De tal padre tal hijo (Soshite chichi ni naru, 2013) de Hirokazu Koreeda

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¿Cómo tratar un tema complejo y muy delicado con una sensibilidad extrema?… Tan solo hay que pedirle a Hirokazu Koreeda que cree el conflicto y que aporte su mirada.

De tal padre tal hijo plantea un montón de preguntas y ofrece sus propias respuestas o a veces sólo plantea cuestiones. ¿Qué es ser padre? ¿Cómo es la paternidad? ¿Hasta qué punto es importante la sangre o más el roce y el cariño?

… ¿Cuál es el conflicto De tal padre tal hijo? Un arquitecto volcado en el trabajo y obsesionado con el éxito vive con su esposa y su hijo de seis años. Sutilmente se plantea que Ryoata, el protagonista, quiere a su hijo pero siente que es débil para enfrentarse a un mundo competitivo. Y, de alguna manera, sabemos que el niño adora a su padre y es consciente de los sentimientos paternos. De pronto una llamada del hospital donde nació su hijo cambia todo. Los responsables del hospital explican que hubo un error y que su hijo fue cambiado por otro. Así el matrimonio entra en contacto con la otra familia afectada, muy diferente en estatus social y económico a la suya. Y el dilema es: ¿intercambiarán las familias a los niños? ¿Cómo lo llevarán a cabo? ¿Cómo afectará a los niños? ¿Y a los padres y demás miembros de la familia…?

Y Hirokazu Koreeda realiza una película que plantea todas estas cuestiones desde una sensibilidad extrema y lleva al espectador de la mano a un abanico de emociones y reflexiones. Con su elegancia habitual Koreeda refleja los ambientes, la vida de la ciudad. Conocemos las casas de las dos familias y cómo viven. Nos movemos por las calles, por sus medios de transporte, por los lugares de trabajo…

Koreeda salta por los dos mundos familiares y los une en el centro comercial, en las reuniones con los responsables del hospital o en una excursión en el campo… Y va creando las interrelaciones nuevas. A veces solo con miradas o pequeñas acciones. Entre los dos padres. Entre las dos madres. Los propios niños. Los abuelos… Una red compleja de relaciones y de formas de encarar y entender la situación.

Y aunque al que más remueve (más que remover, cambia) todo el asunto es a Ryoata, el arquitecto… Koreeda, de forma suave (tal y como mira) pero sin eludir los temas duros, va mostrando los sentimientos y emociones de todos sus personajes… y de nuevo vuelve a crear un retrato delicado y emocionante de la infancia. Cómo capta la mirada de los niños, sus ocurrencias, sus silencios, sus preguntas… sus pensamientos y emociones.

Así son los niños los que se van apoderando poco a poco De tal padre y tal hijo y con su naturalidad y comportamiento darán más de una respuesta a los adultos…, a veces perdidos o sin atreverse a decir o hacer lo que piensan. Y es esa naturalidad la que mece la película y su resolución.

El espectador sólo debe dejarse llevar y disfrutar de las miradas, los silencios, los paseos, los juegos…, escuchar los diálogos precisos y los conflictos que esconden, detenerse en los rincones de las casas, en los objetos… Y quedarse prendado de la mirada sensible de un niño con unos ojos grandes que nos dice todo… aunque esté en silencio. O quizá dejar asomar una lágrima contemplando unas fotografías… O una sonrisa ante una pregunta…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Un largo viaje a través de la pantalla y una propuesta cinéfila

A veces entrando y saliendo de la sala de cine puedes realizar un largo viaje. Ahora mismo con tres estrenos puedes irte a Las Vegas, conocer un Tokio muy especial o darte una vuelta por Gaza. Y dejo también una propuesta cinéfila que tiene que ver con un concepto determinado y varias películas que giran alrededor de él con un espacio para el coloquio…

Plan en Las Vegas de Jon Turteltaub

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Un viaje con viejos amigos, sin pretensiones. Sabemos desde el principio qué va a pasar. No hay sorpresa alguna. Sólo hay sitio para unas risas y disfrutar de un reparto de actores con largas trayectorias a sus espaldas. Así de sencillo. Película para pasar el rato. Mi sonrisa como espectadora se mantuvo en estado perenne. Y sobre todo me llevé tremenda alegría de reencontrarme con un Kevin Kline muy pero que muy divertido. ¿La historia? Un grupo de cuatro amigos desde la más tierna infancia (qué lindo prólogo) que vuelven a reunirse de nuevo cuando ya son unos respetables señores mayores con achaques con motivo de la boda de uno de ellos con una jovencita. Punto de encuentro: Las Vegas. Aventuras, encuentros, desencuentros, viejas cuentas pendientes, amistad eterna, amor… y mucha fiesta. Michael Douglas, Robert de Niro, Morgan Freeman y Kevin Kline son los amigos eternos, diferentes y complementarios. La nota femenina, una atractiva y madura Mary Steenburgen a la que también es un placer encontrársela en pantalla.

Una familia de Tokio de Yôji Yamada

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En los créditos finales el director japonés dedica Una familia de Tokio a Yasujiro Ozu. Y es evidente. Porque Una familia de Tokio es un remake con pequeñas variaciones argumentales de Cuentos de Tokio de Ozu. Entre otras cosas ese matrimonio anciano que visita a sus hijos a Tokio en la actualidad se encuentra con una situación similar a la que vivieron sus antecedentes poco después de la Segunda Guerra Mundial. Una familia de Tokio es una película sensible que sin duda disfrutará bastante más el espectador que no conozca la obra cinematográfica de Ozu. Porque Yamada, claro está, no es Ozu y Una familia de Tokio es un buen homenaje, sensible, pero no es Cuentos de Tokio. Una vez que se asume esta cuestión, entonces sólo quizás, el espectador puede emocionarse… sobre todo, como le ocurrió a servidora, con precisamente el único personaje que no salía en Cuentos de Tokio… ese joven hijo rebelde y la relación que tiene con sus ancianos padres. Una de las escenas más bellas y logradas es esa última noche de la madre con su hijo…

Un cerdo en Gaza

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Un cerdo en Gaza es una fábula de humor entre costumbrista y absurdo que refleja de manera original (que hace pensar) el conflicto palestino-israelí. El protagonista es un pescador humilde de Gaza, Jafaar (un maravilloso Sasson Gabain del cual ya disfruté en La banda nos visita), que sólo puede pescar en un trocito de mar hasta arriba de basura y donde el milagro es encontrar un pez… pero un día le pasa algo inesperado: su red pesca un cerdo vietnamita. ¿Qué hacer con ese animal impuro? ¿Cómo aprovecharlo dada su penosa situación económica? El escritor y fotógrafo francés Sylvain Estibal debuta en el cine con esta comedia especial donde para ‘encontrar’ la solución al conflicto y al acercamiento entre palestinos e israelíes acude al humor y finalmente a la fantasía (como única salida posible). Un cerdo en Gaza tiene momentos realmente divertidos y tiernos pero a la vez termina dando una visión dura y pesimista de la situación donde la única salida es volar con la imaginación…

 Ciclo Fracturas en La Casa Encendida

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… Una propuesta cinematográfica especial, donde algo tengo que ver, que comienza mañana, lunes, a las 19.00 horas en La Casa Encendida… Fracturar es romper o quebrantar con violencia algo. Vivimos en un momento de fractura. Las quiebras pueden ser históricas, culturales, sociales, económicas, políticas, religiosas, emocionales, físicas… Si analizamos la fractura en el cine, vemos que entran en juego diversos temas de actualidad que dejan en evidencia una crisis no solo económica, sino de muchas otras áreas. Pero en esa zona oscura surgen posibilidades e iniciativas de crear un mundo mejor. La palabra Fractura deja paso a muchas reflexiones porque también la mirada puede ser fracturada o en la manera de contar cinematográficamente puede surgir la ruptura violenta… Los lunes y miércoles de la primera quincena de diciembre tendrá lugar este ciclo donde se proyectarán cinco películas que reflejan cinco fracturas y dejan muchas claves y lecturas diferentes para debatir…

Con pinchar aquí, veréis la programación y los coloquios donde varios ponentes de distintas disciplinas (críticos de cine, pedagogos, psicólogos, profesores o miembros de movimientos sociales) compartirán su ‘mirada’ con los espectadores.

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Vivir (Ikiru, 1952) de Akira Kurosawa

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Un hombre anciano y enfermo se balancea en un columpio en la soledad de una noche nevada mientras canta una canción tradicional sobre lo efímero de la vida y que invita a aprovechar el tiempo para vivir con intensidad. El rostro del hombre muestra una tímida sonrisa. Ésta es la imagen icónica y recordada de una película de emociones que reflexiona sobre el tiempo y la muerte… sobre la vida, a través de la historia de un funcionario gris, Watanabe (Takashi Shimura, uno de los actores fetiche del director).

Un cine de emociones pero perfectamente elaborado y pensado que tras su significado trascendente muestra también un realismo y una crítica social. Como es habitual en el cine de Akira Kurosawa, arriesga en su puesta en escena y en la forma de contar esta historia. Vivir se convierte en una película aparentemente sencilla, un canto a la vida poético y con una belleza que convierte la experiencia de su visionado en especial.

La historia de Watanabe comienza mostrando una radiografía de su estómago enfermo y una voz en off (omnisciente) que nos informa de que un hombre va a enterarse de que tiene un cáncer mortal de estómago. Sólo le quedan unos meses de vida.Watanabe es el jefe de la oficina de atención a los ciudadanos, una oficina tan gris como él. Una oficina que acumula expedientes, que manda a los ciudadanos a otras secciones, que no se implica en absolutamente nada y es consumida por la burocracia, la apatía, el aburrimiento y el dejar pasar la vida disimulando que se trabaja. Watanabe es un muerto en vida o como le describe una joven y vital compañera de trabajo es La momia (el mote que ella misma se ha inventado). Lleva treinta años muerto… y todo comenzó empezó cuando su esposa falleció y se quedó solo con su hijo pequeño. Watanabe no ha levantado la cabeza y ha dejado pasar el tiempo sentado en una mesa entre papeles y sellos. Digamos que el único motor que le mantenía vivo era el amor hacia su hijo pero ahora éste lleva otra vida y padre e hijo se han distanciado de tal manera que la incomunicación es lo que define su relación a pesar de que viven juntos (el padre llama al hijo… pero no se escuchan, no se entienden). Así, inesperadamente, hay un punto de inflexión en la vida de Watanabe que le permite que se remueva por dentro… y es precisamente cuando se entera de que va a morir. Así reflexiona y se da cuenta de que ha dejado pasar la vida y que quiere buscar una manera para remediarlo, quiere dejar huella, que su vida adquiera un sentido.

Watanabe empieza dando tumbos, se siente perdido (se da cuenta o se siente incapaz de establecer la vía de comunicación con su hijo y la esposa de éste o con sus familiares más cercanos…), trata de encontrar el placer y la alegria de vivir pero siente que eso no es lo que va a llenar los últimos días de su existencia (asistimos a una noche larga de placeres junto a un escritor de novelas baratas)… hasta que por fin encuentra lo que le va a colmar (de la mano de la joven empleada que en un triste diálogo, donde ella se siente ya desconcertada por la necesidad de Watanabe de estar junto a ella, le da la clave). Realizar algo que sea un beneficio para la comunidad, para los ciudadanos. Es decir, trabajar, pasando por encima de burocracias, intereses y política… por el bien común. Trabajar para transformar los entornos sociales. Y su empeño en los últimos meses que le quedan es crear en una zona deprimida un parque infantil tal y como piden un grupo de mujeres que no se cansan en su lucha hasta que topan (de nuevo, pues ya había acudido a su oficina) con Watanabe que pone en marcha la maquinaria…

Entonces en este momento empieza la segunda parte de la película (tan hermosa e intensa pero narrada cinematográficamente de una manera distinta y arriesgada pero para mí atrayente, aunque he podido comprobar y leer que gusta bastante menos). El narrador omnisciente nos informa de que después de cinco meses (elipsis temporal) nuestro protagonista ha muerto y nos sitúa en el velatorio donde se encuentra su familia, el teniente de alcalde y otros cargos políticos y los funcionarios de otras oficinas y sus propios compañeros de trabajo. Esta larga escena (con distintos y breves flashbacks) es presidida por una fotografía, la imagen del propio Watanabe.

La larga velada (y las distintas visitas que recibe Watanabe) donde los asistentes van ‘soltando su lengua’ con el sake que van bebiendo (al final tan sólo quedan sus familiares y los demás funcionarios) se nos va narrando a base de puntos de vista diferentes los últimos días de Watanabe y su empeño en llevar la empresa del parque infantil a buen puerto. Su lucha infatigable y la libertad que siente para actuar (siempre desde la humildad) pues no tiene miedo a ningún obstáculo (pues sabe próxima su muerte). La ‘narración’ de su hazaña se va transformando a lo largo de la velada hasta que se le reconoce como un héroe cotidiano y un ejemplo a seguir por los demás funcionarios que ante la euforia del sake y la emoción que sienten por otros acontecimientos narrados por diferentes ‘testigos’ prometen continuar la lucha, no malgastar los días entre papeles y sellos, y seguir llevando a cabo proyectos que beneficien a los ciudadanos, actuar y no quedarse sentados frente a miles de expedientes. Uno de los asistentes pronuncia una frase clave que explica en parte la apatía de estos funcionarios, dice que si alguien de la compleja administración burocrática quiere llevar a cabo algo o se le ocurre sacar adelante un proyecto o idea, es tachado de inmediato de revolucionario y radical…

Sin perder esa triste melancolía que acompaña toda la película… las últimas escenas nos muestran cómo las palabras que pronunciaron los funcionarios en el funeral se han quedado en palabras. La cotidianeidad gris, la desesperanza, la apatía y la burocracia vuelve a campar a sus anchas en la oficina de Watanabe… pero no todo está perdido. Hay un funcionario que trata de rebelarse, que no está conforme con la realidad que le rodea y que todavía no se atreve a dar el paso pero que ahí sigue su mecha sin apagar… y que sin duda pondrá en marcha en un futuro y otro buen proyecto se hará realidad. Mientras, visita ese parque infantil que le hace no olvidar que es posible transformar los entornos, que es posible hacer algo desde la oficina gris…

Vivir nos deja tristeza pero también una sonrisa en el rostro y el recuerdo de un hombre en un columpio… satisfecho en los últimos momentos de su vida. Ha reaccionado a tiempo, ha podido vivir con intensidad…, dejar de ser una momia enterrada entre papeles…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Primavera tardía (Banshun, 1949)/El sabor del sake (Sanma no aji, 1962) de Yasujiro Ozu

… El hombre siempre se queda solo. Y Yasujiro Ozu nos los explica con dos escenas sencillas dentro de la complejidad que subyace en su fondo. En las dos, un hombre viudo (Chishu Ryu con un rostro que cuenta historias), después de haber casado a su hija, le espera la soledad por compañera. En una lo dice todo con el rostro y ese cuidado que pone en pelar lentamente una manzana mientras su cabeza se agacha. En la otra el tormento es más largo, llega después de haber bebido mucho, canta frente a la mesa ante otro vaso más. Después se pone en pie, ya ha constatado que está solo y lo dice a quien quiera escucharle (en este caso un hijo adolescente adormecido y molesto por la actitud del padre) y se va a oscuras por el pasillo, como pidiendo intimidad al espectador, a la cocina y le vemos al fondo como se sirve otro vaso… en soledad.

Entre Primavera tardía y El sabor del sake (su última película) han pasado algo más de diez años y Ozu ofrece pequeñas variaciones sobre un mismo tema entregando dos películas bellas sobre lo que significa el paso del tiempo, la vejez, la soledad… y otros muchos temas (como las relaciones entre padres e hijas) que van surgiendo de la placidez de sus imágenes y cuidadas composiciones. Y éste ha sido mi estreno en la filmografía prolífica de este director japonés. Y no podía haber sido más hermoso. Así que esto promete un visionado de más obra del director y por tanto una buena porción de descubrimientos.

Lo que más me ha gustado ha sido que frente la sencillez de sus propuestas y argumentos subyacen muchos temas complejos. En ambas un padre se ‘sacrifica’ por encontrar un buen esposo a su hija en edad de casarse pensando que es una forma de que pueda vivir su propia existencia. Y pensando que el que se quede a cuidarle, a la larga será una condena. Piensa que es mejor no obligarla a la soledad del padre y convertirla en una mujer solitaria, amargada y soltera. En El sabor del sake vemos el futuro de la joven de Primavera tardía si se hubiera quedado para siempre al cuidado de su padre, en la figura del viejo profesor al que llaman Calabaza absolutamente solo y en compañía de una hija amargada e igual de solitaria. Pero no todo es tan sencillo: ¿les espera a ambas hijas una vida mejor en un matrimonio concertado… en el que sale de la casa de un hombre para meterse en la casa de otro, su esposo? El negarse a seguir la tradición y preferir la felicidad ya conocida (que es cuidar al padre en una y en la otra al padre y el hermano adolescente) ¿no es un acto de rebeldía? Tanto el padre como la hija sucumben a las presiones sociales y familiares. Aquellos que les rodean  ‘obligan’ de alguna manera a poner fin a una cotidianeidad que les hace felices a ambos. Por otra parte las dos jóvenes protagonistas renuncian al amor por llegar demasiado tarde (los chicos que les gustan se han comprometido ya) y dan el paso de casarse con cierta incertidumbre y con dos hombres de los que no están enamoradas. En Primavera tardía, no obstante, la mejor amiga de la protagonista le da la posibilidad de otra vida si fracasa el matrimonio. Ella misma se casó y se divorció. Ahora vive sola, con su hijo y trabajando… y vive bien.

Las dos presentan además un Japón que se encuentra en una era de cambio después de la Segunda Guerra Mundial. Donde las tradiciones más ancestrales se unen a la modernidad y a la entrada de la mirada occidental. Y eso se ve en las vestimentas de los personajes o en los detalles de sus hogares o en el mobiliario urbano. Las dos películas son íntimas, de interiores, con diálogos sencillos donde se dice mucho más con una mirada, una sonrisa o un silencio.

Siempre se menciona la guerra como un momento duro, doloroso y se habla de la derrota no con odio sino con una especie de resignación e incluso con bastante sentido del humor (sobre todo en El sabor de sake y el encuentro del protagonista con un hombre con el que combatió que imagina cómo sería el mundo si ellos hubieran ganado… y deciden que mejor está tal cual). También se ven las diferencias generacionales entre los más jóvenes y los más mayores y el choque entre las tradiciones más antiguas y el paso a otras más nuevas. Y las nuevas formas de entender las relaciones que van cambiando así como la entrada de la vida moderna reflejada en los medios de transporte que agilizan la vida como el tren o los electrodomésticos en los hogares (la nevera, la plancha…).

Yasujiro Ozu apenas mueve la cámara y muchas de sus escenas, sobre todo en la intimidad del hogar, las vemos desde una perspectiva diferente, desde el tatami. Esto provoca una disposición diferente en los hogares o restaurantes, una manera distinta de acomodarse, donde las alturas son diferentes. Y por tanto no se mira igual… El director japonés cuida las composiciones de manera extrema y cuida el detalle creando imágenes de gran belleza. No realiza fundidos sino que muestra escenas de transición de plantas que se mueven por el viento, de chimeneas de las fábricas, de luces de neón o de naturalezas muertas. Ozu tiene su forma de mirar y contar, de narrar. Emplea también de manera especial la elipsis, en ninguna de las dos vemos cómo la hija conoce al pretendiente propuesto ni tampoco la boda.

Lo que sí nos regalan ambas es el último momento entre padre e hija. Cuando a éste le avisan de que ella ya está arreglada y preparada como novia, vestida a la manera tradicional. Y son dos escenas de infinita ternura, tristeza y melancolía… donde no sabemos realmente si los personajes serán realmente más felices al haber cedido a las presiones del entorno…

No es mala manera de empezar a conocer a Ozu con el visionado de esas dos películas. Una en blanco y negro con imágenes tan poderosas como dos bicicletas solitarias y la otra en un color cuidado y especial donde las líneas de las vías de un tren o de las puertas de una casa forman composiciones que relajan al espectador que plácido mira cómo la vida pasa, cambia y se transforma… con pequeñas pinceladas, pequeños matices. Y ahí esta siempre el rostro de Chishu Ryu de sonrisa dulce y melancolía innata.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.