Warrior (Warrior, 2011) de Gavin O’Connor

Warrior

Hay películas que no te cuentan nada nuevo, incluso tocan teclas que ya han sido pulsadas múltiples veces, y saben cómo entrar en las entrañas del espectador, así como emplear esos trucos cinematográficos que de pronto nos enganchan…; pero, sin embargo, alguna de esas películas logran un corazón y un alma…, y de pronto, te sorprendes frente al televisor vibrando, sufriendo, llorando a moco tendido, emocionándote, y totalmente fuera de sí cuando oyes un “Te quiero, Tommy” en una cruda pelea entre hermanos y una canción de fondo que te hace encogerte más y más en el sillón. Y eso lo consigue inteligentemente Warrior de Gavin O’Connor. Es la historia de una familia rota que trata de reconstruirse, pues los hilos todavía no se han roto del todo. Un padre ex-alcohólico, violento y veterano de la guerra de Vietnam (Nick Nolte). El recuerdo de una esposa muerta…, siempre sufriendo. El padre ahora trata de canalizar la culpa, de que sus hijos le den una oportunidad… y en sus ratos libres escucha un libro por unos cascos: Moby Dick, de Melville. Un hijo mayor (Joel Edgerton) que ahora es un hombre casado con dos hijas, enamorado de su esposa, con un puesto de profesor de física (después de dejar la lucha profesional), un montón de deudas en el banco por gastos del hospital al costear las operaciones de una de sus hijas y a punto de perder su casa y su empleo. Y un hijo pequeño (Tom Hardy), marine que regresa roto de la guerra de Irak, todo introspección, soledad y silencio… y una furia que trata de canalizar a golpes en un gimnasio. El nexo de tres almas perdidas: un campeonato de artes marciales mixtas, Sparta.

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Diccionario cinematográfico (221). Espejos

El Apartamento

Espejos: … y los reflejos. Ellos devuelven verdades que a veces no se quieren… o revelan secretos que no estaban tan ocultos. Hay muchos tipos de espejos, un exceso de significados y metáforas. De pronto pasean por mi recuerdo un montón de fotogramas con espejo.

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10 razones para amar Matar a un ruiseñor (To Kill a mockingbird, 1962) de Robert Mulligan

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Razón número 1: una caja de secretos

Porque desde los títulos de crédito de Matar a un ruiseñor te sumerge en una atmósfera especial; no solo es la melodía delicada de Elmer Bernstein, sino las imágenes y el sonido de fondo. Las manos de Scout Finch (estoy segura que son las de ella) abren una vieja caja, mientras tararea una canción. Esa caja que todos tuvimos en nuestra infancia con tesoros maravillosos. La cámara se acerca a los objetos ocultos, que las manos infantiles van tocando: primero coge una cera y va pintando en un folio el fondo, del cual va surgiendo el título de la película. Después la cámara sigue recorriendo los tesoros, un viejo reloj sin agujas, un imperdible, unas monedas, un portaminas, una canica… Después de nuevo vemos las manos de la niña que realiza un dibujo infantil, una especie de pájaro…, vuelta a la caja para coger más pinturas, y una de las canicas se desplaza, hasta chocar con otra. De nuevo volvemos a una panorámica de toda la caja, donde además claramente se ven unos muñequitos tallados de una niña y un niño. Y la niña sigue dibujando unas ondas, quizá una representación del cielo o una nube, y de vuelta a la caja, donde hay recambios de plumas estilográficas, la canica, el reloj, más canicas, puede que una especie de pequeña armónica, un silbato… Y la niña terminando su dibujo. Tira la cera a la caja y oímos su risa ante su creación terminada… y de pronto rasga el papel. ¿Hay manera más hermosa de introducirte en el universo infantil y en el punto de vista que se va a tomar?

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Mi regalo de cumpleaños. Jeanne Eagels (Jeanne Eagels, 1957) de George Sidney

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Descubrir un clásico siempre es un bonito regalo que aprecio. Me llamó la atención la pareja de actores protagonista (Kim Novak y Jeff Chandler), su director y que se rescatara con esta película una figura del pasado, una figura de los escenarios y del cine mudo que brilló hasta la revolución del cine hablado…, fecha de su fallecimiento (1929), Jeanne Eagels. Triste personaje femenino perteneciente al Hollywood oscuro, al de Babilonia, ese que reflejó Kenneth Anger en sus dos volúmenes. Triste personaje que vivió las mieles y los túneles oscuros de la fama… como Frances Farmer, Mabel Normand, Clara Bow… y un largo etcétera.

Jeanne Eagels fue escalando y escalando desde pequeños teatros, hasta ser una de las chicas de las Ziegfeld Follies, pasando por teatros más importantes hasta llegar a Broadway y también a Hollywood. También su vida se vio rodeada por el alcohol y la heroína así como una inestabilidad sentimental. Sus papeles más recordados tienen que ver con el escritor William Somerset Maugham. Uno de sus triunfos en los escenarios fue con la obra Rain, que después sería llevada al cine. La prostagonista, Sadie Thompson, tendría el rostro de celuloide de Gloria Swanson, Joan Crawford y Rita Hayworth. Pero durante muchos años Sadie en el escenario fue Jeanne Eagels. Y a título póstumo, recibió una nominación al oscar por una película (en plena revolución del sonoro), La carta, que años después sería una de las grandes películas que realizó William Wyler con Bette Davis. Finalmente, no se sabe si la muerte de Eagels fue provocada por una sobredosis o fue suicidio.

Y la película de George Sidney me ha sorprendido porque dibuja un triste y decadente retrato de la protagonista y filma una bella historia de amor imposible. La Jeanne Eagels de la película nada entre el biopic (con varias licencias para ficcionar la vida de la protagonista) y el melodrama romántico. Jeanne Eagels se aleja del cine technicolor, musical (Escuela de sirenas, Levando anclas, Magnolia o Bésame Kate) y aventurero (Los tres mosqueteros o Scaramouche) del director para decantarse por un retrato amargo en blanco y negro. Fue el segundo de sus trabajos con Kim Novak (la dirigiría tres veces, también en La historia de Eddy Duchin y Pal Joey), que mostraría cómo su fría y perfecta belleza era adecuada para mujeres complejas y atormentadas como Jeanne Eagels.

La película centra la trama en la historia de amor imposible e intermitente entre Jeanne Eagels y Sal Satori (atractivo Jeff Chandler), un feriante, y en el ascenso y descenso de la actriz por un camino de traiciones, adicciones e insatisfacciones vitales que la arrastrarán al abismo. Los momentos culminantes de ese amor son reflejados con una belleza extrema (tanto de puesta en escena…, como de diálogos): el primer beso bajo una lluvia torrencial trabajando en la feria, los dos montando por la noche en un carrusel de caballitos hasta que acaban en el suelo, él diciéndole a ella que se bebería su hermoso pelo, él mirando cómo ella se desviste para meterse en el mar… como si fuera una Afrodita y una de esas declaraciones de amor imposible (que suelo coleccionar) donde él le dice a Jeanne que si volviera a nacer y le dijeran que volviera a repetir su vida con éxito pero sin ella, que lo rechazaría, que prefiere haber vivido con lo poco que ha tenido de ella. O esa escena final con una Jeanne en la pantalla de cine, inmortalizada, y a Sal llorando en la sala.

Jeanne Eagels se la presenta como una joven con ambiciones que tiene claro que quiere llegar a lo más alto en los escenarios. Sin embargo no pondrá freno alguno a sus deseos que la volverán inestable e insatisfecha así como caer en diversas adicciones. En su camino no solo se cruza Sal Satori, sino también su profesora de teatro (Agnes Moorehead) o el productor (Larry Gates). Y ese deseo hará que traicione a una madura actriz en decadencia (magnífica Virginia Grey, apenas aparece pero con ella y el lenguaje cinematográfico se nos cuenta toda su historia y su trágico final) para conseguir un gran papel, este hecho será el punto del declive. Kim Novak logra dar al personaje esa inestabilidad emocional con su hieratismo y sus explosiones de humor. Logra un personaje a la vez hierático y frágil. Finalmente extremo.

La película cuida los ambientes… desde el mundo de la feria, como un inesperado paraíso (pero también a veces un lugar sórdido…, depende de la mirada o el estado de ánimo de los personajes), hasta las bambalinas del teatro (con sus glorias y miserias) o el rodaje de una película… pasando por la decadencia de un matrimonio que se consume en la soledad y el alcohol (entre hoteles y apartamentos) –cuando la película refleja el matrimonio de Jeanne con un jugador de fútbol americano acabado–… auntodestruyéndose poco a poco. Uno de los puntos interesantes de la película es la posibilidad de ver en acción en un plató de cine al director Frank Borzage, ya maduro, y a su hermano Lew (como asistente de dirección) como en El crepúsculo de los dioses habíamos visto a Cecil B. DeMille.

Y el rostro impasible de Kim Novak con un cuerpo perfecto de belleza griega que surge de la feria (como alega Sal en un juicio porque la han detenido por inmoralidad en su espectáculo) para brillar en los escenarios pero para terminar hundiéndose en el alcohol, la heroína y una continua insatisfacción y remordimiento… convierten a Jeanne Eagels en un melodrama de la parte oscura de la fama y el éxito en aquellos locos años veinte.

… este descubrimiento ha sido un bonito regalo.

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DocumentaMadrid 15 (segunda parte). Of men and war (Des hommes et de la guerre, 2014) de Laurent Bécue-Renard/ The seventh fire (The seventh fire, 2015) de Jack Pettibone Riccobono

Of men and war (Des hommes et de la guerre, 2014) de Laurent Bécue-Renard

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Las consecuencias psicológicas de una guerra, las heridas abiertas, quedan muchas veces en el olvido y ocultas. Son complejas y duras, difíciles de entender y de curar. En 1946 John Huston mostraba en un documental, Let there be light, los traumas que provocaba la guerra, la Segunda Guerra Mundial, en un grupo de soldados norteamericanos. Lo que recogía la mirada del realizador hizo que el propio Ejército de los Estados Unidos (que encargó el documental a Huston) no la distribuyese hasta 1980. Porque mostraba heridas mentales, desnudaba a hombres rotos que hacen saltar por los aires el mito del guerrero que regresa a casa dispuesto a llevar las riendas de su vida con fuerza. Porque enseñaba hombres que contaban una verdad, que el Ulises que regresa de La Odisea tiene traumas y que pierde las riendas, y que a veces logra cerrar las heridas y que otras se hunde definitivamente.

Otra de las guerra traumáticas para otra generación de jóvenes norteamericanos fue Vietnam. Y el regreso tampoco fue fácil, no solo no eran héroes sino que estaban tan rotos que no encontraban hueco alguno en una sociedad desencantada que los rechazaba porque no entendían, como ellos tampoco, qué hacían en esa guerra. Así también la ficción golpeaba al espectador mostrando reflexiones incómodas y cómo el horror de una guerra destroza a toda una generación, a los que fueron y a los que se quedaron. Seres humanos rotos en pedazos. Así Elia Kazan en su penúltima película, Los visitantes (1972), cuenta la historia de Bill, silencioso y pasivo, que no vuelve a hablar nunca de su experiencia en Vietnam, cuando un día recibe la visita de dos hombres para devolverle un pasado que no puede enterrar. Tres jóvenes transformados y destrozados por la violencia. Tres hombres que arrastran una contienda en la que se hicieron e hicieron cosas terribles. Uno reacciona sin saber enfrentarse a nada, un muerto en vida, y los otros responden con violencia y caos que fue lo que aprendieron en un campo de locura salvaje… Y mientras una sociedad desencantada que no trata de entender, que rehúye la mirada. Es de las películas más incómodas y pesimistas del realizador.

Y ahora son otras guerras y otras heridas que generan traumas y que hacen regresar a hombres rotos de cuya situación es mejor no hablar mucho. Pero el documentalista Laurent Bécue-Renard sigue mirando y atrapa con su cámara a otro grupo de hombres norteamericanos rotos por la guerra (ahora es Iraq o Afganistan) y asiste durante un tiempo largo a una terapia de grupo para tratar el estrés postraumático en un centro especializado The Pathway home. El terapeuta, un veterano de la guerra de Vietnam, trata de proporcionarles las herramientas para superar el trauma y recuperar sus vidas, levantarse. Así somos testigos de testimonios espeluznantes que les destrozan por dentro pero que también generan una capacidad en cada uno de autodestruirse. Y así caen por un tobogán en que arrastran a padres, hijos, esposas, novias… que son testigos de su hundimiento y que muchas veces no saben cómo actuar, a veces se rompen totalmente los lazos. Unos pierden el control, otros no pueden enfrentarse a los problemas diarios y se ocultan en el alcohol o las drogas, el de más allá no puede dormir, otro solo sabe responder con la violencia, más allá uno no deja de temblar o cuando está estresado le visitan mil tics…

Laurent Bécue-Renard deja fluir el tiempo y los momentos más íntimos entre las terapias de grupo (con las explosiones de ira, con los traumas que les impiden vivir…), la convivencia en el centro terapéutico con pequeños actos cotidianos como la pausa del cigarro o algunas fiestas, excursiones, desfiles y encuentros familiares; y la vida de estos hombres, que están tratando de salir del pozo, con sus hijos, padres, novias o esposos, sus intentos por reconstruir su día a día. Algunos logran sobreponerse, es decir, manejar el trauma; otros se quedan en el camino y otros prefieren desaparecer (y recuerdas ese rostro –y su voz– que trataba de superar el trauma)…

Primeros planos para aquellos que deciden dar el primer paso y expulsar sus miedos, temores y traumas en la terapia con momentos de respiro (con presencia del entorno) que tratan de reflejar el intento continuo de regresar a la vida cotidiana, de enfrentarse a los problemas diarios, de convertirse en hijos, padres, novios o maridos.

Of men and war es el segundo documental de la trilogía “Genealogy of Wrath” donde el director trata de analizar las consecuencias psicológicas de las contiendas bélicas. En el primero, War-Wearied, descubría el impacto de la guerra de Sarajevo en tres mujeres viudas que trataban de superarlo en un centro de terapia rural. Sin duda una genealogía de la ira que muestra heridas de difícil curación. Hal Ashby en El regreso (1978) hacía que unos personajes dijeran a un soldado herido psicológicamente, a punto de perder los estribos: “No somos tus enemigos, el enemigo es esa guerra”, y eso es a lo que se enfrentan los jóvenes de Of men and war, que viven su regreso y todo lo que conlleva como amenaza, la incorporación a la vida cotidiana les mata poco a poco mientras entierran sus traumas y heridas de guerra o se sienten incapaces de salir de ese campo de batalla que les quebró por dentro.

The seventh fire (The seventh fire, 2015) de Jack Pettibone Riccobono

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… Hay un momento en que uno de los protagonistas del documental The seventh fire dice que su nombre nativo es Pájaro de trueno (Thunderbird). Y es como si ese personaje volara a la velocidad de un trueno sobre su realidad en Pine Point, una localidad nativa en el norte de Minnesota en la reserva india de White Heart. Un lugar que atrapa los destinos de Rob Brown, ese pájaro trueno, y del adolescente Kevin, que ante un mundo sin futuro y sin salidas, piensa en convertirse en gánster, en ser un líder de banda como lo es Rob.

Ambos pertenecen a la comunidad ojibwe, comunidad atrapada entre unas bandas que traen más desolación y menos futuro, que llevan droga y alcohol, y un intento de mantener su pasado, raíces y cultura. Pero esas bandas son formadas por personas como Rob y Kevin que han vivido en una situación de exclusión continúa, con unas vidas complicadas donde han recibido más palos que oportunidades. Porque Pine Point no es un sitio fácil en el que vivir, no es un sitio fácil en el que encontrar una salida. Porque a las comunidades nativas norteamericanas se las apartó del mapa y de la historia, se las enterró en el olvido, en un universo sin salida posible y se las robó su identidad.

The seventh fire golpea al espectador y se empapa de la lírica del perdedor en las palabras de Rob, que siempre le gustaron las palabras y que encuentra en la literatura una manera de expresarse y de entender con lucidez su situación, aunque caiga una y otra vez. Pero también es arrastrado por el destino sin esperanzas de Kevin, un adolescente que lucha por no caer pero en la encrucijada de la vida decide seguir los pasos para convertirse en un ideal cinematográfico, ese Tony Montana con cara de Al Pacino, que logra salir del hoyo y la miseria aunque sea delinquiendo…

Además Rob suelta la pulla exacta al espectador cuando se ríe diciendo que sí que la película la verán los europeos y asiáticos que quieren mucho a los indios y así calla que no la verá ni Dios en Estados Unidos. Así dispara que unos verán el documental desde pantallas lejanas simplemente para saciar su curiosidad sobre unas comunidades que han visto reflejadas y han amado y analizado en el género western y otros, ni siquiera se acercarán a su situación, ni les importa. Suavemente duro y… sobre todo cuando está sumergido en una fiesta con droga y alcohol de por medio, cuando da igual callar o no.

Pero en esa lírica del perdedor (un perdedor de dimensiones gigantescas) y en ese destino sin esperanzas (de un adolescente que desciende) surgen imágenes de gran belleza en The seventh fire porque Jack Pettibone Riccobono mezcla las palabras de sus protagonistas con imágenes logrando significados dolorosos. Como ver el mito de Perséfone en el rostro de una niña o sentir la mirada de un pájaro de trueno que mira desde arriba con desolación y belleza, o cómo a pesar de todo tratan de protegerse unos a otros como lobos de una manada como cuentan las leyendas (aunque se rompan poco a poco en los intentos) o sueñan con el regreso de su identidad y orgullo ante imágenes antiguas suyas o de sus ancestros… o corren y se ocultan entre la frondosa vegetación donde pueden perderse a sus anchas, sin que nadie mire, sin que nadie persiga, sin que nadie arrebate su identidad , sin que nadie juzgue…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Generación de la televisión y las voces de los perdedores. Vuelve, pequeña Sheba (Come back, little Sheba, 1952) de Daniel Mann/ Requiem por un boxeador (Requiem for a heavyweight, 1962) de Ralph Nelson

Hubo una generación de directores americanos que durante los años cincuenta empezaron a formarse como realizadores en un nuevo formato que prometía y posibilitaba la innovación y experimentación (luego fue tomando otros derroteros donde importaba más los altos niveles de audiencia y el negocio que la calidad y la experimentación), la televisión. Así surgieron además de las primeras series de ficción, los dramas para televisión con actores de prestigio, buenas historias, buenos guionistas y jóvenes directores profesionales y preparados. Fue tal el éxito y la calidad de algunos de estos episodios dramáticos para la televisión, que varios de estos directores dieron el salto a la pantalla con la adaptación al cine de estos formatos televisivos. Así algunos de los casos más conocidos son el de Delbert Mann con Marty o Sidney Lumet con Doce hombres sin piedad. Ambas películas fueron antes un éxito televisivo y después otro éxito en la pantalla. El material de partida de alguno de estos dramas era el escenario de teatro pero también se crearon historias originales para la pantalla de televisión. En su salto a la pantalla, estas películas ya se realizaban fuera del sistema de estudios, al margen o eran proyectos excepcionales del gran estudio de turno, comenzaba a cobrar vida lo que se convertiría en cine independiente. Los directores de la Generación de la televisión se convirtieron en el puente entre los directores de prestigio de los estudios y los que darían paso a la generación del Nuevo cine americano con la caída del sistema.

Las primeras películas de estos directores eran historias cotidianas que daban voz a la otra América, a los perdedores o a los que tenían dificultades para vivir en el día a día. La pantalla trataba temas de realismo social que no estaban siendo tocados en grandes superproducciones o en el cine en general debido, entre otros motivos, porque el código Hays seguía activo y fuerte. Y empeñado en que no se hablase continuamente de dependencias, adicciones, pobreza, injusticia, relaciones humanas complejas… en personas como los propios espectadores, normales y corrientes, sin el glamour de un Marlon Brando o un Paul Newman o una Natalie Wood.

La sesión doble de hoy propone dos películas de dos directores más desconocidos de la Generación de la televisión y que antes fueron dramas para la televisión y después dieron el salto a la pantalla blanca. Son dos películas olvidadas pero ambas magníficas e interesantes a la hora del análisis. Sorprende no solo cómo se cuentan estas historias, sino qué es lo que cuentan y cómo están interpretadas.

Vuelve, pequeña Sheba (Come back, little Sheba, 1952) de Daniel Mann

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Un matrimonio que arrastra toda la amargura y la melancolía de lo que fueron, pudieron ser y son. Se quieren a su manera. Con unos códigos muy especiales. Viven solos, sin hijos. Ella descuidada, solitaria, vencida, hablando siempre del pasado con nostalgia. No para de parlotear. Ha perdido a su perrita Sheba y la echa de menos. Sueña con ella. Él es callado, introvertido, mira resignado pero a veces con infinito cariño a su mujer, sale todos los días a trabajar y lleva más de un año sin beber. Acude a Alcohólicos Anónimos. Ellos son Lola y Doc (Shirley Booth y Burt Lancaster). Y llevan con monotonía y conformidad sus vidas…, unas vidas que no han sido fáciles. De pronto, alguien entra en su hogar y su frágil cotidianidad se va rasgando de nuevo en mil pedazos. Porque Lola y Doc tratan de ser supervivientes y seguir juntos y no hundirse y desesperarse del todo. Ese alguien es una joven estudiante de Bellas Artes, Marie (Terry Moore).

Hay una cita colgada de la pared de las reuniones de Alcohólicos Anónimos donde acude Doc, que recuerdo más o menos así: “Señor, dame determinación para cambiar lo que se puede cambiar, serenidad para aceptar lo que no se puede cambiar y sabiduría para distinguir una de la otra”. Y esto es lo que les va ocurriendo a Lola y a Doc cuando proyectan su pasado en Marie y sus experiencias con los jóvenes que rodean su vida. De golpe, vuelven todas sus frustraciones, sus sueños rotos, sus fracasos, sus miedos, sus secretos, sus errores…, poco a poco vuelven a quebrarse. En silencio. Casi sin darse cuenta de lo que está ocurriendo. Hasta que Doc no aguanta la visión de una botella de alcohol y entonces llega la catarsis emocional y es cuando somos conscientes del infierno que ha vivido Lola y del infierno de Doc. Pero son dos supervivientes emocionales… y tienen que seguir viviendo…

El material de partida de Vuelve, pequeña Sheba es una obra de teatro de William Inge que interpretó con éxito Shirley Booth que es la protagonista también del drama en televisión y en la pantalla de cine (además ese año gano el oscar a la mejor interpretación femenina… y merecido). Y en la pantalla acompaña a la actriz, que compone un personaje femenino complejo y lleno de matices, un Burt Lancaster poderoso como hombre fracasado y sin ilusiones que trata de superar su adicción, el alcohol. Un Burt que pasa de hombre introvertido y gris a estallar y mostrar sus frustraciones de forma violenta a través de la botella. Así el matrimonio de Lola y Doc es un matrimonio complejo que arrastra un pasado (ni mejor ni peor que muchos) y que ha construido un tipo de relación para sobrellevar el día a día. Para sobrellevar esos sueños rotos, esas frustraciones, esos fracasos y errores cotidianos…Y es que como decíamos, comentando otra película, el amor es extraño y puede ser muy doloroso y destructivo.

Daniel Mann además de contar con dos intérpretes que se meten en sus personajes y los modelan y construyen, se encierra en su hogar (sale con ellos tan solo a Alcohólicos Anónimos) y desarrolla su universo frágil que se desmorona con la llegada de la joven estudiante. Y narra esta historia a través de saltos y elipsis temporales atrapando momentos cotidianos e íntimos en el hogar. En el dormitorio, en la cocina, en el salón, en el patio… Encuentros entre el matrimonio. De Lola con la estudiante. De la estudiante con Doc. De los jóvenes que visitan a la estudiante. De los tres. Del cartero con Lola o Lola con la vecina. De Marie con un joven atleta. Y todos estos encuentros privados e íntimos terminan desatando una tormenta…, necesaria para volver a construir el frágil universo matrimonial.

Réquiem por un boxeador (Requiem for a heavyweight, 1962) de Ralph Nelson

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Tres son los perdedores que pululan por Requiem por un boxeador. Un boxeador de pesos pesados, su representante y su entrenador. Los tres llevan juntos casi dos décadas. Y han vivido momentos de gloria y ahora son días de caída en picado. El boxeador Mountain Rivera (prodigioso Anthony Quinn) ha sido tantas veces golpeado que en su última lucha contra Cassius Clay, el médico anuncia que si recibe un golpe más en uno de sus ojos quedará ciego. Así Rivera tiene dos caminos. En uno es apoyado por su entrenador de toda la vida que le aprecia de veras (Mickey Rooney) y por una trabajadora de la oficina de empleo (Julie Harris), encontrar un nuevo empleo digno que le ayude a vivir tranquilo. En el otro, supone ir a parar a los bajos fondos del boxeo, a los ring de lucha, convertirse en un luchador (un wrestler) que gana o pierde según el espectáculo. Y a ese camino le condena su representante (magistral Jackie Gleason) que anda hundido en apuestas no pagadas y otros asuntos turbios, está atrapado y necesita arrastrar a Mountain para sobrevivir.

Réquiem por un boxeador no solo emociona por un Anthony Quinn que arrastra un Mountain Rivera que te parte el alma en cada escena sino porque cuenta una historia cruda y dura hasta el final. Sin respiro. Y te cuenta una historia de perdedores de manera magistral, atestando golpes a la mandíbula sin parar hasta dejar KO al espectador con la última escena.

Ralph Nelson que ya llevó esta historia con éxito a la pantalla de televisión (con Jack Palance como el boxeador, qué ganas también de verlo), salta a la pantalla y cuenta con crudeza una caída al abismo. Conocemos a Mountain desde una cámara subjetiva, es decir, lo primero que sabemos de él es qué mira y cómo sufre sus golpes en el rostro en una mirada que se vuelve cada vez más borrosa. Vemos el rostro del contrincante, Cassius Clay. Cómo cae golpeado y es llevado a rastras fuera del ring… hasta que nos encontramos con su rostro partido frente un espejo…

La dignidad de Mountain, sus ganas de hacer las cosas bien y no darse por vencido, nos lleva de la mano con el corazón encogido. Sus recuerdos, su manera de hablar, su lealtad, su sentido de la amistad, su dulzura ante la mujer que trata de echarle una mano, su miedo al fracaso o al ridículo, su vulnerabilidad… Ralph Nelson arrastra al espectador a un tobogán emocional en tugurios de mala muerte y bajos fondos con sus pinceladas de cine negro, de destino oscuro. Pero regala momentos íntimos, confesiones y revelaciones duras y hermosas a la vez. Y todo va pintando el camino que Mountain toma finalmente, plenamente consciente. La caída libre… La película se abre y se cierra en dos rings muy diferentes. El recorrido vital de Mountain se cierra en círculo. Toda su dignidad se mantiene intacta…

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10 razones para amar Candilejas (Limelight, 1952) de Charles Chaplin

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Razón número 1: la historia de una bailarina y un payaso

… porque Charles Chaplin siempre explicaba desde el principio, sin máscaras, cómo iban a ser sus películas. Aquí con un rótulo nos decía, entre otras cosas, que nos iba contar la historia de una bailarina y un payaso en Londres antes de la Primera Guerra Mundial. Y eso es lo que ofrece Candilejas.

Razón número 2: la herencia de Charlot

… a pesar de la ausencia de Charlot, su espíritu recorre toda la película. Y es que Calvero es un Charlot que reflexiona, que vuelve a sus orígenes, a sus raíces… Calvero explica y completa a Charlot. Calvero es un “comediante vagabundo” (tramp comedian). Son indivisibles e inseparables. En Calvero se encuentra todo Charlot. La risa y la melancolía. La joven dama en apuros. La miseria. La pantomima. La historia de amor imposible. Su relación con los objetos cotidianos… Lo que ofrece un anciano Calvero es la amargura y el desencanto, frente a un Charlot que daba su patadita y seguía adelante. Con Calvero baja el telón…, termina el espectáculo.

Razón número 3: la herencia de Charles Chaplin

Porque el director y artista se desnuda en Candilejas y vuelve a los recuerdos de su infancia y a su preparación en los escenarios de varietés antes de la pantalla de cine. Porque bebe de su memoria y ‘dibuja’ y se ‘inspira’ y de alguna manera el espíritu y forma de vida de sus padres se encuentran presentes.

Porque cuenta su relación con los escenarios y reflexiona sobre el público, sobre la actuación, sobre el miedo al fracaso, a la sala vacía, a ya no hacer reír, a la dignidad del artista, al trabajo bien hecho, al espectáculo debe continuar…

Porque demuestra que tras el cómico, hay un hombre complejo, un artista desencantado…

Porque presiente momentos difíciles. Sus últimos años, prácticamente retirado, y viviendo un exilio de su país de acogida con profundas dosis de amargura.

Razón número 4: la pantomima

Porque Calvero es el rey de la pantomima y lo eleva a arte. Desde su primera aparición, alcoholizado, es un espectáculo de pantomima sin palabras. Sea en sueños, sea en el escenario, sus elaboraciones cuidadas, su lenguaje del cuerpo y del rostro relucen… Porque Charles Chaplin era un maestro cuidadoso y sus números eran trabajo de años y años. Su domador de pulgas es una composición de un espectáculo del pasado, en los escenarios, que también trabajó posteriormente para llevar a la pantalla en uno de sus cortos… hasta convertirse en el espectáculo estrella de Calvero.

Porque su personaje Calvero habla tanto por la boca como con el cuerpo. Así es capaz de transformarse delante de la bailarina en flor, roca o pensamiento.

Razón número 5: la melodía

Chaplin se preocupaba por cada detalle de sus películas. Y la melancolía y el desencanto es quizá su rasgo más llamativo. Y estos sentimientos son acentuados por otro de los aspectos que adoraba cuidar Chaplin de sus películas: la banda sonora y su composición. Así crea la banda sonora, la música de fondo, de Candilejas. Esa melodía emocionante que acompaña a la bailarina que danza. Y esa melodía cuenta una historia de amor imposible.

En la película la melodía es compuesta por el joven compositor Neville (que tiene el rostro del hijo de Charles Chaplin, Sydney Chaplin) para que la baile Thereza (Claire Bloom), la joven desvalida que renace con la danza. Y este personaje, el compositor, es una premonición de Calvero. Porque el viejo payaso consciente de la imposibilidad de su historia de amor, imagina para su Thereza, mirando por la ventana, una historia de amor con un joven y atractivo compositor. Él se inspira en una anécdota que le cuenta la bailarina sobre un joven al que le vendía papel para componer música… y con el cual no cruzó palabra alguna… Calvero imagina y su historia se convierte en realidad… ante la imposibilidad de la propia…

Thereza, la bailarina, es una mezcla de rostros y personajes: se cruza la madre de Charles Chaplin, con el personaje de dama desvalida que tantas veces personificó Edna Purviance, y con el ideal femenino del creador que desemboca finalmente en el rostro de su última esposa, Oona O’Neill.

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Razón número 6: Charles Chaplin y Buster Keaton

Candilejas huele a despedida obligada de una forma de arte, de un pasado. De una forma de hacer reír. De unos artistas que conquistaron escenarios y después se convirtieron en reyes del cine silente. Candilejas regala un número especial entre dos grandes. Regala un momento mágico donde Charles Chaplin y Buster Keaton muestran su relación con los cuerpos y los objetos. Y a la vez que nos hacen reír, nos envuelven en una atmósfera de algo que desaparece. Mientras los dos se preparan frente al espejo para el espectáculo, y todos les dicen que vuelven los viejos tiempos, ellos se rebelan con tristeza porque por su arte el tiempo no pasa… Y hacen esta afirmación evidente. Sin embargo, ambos embadurnan sus tristes rostros.

Razón número 7: interiores y entre bambalinas

En Candilejas vivimos en el interior de la habitación alquilada de Calvero. Una habitación que encierra recuerdos, tristezas, esperanzas y sueños… y en esa habitación se instala una joven bailarina herida sin ganas de vivir. Ahí se gesta su universo especial. El universo de la bailarina y el payaso.

Pero también nos empapamos entre bambalinas. Conocemos los entresijos del escenario. Los camerinos, los cambios de escenografía, los nervios del estreno, los ensayos, las pruebas, los miedos y las pequeñas miserias, los desencantos, los éxitos, el compañerismo, las extrañas familias…

Vemos cómo la línea de lo que se cuenta en los escenarios y lo que ocurre en la vida, a veces, es muy fina. Así Thereza representa con su danza la muerte de Colombina y la desesperación de Pierrot y los payasos… para después resucitar. En la vida ocurre lo mismo pero al contrario, el payaso fallece, en silencio y entre bambalinas, frente a una Colombina a la que ha transmitido ganas por continuar… y de esta manera sobrevivirá Calvero.

Razón número 8: la tristeza del cómico

Todos los cómicos de Candilejas encierran tristeza… empezando por el personaje de Calvero. Así se habla de la paradoja de la dificultad de la risa y cómo el que hace reír no tiene por qué ser feliz. Y cómo el cómico sufre también el miedo al fracaso y el miedo a que ya nadie ría sus gracias.

Su compañero, con rostro de Buster Keaton, transmite esa tristeza. Los músicos callejeros encierran tristeza. La dueña de la pensión donde habitan los personajes esconde tristeza y vida dura…

Las propias recreaciones cómicas de Calvero en los escenarios tienen un poso de tristeza y parten de situaciones trágicas.

Y si repasamos la historia de Buster Keaton o Charles Chaplin… no encontramos tanta comedia en sus vidas.

Razón número 9: Alcohol

Calvero y su alcoholismo es una manera de acercamiento a la figura paterna. El padre de Charles Chaplin era alcohólico y murió muy joven de cirrosis. Calvero reflexiona sobre por qué bebe y por qué está metido en un círculo vicioso. De nuevo vincula su alcoholismo al miedo al fracaso, a la sala vacía, a no ser gracioso, a no funcionar en el escenario… Con Candilejas, Chaplin trata de entender la vida de sus padres, es un acercamiento desde el respeto y la dignidad.

Razón número 10: la vida, el deseo, los sueños

Y es que Candilejas es un canto a la vida… a través de una historia fúnebre. Con un suicidio fallido de una joven bailarina y un payaso herido con corazón débil en tiempos de preguerra… Candilejas habla de aferrarse a la vida porque sí. A través de la imaginación y el deseo, para vivir momentos felices, para crear… Y como siempre pasó con Charlot, Calvero sueña y de paso nos hace soñar también a nosotros.

Candilejas solo es la historia de una bailarina y un payaso en Londres, a principios del siglo XX…, antes de la Gran Guerra.

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Tuya para siempre (Merrily we go to hell, 1932) de Dorothy Arzner

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Así lo dice Jerry Corbett (Fredric March), periodista y dramaturgo, “… nos iremos alegremente al infierno” (maravilloso título original de la película) y así, al pie de la letra, sigue este dicho su esposa Joan Prentice (Sylvia Sidney) porque como le confiesa en una de sus discusiones: “Prefiero ir alegremente al infierno contigo, que ir sola”. Y de nuevo Dorothy Arzner ofrece una película de apariencia ligera pero extremadamente compleja sobre las relaciones amorosas y la institución del matrimonio. Así la historia de amor entre Jerry Corbett y Joan Prentice no será un camino de rosas… sino algo más real, un camino que conduce alegremente al infierno.

Y para ello la directora trabaja con dos personajes atractivos y muy bien interpretados y construidos además de ayudarse de unos diálogos que no pasan desapercibidos. Tuya para siempre es una gozada por varios elementos que aportan a la película de una personalidad interesante. Además cuenta de nuevo con una firma de la directora y es el gran uso del primer plano (no solo a nivel estético sino también narrativo) y en concreto de los primeros planos de sus protagonistas femeninas. Esta vez le toca el turno a una bellísima Sylvia Sidney que construye un personaje frágil y fuerte a la vez que ama incondicionalmente, desde que le conoce, a Jerry pero que se sumerge en una relación que no es nada fácil. Su rostro presenta en segundos matices, emociones y sentimientos contradictorios. A través de la mirada, la sonrisa o la forma de empolvarse la nariz…

Si Sylvia Sidney está perfecta como Joan, no menos brillante se muestra Fredric March, un actor que trabajó en varias películas de la directora (fue una de las primeras que confió en March como protagonista). También consigue construir a un Jerry irresponsable pero con dosis de encanto y muestra ya la versatilidad de un actor que seguiría interpretando a buenos personajes durante décadas.

Por otra parte es una película realizada antes de la creación e implantación del código Hays, una película de ese periodo tan rico e interesante llamado pre-code, lo que permite una mirada especialmente realista y moderna a varios temas, entre ellos, la institución del matrimonio o un tratamiento natural y sin juicio moral del alcoholismo. Porque el alcohol en la vida de Jerry y de sus amigos es un centro neurálgico importante. Jerry se siente feliz y seguro entre copas y la barra de un bar es su mejor centro de reunión, su felicidad. Una fiesta sin alcohol no es fiesta. Jerry, bohemio, parlanchín, despreocupado… oculta tras el alcohol su miedo al fracaso sentimental y laboral, su miedo a la toma de responsabilidades en la vida, el dolor que le causa que le rompan el corazón (como, por ejemplo, su exnovia, una actriz que aparecerá de nuevo en su vida con consecuencias nefastas para su matrimonio…). Precisamente así conoce a Joan en una fiesta, totalmente bebido. De hecho cuando ella se despide ilusionada, él ni siquiera logra enfocarla ni reconocerla.

El alcohol es un problema más en su vida conyugal. Un problema que conduce a la destrucción. Pero hay más. A Jerry le cuesta responsabilizarse, es casi un niño grande, extremadamente difícil vivir con él pero a la vez encantador. Así cuando vuelve a aparecer su exnovia en su vida, no puede evitar irse tras ella y beber más todavía… En otra escena clave, Jerry le pide a Joan que cierre la puerta de su hogar, que le impida ir al encuentro de la amante. Joan enfadada abre la puerta y le espeta que ella no es ninguna carcelera. Pero Joan decide apostar por Jerry, aunque la duela que nunca le diga un te quiero (solo un continuo adjetivo que termina enfermándola, su marido no deja de decirle, desde que la conoce, que es fantástica) o continuamente la relegue a un segundo plan. Así Joan le propone que van a ser un matrimonio moderno. Él hará su vida, y ella la suya… y alegremente irán al infierno. De esta manera Joan regala otra frase genial con sus amigos de fiesta y borrachera: “Caballeros, les presento el sagrado matrimonio, estilo moderno. Vidas separadas, camas mellizas y antidepresivos por la mañana”. Pero llegará un momento, y por un hecho concreto, que esta situación se haga insostenible para la protagonista. De esta manera realiza, a una amiga de Jerry, una confesión amarga: “¿Recuerdas que una vez me dijiste que me fuera a tiempo? ¿Que te rebajas más por amar a alguien que por odiarle?”. Y cerrará la puerta del hogar conyugal… pero saliendo por ella. Cuando esa puerta se cierra, un Jerry ebrio empieza a reflexionar.

Por último hay un tercer obstáculo, que también es tratado en más de una película de la directora, ambos pertenecen a clases sociales diferentes. Mientras Jerry desempeña una profesión liberal (es periodista pero su deseo es ser un dramaturgo de éxito) y forma parte de una clase media que soporta la crisis… “alegremente”, Joan es hija de un prestigioso empresario y vive, cuando conoce a Jerry, en un mundo de lujo con un padre que la ama y la protege en exceso (hasta el final). De hecho el padre nunca ve con buenos ojos a Jerry, tanto por su posición social como por su alcoholismo (es el único personaje de la película que con su comportamiento y actitud, juzga).

Pero aún se esconden más motivos para descubrir esta película y es centrarnos en sus brillantes personajes secundarios (desde su mejor amigo hasta su amante), con frases y comportamientos que enriquecen los matices de una película aparentemente ligera (vuelvo a repetirme), para encontrarnos además con una de las primeras apariciones de un jovencísimo Cary Grant, como uno de los acompañantes de Joan, en su aventura de esposa moderna. La película es todo un melodrama pero regada continuamente con toques de humor e ironía, así en la emotiva (e importante) escena de la boda, Jerry le pone a su esposa un anillo ‘muy especial’ para salir del aprieto de uno de sus muchos olvidos…

Así Tuya para siempre se convierte también en otro buen hallazgo de la carrera cinematográfica de la pionera Dorothy Arzner.

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Alguien a quien amar (En du elsker, 2014) de Pernille Fischer Christensen

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Solo el gesto de una mano sobre otra es suficiente para contar una historia que nunca existió, que pudo haber sido. Ese gesto y una mirada. Solo esa mano sobre otra puede transmitir que un padre entiende lo que esta pasando su hija drogodependiente porque él también lo fue. Solo ese gesto y esa mirada basta para que los dos se entiendan como perdedores emocionales. Y aunque jamás tuvieran un atisbo de comunicación y aunque siempre hayan vivido en la distancia porque se hacían demasiado daño, un solo gesto y una mirada sirve para contar toda su historia. Para redimirse, para perdonarse, para despedirse. Un padre con una hija y una hija con su padre. Y solo por esa escena ya merece la pena meterse una tarde en un cine y dejarse llevar por un melodrama de familia disfuncional danesa. Esa escena y una historia contenida con canciones de fondo que hablan de desgarros y amores. Canciones con la voz grave de un personaje que es un hombre que se va haciendo viejo y que encuentra la oportunidad, al final del camino, de sentir plenamente lo que es amar a alguien: sin prisas, sin drogas, sin alcohol, sin divismos, sin máscaras, sin caretas, de manera incondicional e irracional…, aunque para ello tenga que volver a romperse, tenga que volver a sentirse vulnerable y frágil. Herido.

Pernille Fischer Christensen deja un melodrama elegante donde el protagonista es un cantautor rockero danés que ha arrastrado siempre mala vida y muchos tormentos interiores. Ahora es un muerto en vida, solitario, que trata de no sentir. No ser herido. Lo único que le calma es su música. Afincado en EEUU, regresa a su tierra fría y distante para grabar un nuevo disco. Él se llama Thomas Jacob (Mikael Persbrandt) y solo quiere encerrarse en un castillo y en su cabina de grabación con su mejor amiga y además arreglista, cantante y también compositora (Trine Dyrholm). También se deja cuidar por su manager (Eve Best) que le va solucionando todos sus problemas, y trata de que no caiga de nuevo. Pero esa rutina es rota por la aparición de su hija a la que apenas ha visto, y solo alguna vez ha extendido algún cheque para ella, y su nieto de 11 años, Noa. Y a partir de ese momento, la línea equilibrada que ha tratado de trazarse se hace trizas.

Someonew You Love

Fischer Christensen se va a la senda de la redención del cantante de éxito que vuelve a su tierra, a sus raíces. Y mientras graba su disco, y las canciones acompañan sus emociones, su mundo frágil se derrumba pero también se reconstruye. Es consciente de su fracaso como padre pero su nieto se convierte en una bomba emocional que le rompe por dentro porque le hace sentir pero también plantearse sus miedos y sus errores.

Así esta directora danesa opta por la contención en el melodrama. Por el frío de su tierra. La elegancia que permite ese frío, el blanco de la nieve y la luz que desprende. Opta por las miradas y los gestos para conseguir una emoción latente. Por el silencio para hablar de relaciones que se rompen y otras que nacen. Por sonrisas furtivas. Y, bueno, Pernille Fischer Christensen no transgrede el género del melodrama ni su historia de una familia disfuncional es de las más originales, pero logra momentos de emoción, de elegante belleza, de melancolía, de ternura e incluso alguna risa. Además de poder dejarte llevar por dúos o canciones en solitario… y la interpretación de un carismático Mikael Persbrandt que se transforma en un cantante cansado que arrastra sus años de sexo, drogas y alcohol… y que se siente desarmado ante la mirada de un niño, su nieto, que no le pide nada.

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Aflicción (Affliction, 1997) de Paul Schrader

aflicción

Al guionista y director Paul Schrader nunca le podríamos imaginar en una comedia, es un creador-artista que refleja los ‘fantasmas’ y traumas de su vida y educación estricta en sus películas. Bajo la influencia de la religión (calvinismo) tiene un fuerte sentido de la trascendencia (que también analiza en un libro imprescindible sobre tres directores: Bresson, Ozu, Dreyer) pero nunca abandona los conceptos de culpa, pecado… Y claro difícilmente entra ahí la risa. No domino toda su obra como director (ni tampoco la de guionista) pero lo que he podido vislumbrar me ofrece ‘héroes’ atormentados que alcanzan la ‘redención’ de la manera más inesperada y donde la transgresión es la firma. Schrader encontró en el cine su medio para comunicarse (y curiosamente no pudo ver su primera película hasta que cumplió 18 años), para transmitir sus miedos y complejidades. Su obra como director, imperfecta y anómala, se mueve siempre entre lo inquietante y lo ambiguo… y no deja indiferente al espectador que se enfrenta a ella.

Aflicción es el reverso oscuro de Nebraska de Alexander Payne. A veces las películas hablan entre sí. Y yo creo que existe un diálogo oculto entre ambas. Diré que me gusta más la vida desde la mirada de Payne (que no toma, ni mucho menos, la vía fácil, ni más sencilla) y que me remueve, incomoda y deprime la mirada de Schrader… Creo que ambas ofrecen en un universo y paisaje similar las consecuencias que puede tener en nuestras vidas los padres que hayamos tenido, la infancia que hayamos vivido y cómo hemos sentido cada momento. Ambas películas hablan de lo que marca la genética y la inteligencia emocional. Arrastramos un pasado sobre nuestras espaldas… y a veces ese pasado ni siquiera lo vivimos pero su ‘carga’ se siente. Las familias de Nebraska y Aflicción son disfuncionales: una opta por el amor y la comprensión (a su manera) y otra por arrastrarse entre el odio, la violencia y la sumisión. En ambas el padre se encuentra en un momento donde su memoria ya es vulnerable y en ambas el alcohol ha supuesto un golpe continuo para cada uno de los miembros.

Pero ahora hablamos de Aflicción… que termina siendo el retrato y el tormento de un hombre a punto de estallar. Un perro rabioso que se contiene pero con unas ganas enormes de morder. Él mismo se lo explica a su hermano pequeño por teléfono. Lleva en sus genes los recuerdos de una infancia dura y el ADN de un padre violento que además es un alcohólico. Un hombre que aterroriza a sus dos hijos y a su mujer… A uno le da por huir y convertirse en profesor de historia (y contador de narraciones tristes…) y el otro se queda y va hundiéndose irremediablemente… Ella se queda a su lado, en silencio.

Y a ese otro (un Nick Nolte que sobrecoge) nos lo encontramos en un momento de su vida en que todo se derrumba y él (aunque no lo sabe) es más vulnerable que nunca. Profesionalmente no se siente realizado (es un ayudante de sheriff venido a menos), la relación con su hija cada vez se deteriora más y la relación con su exmujer ya hace tiempo que no puede ir peor… para colmo tiene un dolor continuo de muela que no le deja razonar tranquilo. En ese momento hay dos golpes que ponen patas arriba su vida ya errática: la muerte de un importante sindicalista durante una cacería donde éste iba acompañado por uno de sus compañeros de profesión y lo más parecido a un amigo. Y por otra el descubrimiento de que su madre ha fallecido (de manera tan triste y silenciosa como toda su vida) y por tanto el tenerse que hacer cargo de un padre (un temible James Coburn) que le marca con cada palabra y acto. Lo único que logra calmarle es el cariño de su novia, una vecina de toda la vida (una dulce Sissy Spacek).

De pronto no le sirve que lo que ha ocurrido con el sindicalista es un accidente sino que él mismo urde toda una trama conspirativa y destierra toda la corrupción latente en el sitio donde vive (en el que todo el mundo que conoce está implicado). Se vuelve una especie de ‘héroe’ solitario y justiciero al que nadie cree. Y todo sucede en un terreno ‘ambiguo’ entre realidad o ficción. ¿Es todo fruto de su imaginación o no es tan descabellado lo que piensa? Al estrés que le provoca este caso que le obsesiona, ve cómo su vida emocional se desmorona cuando su padre vuelve a hacerle salvajemente daño con palabras hirientes y más cuando siente que no puede huir de la violencia que genera éste a su alrededor. No puede controlar esta violencia que va poseyéndole rompiendo definitivamente la relación con su hija y con su novia que ven el monstruo que emerge (y que nada pueden hacer para calmarle)… Todo unido al maldito dolor de muela…

Es como si ese dolor de muela distorsionara todo. Ese hombre que arrastra dolor físico pero lo que le rompe es el dolor emocional… siente que la cabeza le estalla… y de pronto cree que lo único que puede tranquilizarle es arrancarse de cuajo lo que le provoca dolor. Una muela podrida. Y de pronto su cabeza le dicta que todo está podrido no sólo su muela. Y que tiene que arrancar todo lo que le hace infeliz… y desaparecer. Entonces toma determinaciones fatales, con la mente fría, sin dolor físico. El perro rabioso, ataca…

Y es que su vida siempre ha estado sumida en la aflicción: entre la tristeza y la angustia moral, siente sufrimiento físico y pesadumbre moral… No puede con su vida. No puede con él mismo. Ve a su padre, y sabe lo que le espera. De pronto la única salida que encuentra, es la única que ha aprendido, la violencia.

Aflicción no es ni mucho menos perfecta (me desconcierta el punto de vista -pero esta cuestión daría para otro post entero- porque según se interprete se podrían contar historias muy diferentes y por eso me desconcierta el personaje del hermano menor, Willem Dafoe), es irregular y anómala (y por eso tremendamente atractiva), pero el personaje de Nick Nolte… lleva la batuta y arrastra al espectador a una historia triste sobre la herencia genética y emocional que dejan los padres a sus hijos en un paisaje desolador y nevado…

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