Ángel (Angel, 1937) de Ernst Lubitsch

Hacía tiempo que no visitaba a Lubitsch, uno de tantos de los directores emigrados de Europa (en concreto Alemania) y que construyeron el Hollywood clásico. Y lo visito con una de sus películas más olvidadas o menos nombradas cuando se revisita su filmografía. Estoy hablando de Ángel.

Ángel es puramente Lubitsch. Un ejercicio de elegancia y sofisticación entre la alta comedia y el puro melodrama. Un juego en el que Lubitsch emplea como nadie el lenguaje cinematográfico, la magia de contar a través de imágenes, y a la vez burla como nadie la censura instaurada, el código Hays con una inteligencia sutil. Lubitsch era el maestro de la sugerencia y Ángel lo demuestra continuamente.

La película transcurre en ambientes sofisticados y en el mundo de las apariencias y sugiere todo lo que hay detrás. Lubitsch invita al espectador a descifrar, a mirar a través de las caretas y las apariencias. Invita a un juego maravilloso de pleno disfrute.

El argumento o trama de Ángel no puede ser más sencillo y banal pero lo maravilloso es cómo está contada esa trama. Cómo nos envuelve y engancha. Siempre que se habla de Lubitsch, se nombra su famoso toque. Toque es igual a sugerencia, a empleo magistral de la elipsis, a saber cómo emplear recursos cinematográficos a través de la escenografía (las famosas puertas), la banda sonora o la colocación de una cámara para dar determinado punto de vista.

En Ángel se plantea la historia de una dama de clase alta que se aburre en su matrimonio perfecto con un diplomático aristócrata donde hace tiempo que se apagó la pasión y queda el cariño, la rutina y la buena posición social. La dama en cuestión, que pasa largas temporadas en soledad, decide convertirse en dama misteriosa parisina, y en un local de lujo de dudosa reputación dirigido por una madame —aristócrata rusa emigrada— entra en contacto con un seductor casanova americano. Ambos viven una noche que revive la llama pasional de la dama pero cuando va a llegar a la culminación…, desaparece. La dama oculta su verdadero nombre, y el amante americano la llama Ángel. Las casualidades de la vida harán que vuelvan a reencontrarse en Londres donde Ángel es la respetable esposa de un diplomático. El triángulo amoroso está servido.

Este argumento sencillo se convierte en sofisticación en las manos de Lubitsch que además ofrece un estupendo estudio de clases y visiones. Con esos secundarios maravillosos que pobablan el sistema de estudios, muchas partes de la historia son vistas desde el punto de vista del servicio de estos elegantes señores. Siendo impagables las escenas del valet y el mayordomo así como cada uno de sus comentarios (con los rostros de Edward Everett Horton y Herbert Mundin).

Y las sutilidades no sólo son a través de unos diálogos llenos de dobles sentidos, obra de uno de los guionistas habituales en las películas del maestro del toque, Samson Raphaelson —adaptando una obra de teatro de un autor húngaro— sino de esos puntos de vista, elipsis y recursos en los que Lubitsch era maestro. Ángel tiene varios ejemplos. La primera desaparición de Ángel en París, que deja en plantón a su amante americano no es vista por el espectador directamente, sabemos lo que ocurre por la mirada y reacciones de una anciana vendedora de ramos de flores que es testigo de la acción principal, haciendo partícipe al espectador de lo que está viendo. La tensión y la reacción de los tres protagonistas del triángulo durante su primera cena juntos la sabemos no por ellos sino por cómo van llegando los platos de comida al comedor y los comentarios de los mayordomos y camareros. Cuando el marido es consciente de la posible infidelidad no es porque pille a los amantes o los escuche sino es a través de una llamada telefónica y una melodía que escucha (melodía fundamental que el espectador también conoce e importante dentro de la historia entre la esposa y el amante)…, y así un montón de ejemplos increíbles. No puedo dejar de nombrar cómo Lubitsch muestra de manera elegante el local de dudosa reputación que dirige la princesa rusa destronada en París a través de un travelling desde el exterior del edificio en el que vemos a través de sus ventanas, las numerosas habitaciones y las distintas actividades que allí se desarrollan en un ambiente fino en apariencias.

Otro acierto es la construcción del personaje principal, el más complejo, la dama aburrida que trata de volver a encender la pasión en su vida y sus dos paternaires que quedan en segundo plano pero complementan perfectamente las reacciones de la protagonista. Son tres estrellas del Hollywood dorado que exaltan elegancia y sofisticación. Por una parte una bellísima y dulce Marlene Dietrich que deja sus personajes a lo Sternberg para convertirse en la aburrida esposa en busca de la aventura… elegante siempre elegante. Y se convierte en ese Ángel sofisticado que se mueve en el mundo de las apariencias como una diosa y que nunca tira la careta que debe elegir entre una vida acomodada y un esposo al que tiene cariño o la incertidumbre de la pasión que le proporciona el amante. Así la Dietrich, insatisfecha en carne y hueso por no ser dirigida por su descubridor traslada esa insatisfacción al personaje creando una personalidad arrolladora adornada con increíbles modelos. Los dos hombres que la colocan en la encrucijada son Herbert Marshall (actor habitual en comedia pero también en melodramas románticos), caballero por excelencia, y el elegante seductor Melvyn Douglas (inolvidable en Ninotchka).

Ángel es una obra elegante y sofisticada donde se sugiere mucho más de lo que vemos de un mundo de apariencias donde se nos dan las claves para descubrir las caretas. Bocado delicioso.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

3 comentarios en “Ángel (Angel, 1937) de Ernst Lubitsch

  1. Es increíble que una de las más originales películas de Lubistch, en cuanto a la forma de narrar (totalmente en elipsis) se refiere, sea de sus pelis menos conocidas. Personalmente me parece muy superior a otras suyas más famosas. Garci, sin ir más lejos, la coloca siempre entre su listado de pelis favoritas.

    En cuanto al tema en sí, es decir, el consabido triángulo amoroso, gracias al toque del maestro (puro ingenio, en el ni siquiera bordea el estereotipo sino que ofrece todo un muestrario de conductas y actitudes que mantienen al espectador expectante todo el tiempo, por lo impredecible de algo que, en otras manos, sería puro cliché), resulta un compendio que camufla insatisfacciones, frustraciones, angustia vital, deseos incumplidos, sueños rotos, etc, y que tienen su punto brillante en los restos de los platos de comida: auténtico modo de contar los estados de ánimo de cada uno de sus protagonistas.

    Pero, para una servidora, lo crucial de la situación se sitúa entre la encrucijada vital de tener que elegir entre la pasión (que siempre es efímera) y el verdadero cariño (aunque éste no siempre proporcione picos de intensidad que la pasión inicial sí ofrece). ¿Qué hacer ante una situación así? Su ambiguo final es maravilloso: la elección del cariño es sublime pero, al mismo tiempo, al ofrecernos sólo sus espaldas y no sus rostros, uno se pregunta si ambos recuperarán la ilusión o es sólo un espejismo más. ¿Cómo recobrar, entonces, la intensidad emocional de los sentimientos? Tarea ardua que no siempre da sus frutos, más en casos de matrimonios largos, donde todo parece haberse dicho ya.

    Un abrazo.

  2. Mi querida Isis, un comentario a tiempo de recordarme que he de visitar de nuevo esta película de Lubistch, que me gustó mucho en su día, pero no he vuelto a revisitar. Sí, el dilema es buenísimo: pasión o cariño. ¿Has visto una película de David Lean que se llama Amigos apasionados?

    Beso
    Hildy

  3. Pues todavía no la he visto, pero apuntada queda. Muchas gracias por la anotación, querida Hildy.

    Besos!!

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