Jimmy’s Hall (Jimmy’s Hall, 2014) de Ken Loach

Jimmys Hall

Ken Loach, junto al guionista Paul Laverty, nos está diciendo en sus últimas obras cinematográficas de ficción que pese a que todo esté muy negro y haya que indignarse, que creamos en la gente, y que la lucha es más fácil en comunidad… y alimentando pasiones. Y además está empleando el sentido del humor, muchas veces ausente de sus películas pasadas, Ken Loach se ríe, una risa crítica, y además se nota que se encariña con sus personajes. Así en Jimmy’s Hall nos cuenta una historia real del pasado pero con aires de fábula… y con muchos elementos que podemos trasladar a este presente negro. Nos regala un cuento precioso. Algunos opinan que Ken Loach es maniqueo en el planteamiento de sus películas o que se repite en su visión del mundo y la injusticia; sin embargo creo que Ken Loach quiere a las películas que está haciendo, diría que las ama, y que ahora más que nunca es necesaria su visión. No hay maniqueísmo sino un punto de vista sobre cómo podrían ir un poco mejor las cosas y una exposición de lo que hace que una sociedad sea cada vez más injusta. Y una llamada a no perder la esperanza. A levantarse una y mil veces, aunque siempre pierdan los mismos. Un canto al optimismo y las ganas de hacer cosas.

La película nos sitúa en un país que lo está pasando muy mal, Irlanda en los años 30, un país con una historia triste (como tantos otros países), además en un momento histórico de crisis económica mundial (la crisis del 29). Y nos habla de un héroe anónimo (acompañado por muchos héroes y heroínas de la vida cotidiana), que es un personaje real, James Gralton, un líder comunista. Ken Loach y Paul Laverty nos dibujan a un héroe encantador y carismático (con el rostro de Barry Ward). Un hombre tranquilo que regresa años después a su tierra natal, a sus raíces, para estar en una granja junto a su anciana madre. Él llevaba años en EEUU, como un trabajador más en busca de sustento, y también ha vivido los estragos del 29 en la tierra de las oportunidades. Poco a poco se nos van desvelando –en una ráfaga de flash back-memoria de James– las circunstancias de por qué tuvo que marcharse (circunstancias sociales y políticas) y de su regreso. Y los recuerdos de James tienen un detonante: los jóvenes de la zona rural donde vive con su madre, le exigen que vuelva a abrir el centro cultural que puso en marcha antes de irse a la tierra prometida. Ahora un barracón abandonado. Un centro cultural donde se celebraban bailes, se daban clases de literatura, de canto, de música, un centro de convivencia y reunión… Y un centro que funcionaba sin la influencia castradora de la Iglesia católica y los terratenientes de la zona. Un lugar libre que la gente cuidaba y adoraba. Un centro para aprender, bailar, reír, reunirse, enamorarse, debatir, cantar, razonar… Un centro aparentemente poco dañino pero que sin embargo asustaba a las estructuras del poder establecido (a la Iglesia y a los terratenientes y poderosos de la zona).

Jimmys Hall

Después de los recuerdos, James decide no rendirse, no quedarse en silencio. Y con la ayuda de toda la comunidad vuelve de nuevo a levantar el centro, que de nuevo vuelve a traerle los mismos problemas y complicaciones. Pero en los dos momentos, mereció la pena la lucha de James Gralton a pesar de las consecuencias. A Gralton, el de la ficción, no logran borrarle la sonrisa. Aunque siempre pierda.

Además Ken Loach crea y construye una película bonita en la que se sirve no solo de una Irlanda de paisajes-paraíso sino que puebla su historia con personajes tan maravillosos como la madre del protagonista (una anciana aparentemente servicial y callada que se revela como una luchadora nata y amante de los libros… y su difusión) o con esos momentos, que siempre ha sabido realizar tan bien el director, de reuniones de un colectivo de personas en las cuales exponen sus ideas o denuncian su situación y entre todos elaboran una forma de actuar para salir de una situación injusta. Reuniones que no son fáciles pero en las que se escucha y se trata de llegar a la solución que más agrade a todos.

Jimmys Hall

Pero una de las sorpresas más agradables de Jimmy’s Hall es la narración cinematográfica de una emotiva historia de amor imposible. Una historia delicada contada a base de miradas y despedidas con algún baile en solitario. Además de una ambientación cuidada y plagada de momentos mágicos, sobre todo los transcurridos en el centro (como ejemplo, cuando James les enseña a todos algo que ha traído de EEUU, un fonógrafo y cómo lo primero que pone es un disco de jazz. Todos quieren aprender el nuevo baile y James empieza a danzar y todos a seguirle…). La película logra transmitir alegría y ganas de seguir, a pesar de los tiempos duros. Cuando sales de la sala de cine, quieres leer y bailar, quieres reunirte, reírte, gozar, aprender y tener un sitio, un lugar de reunión apropiado para todo ello… e intentar que esto sea posible y realidad para el mayor número de personas…

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Monuments men (The monuments men, 2014) de George Clooney

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Decepción absoluta. Dispuesta a disfrutar y pasarlo bien, salí totalmente contrariada. Monuments men partía de una buena idea y sin embargo no ha podido estar peor contada. George Clooney tiene algún destello correcto, como director de la función, en escenas sueltas pero ofrece una historia sin ritmo, mal contada y absolutamente deslavazada. Acudí a la sala de cine con muchas ganas y poco a poco fui encogiéndome en la butaca hasta el hastío más absoluto.

Contaba con un antecedente que me entusiasma. Una maravillosa película del dúo Burt Lancaster y John Frankenheimer del año 1964, El tren, cine emocionante y de tensión con historia maravillosa. Transcurre en París, un París que pronto va a ser liberado, pero antes de la derrota los nazis cargan un tren con los cuadros más importantes que se encuentran en la ciudad para llevárselos a Alemania. Un grupo de partisanos (muchos de ellos no saben de arte ni de cuadros pero sí que ése es un ‘cargamento’ que no se pueden llevar los nazis) trata de evitar —arriesgando sus vidas— que los cuadros salgan de Francia…

George Clooney se inspira en la historia de un grupo de expertos en arte, historiadores, directores de  museos, arquitectos… con cierta experiencia y edad con nacionalidades sobre todo de EE UU y Gran Bretaña (y también un francés con cara de Jean Dujardin) que se le encargó casi al final de la contienda la recuperación de las obras de arte robadas por los nazis durante la guerra para devolverlas a los lugares de donde fueron sacadas. La película parte del material de un libro de Rogert M. Edsel.

¿Dónde están las claves para no disfrutar de esta película?

1.- Los lazos entre los monuments men y los propios monuments men pésimamente desarrollados. De pronto los personajes de Clooney y Damon los van reuniendo, todos se conocen más o menos (hay por ahí, por lo visto, uniones de toda la vida)… y en un segundo sus lazos son fuertísimos, su entrega a la causa  impresionante… Apenas logran caracterizarse (no podemos imaginarnos su bagaje, la historia que arrastran a sus espaldas…) y no podemos creernos al ‘grupo’ ni lo que les ocurre. Un buen reparto (con carisma) totalmente desaprovechado porque los personajes apenas están construidos. Sólo hay un conato de pareja ‘cómica’ y bien avenida (pero desgraciadamente no desarrollada) entre los caballeros que tienen los rostros de Bob Balaban y Bill Murray.

2.- Lo inconexo de la propuesta acompaña toda la historia (tanto el dónde como el cómo). De pronto el grupo está tan junto como separado (pero siempre se quieren mucho y se nombran unos a otros)…, hay dos trágicas muertes con música de fondo e imágenes muy sentidas. Son siempre recordados (aunque ver a todos juntos rara vez se ha dado) e incluso hay lágrimas. George Clooney suelta varias veces monólogos sobre la grandeza de su misión y la importancia de salvar el arte. ¿Por qué hay que salvar el arte? Con voz seria, rostro compungido pero heroico, micrófono cerca de su boca. A veces emplea su ironía. Es como un actor clásico de Hollywood convertido en soldado, con una misión especial. Un Clark Gable salvador que además sabe declamar y dar discursos a la perfección.

3.- Mientras el grupo se va dispersando por Europa en busca del ‘tesoro’ escondido, la pista más importante es encargada al otro apuesto del grupo con rostro de Matt Damon. Damon protagoniza su propia película y al final ya se unirá con el grupo. Él va a París con un contacto y después de conversaciones, viajes rocambolescos y tal contacta con una ‘pieza’ fundamental de la trama: un parisina que trabajaba para los nazis que robaban la obra artística… pero que a su vez era una entregada a la causa, a la Resistencia. Y todo su afán era salvar el legado artístico. Ella esconde un secreto: sabe donde está todo (y además lo ha catalogado de maravilla). Pero no se fía ya de nadie. De pronto la seria, estirada y misteriosa dama se convierte en gata en celo, da un giro radical cuando se da cuenta que los monuments men son buenos y desinteresados… Ahí se cuenta una medio historia de seducción sin posibilidad de química un tanto absurda del que tan solo queda el recuerdo de una corbata…

4.- Cuando Damon se reúne con sus amados amigos (que por su cuenta ya habían averiguado casi lo mismo que él… cosas del destino y la casualidad)… tiene que pasar un momento de peligro tremendo donde todos se muestran solidarios con él… si él salta por los aires, todos le acompañarán. Son como unos mosqueteros por la causa. Así después de haber sido bastante inútil su odisea en solitario… deja ver que el grupo funciona. Y todas las hazañas del grupo transcurren así…, sin un ápice de tensión, emoción, desgarro o miedo…

5.- La resolución y el encuentro de las obras de arte es un poco por arte de magia, golpes de destino y suerte (y un poquillo de investigación con algo de potra)… pero por suerte llega antes este grupo de expertos que los desalmados rusos (¡no sabemos qué destrozo iban a hacer estos…!).

6.- Todo aderezado de una banda sonora de Alexandre Desplat y alguna canción de la época que emocione. Discursos muy serios sobre el arte y la guerra. Alguna nota suelta de humor. Ensalzamiento de la amistad (sin entender muy bien por qué), escenas muy trágicas y otras que muestren el horror y el sinsentido de la guerra. Ah, y algunas obras de arte representativas…, curiosamente casi todas con un contenido religioso y trascendente (trascendente como la misión). Algunas buenas ideas sueltas en el metraje como buenas escenas rodadas (como islas entre secuencias sin orden y sentido aparente o quizá simplemente colocadas con torpeza)… que se diluyen en una historia muy mal narrada cinematográficamente con una falta de ritmo y sentido total.

Pensé que el mal recibimiento en el Festival de Berlín era hacia un largometraje de entretenimiento que recuperaba un cine bélico de aventura tipo La gran evasión o la ya nombrada El tren. Que era cine espectáculo no bien recibido dentro del contenido y naturaleza del festival. Pero lo que me encontré fue una mala película de George Clooney (que tanto me había entusiasmado en Los idus de marzo), ni siquiera un divertimento. Tan sólo destellos. Otra vez será…, espero su próximo proyecto como director.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Camille Claudel 1915 (Camille Claudel 1915) de Bruno Dumont

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Camille Claudel, desde su infancia, sintió la llamada de la creación artística. Para ella el barro pronto se convirtió en su instrumento de trabajo. Modelaba y esculpía la visión de su mundo. Bruno Dumont esculpe emocionalmente el rostro de Juliette Binoche que encarna a la artista durante unos días en su larga estancia en el asilo de enfermos mentales de Montdevergues. Ese asilo se convirtió en una tumba donde durante treinta años Camille estuvo encerrada. Fue confinada allí por su familia. Bruno Dumont parte de un material valioso para reconstruir su reclusión: los informes médicos sobre la situación mental de Camille Claudel y las cartas que escribieron Paul Claudel, Camille, los médicos… Así Camille Claudel 1915 se convierte en un duro retrato emocional de una mujer artista que ve cómo se marchita su identidad creativa.

No se puede hablar de esta película de Bruno Dumont, sin el rostro de Juliette Binoche, que durante su carrera ha demostrado ser la ‘reina’ del primer plano donde diversos directores han esculpido emociones. De nuevo la actriz se desnuda e interioriza a un personaje para mostrarlo en toda su crudeza emocional en pantalla enorme. Ella es una Camille Claudel que pasa de la risa al llanto, de la esperanza a conformarse con sus años futuros. Ella golpea con dos monólogos y deja tocado a aquel que mira. Autenticidad emocional. Y es que Binoche es experta en dejarse moldear emociones en primer plano. Uno de los directores que la moldean es Michael Haneke y en Código desconocido en una escena angustiosa (que juega a la realidad y a la ficción), la actriz (que es actriz también en la ficción) es protagonista de un juego perverso donde una voz misteriosa le dice: “Muéstrame tu verdadero rostro”. Y eso lo sabe hacer Binoche perfectamente. Bruno Dumont presenta a su Camille Claudel en un momento de aseo personal, la desnuda ante todos, y limpia el rostro de la escultora para mostrárnoslo durante unos días donde un abanico de emociones surgen del mismo rostro por una nota de esperanza: una visita del hermano, de Paul Claudel.

Pero Bruno Dumont emplea la narración cinematográfica de otras maneras para ir realizando un retrato demoledor, violento emocionalmente y angustioso de una mujer enterrada en vida. Y ese retrato es una película realmente hermosa y compleja, Camille Claudel 1915. Así dentro de un espacio cromático y natural con tonalidades cuidadas y frías (como el clima) jugando con los sonidos interactúa una Camille que repite su rutina diaria con tan sólo mínimos cambios (la preparación de la comida, la estancia en el patio, sus conversaciones impersonales con las monjas, el médico y el personal auxiliar, su dificultad de poder establecer vínculos con los otros internos y el aislamiento que eso conlleva…). Y ella siente como esa repetición, esa incomunicación con el exterior y en el interior de los muros, ese estado de contemplación continuo, el aburrimiento y la monotonía, esa incapacidad para poder crear  la va destruyendo y minando.

El asilo de Montdevergues es un espacio de una tranquilidad y belleza inquietantes porque es un espacio aislado, de encierro, que anula las posibilidades de creación de una Camille que se consume, que se rompe.

Para acentuar más la situación y soledad del personaje, para entender su volcán emocional, Bruno Dumont proporciona a Juliette Binoche unos compañeros de reparto muy especiales: discapacitados psíquicos y enfermos mentales que intervienen en la película con el personal que les atiende que realizan los papeles de enfermeras y monjas. Y se crean momentos impresionantes donde interactúan unos y otros y donde puedes sentir las contradicciones y el estado emocional de la escultora en su relación con sus compañeros de encierro. Así hay dos momentos que destacan: uno, la presencia de Camille, como espectadora, en los ensayos de una representación teatral y el paseo a la cima de la montaña con otras compañeras del asilo y las monjas y enfermeras.

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La película se divide claramente en dos mitades. Y la segunda mitad toma un giro argumental cuando aparece y se presenta fuera de la institución mental a Paul Claudel (antes de protagonizar junto a su hermana el encuentro tan esperado y una de las escenas más escalofriantes de la película). Éste (Jean Luc Vincent) cuenta y también escribe en su diario su experiencia espiritual y surge un personaje complejo y desagradable. Un hombre que padece también una inestabilidad emocional que en realidad le aleja muy poco de su hermana…, sin embargo, él está fuera y él puede crear libremente. Pero se siente con la condescendencia de juzgar el comportamiento de su hermana y decidir sobre su vida.

Camille Claudel 1915 es la primera película a la que accedo del realizador francés Bruno Dumont. El director siempre ha trabajado con actores no profesionales y en sus películas surge una violencia extrema tanto física como emocional poniendo a sus personajes en situaciones límite. En esta película es la primera vez que trabaja con una actriz profesional y aunque no hay violencia física sí llega a presentar una violencia emocional que remueve. La última imagen de la escultora es difícil de olvidar… como difícil es enfrentarse al visionado de Camille Claudel 1915 porque toca puntos de la sensibilidad que provocan dolor pero a la vez vomita imágenes de una belleza que hace posible seguir viendo la ruptura emocional de una persona.

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