Fuego en las calles (Flame in the Streets, 1961) de Roy Ward Baker

En Gran Bretaña, seis años antes de la película estadounidense Adivina quién viene esta noche (Guess Who’s Coming to Dinner), Fuego en las calles presentaba de una forma más cruda y compleja el mismo conflicto. Roy Ward Baker, que terminaría especializándose en el género de terror, realiza una obra cinematográfica de puro cine social con personajes llenos de matices. Si bien es cierto que el conflicto racial que plantean ambos títulos se desarrolla en dos países diferentes con contextos distintos (de hecho, en uno de los diálogos de este film se hace alusión a esto), los puntos en común entre ambas generan una interesante sesión doble. Es mucho más popular la película de Stanley Kramer y más fácil acceder a ella. Fuego en las calles ha caído totalmente en olvido, pero, sin embargo, creo que aporta mucha miga al asunto. Es una película más incómoda, menos amable, más cruda. Quizá menos exquisita en su realización, pero no carente de interés, y también con unas interpretaciones a tener en cuenta.

En un momento dado, el profesor jamaicano Peter Lincoln (Johnny Sekka) dice al padre de su prometida, Jacko Palmer (John Mills), unas palabras reveladoras para entender el conflicto: “Cuando me enamoré, no pensé en los prejuicios. Esperaba que todo fuera como lo había soñado. Kathie y yo, sin barreras. Señor Palmer, su hija es distinta a usted. Usted piensa lo que debe creer. Y Kathie, en cambio, siente lo que cree”.

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Los paraguas de Cherburgo (Les parapluies de Cherbourg, 1964) de Jacques Demy

Casi nada más empezar Los paraguas de Cherburgo, un joven mecánico opina sobre el ocio de sus compañeros de trabajo: uno, el protagonista, ha dicho que va a ir al teatro a ver Carmen y otro, que no va a parar de danzar en una sala de baile. El muchacho les dice: “No me gusta la ópera, prefiero el cine” y, poco después, vuelve a insistir: “Tanta gente cantando no me gusta, prefiero el cine”. Más adelante una desolada Geneviève (Catherine Deneuve) le confiesa a su madre que quiere morirse, pues su amado va a partir a la guerra de Argelia. Y la mujer sonríe, acaricia a su hija y le susurra: “Solo en el cine se muere de amor”. Jacques Demy, su director, juega con estas citas en su película. Por una parte, todos los actores cantan, más bien recitan, contradiciendo al joven mecánico en un punto. Sin embargo, le da la razón en algo, Demy prefiere el cine entre todas las artes, porque puede conjugar todo lo que ama escribiendo con su cámara. De tal manera, que finalmente hace llegar al público de una sala de cine una tragedia romántica, como si fuese una ópera vanguardista. Por otra, demuestra a la madre de la protagonista que en el cine, en el género romántico, una enamorada desgraciada no tiene por qué morir de amor. Y que una película musical puede no tener un final feliz, a pesar de estar envuelto en colorines.

No solo eso sino que Demy también homenajea a uno de sus géneros más amados, el cine musical de Hollywood. Refina la paleta de colores y dibuja sin miedo una obra reveladora y original. El rodaje de Los paraguas de Cherburgo fue ir contra viento y marea. El director francés apostó por un proyecto cinematográfico de riesgo, y el esfuerzo mereció la pena. Es más, a punto de cumplir sesenta años, sigue siendo una propuesta fresca, que además continua como modelo de varias obras cinematográficas actuales. No hace mucho por estos lares, no tanto en el aspecto formal, pero sí en el tratamiento e idea fondo, se estrenó Cerca de tu casa, de Eduard Cortés. Ahí se contaba, con todos sus actores cantando, el drama de los desahucios, a través del desmoronamiento de una pareja.

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De un homenaje a un descubrimiento. El cine de Basil Dearden (y II)

Segunda y última entrega de este feliz descubrimiento que ha sido Basil Dearden, y que no ha decaído en absoluto en los siguientes visionados. El binomio Dearden-Relph siempre tenía algo que ofrecer, y siempre proporcionaban alguna secuencia que convierte una película en puro deleite cinematográfico. Como ya dije a Dearden le empecé a seguir la pista por sus inicios en los estudios Ealing, allí además en los cuarenta encontraría a su compañero de trabajo hasta el final, Michael Relph. A partir de 1963 sus producciones dejan atrás el halo polémico y social, y se entregan a un cine puro y duro de entretenimiento, diversión, terror e intriga. En la anterior entrega este salto podía verse con La mujer de paja, y en esta nueva hay más ejemplos de ese cambio (El club de los asesinos, Tinieblas).

También en este nuevo repaso de su filmografía se puede descubrir sus primeros pasos hacia un cine social con carácter de cine negro en El farol azul, y no puede faltar la presencia de uno de sus títulos más emblemáticos, Víctima, con la homosexualidad de fondo. Por otra parte, dos películas se salen de esas dos vertientes que caracterizan su obra, pero que muestran su dominio del lenguaje cinematográfico, así como la elección de buenas historias: una de robos (Objetivo: banco de Inglaterra) y un buen melodrama histórico (Matrimonio de estado).

Y otro de los aspectos más reseñables de cada una de estas películas es el cuidado en la ambientación, en las atmósferas y en los espacios; no hay que olvidar que Michael Relph tenía formación y ejerció también en algunas películas como director de arte, así que sería uno de sus intereses cuidar siempre ese aspecto en las películas que produjo. De hecho, en algunas de las películas con Dearden, Relph intervino también en el diseño de producción y como coguionista.

Como en el anterior post, las pondré por el orden en el que las fui viendo.

Matrimonio de estado (Saraband for dead lovers, 1948)

Al nombre de Relph, Dearden y Ealing, se une otro más: la presencia entre los guionistas de Alexander Mackendrick. Además, Matrimonio de estado es una película con un uso del color tan especial como en las películas de Powell y Pressburger. La producción tenía todos los ingredientes, a mi parecer, para ser un éxito, y, sin embargo, no funcionó en taquilla. Una historia inspirada en hechos reales del siglo XVII sobre enredos y depravación en las entrañas de las monarquías europeas, donde se llegan a acuerdos de Estado para ampliar el poder. Y en esos acuerdos no importa llevarse por delante la felicidad de las personas o incluso provocar bajas “necesarias” para la obtención de diferentes objetivos. Unas monarquías donde los roles de poder están en manos inesperadas, como damas de la aristocracia que como amantes encuentran su lugar para mover los hilos. En este ambiente de “máscaras” para mantener el statu quo transcurre el triste idilio de amor y muerte de Sophia Dorothea (Joan Greenwood), princesa de Celle, esposa del príncipe de Hanover y futuro rey Jorge de Inglaterra, y Philippe de Konigsmark (Stewart Granger), un aristócrata y soldado sueco. Como se refleja en los tejemanejes de todos los personajes implicados siempre hubo amistades peligrosas en las altas esferas.

La secuencia maravillosa transcurre antes de que los amantes confiesen su amor en pleno carnaval. La triste princesa huye del castillo con su máscara para encontrarse con el conde sueco, y se entremezcla por las calles bulliciosas con un pueblo en fiesta, donde todo el mundo está oculto con caretas, el ambiente es de alegría, jolgorio y placer. No hay límites. Pero la princesa todo lo vive con angustia, solo ve deformidades, ruido, agobio y asfixia, lo mismo que siente encerrada en su castillo de marfil. Tanta máscara y aglomeración, la marea y da vértigo hasta que cae en los brazos del amado. La otra secuencia inolvidable es la encerrona que sufre el conde, y la lucha a espada con varios contrincantes en la oscuridad, donde las sombras guardan más de una sorpresa.

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De un homenaje a un descubrimiento. El cine de Basil Dearden (I)

Basil Dearden ha sido todo un descubrimiento feliz. El día que falleció Sean Connery buscaba una película para homenajearlo y que supusiese descubrirlo en una historia menos conocida que las del agente 007 u otros trabajos cinematográficos recordados del actor. Me acordaba de que me había llamado la atención una película en el blog de 39 escalones, y me dispuse a verla; se trataba de La mujer de paja. Me lo pasé tan bien con ella que indagué en la filmografía del director. Apenas conocía su obra, más allá de ser uno de los directores de Al morir la noche (1945), de la productora británica Ealing. Me di cuenta de que en una plataforma digital habían subido bastantes títulos del director y decidí hacerme un ciclo. Así fui de sorpresa en sorpresa topándome con un realizador británico con una filmografía compacta de títulos muy potentes. De hecho, voy a analizarlos en dos post, siguiendo el orden en que fui viéndolos.

Basil Dearden parte de historias sólidas con conflictos dramáticos complejos o peliagudos problemas sociales que permiten una construcción psicológica profunda de los personajes y de la sociedad. En su cine no todo es blanco o negro, sino que se abre un amplio abanico de posibilidades y de distintas posturas ante ciertos temas. Nunca busca el camino fácil. Es un director británico que merece la pena ser rescatado y que desde los cuarenta hasta los setenta filmó varias películas que no pueden caer en olvido. Por otra parte, en el aspecto formal cuida mucho las atmósferas y los espacios donde desarrolla sus historias, además de dominar tanto el color como el blanco y negro en beneficio del argumento.

La figura de Dearden está muy unida a la del productor y director de arte Michael Relph. A finales de los cincuenta realizaron una cadena de películas británicas con fondo social, centrándose en temas polémicos como el racismo, la homosexualidad o la religión, con puntos de vista diferentes y complejos. También varias de sus películas más redondas cuentan con la presencia en el guion de Bryan Forbes o de Janet Green. Además su filmografía permite disfrutar de una buena galería de actores británicos como Patrick McGoohan, Richard Attenborough, Betsy Blair, Ralph Richardson, Dirk Bogarde, Jean Simmons, Celia Johnson, Yvonne Mitchell o Michael Craig.

La mujer de paja (Woman of straw, 1964)

La mujer de paja es una buena película de intriga psicológica alrededor de un magnate británico, anciano y en silla de ruedas. Un hombre que se muestra desagradable con cada persona que se cruza a su lado. Con el desprecio dirige su vida. Y este desprecio afecta al servicio, a su sobrino, a los perros… La humillación le divierte, tan solo parece amar la música de Beethoven que pone a todo volumen en su gramófono y a su mujer fallecida. Pero la presencia de una nueva enfermera en su vida lo cambiará todo.

Así se construye un triángulo ambiguo y una venganza cerebral…, pero La mujer de paja entra dentro de las películas “nada es lo que parece” o “vamos a quitar máscaras”. Y no solo eso, sino que se construye a base de giros argumentales que buscan dejar fuera de juego al espectador. Los protagonista son un solvente trío de intérpretes: Ralph Richardson, Gina Lollobrigida y Sean Connery.

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Los valientes andan solos (Lonely are the brave, 1962) de David Miller

En Los valientes andan solos, un vaquero contra un mundo moderno y deshumanizado.

Los valientes andan solos atrapa desde su primera imagen. Su principio y su demoledor final construyen un triste círculo que enmarca un western crepuscular. La primera secuencia presenta a un cowboy al aire libre que disfruta de la vida y mira al más allá. De pronto, un ruido demoledor. El cielo es rasgado por tres aviones… Nuestro héroe, John W. Jack Burns (Kirk Douglas), no reniega de la vida del salvaje Oeste; por eso en pleno siglo XX es un forajido, un fuera de la ley, pues prefiere continuar siendo un jinete libre con su yegua indomable y cabezota, que someterse a un mundo que progresa, pero cada vez más deshumanizado. Y la última secuencia cierra su historia de manera brutal, un hombre aterrorizado, Jack, tirado en la cuneta, después de haber sido arrollado por un enorme camión, consciente de que su mundo ha terminado, tras oír cómo acallan el sufrimiento de su yegua de un disparo.

Este héroe desubicado nace de las páginas de la novela de Edward Abbey, El vaquero indomable. Su escritor ya es un tipo de película, hijo de la Gran Depresión, pronto amó la naturaleza y luchó siempre contra la influencia dañina de los seres humanos en los paisajes que quería. Abbey era un apasionado de los amaneceres del Oeste y así lo vertió en sus escritos. Entre sus páginas destilaba la filosofía, otra de sus pasiones. Creía en un anarquismo libre contra la violencia institucional y la frialdad de los Estados. No es de extrañar que creara a ese vaquero indomable, un forajido fuera del sistema y de la burocracia. Este material encandiló a Kirk Douglas, y metió en su aventura al guionista Dalton Trumbo y al director David Miller para crear un buen western.

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Una mirada particular a Oliver (Oliver, 1968) de Carol Reed

Nancy y Bill, y entre medias de los dos Fagin, su socio en fechorías en Oliver, de Carol Reed. Los dos son protagonistas de una tremenda historia de violencia de género.

Varias obras de Charles Dickens han sido adaptadas al cine, y Oliver Twist en concreto ha tenido varias versiones, quizá las más conocidas sean la de David Lean y Roman Polanski, pero también existió una versión muda con Jackie Coogan, el niño inolvidable en El chico de Charlie Chaplin. Otra de ellas fue este elegante y sobrio musical de Carol Reed que regala momentos inolvidables. Esta película convertía en puro cine el musical de Lionel Bart, que tuvo la osadía de subir a los escenarios y convertir en éxito un drama de Dickens, con canciones y bailes, durante los sesenta tanto en Londres como en Broadway.

Como musical tiene momentos con una enorme fuerza visual, un elegante equilibrio y una belleza especial, como el momento de trabajo y comida de los niños en el orfanato y que sirve además como presentación del personaje de Oliver. Mark Lester se puso en su piel, un actor infantil con una sensibilidad especial que tan solo un año antes había sido uno de los niños de esa película inquietante en su forma de presentar el universo infantil que es A las nueve cada noche, de Jack Clayton. Pero, sobre todo, el número más hermoso es el que acompaña a la canción coral Who will buy?, que representa cómo despierta el barrio rico donde Oliver ha encontrado cierta paz y tranquilidad junto al señor Brownlow (Joseph O’Conor).

Pero durante todo el largometraje mi mirada se ha centrado en dos de sus personajes secundarios y su historia. Lo cierto es que Oliver, de Carol Reed, muestra una historia de violencia de género desgarradora, brutal y triste. Así se ve desde el principio la relación dañina y tóxica entre Nancy (Shani Wallis) y Bill Sikes (Oliver Reed). Ella, dulce, inteligente y vital, está atrapada en una relación que la daña, pero lo ama a pesar de que se sabe maltratada cada día. Así después de un puñetazo de Bill, que la tira al suelo delante de Fagin (Ron Moody), el socio en robos de su amado, y los niños que roban para ellos, cobra un doloroso sentido la canción que canta, una vez que se levanta y sale sola a la calle, As long as he needs me, donde justifica estar junto a él, pues cree que este la necesita. Nancy piensa que nadie podrá quererlo como ella lo hace.

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Melodramas desatados (1). La noche deseada (Hurry Sundown, 1967) de Otto Preminger

Uno de los momentos más desatados de La noche deseada.

Las últimas películas de Otto Preminger fueron cada vez más denostadas por crítica y público. El “ogro” fue poco a poco abandonado por Hollywood hasta tal punto que su última película El factor humano no la rodó allí, contó con poco presupuesto y tuvo que ser prácticamente financiada por él. La última obra en la que manejó todavía un gran presupuesto y un reparto estelar fue un melodrama desatado, La noche deseada. Eligió para ello un tema provocativo y polémico, como era de esperar en él. Estaba a punto de nacer el nuevo cine americano, que también suponía un cambio generacional (de hecho, Preminger descubrió a Faye Dunaway, que triunfaría ese mismo año en Bonnie and Clyde); el sistema de estudios estaba en un periodo de decadencia y el código de censura contra el que había luchado durante años llegaba a su fin.

Como punto de partida para la película, un best seller, Hurry Sundown, de K.B. Gilden (el pseudónimo que empleaba el matrimonio Katya y Bert para escribir sus novelas). La noche deseada, en plena época del movimiento por los derechos civiles, recrea un melodrama sureño, donde se apuesta por una relación interracial entre dos granjeros, uno blanco y otro negro, para combatir contra los todopoderosos que quieren arrebatarles sus granjas para especular con los terrenos, además con su actitud colaborativa levantan más los odios en la sociedad en la que viven.

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Perlas desconocidas (3). Léon Morin, sacerdote (Léon Morin, prêtre, 1961) de Jean-Pierre Melville

Léon Morin, sacerdote… o la historia de un vínculo.

Descubrí Léon Morin, sacerdote a través de un documental reciente. En concreto, en Las películas del mi vida (Voyage à travers le cinéma français, 2016) de Bertrand Tavernier. Las imágenes de esta película llamaron mi atención e hizo que buscara el dvd con avidez, con hambre. Ya lo he visto dos veces, porque es de esas películas que seducen tanto que sabes que cada visionado va abrirte una puerta diferente. Jean-Pierre Melville filma una película, aparentemente desnuda y sencilla, donde aúna en sus imágenes la sensualidad y la espiritualidad, pero a la vez no puedes dejar de escuchar cada uno de los diálogos y monólogos que se suceden. Léon Morin, sacerdote tiene varias capas, y vas sumergiéndote en ellas como si te deslizaras lentamente por un tobogán del que nunca ves el final. Los ojos van resbalando por cada fotograma, pero la mente no deja de funcionar.

Léon Morin cuenta el vínculo que se establece entre Barny (Emmanuelle Riva), una joven viuda con una hija pequeña, y León (Jean-Paul Belmondo), un sacerdote. Todo transcurre durante la Segunda Guerra Mundial en una pequeña localidad francesa. La peculiaridad es que todo empieza por una burla. Barny quiere provocar en un confesionario a un cura. Ella no solo es atea y cercana a la ideología comunista, sino que además su marido era judío. Así que se aproxima, divertida, al confesionario de una iglesia y suelta: “La religión es el opio del pueblo”. Pero Morin, el sacerdote que está al otro lado, no se escandaliza ni se incomoda, sino que la rebate, y además la termina invitando a que acuda a su casa para dejarle libros y hablar sobre religión. Con lo cual Barny sale descolocada de la iglesia, pero a la vez con la sensación de que alguien interesante se ha cruzado en su camino. Es la historia de dos soledades que se juntan.

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Tiempo de comedia (3). Rufufú (I soliti ignoti, 1958) de Mario Monicelli / Atraco a la tres (1962) de José María Forqué

Rufufú (I soliti ignoti, 1958) de Mario Monicelli

Rufufú, o la narración del robo de un grupo de entrañables perdedores italianos.

No hay duda, los italianos son muy buenos en la tragicomedia. Y un buen ejemplo es Mario Monicelli y Rufufú. El director italiano maneja un guion donde se modela y se quiere a cada uno de sus personajes: humildes, de los bajos fondos, pícaros y supervivientes, cada uno a su manera. Y los coloca en su hábitat natural, la ciudad: nos colamos en sus viviendas, en las callejuelas, en las cárceles, en los orfanatos, en lo alto de los edificios (sus terrazas)… Durante un poco más de hora y media formamos parte de la vida de Peppe, Cosimo, Capannelle, Mario, Tiberio, Dante, Michele…

Cada uno con su historia particular: un boxeador sin éxito, un ladrón de poca monta en la cárcel con aires de mafioso, un huérfano que sobrevive con trabajos precarios y chanchullos, un fotógrafo sin empleo y padre de familia, un abuelo superviviente y otro que es un ladrón de la vieja escuela… También hay una galería de damas que les acompañan en la supervivencia: la hermana encerrada en casa para garantizar una buena boda, las empleadas del orfanato que son improvisadas madres, la pareja del ladrón de poca monta, la sirvienta que sirve de cebo (pero que enamora a uno de ellos), la esposa encarcelada por traficar con tabaco…

Como indica la traducción del título al castellano, una de sus fuentes es Rififí, de Jules Dassin, o, mejor dicho, todas aquellas películas de cine negro de atracadores que tratan de llevar a cabo un plan… y sus aciagos destinos (La jungla de asfalto o Atraco perfecto), todo un género en sí mismo. Pero también se inspira muy libremente en un relato corto de Italo Calvino (que puede leerse en Internet), Robo en una pastelería.

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Fanny (Fanny, 1961) de Joshua Logan

Fanny

Fanny y Marius, un amor de juventud con mucha pasión, pero también imposible.

Indagar en los orígenes de una película puede abrir caminos sorprendentes. El escritor y cineasta Marcel Pagnol escribió durante los años treinta su trilogía marsellesa. Las dos primeras partes Marius y Fanny subieron pronto a los escenarios con éxito y narraba las vicisitudes de distintos personajes en el puerto de Marsella antes de la Segunda Guerra Mundial. Ambas tuvieron su propia versión cinematográfica en Francia. César fue la tercera parte y el cierre de la trilogía y, además, se creo primero como guion de cine. Fue el propio Pagnol quien dirigió la película en 1936. Posteriormente, en Broadway en 1954 se creo un musical que adaptaba la trilogía titulado Fanny con canciones de éxito y que tuvo muchas representaciones y un buen recorrido en el escenario. Y llegó por fin 1961, el año en que el director Joshua Logan llevó a la pantalla de cine Fanny con la melodía del musical de fondo, pero sin las canciones, y siguiendo las huellas de la célebre trilogía de Pagnol (con todos los antecedentes y el material original puso todo en un único manuscrito el guionista Julius J. Epstein). Y la maniobra no le salió mal. Logan, en el reparto elegido, cuenta como protagonistas con dos estrellas del cine musical, pero también buenos actores (de hecho no hay ni un solo baile ni una sola canción en todo el metraje, pero ellos están maravillosos): Leslie Caron y Maurice Chevalier, muy bien acompañados por Charles Boyer y Horst Buchholz. Así Fanny es un melodrama con mucho encanto que, en realidad, es un bonito escaparate con muchas historias de amor entre sus personajes. En realidad, es un canto al amor paterno-filial (la relación de César con su hijo Marius, de Panisse con su hijo adoptivo y de Marius con su hijo…), aunque no deja de ser también una oda a la amistad y a un amor juvenil que se vuelve imposible.

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