Los Hollar: una buena mezcla de drama y comedia que alcanza así el equilibrio. De este modo nunca es amarga del todo, siempre hay un hueco para la risa (incluso la carcajada), pero tampoco se va por el lado del almíbar (pero alguna lágrima es difícil de reprimir). Y un grupo de actores encabezado por dos veteranos que hace que el espectador se interese por cada uno de los miembros de esta familia. El matrimonio Hollar no está pasando precisamente por un buen momento. Ella, Sally, es una mujer fuerte con una poderosa energía y él, Ron, es un hombre trabajador, aparentemente frágil pero que siempre trata de salir adelante molestando lo menos posible. Y estos personajes son conmovedores además de divertidos porque están dentro de dos grandes actores: Margo Martindale y Richard Jenkins. Solo por ellos merece la pena meterse en la sala de cine. Luego están acompañados por los dos actores que hacen de sus hijos: el propio director, John Krasinski, y Sharlto Copley. Y el que sorprende es un divertidísimo Copley como hermano cuarentón fracasado, que ha vuelto a la vivienda de sus padres.

Los Hollar es una de esas películas de la que no esperas nada, de la que apenas has oído, y de pronto te das cuenta de que te ha proporcionado un buen chute de energía para enfrentarse a la vida.

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A las nueve cada noche (Our Mother’s House, 1967) de Jack Clayton

A las nueve cada noche

Un mundo infantil, inquietante y perturbador con la presencia de la muerte, entre la inocencia y la crueldad. Esa es la puerta de entrada de A las nueve cada noche. Si ya Clayton convertía en desasosiego el universo infantil en Suspense (The Innocents, 1961) pero con la ambigüedad de si todo era fruto de la mente distorsionada de una institutriz (con todo un referente literario: Otra vuelta de tuerca de Henry James), en A las nueve cada noche es explícito que la mirada es la de los niños, siete hermanos que crean un universo propio en la casa de la madre muerta. Ellos deciden perpetuar la presencia de la madre, y cargar sobre sus hombros el peso de su educación y de sus creencias. Son tan inocentes que quieren depositar ese peso en un adulto y disfrutar de sus juegos infantiles (y creen que pueden volver a comportarse como niños desocupados cuando se presenta en el hogar el padre ausente), pero también sobre sus cabezas sobrevuela el sentido de la crueldad y de la vida es dura y hay que hacer lo posible por sobrevivir.

Un universo infantil complejo con la compañía de los miedos y temores, pero con una capacidad para imaginar y fantasear la realidad y moldearla de tal modo que permita moverse por ella. Un universo infantil que también es distorsionado por un mundo adulto que todo lo remueve y complica a través de una educación o unas creencias extremas. Pero ese universo ha estado presente en diversas películas como El ídolo caído (1948) de Carol Reed, Juegos prohibidos (1951) de René Clement, La noche del cazador (1955) de Charles Laughton o Viento en las velas (1965) de Alexander MacKendrick. Todas ellas con una mirada infantil especial que sabe contar y aportar una visión especial de la realidad.

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Comanchería (Hell or High Water, 2016) de David Mackenzie

Comanchería

Cuando el personaje de Alberto (Gil Birmingham), el compañero del ranger Marcus Hamilton (Jeff Bridges), a punto de jubilarse, contesta a uno de sus continuos insultos-juego (curiosa relación la que tienen establecida), expresa de manera inteligente y totalmente irónica la historia de su pueblo, su parte india, y de los colonos blancos. Habla de cuando confinaron a su pueblo a las reservas, y cómo llegaron los colonos blancos, los pioneros, a arrebatarles las tierras. Y cómo ahora a los descendientes de esos colonos les arrebatan también sus tierras las grandes corporaciones bancarias y también son expulsados de ellas sin esperanza alguna. Así en esta escena de Comanchería, de David Mackenzie, que recorre pueblos fantasmas y muertos de Texas, retrata el final de una historia injusta y dura. Pero pone de relieve también que muchos de esos colonos también eran víctimas que buscaban oportunidades y nuevas tierras, y que ahora, que siguen siendo víctimas, se las arrebatan sin miramiento alguno (como ellos no pensaron que antes pertenecieron a otros y que estaban colonizando, quitando, arrebatando). De esta manera vamos a otro momento de la película donde Tanner Howard (Ben Foster) en el casino se enfrenta verbalmente con un comanche, y este le dice que comanche es “enemigo de todos”. Y Tanner le dice que él es también comanche, enemigo de todos. Y entonces quedan indios y colonos, unidos en su papel de víctimas ante estamentos superiores que sin miramientos arrebatan sus vidas y sueños.

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Diccionario cinematográfico (222). Familias

La familia

Familias: palabra inabarcable en el mundo del cine. Las hay de todos tipos, felices e infelices. Locas y cuerdas. Divertidas y tristes… Buenas y terroríficas. De policías y de mafiosos. Ricos y pobres… Algunas veces sabemos la historia de generaciones y otras veces acompañamos a una familia por unos cuantos días, o incluso tan solo unas horas.

De las más actuales tenemos, desde Francia, a La familia Bélier, donde todos los miembros son sordos excepto la hija mayor, que además tiene una bella voz para el canto. También está la familia Weston con los que vivimos unos días calurosos de verano en la América profunda, en concreto del mes de Agosto (antes de verlos en la pantalla, los disfrutamos en los escenarios teatrales). Imposible olvidar el almuerzo después de un entierro, y cómo madre e hija acaban de los pelos y todos intentando separarlas. En el cine patrio no solo está la saga de La gran familia ni tampoco únicamente los Panero (que además poca ficción hay en ellos) y El desencanto… que arrastraban por una España en blanco y negro. No hace mucho apareció por este hogar del ciberespacio la familia Porto Alegre que influenciada por Las furias llega a momento catártico al lado del mar… después de varios ataques de nervios. Y también tan solo hace unos tres años estuvimos de celebración, entre risas y lágrimas, digo, con siete novias para siete hermanos, con la familia Montero, o como gustan llamarse: La gran familia española. Ay, también Almodóvar tiene una colección de familias especiales, siempre con fuerte presencia femenina. Y es que el director en Volver regresa a sus raíces familiares manchegas en compañía de Raimunda y toda su estirpe de mujeres.

Pero hay familias de celuloide míticas. Así, de repente, me vienen a la cabeza una ráfaga. Los Corleone nunca faltan a una cita de familias y nadie olvida un regalo para El padrino. Tampoco podemos olvidarnos de las desgracias de la familia Joad en esa camioneta desvencijada, porque Las uvas de la ira caen por una carretera interminable. Y por estas fechas, Qué bello es vivir, todos recordamos a la familia Bailey, que aunque no lo tiene fácil y a veces las cosas se les ponen muy complejas, como dice el ángel Clarence cuentan con muchos amigos. O alrededor de torres de petróleo, aunque ellos siempre prefirieron el ganado, se encuentran los Benedict, protagonistas de una historia Gigante. Y no podemos dejar de nombrar a los Amberson… El cuarto mandamiento de Orson Welles: dejarás la historia por décadas y décadas de una familia y su decadencia.

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Historia de una pasión (A quiet passion, 2016) de Terence Davies

Historia de una pasión

La primera vez que escuché el nombre de Emily Dickinson y algunos de sus versos fue en una película que me impactó en mi adolescencia: La decisión de Sophie. La triste historia de Sophie y Nathan, que crean un universo particular en la habitación de la casa rosa, se abre y se cierra con unos versos de Dickinson: «Haz amplia esta cama, / haz esta cama con prudencia;/ espera en ella el postrer juicio,/ sereno y excelente./ Que sea recto su colchón/ y redonda sea su almohada,/que ningún rayo dorado de sol/ llegue jamás a perturbarla».

Y ya se me quedó el nombre de esta mujer en la memoria. Ahora muchos años después Terence Davies me trae de nuevo a Emily Dickinson (1830-1886) en Historia de una pasión. Y lo que hace es captar a una mujer que ejerció una rebeldía silenciosa hasta terminar confinada en su cuarto vestida de blanco. Porque su alma no era más que suya, de nadie más. Y su alma se expresaba a través de los versos. Emily Dickinson se desnudaba a través de la poesía. Terence Davies logra atrapar la esencia de esta mujer y crea su propio poema en imágenes. En el siglo XX una escritora británica diría: “Una mujer debe tener dinero y una habitación propia si desea escribir ficción”…, esta es una de las citas más famosas de Virgina Woolf (1882-1941) de su ensayo (a partir de varias conferencias de la autora) Una habitación propia. Y es una frase que podría haber escrito siglos antes Dickinson… porque fue en la intimidad de su cuarto en la casa familiar (nunca se casó) donde elaboró su obra y donde ejerció su independencia espiritual (la económica no la consiguió). No fue fácil. Llevó al extremo tener una habitación propia… y no salir de ella.

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Sing Street (Sing Street, 2016) de John Carney

Sing Street

John Carney va in crescendo en su reinterpretación del cine musical. Música y realidad, y un poco de fantasía. En Once (2006) dos espíritus solitarios encontraban momentos de felicidad y música en Dublín, aunque todo terminaba complicándose. Un amor efímero con varias canciones. Y una secuencia maravillosa en una tienda, mientras los dos protagonistas tocan y cantan Falling Slowly. Después salió de Dublín y saltó a EEUU con Begin again… y con grandes estrellas contó una historia sencilla de dos corazones rotos, fracasados, que resurgen a través de la música, pero fuera de las grandes discográficas. Con emoción. Ahí hay una escena donde los protagonistas se cuentan el uno al otro cómo son y cómo sienten escuchando sus playlists. Y ahora en su tercera incursión en el musical crea su obra más redonda: regresa a Dublín, a los años ochenta, y cuenta la formación de un grupo musical de un grupo de adolescentes. Y ahí hay un ensayo de una canción, Drive it like you stole it, en el gimnasio…, con un aire triste, y de pronto el protagonista imagina un baile de instituto americano de los años cincuenta todo felicidad, donde las personas que él ama encuentran la felicidad. Y las tres tienen en común el convertir en la música en tabla de salvación de sus personajes o de un alivio ante las desgracias que les golpean.

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